lunes, 29 de agosto de 2011

Un poco chupacos y nada más…



Chivisivis es la marca de toda una generación en Irupana. La letra de la canción que los identifica los muestra de cuerpo entero: “Los Chivisivis son buenos muchachos, un poco chupacos y nada más…”. En definitiva, la vida del poblado no habría sido la misma sin ellos: Los domingos de fútbol habrían sido muertos sin su barra bullanguera y el silencio de la noche irupaneña habría sido eterno.

La mayoría de ellos nació en la segunda mitad de los años ’50. Aprendieron a caminar descalzos por las calles del poblado y caminaron juntos hasta llegar a la adolescencia. César Zambrana Salas recuerda que antes de consolidarse como Chivisivis, organizaron un equipo de fútbol con el nombre de Atlanta Juniors. Samuel Rojas –papá de Raúl- donó las camisetas, con las que viajaron a Chulumani para disputar un partido con el Junín.

Marcelino Apaza estima que debió ser el año 1974 cuando bautizaron al grupo. Cansados de no tener una identidad, decidieron elegir un nombre para el grupo: Surgieron diversas propuestas, pero ninguna generaba consenso. Raúl Rojas propuso ponerle el nombre de la botella y resulta que era un aguardiente destilado en la Hacienda Chivisivi, de la provincia Loayza.

Por sólo citar algunos nombres de sus integrantes: Raúl Rojas, Guido Butrón, Juan Vera, Marcelino Apaza, Freddy Siñani, Mario Morales, César Zambrana Salas, Enrique Martines, Hugo Maldonado, Alberto Reguerín, Teófilo Flores, Pastor Perez, Emilio Orihuela, “Chicharrón”, Octavio Quisberth, Guimer Díaz, César Zambrana Roldán, Abel Jiménez, José Miranda, Rubén Varas y Pedro Chura, entre muchísimos otros.

Eran tiempos en que los jóvenes tenían que producir su propia música. No existían los reproductores musicales que hoy conocemos. Pero a los Chivisivis nunca les faltó habilidad para interpretar instrumentos musicales ni creatividad incluso para hacer arreglos y componer sus propias canciones.

Su habilidad no pasó desapercibida para la Hermana Muriel, entonces la responsable de Pastoral Juvenil de la Parroquia de Irupana. Los invitó a ser parte del coro de la Iglesia, era una buena manera de ayudarlos a retomar el camino de la fe, en lugar de desviarse por el del vicio.

Los Chivisivis se prestaban los instrumentos para ensayar los coros para la misa del domingo próximo. Y ensayaban, pero en media plaza, hasta altas horas de la noche, con dos velas sobre la banca de cemento y sus respectivas botellas de trago. “Jamás le hemos mentido a la hermana”, sonríe Marcelino.

Pero Muriel tuvo gran influencia en ellos. Los indujo a trabajar en labores sociales que necesita la población. Por ejemplo, en varias ocasiones ayudaron a reunir, cargar y descargar piedras para obras que encaraba el municipio o campañas de solidaridad para gente necesitada.

Pero no es lo que más se recuerde en Irupana. Lo que más se rememora son sus ocurrencias. En una ocasión, uno de los integrantes llevó la farra a su casa. Raúl Rojas encontró la ropa de la mamá del anfitrión y no se le ocurrió mejor idea que vestirse con esas prendas. Justo cuando comenzaba a hacer el “streep tees” apareció la dueña de casa. Salieron volando. El único problema es que Raúl dejó su ropa en el lugar y no encontró la forma de rescatarla.

Fueron continuos animadores de los torneos oficiales de fútbol en Irupana. Es cierto, nunca salieron campeones, pero su mérito es que, a pesar de ello, nunca dejaron de participar y convertir los partidos en una verdadera fiesta. Marcelino Apaza cuenta que, atraídos por la buena organización del club, muchos jugadores rogaban por integrar el equipo. “Recuerdo que traían una gallina, plátanos. Ahora hay que pagar a los jugadores”.

La vida se encargó de separarlos físicamente. Varios de ellos salieron a La Paz para continuar estudios, pero ni esa circunstancia terminó con su amistad. Crearon CHILPAZ: Chivisivis La Paz. Organizaron cuadrangulares durante los Todos Santos y torneos infantiles en Irupana, en coordinación con quienes se quedaron a residir en el poblado. También hubo una filial en La Chojlla. Es que el “chivi” –como se dicen a sí mismos- es “chivi” a donde va.

