martes, 3 de junio de 2025

“Eduviges” y “Agustín”: Dos escuelas y una misma historia

Las dos escuelas nacieron del "Instituto Nuestra Señora de la Purificación"

Estudiantes, docentes, papás y mamás se encontraban preparando los detalles del festejo. La Unidad Educativa “Eduviges Garaizabal viuda de Hertzog” iba a cumplir 87 años de vida. “Es la escuela más antigua de Irupana”, comentaba orgullosa una de sus responsables académicas a través de una de las emisoras de radio de la región… Pero los documentos dicen otra cosa: Este centro escolar y el “Agustín Aspiazu” tienen una sola historia, ninguno es más antiguo que el otro.

El camino de ambos comienza aquel 17 de diciembre de 1867, cuando un pequeño grupo de padres de familia del centro poblado decide crear un “instituto de educación primaria”. Lo bautizan con el nombre “Nuestra Señora de la Purificación” y fijan el aporte de un boliviano para el pago del profesor. Y el primer director era el abogado irupaneño Fermín Merizalde, quien poco después fuera diputado nacional.

Seis años después de su creación, la novel escuela presentó sus primeros problemas de sostenibilidad financiera, el aporte de un boliviano era insuficiente para pagar el sueldo al pequeño plantel docente. Era junio y el Instituto estaba cerrado, el subprefecto de la provincia, Eustaquio Sainz, reunió a los vecinos para exhortarles a volver a instalarlo. Es así que se decidió que “se pague así hoy como en adelante por todo individuo que carneé una res para venderla, a los agentes municipales en la proporción siguiente: por cada cabeza de ganado vacuno un peso, y por el lanar un real. Estos fondos se aplican para el pago del individuo que se haga cargo de la dirección”, dice el acta de la reunión.

El nuevo centro escolar comenzaba a depender de fondos públicos y a abandonar su condición de “privado”. En ese mismo camino, el año 1878, el Concejo Municipal Departamental aprobó una asignación presupuestaria de 360 bolivianos para el “Instituto de Irupana”.

Tan es así que en 1915 ya no se habla del “Instituto Nuestra Señora de la Purificación” sino del “Instituto Municipal” y hasta de “Escuela Fiscal de Irupana”. La documentación, que celosamente guarda hasta ahora la Unidad Educativa Agustín Aspiazu, muestra que ese año niños y niñas, divididos en “Clase de Varones” y “Clase de Señoritas”, asistían al mismo centro educativo, ubicado en el lugar donde hoy está construido el Mercado Municipal.

Las actas de los exámenes tomados por tribunales externos formados para el efecto muestran que es en 1920 que deja de hablarse de “clases” de ambos sexos y se comienza a hablar de escuelas: los documentos comienzan a mencionar de forma específica “Escuela Municipal de Varones” e “Instituto de Niñas”. Aunque seguían compartiendo el mismo libro de actas y la misma infraestructura.

En 1927 parece comenzar a consolidarse la separación de las dos escuelas: una para niñas y otra para niños. Ambas tenían sus propias preceptoras y un manejo casi autónomo. Pero en 1932 iba a ocurrir un hecho que modificaría radicalmente la historia, no sólo de los centros escolares de Irupana sino del país en su conjunto: la Guerra del Chaco.

En el caso de la instrucción educativa en Irupana, los exámenes fueron adelantados a septiembre debido a que el director, Máximo García, fue “llamado bajo banderas, debe partir a enrolarse en el Ejército”. Y seguramente, como él, muchos de los educadores. Era el momento de cambiar las tizas por las balas. El acta de posesión del año escolar de 1934 habla de “Escuela Fiscal Mixta” y sus responsables son todas mujeres: La directora, señorita Mercedes Criales; la preceptora, señorita Ninfa Siles; y la auxiliar, señora Mercedes de Santalla.

Si bien el conflicto con el Paraguay concluyó en junio de 1935, el proceso de retorno se prolongó por varios meses. El país no tenía los medios necesarios para una desmovilización inmediata. Muchos de quienes fueron tomados presos llegaron a sus lugares de origen recién en 1936. ¿La hoy Unidad Educativa Eduviges Garaizábal viuda de Hertzog habrá sido fundada el mismo año que concluyó la guerra? El ex director de esa escuela, Lionel Villarrubia, aseguró que el año 1935 es apenas una convención en la historia de la escuela, que no hay documento alguno que certifique que ese año se haya dado algún hito en particular.

