viernes, 22 de agosto de 2014

Esa pareja musical que se acunó entre nuestros trinos

“¿Cuál es el ‘pañuelito’?”, pregunta el maestro Jaime Gallardo y desconcierta. Él, músico de toda la vida, compositor, eterno chelista de la Orquesta Sinfónica Nacional, ¿cómo no va a conocer uno de los más famosos tangos argentinos? Pero es suficiente que su amada Leonor le tararee el tema para que sus dedos comiencen a deslizarse perfectamente por el teclado de su piano…
Las notas musicales que emana el instrumento se encuentran, se aman, se casan con la bella voz de su esposa: “El pañuelito blanco que te ofrecí, bordado con mi pelo, fue para ti; lo has despreciado y en llanto empapado lo tengo ante mí”. Sí, aquella tarde de 1957 que llegó a Irupana su pañuelo también estaba empapado, pero no por el llanto sino por la lluvia que caía con persistencia sobre la población yungueña.
El aguacero no había parado desde que bajó del vehículo que lo trasladó hasta Irupana. Él no conocía el lugar y sólo atinó a preguntar por dónde quedaba la Escuela de Niños “Agustín Aspiazu”, a la que había sido destinado como profesor de Educación Musical. Había hecho sus primeras armas en el Colegio Ayacucho, de La Paz, y sus primeras incursiones en la Sinfónica Nacional, pero el destino le tenía reservado un bello pendiente… El director de la unidad educativa, Luis Beltrán Bilbao, lo hospedó en una de las aulas. Lo único que recuerda de aquel día es a los mosquitos.
La joven Leonor Riveros ejercía de profesora auxiliar en el centro educativo. Le gustaba cantar, por lo que la llegada del nuevo profesor de Música no pasó desapercibida. “¿Será soltero?”, se preguntó junto a sus amigas. Él tenía 28 años y ella apenas 17. La música se encargó del resto. De pronto aparecieron montando obras musicales, ensayando coros, solfeando…
Por supuesto que eran otras épocas las que vivía Irupana. Los dispositivos electrónicos aún no habían eliminado la capacidad musical de irupaneños e irupaneñas. En el lugar había diestros para la guitarra, la concertina, la mandolina y los instrumentos de viento. Irupana hasta contaba con su pequeña orquesta, integrada por los violines de los Künzel, el piano de Jaime Postma y el chelo de Jaime Gallardo. Junto a ellos, las voces de los y las jóvenes de Irupana que entrenaba a diario el más famoso profesor de Música que haya pisado el poblado.
Las obras de teatro tampoco se dejaron esperar. Una bastante recordada es “Palabra de cadete: y los celos de Don Ubaldo o militares... ni en pintura”, de Alfredo Santalla, entre muchas piezas montadas por los jóvenes de la época.
Y “Gallito”, como le decían por su apellido, encontró en Irupana el caldo de cultivo que estaba buscando para dar rienda suelta a la creatividad musical. Compuso “La leyenda del café” en homenaje a la tierra que le acogió. Pero su mejor composición fue la que lo iba a unir de por vida a Irupana: su matrimonio con Leonor, que se produjo un año después de su llegada.
Luego vino el “Himno a la Escuela Agustín Aspiazu”, la música del “Himno al Colegio 5 de Mayo” –cuya letra pertenece a Raúl Gómez del Pino-. Una gran cantidad de rondas infantiles y canciones con fines pedagógicos que se pierden en la memoria.
Irupana comenzó a quedar chico para tanto talento. Leonor necesitaba formarse académicamente e ingresó a la Normal en 1962, volvió tres años después para hacer su año de provincia, pero desde 1967 la familia Gallardo Riveros se estableció en la ciudad de La Paz.
Jaime ingresó en las grandes ligas nacionales de la música clásica. Fue violencellista de la Orquesta Sinfónica Nacional hasta el año 2006, con la que participó en más de 200 conciertos en escenarios nacionales e internacionales.
Leonor no se quedó atrás. Durante más de tres décadas fue soprano de la Sociedad Coral Boliviana, con la que dio decenas de conciertos en el país y en el extranjero. En la carrera docente llegó a ser supervisora y directora distrital de Educación.
Jaime y Leonor hoy están jubilados. La pared de su casa en la ciudad de La Paz quedó pequeña para tantas distinciones y reconocimientos. Bethoven, Bach, Vivaldi se encargan de ponerle música a sus días. Pero, casi siempre, él  vuelve a su piano o al chelo, de los que extrae bellas melodías que ella adorna con su canto…

Himno a la Escuela Agustín Aspiazu
Cuando destella la mañana,
llega la nueva luz del día,
es el alba que nos llama
a recordar este día.
Tal fue un día de mayo,
que don Agustín Aspiazu
dio su nombre a mi escuela,
a mi escuela yungueña.
En tus aulas aprendí, aprendí,
el ABC del saber, del saber,
en mi escuela está mi porvenir, mi porvenir.

3 comentarios:

  1. GUIMER QUE BELLEZA, GRACIAS POR ESTE ARTICULO QUE NOS HACE REVIVIR A JAIME GALLARDO, ESTUVIMOS EN SU VELORIO ACOMPAÑANDO A LEONOR. UN ABRAZO. SOCORRO

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  2. Esta nota ya esta entre mis mejores tesoros, Mi tio Jaimito me hablo tanto de los tres Pablos...

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    1. Permiso: Jaime Gallardo es el mismo que fue profesor del colegio Lindemann en Obrajes La Paz por los años 60' y 70'. Agradezco de antemano su respuesta.

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