“La ciudad de Irupana es, sin duda alguna, el lugar más
importante de la provincia, tanto del punto de vista de su población, como del
de su extensión. Las casas son mucho mejor construidas y hay más burguesía. Su
iglesia es grande y domina la mayoría de las casas. Todo revela bienestar y
prosperidad”. La descripción corresponde al célebre naturalista francés Alcide d’Orbigny,
la cual se encuentra en el Tomo III, de su “Viaje a la América Meridional”,
realizado entre 1826 y 1833.
D’Orbigny llegó a Irupana el 25 de agosto de 1830, apenas
cinco años después del nacimiento de Bolivia como república independiente.
Recordemos que en los 16 años anteriores, la zona, como parte de la
Republiqueta de Ayopaya, fue escenario de una dura guerra, en la que la
destrucción, los saqueos y los asesinatos eran moneda corriente.
La descripción del naturalista francés muestra que desde
mucho antes de la guerra, Irupana contaba con una infraestructura muy sólida,
que el centro poblado no sufrió los remesones que el resto o que los vecinos
–gran parte de ellos de ascendencia española o criollos defensores de la
Corona- la defendieron de los embates de la batalla. Lo contrario sucedió en
otras poblaciones de la región: “El pueblo de Circuata, antes floreciente, fue,
en varias oportunidades, completamente destruido por las guerras de la
independencia”, relata el estudioso.
D’Orbigny es uno de los naturalistas más importantes del
siglo XIX. Fue enviado a los países de Sudamérica por el Museo de Historia
Natural de París, en un viaje que le permitió recorrer parte del territorio de Uruguay, Brasil, Paraguay, Argentina, Chile,
Perú y Bolivia. Su obra es considerada fundamental para la historia de todos
esos países, pues, es uno de los pocos relatos de la vida cotidiana de la
época. Eran los tiempos en que las instituciones científicas y los gobiernos de
Europa enviaban expedicionarios a diversos países de América Latina. En algunos
casos, el objetivo de la incursión era la investigación académica, mientras que
en otros tenían objetivos geopolíticos, como la migración de europeos para la
explotación de recursos naturales.
Aquel 25 de agosto, fue el corregidor de Irupana quien viajó
hasta Chulumani para recogerle. La capital de la provincia de Yungas todavía
celebraba la fiesta de San Bartolomé y el naturalista partió pese a la
oposición de quienes lo habían acogido durante casi tres semanas: “A pesar de
las reiteradas instancias de los habitantes, expedí mis equipajes por la mañana
y partí en dirección a Irupana o Villa de Lanza, acompañado del corregidor de
esa ciudad, que quería hacerme los honores del camino e indicarme el nombre de
todas las corrientes de agua y de todas las montañas, motivo que me hizo de él
un guía muy precioso”.
Lo primero que le sorprendió fue la distancia que separaba a
las dos poblaciones, pues, se las veía tan cerca. “¡Cuál no sería mi asombro al
enterarme que cinco leguas del país separaban los dos puntos!”, afirma
admirado, al describir que se deben vencer dos cadenas montañosas y tres ríos.
Junto a su ocasional guía tomaron el camino que va por Ocobaya y Chicaloma,
entonces todavía con el nombre de “Chicanoma”.
Permaneció cuatro días en “esa pequeña ciudad, una de las
pobladas más antiguamente en el país”. Acostumbrado a aprovechar el tiempo al
máximo, visitó los alrededores para realizar sus estudios. “Al atravesar las
hermosas chacras cultivadas, hasta las pendientes abruptas del sur de la
montaña de Quiliquila (¿Quilliquilli?), me encontré al pie de una bella
cascada, donde el agua, precipitándose desde quince metros de altura de una
roca esquistosa”. ¿Se trataba acaso de la caída de agua hoy conocida como la
Jalancha?
Otro día se fue hasta el sector de San Juan Mayo: “Remonté
el ramal de la montaña de Quilaquila, hasta su unión con la cadena de Coropata
(¿Cerropata?), de la cual depende, siguiendo la pendiente norte y dominando un
vallecito profundo, de lo más boscoso y del aspecto más alegre, arriba del cual
veía muy de cerca, sobre la cima opuesta, el gran caserío de Lasa, uno de los
mayores de Yungas. En la cima de la cadena de Coropata la vegetación es
completamente virgen y de la mayor belleza”.
Subraya su paso por unas quintas de naranjos “de mayor hermosura” y los compara con
aquellos –“de arbustos achaparrados, apenas de dos metros de alto”- que son admirados
en su natal Francia: “sino verdaderos árboles de diez a doce metros de altura”,
describe sobre los que vio en los alrededores de Irupana.
Luego sonríe al relatar los comentarios “ingenuos” que
despertó su microscopio cuando los lugareños vieron, a través de él, a algunos
insectos de la zona. “Me divertí sobre todo mostrando ciertos parásitos a los
indígenas, que, viéndolos tan feos, juraron seriamente, por lo menos por el
momento, no comerlos como tienen costumbre en Yungas, así como casi en toda la
América Meridional”. También relata que tuvo que ejercer de médico para
controlar algunas fiebres, debido a que en el lugar no existía ningún
profesional en medicina.
El 30 de agosto, d’Orbigny abandonó Irupana con destino a lo
que hoy es la provincia Inquisivi. Al llegar a la cúspide de Cerropata se le
quedó grabada una imagen: “Desde ese punto, vi de nuevo, con gran satisfacción,
las nieves del Illimani, que se dibujaba encima de montañas boscosas”.
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