lunes, 25 de agosto de 2014

La Irupana que visitó el naturalista francés Alcide d’Orbigny

“La ciudad de Irupana es, sin duda alguna, el lugar más importante de la provincia, tanto del punto de vista de su población, como del de su extensión. Las casas son mucho mejor construidas y hay más burguesía. Su iglesia es grande y domina la mayoría de las casas. Todo revela bienestar y prosperidad”. La descripción corresponde al célebre naturalista francés Alcide d’Orbigny, la cual se encuentra en el Tomo III, de su “Viaje a la América Meridional”, realizado entre 1826 y 1833.
D’Orbigny llegó a Irupana el 25 de agosto de 1830, apenas cinco años después del nacimiento de Bolivia como república independiente. Recordemos que en los 16 años anteriores, la zona, como parte de la Republiqueta de Ayopaya, fue escenario de una dura guerra, en la que la destrucción, los saqueos y los asesinatos eran moneda corriente.
La descripción del naturalista francés muestra que desde mucho antes de la guerra, Irupana contaba con una infraestructura muy sólida, que el centro poblado no sufrió los remesones que el resto o que los vecinos –gran parte de ellos de ascendencia española o criollos defensores de la Corona- la defendieron de los embates de la batalla. Lo contrario sucedió en otras poblaciones de la región: “El pueblo de Circuata, antes floreciente, fue, en varias oportunidades, completamente destruido por las guerras de la independencia”, relata el estudioso.
D’Orbigny es uno de los naturalistas más importantes del siglo XIX. Fue enviado a los países de Sudamérica por el Museo de Historia Natural de París, en un viaje que le permitió recorrer parte del territorio de  Uruguay, Brasil, Paraguay, Argentina, Chile, Perú y Bolivia. Su obra es considerada fundamental para la historia de todos esos países, pues, es uno de los pocos relatos de la vida cotidiana de la época. Eran los tiempos en que las instituciones científicas y los gobiernos de Europa enviaban expedicionarios a diversos países de América Latina. En algunos casos, el objetivo de la incursión era la investigación académica, mientras que en otros tenían objetivos geopolíticos, como la migración de europeos para la explotación de recursos naturales.
Aquel 25 de agosto, fue el corregidor de Irupana quien viajó hasta Chulumani para recogerle. La capital de la provincia de Yungas todavía celebraba la fiesta de San Bartolomé y el naturalista partió pese a la oposición de quienes lo habían acogido durante casi tres semanas: “A pesar de las reiteradas instancias de los habitantes, expedí mis equipajes por la mañana y partí en dirección a Irupana o Villa de Lanza, acompañado del corregidor de esa ciudad, que quería hacerme los honores del camino e indicarme el nombre de todas las corrientes de agua y de todas las montañas, motivo que me hizo de él un guía muy precioso”.
Lo primero que le sorprendió fue la distancia que separaba a las dos poblaciones, pues, se las veía tan cerca. “¡Cuál no sería mi asombro al enterarme que cinco leguas del país separaban los dos puntos!”, afirma admirado, al describir que se deben vencer dos cadenas montañosas y tres ríos. Junto a su ocasional guía tomaron el camino que va por Ocobaya y Chicaloma, entonces todavía con el nombre de “Chicanoma”.
Permaneció cuatro días en “esa pequeña ciudad, una de las pobladas más antiguamente en el país”. Acostumbrado a aprovechar el tiempo al máximo, visitó los alrededores para realizar sus estudios. “Al atravesar las hermosas chacras cultivadas, hasta las pendientes abruptas del sur de la montaña de Quiliquila (¿Quilliquilli?), me encontré al pie de una bella cascada, donde el agua, precipitándose desde quince metros de altura de una roca esquistosa”. ¿Se trataba acaso de la caída de agua hoy conocida como la Jalancha?
Otro día se fue hasta el sector de San Juan Mayo: “Remonté el ramal de la montaña de Quilaquila, hasta su unión con la cadena de Coropata (¿Cerropata?), de la cual depende, siguiendo la pendiente norte y dominando un vallecito profundo, de lo más boscoso y del aspecto más alegre, arriba del cual veía muy de cerca, sobre la cima opuesta, el gran caserío de Lasa, uno de los mayores de Yungas. En la cima de la cadena de Coropata la vegetación es completamente virgen y de la mayor belleza”.
Subraya su paso por unas quintas de naranjos  “de mayor hermosura” y los compara con aquellos –“de arbustos achaparrados, apenas de dos metros de alto”- que son admirados en su natal Francia: “sino verdaderos árboles de diez a doce metros de altura”, describe sobre los que vio en los alrededores de Irupana.
Luego sonríe al relatar los comentarios “ingenuos” que despertó su microscopio cuando los lugareños vieron, a través de él, a algunos insectos de la zona. “Me divertí sobre todo mostrando ciertos parásitos a los indígenas, que, viéndolos tan feos, juraron seriamente, por lo menos por el momento, no comerlos como tienen costumbre en Yungas, así como casi en toda la América Meridional”. También relata que tuvo que ejercer de médico para controlar algunas fiebres, debido a que en el lugar no existía ningún profesional en medicina.
El 30 de agosto, d’Orbigny abandonó Irupana con destino a lo que hoy es la provincia Inquisivi. Al llegar a la cúspide de Cerropata se le quedó grabada una imagen: “Desde ese punto, vi de nuevo, con gran satisfacción, las nieves del Illimani, que se dibujaba encima de montañas boscosas”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario