miércoles, 19 de enero de 2011

Ha muerto el chiste




Sus velorios fueron convertidos en verdaderos festivales de la risa. Todos recordaban alguna broma, una actitud, una palabra, algún detalle que se volvía chistoso por el sólo hecho de pertenecerles. Y las sonrisas se mezclaban con las lágrimas, que manaban incapaces de aceptar la muerte de quienes habían nacido para alegrar nuestro paso por esta vida.

Nacieron en Irupana. "No sé, será esa sangre", ensayó una explicación uno de ellos cuando, todavía con vida, indagamos sobre las razones por las que su chispa se mantenía siempre viva.

Los tres pasaron su infancia en este poblado yungueño, pero luego partieron.

Dos de ellos alegraron las tensas y mortales arenas del Chaco, a las que veían con los ojos alegres con que veían la vida… y también la muerte. Decían que a. los "pilas" -paraguayos- les dispararon con "colgaditas", porque ni muertos se animaban a sacar la cabeza de las trincheras.

El otro desarrolló su juventud y parte de su vejez en La Paz, donde hizo el amor con la mitad de la gente, con la otra mitad no pudo porque eran hombres.

Los tres irupaneños del chiste" fueron el "Salamanca" Rocabado, el "Loro" Pabón y el "Cututu" Tapia.

El “Salamanca” Rocabado

Cayó preso en las arenas del Chaco y ni siquiera ese hecho arruinó su buen humor. Aseguraba que él había hecho patria hasta en el Paraguay. Cuando le preguntaban cómo, respondía: "¿De dónde creen que han salido los galarcitas", refiriéndose a los dos arqueros paraguayo-bolivianos.

Su parecido con el ex-presidente Daniel Salamanca le clavó el apodo, aunque Carlos Rocabado prefería que le llamen "Caparelli".

Contaba que en la Guerra, en pleno combate, se les acabaron las municiones, por lo que el comandante de Escuadra ordenó: “¡Todos, a las bayonetas!". Los soldados, consecuentes con la orden, abordaron las vagonetas para emprender el retorno.

Era el líder natural donde se encontraba, con los amigos en el bar, con los ex-combatientes en la Plaza Murillo de la ciudad de La Paz o con los músicos cuando, mandolina en mano, organizaba las estudiantinas carnavaleras.

Los muchachos de entonces lo recuerdan cuando, con los alcoholes en la cabeza, los enfilaba y les decía que les iba a regalar dinero. Se colocaba tras ellos, les ponía como –condición no darse la vuelta hasta contar veinte, para desaparecer en el acto. .

De “duro”, caminaba por las calles de la población cantando a todo pulmón. Las puertas de las casas eran rápidamente cerradas para evitar el ingreso del "Salamanca", quien se daba permiso para ingresar absolutamente a todas.

El “Loro” Pabón

La esposa de don Alfredo estaba enferma. Los amigos pasaron a visitarla a su dormitorio y, vaya sorpresa, el Loro también estaba en cama. Ella se quejaba: ¡Ay! ¡Ay! Y él respondía: ¡No hay! ¡No hay!

Gran parte de su vida la pasó en Chulumani, donde gracias a sus chistes se convirtió en "el irupaneño, más querido por los chulumaneños". Su jovialidad no fue nunca informalidad, pues ocupó los cargos edilicios y políticos más importantes de la capital de Sud Yungas.

Cuentan que, precisamente en las calles de Chulumani, se encontró un día con una vecina, a quién preguntó de dónde venía. Ella le respondió: "He ido a agarrar huevos, pues, don Alfredo, bien caros habían estado". El "Loro" replicó: "Debías venir por la casa, pues hija, yo te hubiera hecho agarrar gratis".

Quién no quería tomarse un trago con el "Loro". Los minutos y las horas volaban al compartir con él la mesa, debido a que para cada conversación tenía un chiste, una salida. Aunque aseguraba que él "chupaba" únicamente con santos: "Con San Pedro, San Remo, La Concepción, etc.".

Alfredo Pabón vivía de su oficio de procurador legal o lo que en nuestros pueblos llaman "tinterillo", cargo que desempeñaba con reconocida capacidad. Sin embargo, ni siquiera ese serio oficio se libraba de las bromas de "Don Loro". Cuando elaboraba algún escrito y no había vuelto por el dinero pagado por el trabajo, él tenía la solución: aumentaba un Otrosí y asunto solucionado. "Cabal".

Era un católico acérrimo y combatía la presencia de las sectas religiosas con la misma simpatía. Un día le visitaron dos mormones, con claro acento norteamericano, los cuales se presentaron: "Señor, muy buenos días, somos misioneros...". El “Loro” los interrumpió haciéndose el sordo: "¿Qué cosa?, ¿prisioneros?, pero si ya acabó la guerra". Los mormones insistieron: "Somos misioneros de la Iglesia de los Santos de los Últimos Días", a lo que él replicó: "¡Ah!, estos nuevoleros, yo soy de los santos antiguos".

Irupana lo vio nacer, pero Chulumani, su pueblo adoptivo, lo cobija hoy en sus entrañas. Su último chiste lo realizó noche antes de su muerte. Al escuchar que sus familiares y amigos pedían a las enfermeras del Hospital le presten todos los cuidados necesarios, les dijo: "Pídanles mas bien que se acuesten conmigo".

El “Cututu” Tapia

Recuerdo todavía el día en el que se paró a contemplarme cuando yo pasaba tomando de la mano a mi pequeña hija. Sonriente dijo: "Mira lo que se saca..., de lo que se mete".

Su risa delataba su presencia, pues, reía a carcajadas de los chistes que él mismo contaba. No debe haber persona alguna con semejante repertorio de chistes. Es cierto, muy poco regionales, debido a que gran parte de su vida transcurrió en la ciudad de La Paz, aunque eligió Irupana para sus últimos días.

Era el campeón de la carambola y era segura su presencia en los "billares" del Aspiazu. Con su pinta parecida a la de Siles Suazo, con gorra y todo, acaparaba la atención de todos, en las tranquilas noches de la plaza de Irupana. Entraba en los salones del club y saludaba: "Jódenes".

Contaba que un borracho, al salir de uno de los bares del pueblo, comenzó a molestar y perseguir a una de las beatas que se dirigía a la misa del domingo por la mañana. Una vez en el templo, el borracho se sentó en el asiento posterior al que ocupaba la beata y comenzó a imitar todo lo que ésta hacía. Hasta que llegó el momento de la comunión. El cura al darse cuenta de las travesuras del borracho decidió darle una goma de borrar en lugar de una hostia. De vuelta a su asiento, y con las naturales dificultades que tiene el masticar una goma de borrar, el borracho preguntó a la beata: "¿Señora, qué le han dado a usted?, a lo que ella respondió: "El cuerpo de Cristo, hijo". El borracho comentó:"A mi me ha debido tocar el pene, che, está bien duro".

Y la plaza no era su único centro de acción. Se lo encontraba también en el campo deportivo de Churiaca, con su saco al hombro, mirando el fútbol y jugando cartas con sus amigos. Recuerdo que llegaba y preguntaba: "¿A cuánto está el partido?". "Están empatando a cero, don Enrique" le respondían. "¿Y quién metió el primer cero?", replicaba.

Murió una noche de abril, después de su show diario de chistes y carambolas. Llegó a su casa y perdió la vida cuando desamarraba uno de sus zapatos para acostarse. El cura del pueblo, al momento de enterrarlo, dijo: "Murió con una sonrisa en la boca, consecuente con su vida, en la que únicamente nos regaló alegrías, nunca tristezas".

Irupana, agosto de 1994

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