lunes, 8 de septiembre de 2014

El injerto chuquisaqueño que recibió el tronco irupaneño

Wilson y Armando, dos de los Soruco que echaron raíces en Uyuca
Un verdadero viaje a lo desconocido es el que afrontaron los Soruco cuando salieron de su natal Azurduy. La única referencia que tenían era que Irupana no adolecía del crudo invierno que sufrían en la región chuquisaqueña de la que provienen. No era poco. “Dice que ni la paja brava se conserva”, comenta Wilson, quien no tuvo ni la curiosidad de conocer la tierra de la que le arrancaron sus padres cuando apenas tenía dos años.
Eran los años 50. El doctor Alberto Salinas vivía en la ciudad de La Paz para atender sus cargos públicos: Fue parlamentario, ministro e incluso diplomático. Fue en esas circunstancias que conoció la región yungueña. Adquirió la hacienda de Pahuata y se enteró que Uyuca también estaba en venta. Pensó entonces en los primos que dejó en Azurduy, los Soruco.
Armando, el papá de Wilson, fue el más entusiasta y animó a sus dos hermanos a sumarse a la aventura. No era fácil, sabían que era un viaje sin retorno. Él tenía esposa y siete hijos, su hermano Atiliano también siete y su hermana Asunta, que había enviudado, tenía una prole de cinco. Tuvieron que vender –o entregar a crédito y hasta a regalar- propiedades agrícolas, casas, ganado… todo lo que no podían llevarse consigo.
Cargaron todo lo que se podía en las mulas que les permitieron recorrer los más de 200 kilómetros que separaban a su lugar de origen de la carretera, 70 kilómetros antes de la ciudad de Sucre. Ahí abordaron el pequeño camión que les trasladó hasta Irupana. No era poco: Además de ellos y sus cosas, iban peones, criados, niñeras… “Trajeron hasta huevos en una tinaja que fue llenada de aserrín para que los proteja durante el viaje”, comenta. La travesía duró alrededor de 15 días.
De tan lleno, el camión que pasó por el centro poblado de Irupana parecía un florero. Así lo recordaban los viejos del lugar, entre quienes no faltó el que manifestó: “Ahí va Alí Babá y los 40 ladrones”. Wilson lo recuerda con una sonrisa: “Cuando me preguntan quién soy, les digo: soy el saldito de los 40 ladrones”.
En Irupana, la carretera sólo llegaba hasta Huayra Loma, lugar donde se instalaron en carpas improvisadas, hechas con material encontrado en el lugar. Luego el traslado hasta Uyuca, donde se acomodaron como pudieron. “Bajamos, una parte se alojó donde es la casa de don Héctor, otra parte donde es mi casa, en la loma”.
Había que comenzar a vivir en medio de la espesa y desconocida vegetación yungueña, con los mosquitos como molestosos anfitriones. Los hijos debían de ir a la escuela más cercana y los mayores a comenzar la faena: Iniciaron el chaqueo, la elaboración de carbón vegetal y la siembra extensiva de maíz.
No fue fácil y hasta no faltó quien planteó la posibilidad del retorno. “Mi papá estaba feliz de haber cambiado, mi mamá, no. Era la mimada de sus papás, ella se crió sobre todo, venir aquí, a hacer olla común, sufría demasiado, quería volverse y mi papá no quería. Los aferrados eran el doctor Salinas y mi papá, los otros querían volverse”, recuerda Wilson.
Pero don Armando Soruco (padre) siempre valoró el hecho de que sus hijos y los de sus hermanos hayan encontrado en Irupana oportunidades que no habrían tenido en su tierra natal. Él decía que, por ejemplo, no habrían aprendido a leer ni a escribir, debido a que las escuelas eran desconocidas en la zona de donde provienen. “Quizá habríamos agarrado el charango y a tomar chicha”, sonríe.
Él nunca tuvo la curiosidad de conocer la tierra de la que lo trajeron sus padres. Fue su hermano Armando quien visitó en algunas oportunidades el lugar, aprovechando la fiesta patronal, que se celebra en febrero. Allí se re encontró con los familiares y amigos que dejó hace tantas décadas.
Alguna vez, los Soruco han evaluado que quizá les habría ido mejor si emigraban al departamento de Santa Cruz, en lugar de a Irupana. Pero entonces, el oriente boliviano todavía no aparecía como una clara opción. Si bien el Plan Bohan –que impulsó la llamada Marcha hacia el Oriente- fue planteado en 1942, recién comenzó a mostrar sus frutos luego de la Revolución de 1952.
El único reclamo que Wilson tiene a sus padres es el de no haber comprado una casa en el centro poblado, en épocas en que era posible encontrar en buenos lugares y a precios accesibles. Sus más de 60 años en la zona le permiten sentirse tan irupaneño como cualquiera. Además de cultivar nuestro suelo, hizo familia en el lugar. Es que Irupana no sería la misma sin el injerto de los Soruco…

2 comentarios:

  1. Linda historia, un verdadero éxodo, gente valiente, gente decidida. Eran mis abuelos maternos.

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  2. Verdaderamente linda historia. Gente osada en busca de un mejor futuro para la familia.

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