Pero los años pasan. Hoy, gran parte de los integrantes del grupo son abuelos. Marcelino cuenta que trataron que sus hijos sigan con la antigua amistad, lo mismo quisieran para sus nietos, pero saben que no es tarea fácil. Los viejos “chivis” pertenecen a una Irupana que morirá con ellos…

PIE DE FOTO: Una combinación que funcionaba con los Chivisivis, el deporte y la diversión.

viernes, 26 de agosto de 2011

Un CD inspirado en los cafetales


Israel Gutiérrez confiesa que las canciones de su primer CD tienen sus orígenes en los días en que recogía café y cosechaba coca en la comunidad de Pola. “La idea ha ido madurando poco a poco”, relata. Como el grano y la hoja, pues...

Lo cierto es que nadie esperaba que “Isico” –como le dicen los amigos- presentará un producto de esta naturaleza. En la población no era conocido por sus aptitudes musicales. Es cierto, alguna vez tuvo presentaciones con su grupo de siempre, “Los Valever”, pero nadie podía imaginar que estaba metido en una aventura fonográfica.

Y no es casualidad. Comenta que en 1987, cuando migró a la ciudad de Buenos Aires, Argentina, tomó clases de composición musical. “Mi profesora decía que tenía la creatividad necesaria para hacerlo”.

De la mañana a la noche, el tema “Valever” comenzó a sonar en los bares de la población. De a poco se fue metiendo en las emisoras de radio de la localidad y hoy hasta son solicitadas las canciones “Martha”, “Navidad sin ti”, “En mis sueños te encontré” y “Garzón”.

“Yo tenía esos planes para hacer algo, quería tener un disco, grabar, mostrarme a las personas como algo más en serio, me encontré con Carlos Monserrat, me empujó y ayudó mucho”, relata.

Israel es egresado de la Carrera de Derecho, de la Universidad Mayor de San Andrés y ahora también cantor. Definitivamente, a estos “valever” no todo les vale.

Si quiere escuchar un pequeño corte del tema ValeVer ir a: http://poderato.com/elmancebao/guimer-marcelino-zambrana-salas/vale-ver-israel-gutirrez

lunes, 22 de agosto de 2011

Irupaneños de Checoslovaquia


El de los Soukup es uno de los más curiosos injertos que recibió el árbol irupaneño durante su historia. Ese tronco que creció con aportes aimaras, quechuas, criollos y españoles, recibió su incrustación eslava a mediados del pasado siglo, con la llegada de esta familia oriunda de la desaparecida Checoslovaquia.

Cuando Francisco Soukup empacaba las maletas para abandonar su natal Křemže, en 1938, no imaginaba que llegaría a Irupana. Le habían dado para elegir entre tres países: Argentina, Ecuador y Bolivia. No dudó mucho, tenía un cuñado que trabajaba en La Paz y aquello era demasiada certeza para una incertidumbre del tamaño continental.

Él era oficial en reserva del Ejército Checoslovaco y había hecho público su desacuerdo con la decisión de las autoridades de entregarse al ejército alemán de Hitler. Había una sola salida: abandonar el país. Tenía tres días para vender todas sus pertenencias y alejarse lo más posible de la convulsionada Europa.

Días después, en Génova, Italia, Francisco, junto a su esposa Libusa, su padre y sus cuatro hijos abordaban el barco transatlántico “Horacio”, en el que dejarían a sus espaldas lo vivido hasta ese momento. Lo que tenían enfrente era un enigma. La travesía duró un mes, encalló en el puerto de Arica, lugar en el que tomaron el tren que los trasladó a La Paz.

Su nombre se escribe Zdeñek, pero todos lo conocen en Irupana por su pronunciación castellanizada: Yeno. Lo propio ocurrió con los nombres de sus hermanos: Yarko, Jorge y Francisco, a este último incluso se lo conocía por su diminutivo: Pancho.

Yeno todavía se ve conociendo las calles de La Paz, mientras sus padres y su abuelo se instalaban en la ciudad. Habitaron una casa en la calle Ingavi y abrieron el Restaurant Checoslovaco en el mismo lugar. Mascullaban aún el castellano, pero no quedaba otra que comenzar a vivir.

Un compañero de curso del colegio Bolívar invitó a Yeno a visitar Tajma, durante la vacación invernal. El tercero de los Soukup ponía el pie sobre la región que los acogería para siempre. Cuenta que también fue el primero de la familia en llegar a Irupana. Una compañía checoslovaca fue contratada para instalar la planta generadora de energía eléctrica en el Río Puri y el ingeniero que dirigió el trabajo lo contrató como secretario personal.