Lo evidente es que en el Acta de Exámenes de 1937 aparecen claramente reflejados los dos centros escolares: La Escuela Fiscal de Niños, dirigida por Eudaldo Santalla; y la Escuela Fiscal de Niñas, por Esther Pinto. Pasada la guerra, ambas entidades habían separado sus caminos y no los iban a volver a unir más. En conclusión, si hay un año fundacional para ambas sería 1937 y no 1935.

La profesora irupaneña Herminia Molina, quien fue profesora y directora de ese centro educativo, recordaba que fue en 1938 que la Escuela Fiscal de Niñas fue trasladada al lugar en el que ahora funciona. Sin embargo, de la infraestructura que hoy conocemos sólo existía una pequeña parte, la que albergaba a la imagen de Santa Rita. El 5 de mayo de 1939, la Escuela Fiscal de Niños pasó a nombrarse “Agustín Aspiazu”. Era el primer homenaje que le hacía Irupana al más ilustre de sus hijos, quien había fallecido cuatro décadas antes.

Es de destacar que ambas escuelas siempre fueron bastante cercanas en sus acciones pedagógicas, deportivas y artísticas. Es así que, por ejemplo, en mayo de 1944, sus directores Sara Arce y Rodolfo Monje encargan al albañil José Churata la construcción de un “teatro portátil de acuerdo al croquis que se le ha entregado”, con el visto bueno del alcalde Fermín Lara.

1949 encuentra a autoridades y profesores de ambas escuelas en campaña para recolectar fondos para la construcción de su propia infraestructura. Aprovechando el Día de la Bandera, docentes de los dos centros salieron a las calles de la población para hacer una colecta. La de Niñas recibió un particular impulso: el 16 de mayo había visitado la población el presidente Enrique Hertzog, quien puso la piedra fundamental para la construcción de su local, acto con el que la bautizó con el nombre de su señora madre: Eduviges Garaizabal viuda de Hertzog.

jueves, 25 de julio de 2024

La memoria fecunda de la abuela irupaneña de René Bascopé Aspiazu

René Bascopé Aspiazu, de cuclillas, junto a la abuela Enriqueta y su mamá Aydeé. Algunos hermanos y hermanas, además de algún amigo.

“El mayor Belmonte empezó a recordar uno de los acontecimientos más dramáticos de su niñez, algo así como sesenta años atrás, cuando en su pueblo, Irupana, había culminado, tal como empezó, abruptamente, su aprendizaje de las artes de la brujería”, narra René Bascopé Aspiazu, en su novela “La tumba infecunda”, la más conocida y laureada de la prolífica obra literaria que dejó en su corta vida.

¿Por qué Irupana? ¿Quién era en realidad el mayor Belmonte, el protagonista central de la obra? ¿De dónde nace el argumento de la novela que ganó el premio nacional Erich Guttentag, el año 1985? Javier Bascopé Aspiazu, el menor de los hermanos de René, encuentra las raíces de su narrativa en los cuentos mágicos que trajo desde Irupana su abuela Enriqueta Cárdenas Arce y que les contó durante toda su vida.

“Este tema de la ‘Tumba’ tiene muchas cosas de aquellos cuentos, por supuesto que no hay que quitarle méritos a la capacidad narrativa de René, era un tipo muy capo”, argumenta Javier. Sí, nadie pone en duda la extraordinaria vena literaria de Bascopé Aspiazu, por el contrario, fue él y no otro de sus seis hermanos quien hilvanó e inmortalizó esos relatos mágicos que la abuela Enriqueta compartió con todos ellos.

Para comenzar, el nombre del personaje central de la obra, Constantino Belmonte, resume el árbol genealógico del abuelo paterno. Él se llamaba Constantino Aspiazu. Era sobrino de Agustín Aspiazu Belmonte, el sabio irupaneño considerado uno de los intelectuales bolivianos más importantes del siglo XIX. “Mi abuelo era hijo del hermano cura de Agustín Aspiazu”, subraya Javier.

