jueves, 23 de diciembre de 2010

Zeballos todavía sueña...


El recuerdo es borroso pero se mantiene aún. Cursaba yo intermedio cuando lo vi por primera vez: la ropa apretada, el cabello a la antigua –totalmente para arriba- y una guitarra. Me dijeron que se llamaba Walter y era sobrino del Ballón, el carnicero del pueblo. “Uno más", pensé, nada extraordinario, hasta que comenzó a cantar...

Aventurero siempre, artista en sueños

El público lo aplaudía. Un escenario lleno de luces era el marco en el que cantaba. Junto a él se encontraban Javier Solíz y Luis Aguilar, luego se sumarían Rafael y Yaco Monti. Esos eran los primeros sueños del niño que cantaba en las horas cívicas de la Escuela y las misas de la Iglesia de Irupana. "La música la llevo en la sangre" se justifica Zeballos, quien no tuvo un padre a quien agradecerle por su aptitud musical y contó con una madre que gastó la vida entera trabajando.

Su sueño de ser artista profesional se cruzó a muy temprana edad con la aventura: "Dejé exámenes y desquites para cantar en La Chojlla”, recuerda, rememorando la época en la que formaba parte del "Trío los Huayc'os". Pero la aventura se apoderó de él alejando el sueño de ser artista profesional. Los grandes escenarios se convirtieron rápidamente en noches de serenata, fines de semana con amigos y hasta semanas íntegras con trago y canciones.

Paseó su voz por las cantinas de San Buenaventura, Villazón, Cobija y Tupiza. "Para conocer Bolivia me falta únicamente Tarija" recuerda, al contar que lo hizo sin un peso en el bolsillo y gracias a los amigos y la guitarra.

Varias veces estuvo cerca de llegar al profesionalismo y a depender económicamente de la música. Cuenta por ejemplo que, el día en el que con "Las Voces de Irupana" debía grabar su primer disco, él y Enrique Lizón -otra de las voces del grupo- se presentaron de ch'aquí y con la garganta totalmente cerrada. "Siempre pudo más la aventura", reconoce Zeballos, que escribió en esa época: "Mamá, gano con lo que canto", tras firmar su primer contrato de trabajo.

Tenía 17 años cuando le obligaron a dejar la ciudad de La Paz y, con ella, los amigos, amigas, guitarra y grupo. Fue Caranavi su nuevo destino. Allí debía sentar cabeza a lado de una de sus familiares."De nada vale que corras si el incendio va contigo", dice el refrán que resume la nueva vida de Zeballos. Rápidamente encontró amigos, con los que formó la agrupación musical "Los Cantores de Medianoche", especialistas en serenatas y maratónicas farras. Zeballos tuvo por siempre la sangre caliente. Prefiere el infierno porque en el cielo hace frío.

Los insomnios productivos

Revolcaba su cuerpo en su viejo catre; de aquí para allá, de allá para aquí. Lo recostaba unos segundos de barriga y otros de espalda. Del costado derecho pasaba al izquierdo. Cerraba los ojos y los volvía a abrir. Había todo, menos sueño. La cabeza estaba llena: problemas, amigos, en fin. El único que llegaba era aquel sueño que se alejaba: ser artista profesional. El por qué no pudo era la interrogante. ¿Qué falló? Tal vez la plata o los amigos, o las dos cosas juntas. Comprendió que Zeballos hay muchos y que había mucho por hacer. Plata no tenía, amigos sí y posibilidades de organizar festivales y eventos que permitan a los nuevos aficionados mostrarse, adquirir seguridad y, por supuesto, mayor calidad interpretativa. .

Era una noche primaveral del ‘75 la que Zeballos nunca olvidará. Revolcando de un lado al otro, abriendo y cerrando los ojos a la espera de que el sueño llegue, nacieron los Festivales Musicales. El reloj marcaba las 8 de la mañana. Si durmió o estuvo despierto no se sabrá nunca. Zeballos sueña, no me pregunten si duerme.

El primer sueño realizado

Trasteaban las maderas, sonaban los machetes, ordenaban las piedras, mil cosas por hacer. Zeballos y compañía decidieron realizar el Primer Festival Interyungueño de Música y Canto en lrupana. “Imposible”, decían algunos; “¿podrán?”, se preguntaban otros; "¡haremos!", los menos.

Noviembre del 84 quedará para siempre en el recuerdo de los irupaneños. Un grupo de locos: Zeballos, la Promoción, Los Inmortales, el Paredes, el Secretario del Colegio y alguno que otro orate inauguraban ante una gran cantidad de público la primera de las tres noches del Festival: participaban Coroico, Coripata, Chulumani y, por supuesto, lrupana.

Atrás quedó el viaje de Zeballos por cada una de las poblaciones yungueñas para promocionar el Festival. "En ese viaje no gasté casi nada", recuerda, al contar que sus amigos de cada una de las poblaciones le facilitaron la comida y el transporte. Otra de sus anécdotas es la que tiene que ver con la última noche del Festival:"Llovía torrencialmente sobre el abierto patio de la Municipalidad y nadie se movía para no perderse la presencia de uno solo de los artistas yungueños que se presentaban".

Un sueño se consolidaba, un sueño que nació en Caranavi y se realizó en lrupana. "Yungas, donde las aves cantan disfrutando de libertad", dice la más conocida de las canciones de Zeballos, que resume su fe en la integración de los pueblos yungueños. Él cree que los Festivales Yungueños pueden ayudar en esa tarea.

Todavía sueña

La verde pampa de Churiaca está en la tapa del disco que Zeballos grabó en sueños con el grupo Arrebol. Hoy parece estar más preparado para realizar este sueño. Pero sueña también con borrar la frontera entre Nor y Sud Yungas para unir a todos los yungueños. "¿Eres coroiqueño, no?", le preguntaron. "Yungueño", respondió Zeballos. "De cualquier manera tienes un lugar en el cementerio de Coroico", le replicaron.

Lo cierto es que Zeballos es irupaneño de nacimiento, yungueño de corazón y humilde de formación. Demasiado diría sobre lo último si se pudiera medir las humildades: Lo he visto echarse la culpa cuando lo atropellaban y dar el otro lado de la cara después de recibir una bofetada, sin por ello dejar de ser valiente: No le teme ni al hambre ni al frío. Sin embargo, sueña con una sociedad más justa, sin tanto egoísmo ni hipocresía. Con una varilla en la mano busca valores humanos entre tantas heces fecales. Sin duda, Zeballos todavía sueña.

Chulumani, Primavera de 1990

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