Se hospedaron en el Hotel América, de Julio Rocabado. Al ver que se aburría mientras el ingeniero realizaba su trabajo en la instalación de la planta, don Julio le sugirió subir a Lavi Grande, para visitar a la familia de un húngaro y una checoslovaca, que vivían en el lugar junto a sus dos hijas.

La visita a Irupana y a Lavi habría quedado en el olvido de no ser por que, a su retorno a La Paz, se enteró de que el médico recomendó a su abuelo y a su padre descolgarse de la altura paceña por razones de salud. Santa Cruz era la primera alternativa, pero estaba a días de viaje. Fue entonces que Yeno sugirió la posibilidad de asentarse en suelo irupaneño.

Los Soukup quedaron encantados con el lugar. El párroco de Irupana, el padre Emilio, les sugirió hablar con el Arzobispo de La Paz, Abel Antezana. La autoridad religiosa les explicó que no era posible venderles Lavi porque esa propiedad fue donada a la Virgen de las Nieves por una familia española. Aceptó alquilarles por 25 años.

Fueron trasladados en el camión de Gabriel Estrugo (padre). Los dejó en el cruce de Lavi. Desde ahí a lomo de bestia. La llegada no fue fácil, lo primero que hicieron es armar una carpa para poder guardar las pertenencias y dormir. Luego levantaron una casa con las paredes de carrizo y barro. Con el apoyo de Casimiro Lizón aprendieron a fabricar adobes, todos los días hacían 100, después de cada jornada laboral. Levantaron la casa una vez reunidos los suficientes. Los siete Soukup comenzaban a edificar su futuro en Irupana.

Luego compraron las vacas para producir leche y queso, primero para su consumo y después para vender en Irupana. Los cultivos comenzaron a dar su fruto. La situación fue mejorando día a día. El mayor, Yarko, que desde que partió de Europa tocaba el saxofón consideró que era el momento de retornar a La Paz para trabajar en alguna orquesta. Tocó varios años con el célebre Jorge “Ch’api” Luna. El mismo camino tomó Jorge, un experto en el campo de la relojería. Terminó contratado por Casa Kavlin.

Los cuatro hermanos tuvieron una fallida incursión en la estepa beniana. La inundación terminó con todo lo que estaban construyendo. Retornaron a Irupana sin mirar atrás. Sus padres, Francisco y Libusa, los esperaban con los brazos abiertos.

Luego la vida se encargaría de terminar de consolidar el injerto de los Soukup con Irupana. Tres de ellos se casaron con hijas del lugar, con quienes mezclaron el apellido eslavo que habían traído desde su tierra natal. Las obligaciones familiares presionaron para tomar distintos caminos. Yeno trabajó durante años en la importadora checoslovaca Skobol. Francisco también vivió entre Irupana y La Paz, ciudad en la que residía su familia.

Por si hubiese sido insuficiente, Yeno volvió a casarse con una irupaneña, tras el deceso de su primera esposa. Comparte el final de su vida con Lidia Arce. Él quiere ser enterrado en el cementerio de Irupana, en el mismo lugar donde yacen los restos de los otros seis Soukup que abordaron el barco Horacio. “Me han preguntado si Irupana es mi segundo pueblo, yo les digo que es el primero”, afirma. Por supuesto, los árboles son del lugar donde dan frutos, no de donde han sido almacigados.

EN LA FOTO: Yeno Soukup hablando sobre su amor por Irupana

miércoles, 17 de agosto de 2011

Mañazos eran los de antes


Hasta hace algunos años, ser carnicero en Irupana era sinónimo de esforzada caminata. “Taca era cerca para ir por vacas, apenas un día de ida y otro de vuelta”, afirmaba Lucho Salas. Y no lo decía por presumir. Había épocas en las que caminaba hasta Arcopongo, en la provincia Inquisivi, en el límite con Cochabamba: Cuatro días de ida y cinco de retorno.

Carlos Mercado recuerda que en reiteradas ocasiones fue por ganado hasta Caracato, en la provincia Loayza. Durante varios días había que caminar por la playa del Río La Paz, vadeando “una y mil veces” el caudaloso afluyente. Por supuesto, no lo hacían por amor al deporte, sino para encontrar buen ganado y a precios que aseguren un aceptable margen de ganancias.

Mercado y Salas pertenecen a una generación de irupaneños que encontraron en el comercio de ganado en pie y carne vacuna su principal fuente de sustento. Ellos se conocieron en Vila Vila, lugar tradicional para la crianza de hatos ganaderos. Carlos es descendiente de la familia Uzquiano, dueña del lugar, y Lucho trabajó como vaquero desde su adolescencia.

Los pobladores de Irupana –tanto los del centro urbano como los de las comunidades- consumen más carne fresca que seca. Es por eso que en el antiguo mercado había siete puestos de matarifes y sólo dos o tres de los conocidos “ch’arquinis”.

Quizá fueron las largas y esforzadas caminatas de los carniceros las que permitieron comercializar carne fresca a precios más competitivos que la chalona y el charque que eran trasladados desde el altiplano. Lo cierto es que los viejos matarifes tuvieron desde siempre la cultura de la caminata.

Yeno Soukup recuerda que ellos traían ganado vacuno desde el Alto Beni, de las misiones religiosas que existían en la zona. La travesía duraba alrededor de 20 días, los cuales los recorrían montados a caballo. Era ganado de carne de una calidad extraordinaria y a precios bien bajos. Su padre, Francisco, vendía el producto en el mercado de la población.

Era la época en que el principal centro de abasto de Irupana estaba ubicado en lo que hoy es la Cooperativa de Ahorro y Crédito Ukamau Ltda., la Federación de Campesinos y la sede de los Transportistas. Entre los carniceros de esos años, son recordados Max Reguerín, Ángel Manriques, Teófilo Mercado, Juan Pommier, Francisco Soukup, Luis Pabón, Hugo Cárdenas, Hugo Pacheco, Guillermo Siles, Víctor Suárez, Pablo Ballón y Francisco Suárez, entre otros.

Carlos Mercado abrió su primer puesto de venta en sociedad con Humberto Meneses. Era alrededor del año ’59. La tienda estaba ubicada en lo que hoy es la oficina de la Policía, en la llamada Casa de la Cultura. Ese edificio originalmente fue de la Sociedad de Propietarios de Yungas y luego fue ocupado por el Colegio 5 de Mayo. Él recuerda que le sorprendió la cantidad que vendió aquella primera vez, gracias a las técnicas de mercadeo de su socio.

Luis Salas, en cambio, comenzó a comercializar carne en el nuevo mercado, el que fue construido por el alcalde Juan Pommier, en el lugar donde se lo conoce ahora. Hasta entonces, él se había dedicado a traer ganado para pasarlo a los matarifes de la población. Aprendió los cortes de carne de sus viejos colegas. Por supuesto, ir por ganado al valle y vender la carne en gancho generaba mejores ingresos.

Y caminar semejantes distancias no era una tarea fácil. Primero, el gran esfuerzo físico; luego, el peligro que significa transitar con dinero en el morral; y finalmente, arriar a decenas de vacas que lo único que querían era retornar a su hábitat natural. “Teníamos que dormir en pleno camino, detrás de las vacas, para que no se vuelvan”.

Y era una práctica cotidiana. Luis Salas recordaba que iba al valle por lo menos una vez al mes. Las cabezas traídas de esa zona no duraban mucho en la región yungueña. “Había que carnearlas rápido, les entraba enfermedad”.

Por supuesto que los matarifes de Irupana tenían también un pequeño hato ganadero, pero no lo suficientemente grande como para abastecer la demanda semanal de carne de la población. Unos tenían vacas en Vila Vila, otros en Nogalani y algunos en Yalica. Ese patrimonio era más bien una especie de ahorro para atender las urgencias.

En definitiva, gran parte de las vacas que se carneaban eran las traídas del valle, esas que llegaban con sus propios pies hasta el camal del poblado irupaneño. Mario Copana fue el ayudante del matadero desde muy joven, luego se hizo matarife. Hoy es el último en actividad de los carniceros que quedan de esa ya lejana época.

Eran tiempos en los que Irupana les llamaba “mañazos”. La palabra no existe en el Diccionario de la Real Academia, pero era utilizada en la región andina para identificar el oficio de los matarifes desde la época de la colonia. Claro, desde entonces estos hombres debían caminar leguas para encontrar el ganado que precisaban. Y para arriar vacas por tan largas distancias debían estar dotados de una gran maña para manejar el lazo. ¿Quién sabe? Quizá “maña” y “lazo” hayan estructurado el termino “mañazo”. Los de Irupana lo habrían justificado con creces.

EN LA FOTO: Jaime Cuevas, Luis Salas y Carlos Mercado junto al toro "Mago", los tres siempre al lado del ganado… (Foto: René Cuevas)

miércoles, 10 de agosto de 2011

El parto número 9


La edición número 9, ahí está, con el mismo cariño de la primera edición...