Fue precisamente Agustín Aspiazu quien, cálculos matemáticos mediante, pronosticó el paso del cometa Halley para el año 1910. “Ese tiempo Irupana vivía aún bajo el recuerdo del sabio Aspiazu, el máximo prócer del pueblo (y el único a quien se había erigido una estatua en vida), muerto una decena de años atrás. Este había profetizado varios acontecimientos que todos percibían que se iban cumpliendo ineluctablemente: incluso la misma presencia del cometa había sido vaticinada por Aspiazu, con una precisión que señalaba día, hora y minuto de la aparición”, relata René en su obra.

Todo el relato mágico de los “días en los cuales el pueblo careció de noche” por la luz que emanaba la cola del cometa provienen de los cuentos de la abuela Enriqueta: los animales que habían enloquecido, las plantas que habían duplicado su tamaño y otras habían florecido sin que les correspondiera, los gallos que, imposibilitados de percibir ya el amanecer, habían optado por cantar todo el día, hasta que casi todos acabaron por perder la voz.

La abuela Enriqueta relataba que, muy niña, vio cómo fue asesinado su padre, Sócrates Cárdenas, en la plaza de Irupana a manos de los conservadores. Él había abrazado ideas liberales que lo habían llevado a cuestionar la situación política y económica vigente. “A Cárdenas, quien además había nacido en Irupana –por lo que era considerado un imperdonable traidor-, se le condenó con el mayor de los rigores a morir arrastrado por una mula gigantesca”, narra René Bascopé Aspiazu en su “Tumba infecunda”.

Es llamativo el perfil sociológico que construye Bascopé de los antiguos pobladores de Laza: “Lasa se había formado abruptamente en torno a un grupo de descendientes de vascos emigrantes, quienes habían llegado a la zona yungueña hacia 1630, luego de haber sido expulsados del lejano Potosí (…). A partir de entonces, y mientras se consolidaba la identidad de Lasa, sus moradores habían logrado establecer un modo de vida que, por un especie de desquite con el pasado que los había obligado a dejar la región de La Plata, pretendía mantenerlos incontaminados y lejos de cualquier posibilidad de crear alguna clase de mestizaje étnico o cultural”. Los Aspiazu abundaban en Laza y Aspiazu es un apellido vasco.

Doña Enriqueta Cárdenas trepó a las alturas paceñas junto a don Constantino Aspiazu y sus dos hijos, entre ellos Haydeé, la mamá de René. Javier comenta que antes de partir, la abuela vendió todo lo que tenía en Irupana. Una vez en la ciudad, el abuelo la abandonó para hacer familia con otra mujer, con la que tampoco permaneció.

En la ciudad, la soledad fue el sino de la vida de ambos Constantinos. El de la novela que la pasó entre prostitutas y malvivientes, y el de la vida real que la transcurrió entre jolgorios, a los que los que era convocado mientras tenía su mandolina y malgastaba el gordo de la Lotería que le tocó y no le cambió la suerte.

Constantino Belmonte tenía una fosa de mármol esperando por sus restos en el Cementerio General de La Paz, pero su tumba estaba destinada a ser infecunda: No tenía quien lo entierre. Constantino Aspíazu no tenía ni el ataúd, tuvieron que armarlo con los restos de cajas de manzana tiradas en los mercados. Pero al menos tuvo quién lo sepulte. A los dos hoy los recordamos gracias a la memoria fecunda de la abuela Enriqueta, que lo dejó todo en Irupana, menos los recuerdos, los que los legó a su extraordinario nieto René.

viernes, 8 de marzo de 2024

Pascuala Jauregui, entre la discoteca y la sede sindical


Sus polleras incomodaban, pero ese no parecía ser problema suyo. Bailaba cual si fuera la única en la pista. Había que ver sus vueltas siguiendo el compás de “I’m so excited”, de las Pointer Sisters. ¡Realmente estaba emocionada! Era la década de los 80 y estaban de moda los temas de la música disco que hoy son identificados como “clásicos”. La juventud de Irupana asistía los fines de semana a la discoteca del Camilo -la llamábamos Disco Tierra, por su piso descubierto- y junto a ella lo hacía también la infaltable Pascuala.

Ella nació en La Joya, una hacienda que se encontraba en el sector de Chicaloma, el año 1945. Eran tiempos anteriores a la Reforma Agraria. Sus papás Fabio Jáuregui y Zenobia Salinas han tenido que sufrir el duro régimen de explotación de mano de obra que aún imperaba en la zona. Pascuala se trasladó temprano a la población de Irupana, donde desarrolló casi toda su vida.

