Zenobia Pacheco presidiendo el desfile en medio de todos los varones |
Uno de los días más tristes de la historia de Irupana fue
aquel, de principios de los años 70, en que los vecinos del centro poblado
recibieron la noticia de la repentina muerte de Zenobia Pacheco López, la única
mujer que tuvo a su cargo la Alcaldía Municipal.
La parca la encontró en la población de Unduavi, lugar donde
los vehículos de transporte público acostumbraban hacer un alto a su salida de
Yungas o ingreso de la ciudad de La Paz. Aquel día, ella retornaba de la sede
de gobierno, a la que salió para tramitar algunas obras destinadas a la
población. Su corazón se detuvo abruptamente mientras se alimentaba en uno de
los puestos de comida. Fue su último almuerzo.
No fue el voto popular el que la llevó a la alcaldía, pues,
eran tiempos en los que los alcaldes eran nombrados desde un despacho del
ministerio del Interior. Las urnas eran piezas en desuso, debido a que el país
había retornado a las épocas en que las bayonetas pesaban mucho más que los
sufragios y la voluntad ciudadana.
Ella estuvo a cargo de la Alcaldía en los turbulentos 1970 y
1971, años en los que no era extraño terminar la noche con una autoridad y
comenzar el día con una distinta. Lo lógico era que la dedocracia vigente elija
para el cargo a un varón, así al menos lo había hecho desde siempre, tanto en
Irupana como en otras poblaciones del país.
Grande fue la sorpresa cuando la gente se enteró que la
nueva autoridad edil sería una mujer. Zenobia Pacheco era una persona muy
querida en Irupana, debido a que, desde siempre, organizaba y participaba de
actividades en beneficio de la población.
Don Edgar Pabón Mostajo, dirigente de la Fraternidad de
Residentes de Irupana, la recuerda por su presencia en todos los partidos de
los que participaba la selección azul y blanco durante los campeonatos
interyungueños de fútbol. Su presencia no pasaba inadvertida, debido a que
acostumbraba alentar al equipo a voz en cuello, junto a sus hermanas Emma,
Julia y Etelvina.
Una vez nombrada alcaldesa retornó a Irupana, pero salía
permanente a la ciudad de La Paz. Los recursos de la Alcaldía eran mínimos, no
alcanzaban siquiera para pagar el salario de la alcaldesa, quien debía trabajar
ad honorem. Ella estaba decidida a realizar una buena gestión, razón por la que
estaba obligada a viajar de forma permanente. Y viajar no era tan cómodo como
lo es ahora: El viaje duraba todo el día y la alcaldía apenas tenía dos o tres
carretillas, ni soñar con vehículo propio, si no había ni para la gasolina…
En Irupana fue eternamente recordada por sus constantes
operativos de limpieza de calles. En esos tiempos, los vecinos estaban
obligados a barrer sus aceras y vías todos los días. La intendencia era la
encargada de hacer el control respectivo, pero ella salía a inspeccionar
personalmente. Era tan meticulosa que hasta llamaba la atención a los padres de
los niños que andaban por las calles sin bañarse o con la ropa sucia. “Podemos
ser pobres, pero debemos ser limpios”, era su máxima.
Para ella, los residentes irupaneños que habitaban en la
ciudad de La Paz eran igual de valiosos que los que vivían en la población.
Aprovechaba de los puestos que tenían en la sede de gobierno para conseguir
pequeños proyectos para Irupana. Es por ello que, pese a la pandémica situación
económica del poblado, llevó a la urbe paceña una sicureada para alentar al
equipo y celebrar la obtención del Tricampeonato Interyungueño de Fútbol.
Pero la vida acortó su gestión y no permitió ver los frutos
de todas las gestiones que había comenzado en las alturas paceñas. El doctor Augusto
Sánchez fue testigo de su partida. Iba en el mismo bus y almorzaba en el mismo
lugar donde se produjo el deceso. Cuenta que ella estaba tranquila, cuando de
pronto puso su cabeza sobre la mesa. Un médico que estaba casualmente por el
lugar la revisó de inmediato, pero ya era tarde. Zenobia Pacheco ya había
abordado el otro bus, ese que no ofrece pasaje de retorno…
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