Wilson y Armando, dos de los Soruco que echaron raíces en Uyuca |
Un verdadero viaje a lo desconocido es el que afrontaron los
Soruco cuando salieron de su natal Azurduy. La única referencia que tenían era
que Irupana no adolecía del crudo invierno que sufrían en la región
chuquisaqueña de la que provienen. No era poco. “Dice que ni la paja brava se
conserva”, comenta Wilson, quien no tuvo ni la curiosidad de conocer la tierra
de la que le arrancaron sus padres cuando apenas tenía dos años.
Eran los años 50. El doctor Alberto Salinas vivía en la
ciudad de La Paz para atender sus cargos públicos: Fue parlamentario, ministro
e incluso diplomático. Fue en esas circunstancias que conoció la región
yungueña. Adquirió la hacienda de Pahuata y se enteró que Uyuca también estaba
en venta. Pensó entonces en los primos que dejó en Azurduy, los Soruco.
Armando, el papá de Wilson, fue el más entusiasta y animó a sus
dos hermanos a sumarse a la aventura. No era fácil, sabían que era un viaje sin
retorno. Él tenía esposa y siete hijos, su hermano Atiliano también siete y su
hermana Asunta, que había enviudado, tenía una prole de cinco. Tuvieron que
vender –o entregar a crédito y hasta a regalar- propiedades agrícolas, casas,
ganado… todo lo que no podían llevarse consigo.
Cargaron todo lo que se podía en las mulas que les
permitieron recorrer los más de 200 kilómetros que separaban a su lugar de
origen de la carretera, 70 kilómetros antes de la ciudad de Sucre. Ahí
abordaron el pequeño camión que les trasladó hasta Irupana. No era poco: Además
de ellos y sus cosas, iban peones, criados, niñeras… “Trajeron hasta huevos en
una tinaja que fue llenada de aserrín para que los proteja durante el viaje”,
comenta. La travesía duró alrededor de 15 días.
De tan lleno, el camión que pasó por el centro poblado de
Irupana parecía un florero. Así lo recordaban los viejos del lugar, entre
quienes no faltó el que manifestó: “Ahí va Alí Babá y los 40 ladrones”. Wilson
lo recuerda con una sonrisa: “Cuando me preguntan quién soy, les digo: soy el
saldito de los 40 ladrones”.
En Irupana, la carretera sólo llegaba hasta Huayra Loma,
lugar donde se instalaron en carpas improvisadas, hechas con material
encontrado en el lugar. Luego el traslado hasta Uyuca, donde se acomodaron como
pudieron. “Bajamos, una parte se alojó donde es la casa de don Héctor, otra
parte donde es mi casa, en la loma”.
Había que comenzar a vivir en medio de la espesa y desconocida
vegetación yungueña, con los mosquitos como molestosos anfitriones. Los hijos
debían de ir a la escuela más cercana y los mayores a comenzar la faena: Iniciaron
el chaqueo, la elaboración de carbón vegetal y la siembra extensiva de maíz.
No fue fácil y hasta no faltó quien planteó la posibilidad
del retorno. “Mi papá estaba feliz de haber cambiado, mi mamá, no. Era la
mimada de sus papás, ella se crió sobre todo, venir aquí, a hacer olla común, sufría
demasiado, quería volverse y mi papá no quería. Los aferrados eran el doctor Salinas
y mi papá, los otros querían volverse”, recuerda Wilson.
Pero don Armando Soruco (padre) siempre valoró el hecho de
que sus hijos y los de sus hermanos hayan encontrado en Irupana oportunidades
que no habrían tenido en su tierra natal. Él decía que, por ejemplo, no habrían
aprendido a leer ni a escribir, debido a que las escuelas eran desconocidas en
la zona de donde provienen. “Quizá habríamos agarrado el charango y a tomar
chicha”, sonríe.
Él nunca tuvo la curiosidad de conocer la tierra de la que
lo trajeron sus padres. Fue su hermano Armando quien visitó en algunas
oportunidades el lugar, aprovechando la fiesta patronal, que se celebra en
febrero. Allí se re encontró con los familiares y amigos que dejó hace tantas
décadas.
Alguna vez, los Soruco han evaluado que quizá les habría ido
mejor si emigraban al departamento de Santa Cruz, en lugar de a Irupana. Pero
entonces, el oriente boliviano todavía no aparecía como una clara opción. Si
bien el Plan Bohan –que impulsó la llamada Marcha hacia el Oriente- fue
planteado en 1942, recién comenzó a mostrar sus frutos luego de la Revolución
de 1952.
El único reclamo que Wilson tiene a sus padres es el de no
haber comprado una casa en el centro poblado, en épocas en que era posible
encontrar en buenos lugares y a precios accesibles. Sus más de 60 años en la
zona le permiten sentirse tan irupaneño como cualquiera. Además de cultivar
nuestro suelo, hizo familia en el lugar. Es que Irupana no sería la misma sin el
injerto de los Soruco…
Linda historia, un verdadero éxodo, gente valiente, gente decidida. Eran mis abuelos maternos.
ResponderEliminarVerdaderamente linda historia. Gente osada en busca de un mejor futuro para la familia.
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