martes, 14 de septiembre de 2010

Otra era la Irupana que vivía a pie


La llegada del bus de Flota Yungueña era el acontecimiento del día. Se abría esa puerta de metal y las noticias no paraban de brotar: Llegó el hermano de la tal. Al fulanito le llegó carta (¡quién nomás le mandaría!). No llegó tu tío ¿qué pasaría? ¿Qué dice el periódico? Su no llegada también era noticia: Dice que hay derrumbe en Yerbani. La flota se había arruinando en Tres Marías. Y cuándo no, el dolor: Parece que se ha embarrancado en el Puente del Diablo.

¡Claro! Si había jornadas en las que el único ruido de motor que rompía la monótona paz de la jornada irupaneña era el del antiguo vehículo de transporte de pasajeros que arribaba a Irupana entre las cuatro y cinco de la tarde. El resto del día, las aceras quedaban sobrando: era más seguro caminar por media calle. ¿Qué sentido tenía andar por esos estrechos pasos habiendo tanto campo? Cómo no recordar a doña Modesta, sacando de su paso, con su bastón, las cáscaras de plátano dejadas en las aceras. Sí, era una de las pocas que las usaba.

Los motores tenían licencia para rugir los martes y viernes por la tarde, momento en que llegaban los camiones de carga de todos los cantones del municipio. Unos pasaban a La Banda, otros a La Plazuela, no faltaban los que se dirigían a Miguillas y Circuata. Las noches y madrugadas desandaban el camino recorrido y volvían a salir a la ciudad. Pasaban por Irupana trascendiendo a mango, naranjas, mandarinas y algunos a coca.

Los caballos de fuerza de los vehículos que hoy tomaron las calles fueron antecedidos por los caballos y mulas de cuatro patas que tenían licencia para circular hasta por la plaza de la población. Decenas de acémilas se descolgaban y trepaban diariamente para arribar al centro poblado. No había productor que se precie que no tenga un buen animal que le ayude en las faenas diarias. Y en la tarde, a estacionarlos en Churiaca…

El transporte de cuatro patas no precisaba de llanterías sino de herrajerías. Don Tumba era el herrajero más famoso de la población, tenía su “estación de servicio” –las comillas se deben a que ese término no existía en nuestro vocabulario- al final de la K’achería. Era también especialista en fabricar lazos. Acostumbraba secar las tiras de cuero de vaca en plena calle, de un lado a otro. Por ese tramo nunca circulaba un vehículo durante la semana y, si lo hacía, el viejo Tumba se enojaba.

Los niños y adolescentes tomábamos las calles durante el día. En la época de trompos, el centro del círculo del que había que sacar las tapacoronas estaba en pleno centro de la vía. Lo propio, cuando, en tiempo de bolas, jugábamos a “los hoyitos”. Y por las tardes, fútbol en todas las calles de la población. Churiaca era para los domingos…

Por las noches, todos a la plaza principal del poblado, a jugar “alí” y “pesca pesca”. El ancho de la plaza, de un extremo a otro, era para corretear: Los adultos debían cuidarse de nuestro raudo paso, no nosotros del paso de los vehículos. Y como si hiciera falta espacio, hasta los siempre descuidados jardines del lugar servían para eludir al que pescaba.

Sí, en definitiva, los vehículos motorizados eran los extraños invitados de nuestras calles. Si ni hacían falta señalizaciones porque era muy difícil que un camión se encuentre con otro en nuestras vías, muy rara vez existían semejantes coincidencias. La decisión de fijar la calle Sucre como vía de subida y la Bolívar de bajada es reciente. Fue tomada cuando Irupana comenzaba a ser ocupada por los automóviles y uno de ellos perdió el control matando a una persona.

Fueron las motocicletas las que comenzaron la nueva historia. “Dice que en Irupana hay servicio de motos, las contratas y te llevan a cualquier lado”. Este servicio duró poco, pero el ruido no iba a desaparecer jamás. Establecieron su parada en el inicio de la avenida Los Ceibos, lugar estratégico para dirigirse a las comunidades de las centrales La Banda y La Plazuela. No tuvo todo el éxito esperado. Sirve únicamente para el transporte de personas y no de carga. Pero ya habían abierto la senda para el ingreso de los automóviles.

La llegada al país de vehículos chutos o sin papeles facilitó el crecimiento del número de taxis en la población. De la noche a la mañana, Irupana se llenó de vehículos de transporte público, que circulan al interior del poblado, además de comunidades y poblaciones aledañas.

La aparición del nuevo servicio puso a Irupana sobre ruedas. Hoy es impensable subir a pie desde la zona Rafaél Pabón hasta Churiaca. Mejor aún, las cosechadoras de coca piden minibús para llegar hasta el cocal. Si te deja el carro de la comunidad, tienes decenas de alternativas para evitar la caminata. Hasta puedes pedir por el teléfono celular el servicio de taxi para que te recojan de la comunidad, el día y la hora que precises.

El nuevo sistema de transporte trajo consigo una serie de requerimientos. Antes, inflar una llanta era todo un desafío, peor aún cambiar sus neumáticos. Hoy existen servicios de llantería, que cuentan con compresores y las herramientas necesarias para realizar un buen trabajo. Lo propio, en el pasado era imposible conseguir un buen servicio mecánico para arreglar los desperfectos técnicos. En la actualidad, crecen los talleres, ante la también creciente demanda.

Pero también crecen los problemas. La gran demanda de combustible no termina de encontrar buenas respuestas. El servicio de Samuel Rojas –el “Peruano”- era más que suficiente para atender el parque automotor irupaneño. Hoy, no hay quién pueda saciar la permanente sed de gasolina y diesel.

Sin duda, la vida se ha hecho más fácil con la llegada de los motorizados, pero eso no nos prohíbe añorar esa Irupana de a pie, cuando éramos los seres humanos los dueños de las calles del poblado y no los motorizados. Mucho más a quienes tuvimos la suerte de enamorar con una persona de una comunidad aledaña. Estábamos obligados a caminar una o dos horas para ver al ser amado y luego -cumplido el objetivo de arrumacos y besos dados y recibidos- tomar el camino de retorno. Dicen que para el amor no hay distancias. Para el automóvil tampoco, dirán los románticos actuales.

Pero aún sigo recordando los momentos en los que, a las cuatro de la mañana, el bus de Flota Yungueña partía de la plaza de Irupana con rumbo a la ciudad de La Paz…

1 comentario:

  1. Ahh... las nostalgias que uno tiene ...
    Me hubiera gustado vivir en la época en la cual todo el pueblo era como una gran familia numerosa... Donde todos se conocían todos compartían ... todos se contentaban con cosas mínimas... en cambio ahora... reina la envidia los juicios y prejuicios en donde nada nunca es suficiente...

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