Había que ver el garbo con el que caminaba, como mirando por encima pequeñeces humanas tales como la discriminación y el racismo. En el centro poblado era objeto de bromas y chistes de ese corte, pero ello no parecía mellar su seguridad y su gran carisma. Ella estaba donde quería estar, sin interesar si con ello iba a incomodar al resto.

Y no todo era baile y fiesta en su vida. Como gran parte de yungueños y yungueñas se ganaba la vida trabajando de sol a sombra, ya sea cosechando el cafetal o kich’iendo el cocal. En tal condición fue una activa afiliada de su sindicato comunal. Estaba bien comprometida con la suerte de la organización campesina, tanto que a nadie le sorprendió cuando un Congreso la eligió Secretaria Ejecutiva de la Federación Especial Única de Mujeres Campesinas de Irupana. Era una lideresa nata de ese sector.

Era tal su liderazgo que fue invitada a ser candidata a concejala del Gobierno Autónomo Municipal de Irupana, cargo para el que fue elegida y desempeñó con gran responsabilidad. La seriedad con la que cumplía sus obligaciones sindicales y políticas contrastaba con la alegría y el buen humor con los que desarrollaba su vida diaria.

Como lideresa de la zona participó en espacios de aprendizaje horizontal de agricultores y agricultoras de Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Honduras y Cuba. En ellos recogió los aportes del resto, pero también compartió sus lecciones aprendidas. Varias cartillas educativas elaboradas por los auspiciadores de esos encuentros guardan esa faceta de su vida.

Pascuala Jáuregui Salinas falleció a los 68 años, en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra. Un infarto de miocardio puso fin a su existencia, la que fue vivida de forma intensa y fue puesta al servicio de su gente. Fue protagonista destacada de la historia de Irupana en épocas en las que ser afro no abría puertas, mientras que ser dirigente sindical demandaba el sacrificio de tu propio peculio. Que nuestro olvido no sea cómplice de una injusticia con todo su gran aporte.


El Mancebao, agosto de 2023

martes, 7 de diciembre de 2021

Armando de La Planta : ¡Amando La Planta!

Armando a orillas del río La Planta

“El Armando, de La Planta”. Así lo conocían sus compañeros de escuela. Toda su vida, Armando Pinedo Condori habitó, junto a su papá Javier, en lo que fue la casa de hacienda de Chiñani, la que se encuentra a sólo minutos de caminata de las orillas del río.

El río La Planta no aparece en ningún mapa, porque ese no es su nombre. En realidad, se llama P’uri. Quienes habitan Irupana le pusieron ese sobrenombre debido a que, desde los años 40 del pasado siglo, ahí funcionaba la planta hidroeléctrica que daba energía a Irupana y Chicaloma.

El hecho es que Armando creció con el ruido del afluente en sus oídos: “Lo quiero mucho a ese río, me ha dado esa frescura de sus aguas cristalinas, me recuerda mucho cuando sacábamos mauris en los años e que estaba en la escuela. Es mi deber protegerlo y cuidarlo”.

Para quienes estudiaron en Irupana, las excursiones al río La Planta son inolvidables. Ya en esos años, Armando despuntaba como el gran conocedor de la zona, debido a su cercanía con el río. Pero no se ha quedado ahí, durante todos estos años ha ido explorando el caudal, tratando de llegar hasta sus orígenes mismos.

“Subiendo desde el camino, desde donde está el puente, caminas más o menos una hora, hay dos cascadas: Huajini y Perolani. Subes tres horas más y llegas a una playa extensa, a las faldas del Astillero, de ahí para arriba hay muchas cascadas, son seguidas”, describe.

Comenta que una de las particularidades de este río es que los riachuelos que en él depositan sus aguas lo hacen a través de pequeñas caídas que lo embellecen, tanto desde el lado de Maticuni como desde el de Rosariuni. “Arriba de la playa del Astillero he contado unas 100 pequeñas cascadas”, abunda.

Hace años que Armando Pinedo tiene la idea de consolidar un paseo turístico por las orillas de La Planta, él considera que esa es la mejor manera de crear conciencia sobre la necesidad de preservarlo y alejar cualquier intento de explotar mineral en esa área.

