“¿Cuál es el ‘pañuelito’?”, pregunta el maestro Jaime
Gallardo y desconcierta. Él, músico de toda la vida, compositor, eterno
chelista de la Orquesta Sinfónica Nacional, ¿cómo no va a conocer uno de los
más famosos tangos argentinos? Pero es suficiente que su amada Leonor le
tararee el tema para que sus dedos comiencen a deslizarse perfectamente por el
teclado de su piano…
Las notas musicales que emana el instrumento se encuentran,
se aman, se casan con la bella voz de su esposa: “El pañuelito blanco que te ofrecí, bordado con mi pelo, fue para ti;
lo has despreciado y en llanto empapado lo tengo ante mí”. Sí, aquella
tarde de 1957 que llegó a Irupana su pañuelo también estaba empapado, pero no
por el llanto sino por la lluvia que caía con persistencia sobre la población
yungueña.
El aguacero no había parado desde que bajó del vehículo que
lo trasladó hasta Irupana. Él no conocía el lugar y sólo atinó a preguntar por dónde
quedaba la Escuela de Niños “Agustín Aspiazu”, a la que había sido destinado
como profesor de Educación Musical. Había hecho sus primeras armas en el
Colegio Ayacucho, de La Paz, y sus primeras incursiones en la Sinfónica
Nacional, pero el destino le tenía reservado un bello pendiente… El director de
la unidad educativa, Luis Beltrán Bilbao, lo hospedó en una de las aulas. Lo
único que recuerda de aquel día es a los mosquitos.
La joven Leonor Riveros ejercía de profesora auxiliar en el
centro educativo. Le gustaba cantar, por lo que la llegada del nuevo profesor
de Música no pasó desapercibida. “¿Será soltero?”, se preguntó junto a sus
amigas. Él tenía 28 años y ella apenas 17. La música se encargó del resto. De
pronto aparecieron montando obras musicales, ensayando coros, solfeando…
Por supuesto que eran otras épocas las que vivía Irupana.
Los dispositivos electrónicos aún no habían eliminado la capacidad musical de
irupaneños e irupaneñas. En el lugar había diestros para la guitarra, la
concertina, la mandolina y los instrumentos de viento. Irupana hasta contaba
con su pequeña orquesta, integrada por los violines de los Künzel, el piano de
Jaime Postma y el chelo de Jaime Gallardo. Junto a ellos, las voces de los y
las jóvenes de Irupana que entrenaba a diario el más famoso profesor de Música
que haya pisado el poblado.
Las obras de teatro tampoco se dejaron esperar. Una bastante
recordada es “Palabra de cadete: y los celos de Don Ubaldo o militares... ni en
pintura”, de Alfredo Santalla, entre muchas piezas montadas por los jóvenes de
la época.
Y “Gallito”, como le decían por su apellido, encontró en
Irupana el caldo de cultivo que estaba buscando para dar rienda suelta a la
creatividad musical. Compuso “La leyenda del café” en homenaje a la tierra que
le acogió. Pero su mejor composición fue la que lo iba a unir de por vida a
Irupana: su matrimonio con Leonor, que se produjo un año después de su llegada.
Luego vino el “Himno a la Escuela Agustín Aspiazu”, la
música del “Himno al Colegio 5 de Mayo” –cuya letra pertenece a Raúl Gómez del
Pino-. Una gran cantidad de rondas infantiles y canciones con fines pedagógicos
que se pierden en la memoria.
Irupana comenzó a quedar chico para tanto talento. Leonor
necesitaba formarse académicamente e ingresó a la Normal en 1962, volvió tres
años después para hacer su año de provincia, pero desde 1967 la familia
Gallardo Riveros se estableció en la ciudad de La Paz.
Jaime ingresó en las grandes ligas nacionales de la música
clásica. Fue violencellista de la Orquesta Sinfónica Nacional hasta el año
2006, con la que participó en más de 200 conciertos en escenarios nacionales e
internacionales.
Leonor no se quedó atrás. Durante más de tres décadas fue
soprano de la Sociedad Coral Boliviana, con la que dio decenas de conciertos en
el país y en el extranjero. En la carrera docente llegó a ser supervisora y
directora distrital de Educación.
Jaime y Leonor hoy están jubilados. La pared de su casa en
la ciudad de La Paz quedó pequeña para tantas distinciones y reconocimientos.
Bethoven, Bach, Vivaldi se encargan de ponerle música a sus días. Pero, casi
siempre, él vuelve a su piano o al
chelo, de los que extrae bellas melodías que ella adorna con su canto…
Himno a la Escuela
Agustín Aspiazu
Cuando destella la mañana,
llega la nueva luz del día,
es el alba que nos llama
a recordar este día.
Tal fue un día de mayo,
que don Agustín Aspiazu
dio su nombre a mi escuela,
a mi escuela yungueña.
En tus aulas aprendí, aprendí,
el ABC del saber, del saber,
en mi escuela está mi porvenir, mi porvenir.
GUIMER QUE BELLEZA, GRACIAS POR ESTE ARTICULO QUE NOS HACE REVIVIR A JAIME GALLARDO, ESTUVIMOS EN SU VELORIO ACOMPAÑANDO A LEONOR. UN ABRAZO. SOCORRO
ResponderEliminarEsta nota ya esta entre mis mejores tesoros, Mi tio Jaimito me hablo tanto de los tres Pablos...
ResponderEliminarPermiso: Jaime Gallardo es el mismo que fue profesor del colegio Lindemann en Obrajes La Paz por los años 60' y 70'. Agradezco de antemano su respuesta.
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