Los salvadores del 5 de agosto



La fiesta de Irupana agonizaba. 1979. Era el año en que ni un remedo de comparsa se había asomado por la población. La orquesta se había ido con su música a otra parte. Alguno que otro tímido petardo resonaba a lo lejos. Habría parecido un día cualquiera si no era la misa de las 11. Cinco irupaneños se tomaban unas cervezas en el balcón del Aspiazu, observando la plaza vacía. Había que hacer algo para que el 5 de agosto no sea una fecha más del calendario…

Con vasos de cerveza en mano, Chichi Millán, Nancy Mercado, Ramiro Antezana, Moisés Bustillos y Enrique Reguerín juraron que el año próximo crearían una comparsa para que nunca más la Virgen de las Nieves celebre su cumpleaños agobiada por el silencio. No cumplieron.

En 1980 se volvieron a ver las caras. La festividad de Irupana se iba a pique y ellos se sentían co-responsables: Habían incumplido el compromiso. No existía otra alternativa que ratificarlo y armar la comparsa para el año siguiente. Así nació la Fraternidad Caporales “Virgen de las Nieves”, que puede jactarse de haber mantenido con vida la fiesta patronal durante las últimas tres décadas.

Chichi Millán recuerda que barajaron entre la posibilidad de nombrar un preste o elegir un directorio para que se haga el responsable de la comparsa. Él prefirió la segunda opción, porque considera que de esa manera todos los integrantes del grupo se sienten co-responsables.

Nancy Mercado sugirió que se baile la danza de los Caporales. En esa época se trataba de una danza nueva, hace menos de una década había sido estrenada en la entrada del Gran Poder, en La Paz. Claro, los integrantes del grupo tenían 30 años menos que hoy y la agilidad necesaria para poner en escena la coreografía.

Chichi Millán fue elegido presidente del directorio. Comenzaron los ensayos y las actividades para recaudar los fondos destinados a la contratación de la banda. Los residentes de Irupana en la ciudad de La Paz tenían un nuevo motivo para encontrarse y no perder el cordón umbilical con la tierra que les vio nacer.

El 4 de agosto de 1981 los caporales tomaban las calles de la población. Nadie podía imaginar entonces que entraban para no salir nunca más, por lo menos no durante las próximas tres décadas.

“Algunos dicen que somos una comparsa de elite, nosotros siempre hemos estado abiertos a la participación de todos”, dice Millán, al asegurar que han bailado quienes se les han acercado. Durante varios años, danzó un grupo de siete franceses, que pidieron participar y quedaron encantados con Irupana. “No sé, quizá por ello dicen que somos de elite”.

El problema parece ser el encanto de Irupana. El actual presidente, Ángel León, vino a bailar una vez y desde entonces no dejó de hacerlo, siempre con la Fraternidad. No es irupaneño, pero como si lo fuera. Además de viajar para el 5, durante todo el año dirige las actividades del grupo.

En la actualidad, Mario Rocabado es vicepresidente de la directiva. Él reside en Irupana. La intención del grupo es que la Fraternidad se potencie más en el centro poblado. Para este año, se prepara un pequeño bloque local, organizado por Vladimir Soukup. “Nos gustaría que la mayor parte del grupo sea de quienes viven en Irupana”, afirma.

De mucha importancia es también el aporte de los residentes irupaneños en Estados Unidos. Muchos de ellos han sido parte y hoy hacen llegar su cuota para que continúe con vida. Habitualmente, los integrantes pagan su disfraz, además de un monto destinado a financiar la banda.

Han sido también tres décadas de mucha diversión. Chichi no olvida la ocasión en la que la familia de don Max Arce les invitó a su casa, para compartir con la comparsa. Estaban bailando alrededor de la piscina, cuando a uno se le ocurrió empujar al otro al estanque. No terminó de caer el primero cuando toda la comparsa estaba en el pozo. Salieron con los disfraces remojados y los sombreros desechos. Eran de cartón.

En otra ocasión, un accidente estuvo a punto de impedirle participar de la comparsa. Chichi sufrió la rotura de una de sus extremidades en la segunda quincena de julio, pero igual se fue a Irupana. Claro, no pudo bailar, pero sus amigos lo trasladaban por donde iba el grupo. Hasta que se pasaron de copas. Entonces se olvidaron de él, se fueron bailando.

Para la celebración de sus tres décadas, han invitado a las cientos de personas que han pasado por la comparsa para que se unan y bailen con ellos. Muchos les han respondido que van a hacerlo y otros que ya no pueden bailar. Chichi Millán dice que él va a continuar bailando mientras tenga la posibilidad de caminar. Él y Nancy Mercado cumplen también tres décadas de bailar para la Virgen de las Nieves.

EN LA FOTO 1: Ramiro, Chichi y Moisés, tres de los fundadores.

EN LA FOTO 2: Uno de los tantos grupos que pasó por la Fraternidad