martes, 18 de enero de 2011

Kunzel: El artista que ignoramos



Eran tan cercanos y tan distantes a la vez. Estaban y no estaban. Caminaban los dos, siempre los dos. Su olor a botica denunciaba su presencia. Los vi desde que tengo la bella, pero conservadora, capacidad del recuerdo.

Aparecían y desaparecían, como en los cuentos de aparecidos que contaban los abuelos, mascullando siempre ese extraño idioma que nadie entendía.

“Pórtate bien o te voy a regalar al Kunser", amenazaban las mamás a sus wawas, que tenían el temor heredado de la Alianza para el Progreso, por aquello de "gringa jeringa, mata la wawa ". ¿Quiénes eran ?

Fue un "miércoles de ceniza" que me dí cuenta de la existencia de un Cristo de madera en la parte delantera del Templo de Irupana. El cura ponía la cruz de ceniza en la frente y había que pasar a besar la parte baja de la inmensa escultura. "Ha hecho el Kunser", me respondieron cuando pregunté de dónde había salido la obra que cuestionaba mi corta existencia. La respuesta aumentó la fantasía que, en mi interior, habían formado los esposos Kunzel.

Fue en esos mismos años que, cazando pajaritos en las afueras de Irupana, me topé con un gran portón metálico, con una inscripción: "Samaraña". Cuando me enteré que ahí vivían los Kunzel me dije: "Aquí deben traer a las wawas" y me alejé del lugar de inmediato.

Con el tiempo me di cuenta que los dos, Werner y Ellen, eran simplemente una pareja de alemanes que decidieron gastar sus días en Irupana, convencidos de haber encontrado el paraíso que habían estado buscando, para vivir los dos, junto a su arte: la escultura y la música.

El paraíso en el camino

Corría el 38 cuando Werner llegó a Irupana. Tenía apenas 23 años. Uno de sus compatriotas que residía en La Paz necesitaba trasladarse hasta La Plazuela y le pidió que le acompañe. Días después él regresaba para quedarse a trabajar en la Hacienda de La Plazuela.

Werner se enamoró de Irupana y al regresar a Alemania, presionado por la Segunda Guerra Mundial, se fue con una decisión: retomar y quedarse para siempre.

En medio de los bombardeos y del odio de la guerra conoció al amor de su vida: Ellen. "Dígame, ¿a usted le gusta la música de Bach?" preguntó, al acercarse a la mesa en que ella se encontraba. "Sí", fue la respuesta, a la que él replicó: “Eso he pensado". Así comenzó esta relación "musical" que se desarrolló en Irupana y durará por siempre.

Pasaron los días y llegó el momento de la propuesta matrimonial: "Si quieres casarte conmigo, tienes que vivir en Irupana, Bolivia" condicionó Werner, y así fue.

El reencuentro con la madera

La llegada no fue fácil. Tuvieron que pasar por una serie de obstáculos para llegar hasta Irupana.

Llegaron con los "bolsillos agujeros" y comenzaron a trabajar, ella de profesora y él en lo que encontraba en el camino. Más tarde abrieron una Botica, la única del pueblo, que les dio la tranquilidad económica que estaban buscando.

Fue entonces que Werner retornó al combo y al cincel para hacer lo que siempre amó: la escultura. Pero no era suficiente, faltaba algo: el violín de Ellen que había sido destruido por los bombardeos de la guerra. Y se dedicó a fabricar violines, para tocar a dúo en sus inspiradas noches de "Samaraña".

Werner Kunzel tuvo una fructífera producción escultórica, especialmente de crucifijos, que hoy está repartida por diferentes regiones del país. Su compañera Ellen confiesa que su apego por los crucifijos se debe a la admiración que sentía Werner por Cristo: "(Para él) era lo más grande que podía haber".

El Cristo de Irupana

El Templo de Irupana se diferencia de los demás de la región yungueña por la escultura que salió de las manos de Kunzel. "Quería dejar algo en Irupana, que sea un recuerdo y también un agradecimiento a los que nos han recibido", recuerda Ellen.

Contrariamente a lo que parece, mirando detenidamente la obra, no es el Cristo crucificado. Por el contrario es "el Cristo que bendice y recibe con las manos abiertas, porque atrás queda la cruz" confirma Ellen.

La obra fue realizada en aproximadamente ocho meses de trabajo, cuatro de planificación y cuatro de ejecución, y está trabajada en madera mara, traída desde Santa Cruz.

El Cristo fue colocado en el templo de Irupana en 1968, gracias al apoyo de los sacerdotes agustinos

Lucio y Juan José, reemplazando de esa manera al antiguo altar.

Kunzel, sólo Kunzel

Kunzel expuso sus obras dos veces en la ciudad de La Paz. Prefería la tranquilidad de su taller al ajetreo de las exposiciones. "No buscaba ni la fama ni el dinero. Lo único que quería era dejar una obra", dice Ellen. La mayoría de sus trabajos fueron adquiridos por la colonia alemana en Bolivia.

En su taller todavía queda su último trabajo, un Cristo crucificado y los cuatro violines que fabricó para las noches musicales con su amada. Una ventana enorme para aprovechar todos los rayos del sol, las herramientas, el soporte para la madera a ser labrada, todo está intacto.

Al hablar de él, su compañera de toda la vida parece verlo todavía tratando de darle forma a la madera, mientras las herramientas parecen reclamarle por la presencia de las manos que las hacían útiles.

El ya no está entre nosotros. Dejó a Ellen, sus crucifijos, sus herramientas, su Samaraña y su Irupana, horas antes de la Noche Buena de 1993.

Todavía le recuerdo con su gorra de cuero y sus cerca a dos metros de altura, su olor a "botica" y hablando ese idioma que nadie entendía. Lo veo caminando, con su pipa en la boca, siempre junto a su amada Ellen y recuerdo al Cristo que cuestionó mis cortos días de existencia. Apago mi grabadora, miro a Ellen y me doy cuenta que, con nosotros, vivió un artista, el artista que ignoramos.

Irupana, agosto de 1994

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