Para ello ha contactado a las autoridades municipales y también se ha reunido con la gente de Alimentos Irupana para construir un circuito turístico, que incluya paseos por Pasto Grande, la cultura afroboliviana de Chicaloma, la historia de Laza o la Guerra de la Indepedencia en la zona.

Lamentablemente, ello todavía no ha sido consolidado. Armando cuenta que se ha reunido con el subgobernador David Aro, quien ha comprometido su concurso, al igual que con el Concejo Municipal de Irupana, cuyos integrantes han prometido declarar a las orillas del río como reserva municipal con el objetivo de asegurar su protección.

“Creo que me voy a casar con el río La Planta”, confiesa Armando con amor. En realidad, él está casado con Virginia Choque, quien no es celosa de esa relación. “Mi esposa me apoya”, dice, aunque ella es temerosa de que el esfuerzo de su marido no sea recompensado con el reconocimiento de la población.

Armando Pinedo no puede estar una sola semana sin visitar a su adorado río y, en los últimos años, su pequeña hija Yumalay lo acompaña en esa travesía. Su deseo es heredarle su gran amor por el afluente, como quisiera hacerlo también con todos quienes viven en Irupana. Es que el “Armando de La Planta” vive sus días amando a La Planta…

lunes, 10 de mayo de 2021

Con Irupana en el tintero


Irupana tiene bastante memoria escrita, pero también cuenta con bastante historia en el tintero. Durante su historia tuvo al menos tres publicaciones impresas que han registrado su vida, sin contar con varias publicaciones esporádicas que han sido realizadas por sus pobladores.

Corría 1943, cuando los integrantes del Centro Cultural Agustín Aspiazu -que reunía a los residentes de Irupana en la ciudad de La Paz- publicaron la revista “Acción y Progreso”. El medio de comunicación estaba dirigido por Leonardo Guzmán, quien, en la primera editorial del impreso, deja claramente establecido que el mismo servirá para hacer campaña por la creación de la provincia “Agustín Aspiazu”.

Pero además del debate sobre la fundación de la pretendida jurisdicción provincial –que tenía como capital a Irupana-, la publicación servía para difundir hechos históricos, además de algunos acontecimientos de los vecinos de la población de origen.

Es gracias a esta publicación que las nuevas generaciones de irupaneños e irupaneñas se  enteraron de la hipótesis que asegura que nuestra población fue fundada el 25 de julio de 1746. Nadie de los actuales pobladores conoce el certificado de nacimiento, el único documento escrito es el artículo escrito por Leonardo Guzmán.

“Mediante pacientes investigaciones en el viejo Archivo Parroquial que aún debe existir en Irupana, el año 1903, juntamente con el que fuera Obispo de la Diócesis, Fray Nicolás Armentia, (…) hemos llegado a establecer, sino con exactitud, al menos aproximadamente,  que en 1744 los conquistadores españoles, marqueses de Tagle, Gayoso y Mena, atraídos por las ricas minas de plata descubiertas en los cerros de Lavi, Cerropata, Huequeri y Cieneguillas, han establecido sus primeras viviendas en el lugar hoy llamado Machacamarca, allá en la loma más alta de los cerros San José, Sascuya y La Avanzada, fundándose dos años después, el 25 de julio de 1746, la población con el nombre de Santiago de Irupana, en homenaje al apóstol Santiago”.

Esta revista tuvo una segunda época, en la década de los 50, esta vez dirigida por el reconocido Mario Archondo Mendieta, quien, en la primera –durante la dirección de Leonardo Guzmán- estaba a cargo de la administración de la publicación.

La segunda publicación periódica que tuvo el municipio yungueño fue el boletín “Irupana”, dirigido por José Pabón Oyola, quien era parte del Comité Cívico de la población. Se imprimió de forma mensual entre los años 1984 y 1985. Su lema lo decía todo: “Somos el tábano que mantiene despierto al noble caballo”.

Sus notas son una constante revisión a la falta de atención de las históricas necesidades del centro poblado, tales como el mal servicio del agua potable y el pésimo estado de las carreteras. Pero también se ocupaba de destacar las buenas iniciativas que se desarrollaban en beneficio de la vecindad. Dio su fin a su existencia debido a que ya no había quién provea el stencil para imprimir la hoja oficio en la que se lo imprimía.

