sábado, 28 de marzo de 2020

Jaime Cuevas Larrea, el alcalde que gestionó el puente sobre el río La Paz

Don Jaime, en el puente sobre el Río La Paz

Jaime Cuevas Larrea todavía conservaba la grabación del discurso que dio el día en que le entregó un puente en miniatura al Gral. Hugo Banzer Suárez, pidiéndole la construcción del paso carretero sobre el río La Paz. Él era alcalde municipal de Irupana y el militar presidía el régimen de facto con el que gobernó el país, entre 1971 y 1978.
El puente sobre el río La Paz era un anhelo de los pobladores de la zona desde las épocas en que llegaron las carreteras. Había que vadear el afluente para conectar Irupana con las provincias Inquisivi y Loayza. Y aquello era simplemente imposible durante la temporada de lluvias.
Ante el anuncio de que Banzer visitaría las poblaciones yungueñas, Jaime Cuevas viajó a la ciudad de La Paz para reunirse con el militar yungueño Armando Escobar Uría y coordinar los detalles de la llegada. “El general nos dijo que, en su recibimiento, Chulumani iba a entregar las llaves y que ‘Irupana siempre sobresale’”.
Desconcertado por lo dicho por el ocobayeño, Cuevas Larrea retornó a la población y le comentó la conversación a su Oficial Mayor, Julio Palacios. Éste sugirió encargar un puente en miniatura y entregarlo como presente al visitante, pidiéndole financiar la construcción de la vía que permita vencer el río La Paz sin dificultades.
Así lo hizo. “El gran anhelo de los generales René Barrientos Ortuño y Armando Escobar Uría cumple el Gral. Banzer”, fue la frase que acuñó Cuevas en el intento de convencerlo de encarar la obra. La respuesta de la gente reunida en Irupana para el recibimiento fue “¡puente! ¡puente!”
El entonces alcalde irupaneño recordaba que, tras el discurso, Banzer le dijo que era posible encarar la obra, pero que la gente del lugar debía preparar los accesos que permitan llegar al lugar para comenzar con los estudios e iniciar los trabajos de construcción.
Era tal el anhelo del paso vehicular que el solo anuncio generó la movilización de toda la población. “Todos los vecinos bajaban a La Plazuela, hasta ex combatientes, a veces llevábamos carne y don Víctor Suarez hacía la parrillada, así hemos abierto la senda de ambos lados”, rememoraba don Jaime.
Su régimen dictatorial no le alcanzó a Hugo Banzer para entregar la obra, pero los trabajos ya estaban avanzados y no se detendrían hasta su conclusión. El paso fue inaugurado por el dictador de turno, Luis García Meza, el año 1981. Era la época en que las urnas estaban clausuradas hasta nuevo aviso.
Para entonces, Jaime Cuevas Larrea también se había alejado de la Alcaldía de Irupana. Sus hijos necesitaban continuar con sus estudios y él debía acompañarlos en La Paz, razón por la que debía dedicarse a alguna actividad que le permita estar ligado a la sede de gobierno.
Don Jaime no nació en Irupana, sino en la urbe paceña. Su familia tenía propiedades en La Lloja, provincia Loayza, al otro lado del río La Paz. Al comenzar la década de los 50, del pasado siglo, sus padres compraron la propiedad Santa Bárbara, que se encuentra en sector Pasto Grande.
Él cursaba colegio en la ciudad cuando se produjo la revolución de abril de 1952. Ante el cierre del Colegio Militar del Ejército, los cadetes formaron “fraternidades” con las que pretendían resistir el proceso revolucionario en curso. Adolescente aún, Cuevas se sumó a la fraternidad llamada “La barra de la esquina”. Pero el MNR se afianzaba en el poder día que pasaba y había comenzado a detener a sus opositores, incluidos los jóvenes cadetes de las fraternidades. Enterado del hecho, el padre de don Jaime lo “desterró” a su propiedad de Santa Bárbara.
Ahí estuvo dos años, trabajando a diario, sin salir a ninguna parte. Al cabo de ese tiempo comenzó a aparecer en Irupana. Su habilidad con la pelota hizo el resto, en poco tiempo estuvo integrado a la juventud del poblado. Jugaba en el Millonarios y luego se sumó al Atlético Irupana.
Él era defensor, pero la casualidad lo convirtió en arquero. Había recibido una patada en el pie al amansar una mula y el equipo que iba a entrar a la cancha de Churiaca sólo tenía 10 jugadores. “Tienes que entrar de arquero”, fue la orden. Cuando ingresaba al terreno escuchó una voz que le advertía: “¡Cuevas deberías traer canasta para llevarte los goles!”. No fue así. Terminó el partido con nuevo puesto en la cancha y el apodo que lo marcaría para siempre: Mono.
En su constante paso por Vila Vila -al ir y venir entre Santa Bárbara e Irupana- conoció a Silda Cárdenas. Jaime estaba decidido a construir su historia con ella, por eso, en cada viaje, para congraciarse con los futuros suegros, dejaba a su paso dos cargas de leña. Ella tampoco era indiferente a la presencia del joven, por lo que en poco tiempo se casaron y se asentaron en Irupana. De esa relación nacieron Jaime, Rigoberto, Lorena y René.
Jaime se dedicó de lleno al ganado, hicieron una sociedad con los mañazos Carlos Mercado y Luis Salas, en la que su misión era proveerles de animales para el carneo. Desde siempre su vida ha estado dedicada a la crianza y traslado de vacas, cuando no de mulas para llevar carga. Tiene innumerables historias y anécdotas sobre el lomo del caballo.
Pero la política lo seguía siempre. A poco de su llegada a Irupana se vio organizando los grupos falangistas que intentaban impedir el irreversible paso de la historia. Los enfrentamientos con los emenerristas, el balazo que atravesó el bota pie, las huidas a Santa Bárbara. Hasta aquel día en que lo buscó Raúl Portugal, ministro de Banzer, para entregarle su nombramiento de alcalde de Irupana.