viernes, 17 de septiembre de 2010

La vida llega a las manos de doña Yola


Su madre murió al darle a luz. No pudo expulsar la placenta y en la población de Ocobaya no había los recursos necesarios para vencer el imprevisto. Pero no fue por eso que Yola Quispe se hizo partera. No, en absoluto. Fue la casualidad la que la convirtió en operadora de la siempre complicada pista de aterrizaje por la que llega la vida.

¿Cuántos partos atendió durante su vida? Yola Quispe se calla, sólo sonríe. “Quizá hasta el tuyo”, parecen decir sus ojos. Los nacimientos en aumento nunca dieron tiempo para las estadísticas. “Yo atiendo, no pregunto ni su nombre de la persona que atiendo”.

No es exagerado decir que por lo menos medio Irupana nació en sus manos. Y es que decir Doña Yola en Irupana es igual que decir vida, parto, nacimiento... Hasta el día de hoy, no hay SUMI que la aguante. La gente la sigue buscando para resolver la difícil posición en la que está el bebé o incluso para atender el parto.

Ella les pide ir al hospital –“es gratis ¿nove?”-, pero no la escuchan. Confían en ella, en su experiencia de décadas, en los frutos que están a la vista, caminando: los cientos de irupaneños e irupaneñas que llegaron a sus manos.

Con las manos en la placenta

Antes de venir a Irupana, Yola Quispe vivió en La Paz. Tras la muerte de su madre, su padre la entregó a una señora que habitaba en esa ciudad. Sabía que tenía hermanos, pero no los conocía. Uno de ellos murió en la Guerra del Chaco y el otro vivía en el campamento de Uquina. Era la época en que los prisioneros paraguayos construían el camino carretero a Irupana. Doña Yola recuerda que ingresó a pie, durante varios días de caminata, para conocer a su pariente.

No imaginaba entonces que su viaje no tendría retorno, que se quedaría en Irupana para siempre. La partera que había en la población estaba embarazada y a punto de dar a luz. Le pidió a la joven Yola que se quede con ella para atenderla. Le dio las instrucciones que debía seguir una vez que le lleguen los dolores de parto y le dijo que el resto le iría indicando durante el proceso. Así fue, tuvo su primera clase práctica y, de inmediato, se graduó en el nuevo oficio.

Más tarde le pidieron atender a una segunda parturienta, luego una tercera , una cuarta… El resto lo hizo la publicidad más efectiva, aquella que va de boca en boca. Su fama creció tanto que hoy no es extraño que la busquen de lugares como Ocobaya, Chulumani o La Asunta. Aprendió parto a parto, vientre a vientre, bebé a bebé.

“Antes venían con mula y me llevaban, ahora vienen con auto”, sonríe. No importa el día, la hora, la gente sabe que ella está siempre disponible para socorrer a una mujer que tiene dificultades con su embarazo o está a punto de dar a luz. Y al momento de pagar la factura, doña Yola tiene una verdadera cantidad de posibilidades: “No cobro. A su voluntad me regala la gente. La gente es bien agradecida, algunos me regalan plata y también alimentos, esas cosas. Otros me dicen ‘te pagaré en trabajo’ y así lo hacen”.

La intuición y la experiencia son las dos principales herramientas de Doña Yola. Cree mucho en sus sueños, incluso para atender sus propios problemas de salud. “Yo tenía cáncer y en la noche el Señor me decía ponte esta yerba o ponte esta obra. Rezando nomás me he curado”.

Una de sus virtudes reconocidas en Irupana es su capacidad para predecir el sexo del bebé que se encuentra en camino. Les toma el pulso y les dice si va a ser varón o mujer. ¿Cómo lo hace? “Les tomo el pulso y me viene nomás a mi cabeza lo que les voy a decir. Y se cumple”. Con pena, recuerda que –también tomándoles el pulso- ha descubierto que el bebé estaba muerto.

En los últimos años, las autoridades del Ministerio de Salud han intentado controlar el trabajo de las parteras, además de capacitarlas para garantizar ciertos niveles de higiene. Doña Yola recuerda que la invitaron una vez al Hospital de Irupana para darle cursos de capacitación, aunque asegura que todo lo que le dijeron ella ya lo sabía.

Ha sacado de sus prácticas el uso de yerbas durante el proceso de embarazo, pese a que ella les tiene una gran fe. Es más, en el último tiempo hasta evita atender partos y se limita a dar masajes para corregir la posición del bebé. Lo que no entiende es cómo muchos de los médicos no atienden un parto porque lo consideran difícil. Recuerda las veces en la que los familiares de una embarazada la llevaron al hospital en calidad de visita para resolver algunos problemas de posición del feto. “Me salía corriendo porque el bebé ya estaba naciendo”.

Doña Yola tuvo a sus hijos en el hospital de Chulumani, debido a que en Irupana sólo había un hombre partero. Ella relata que, por cuenta propia, acomodó con sus manos la posición del bebé y facilitó la tarea del médico que la atendió.

Es cierto, hoy las mujeres tienen una serie de incentivos para acompañar su proceso de parto en el Centro de Salud. La gratuidad de la atención y el bono Juana Azurduy son atractivos muy grandes. Pero para muchas mujeres nunca está demás una visita a Doña Yola, quien no se hace problema alguno si sus clientas dan luego a luz en el hospital.

Ella dice que pasó los 100 años de vida, hay quienes lo dudan, pero es seguro que Doña Yola gastó décadas escuchando el primer grito de los recién llegados. Al ver sus manos viejas, marcadas por el trabajo del campo, uno no puede imaginar toda la vida que han recibido.

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