Unos años más tarde, en 1990, irrumpe El Mancebao, dirigido por Guimer Zambrana Salas, una publicación en formato tabloide que pretendía ser de periodicidad anual. Su objetivo, según dice en su primer número, es el de “reflejar a Irupana y su vida misma”. Su nombre fue tomado de las chorreras que se encuentran en uno de los costados de la planicie de Churiaca, en los que se bañaban sus pobladores en las épocas en las que las cañerías del pueblo daban más pena que agua. Su lema inicial lo resumía todo: “Irupana desnuda en El Mancebao”.

Sus reportajes tienen un perfil más bien histórico, en los que se destacan hechos sucedidos en la población yungueña, pero también historias de vida de personajes y organizaciones que no pueden pasar desaparecicibidas. La historia acumulada en sus 11 ediciones es un buen resumen de todo lo ocurrido en el municipio, desde los asentamientos prehispánicos de Pasto Grande, hasta el festival de parapentes, hoy conocido como el Irupanapente.

“Me contaron que nació entre los maizales y, aunque perdió su Fe de Bautizo, se dice que fue hace 244 anos. Yo creo que tú también la conoces y la viste bañando su desnudo cuerpo en las chorreras del Mancebao: la llaman IRUPANA”, dice su primer editorial. La publicación continúa vigente, aunque se publica de año en cuando…

miércoles, 5 de mayo de 2021

Ese colegio que llegó en la maleta de un forastero…

Estudiantes y docentes del Colegio 5 de Mayo el año 1974 (Foto: Familia Archondo Molina)

Don Raúl Gómez del Pino llegó a Irupana en 1958 para descansar. Se acababa de jubilar del magisterio y buscaba un lugar para pasar sus últimos años. Pero no podía con su carácter, apenas arribó se dio cuenta de que no existía un colegio secundario y comenzó a trabajar para llenar el vacío: Creó el “Nacional Mixto 5 de Mayo”.

La señora Lidia Arce lo recuerda empeñado en convencer a la gente sobre la necesidad y la posibilidad de contar con un colegio: “Llamó a las autoridades, clubes deportivos, beneméritos y vecindario a una reunión en la que planteó, sólo pedía un local, algunas mesas y sillas, y más que todo la colaboración de personas para desempeñar como profesores”.

Es así que el inquieto educador formó su primer plantel docente con únicamente personas del lugar: el médico del hospital, Dr. Fernando Cárdenas; el odontólogo René Tamayo; el párroco, padre Santiago; la señora Helen Künzel (alemana); los señores Solón Gallo y Lidio Meneses, además de la propia señora Arce, como profesora en Ramas Técnicas y Economía Doméstica.

Las autoridades proporcionaron a don Raúl el local que había sido de propiedad de la Sociedad de Propietarios de Yungas, organización que desapareció con la Reforma Agraria de 1953. La vieja casa donde ahora funciona la oficina de la Policía Boliviana, cerca de la Cooperativa Ukamau.

Los trámites impulsados por el señor Gómez tuvieron resultado en 1962, cuando el Colegio recibió su certificado de nacimiento oficial con el nombre “5 de Mayo”, en homenaje al día de nacimiento de Agustín Aspiazu. Y lo que es más importante, le fueron asignados sus primeros ítems pagados por el Estado.

Por si faltara algo, Raúl Gómez del Pino escribió hasta la letra del Himno al colegio, a la que le puso música el profesor Jaime Gallardo: “Somos hijos de Irupana, este pueblo sin igual, extendido en la montaña y en la vega más ideal”.

Al principio, el colegio formaba sólo hasta el primer curso del ciclo Medio (lo que ahora es el Cuarto de Secundaria), pero en 1974 logró graduar a su primera Promoción de bachilleres. Fue en 1976 que trasladó sus actividades académicas de la vieja e incómoda casona de la calle La Paz a la que ahora tiene en Churiaca.

Debido a su edad, Raúl Gómez del Pino no pudo conocer la nueva infraestructura ni tampoco pudo asistir a la graduación de la Promoción 1978 que llevó su nombre. Como buen maestro, él había sembrado, la cosecha la dejaba para los demás…

jueves, 1 de abril de 2021

Edgar Pabón, la vida entera por una carretera asfaltada

Si hay algún yungueño que ha gastado su vida por el asfaltado de la carretera entre Unduavi y Chulumani es el irupaneño Edgar Pabón Mostajo. Aún cumplía funciones laborales privadas cuando comenzó su apostolado por la vía, pero desde que está jubilado se ha dedicado a tiempo completo a su cruzada personal por ver terminada la obra.

Pese a que desde joven reside en la ciudad de La Paz, Pabón jamás se alejó de la tierra que le vio nacer. Siempre estuvo vinculado a la Fraternidad de Residentes de Irupana, luego a la Liga Interyungueña de Fútbol y, finalmente, al Comité Cívico Interyungueño.

Luego de terminar la Primaria en Irupana salió a la Sede de Gobierno para concluir la Secundaria. Gracias a su habilidad para el fútbol, trabajó dos años en el centro minero de La Chojlla, lugar al que representó en el Campeonato Nacional Minero. Pero su buen trato con la pelota prometía más: Jugó en el Northem, el Ingavi y el Ferroviario. Sin embargo, eran épocas en que no se podía vivir de la práctica de este deporte. Encontró empleo en la Fábrica Nacional de Vidrio Plano, con cuyo equipo disputó el Campeonato Fabril de La Paz.

Durante más de 14 años fue Jefe de Personal y Ceremonial del Palacio de Gobierno, para luego pasar a la Jefatura de Recursos Humanos y Relaciones Públicas de la Gundlach, la principal representante en Bolivia de varias marcas estadounidenses de vehículos.

En 1968, un grupo de residentes de poblaciones yungueñas se reunió en La Paz, con el objetivo de crear la Liga Interyungueña de Fútbol. Es así que se organizaron los torneos de este deporte, de los que Irupana fue campeón durante tres años consecutivos. La región ya era el principal semillero del fútbol paceño y el torneo había ayudado a que muchos futbolistas de la región se integren a equipos de la Asociación de Fútbol de La Paz.

Como fruto de esa organización, en 1992 surge el Comité Cívico Interyungueño, del que Pabón es elegido su primer presidente. La experiencia de organizaciones similares de Santa Cruz, Beni y Tarija alentaba a los residentes yungueños a tratar de aprovechar la fuerza del movimiento para lograr atención a la región.

El principal desafío del naciente Comité no sería otro que el asfaltado de la carretera, una verdadera utopía para la época, en la que el único que creía firmemente era precisamente Edgar Pabón. El gobierno de Jaime Paz Zamora declaró la obra de Prioridad Nacional, pero jamás obedeció la nueva norma. Sin embargo, la ley era el paraguas que necesitaban los dirigentes yungueños para exigir la construcción de la nueva vía.

La exigencia fue tal, que la Prefectura, durante la primera presidencia de Sánchez de Lozada, tuvo que licitar la elaboración del estudio a diseño final de la obra. Una empresa peruana se adjudicó la tarea, pero tardó siete años en entregar el estudio con un avance del 70 por ciento. El famoso estudio fue concluido recién el año 2010, tiempo en el que Edgar Pabón y los dirigentes del Comité Cívico Interyungueño tuvieron que andar de oficina en oficina, todos los días.

En medio, el yerno de Hugo Banzer, Alberto “Chito” Valle, hasta se dio el gusto de entregar –como regalo en la fiesta de Chulumani- el supuesto estudio concluido. Luego de recibir los aplausos y el agradecimiento, se descubrió que no era más que papeles que nada tenían que ver con la obra.

Una vez elaborado el estudio había que tramitar la ficha ambiental, la cual también fue seguida de cerca por el cívico yungueño. Y finalmente, había que buscar financiamiento, mandaron cartas hasta a la propia Corporación Andina de Fomento (CAF) para que financie la obra.

Grande fue la sorpresa de Pabón cuando el presidente Evo Morales anunció que la vía Unduavi – Chulumani sería ejecutada con recursos del Estado. De inmediato, redactó una carta para agradecerle por la determinación.

Sin embargo, él está preocupado por la forma en que se decidió encarar el financiamiento de la obra. Se aprobó un presupuesto inicial de nueve millones de dólares, el cual no alcanzaría siquiera para 10 kilómetros de asfaltado, tomando en cuenta que el costo por kilómetro pavimentado supera el millón de dólares.

De cualquiera manera, se niega a perder la fe. A sus 78 años, él está seguro que la vida le dará la posibilidad de viajar a Chulumani por una vía completamente asfaltada para llegar en menos tiempo a su amada Irupana.

Irupana, agosto de 2013