miércoles, 17 de agosto de 2011

Mañazos eran los de antes


Hasta hace algunos años, ser carnicero en Irupana era sinónimo de esforzada caminata. “Taca era cerca para ir por vacas, apenas un día de ida y otro de vuelta”, afirmaba Lucho Salas. Y no lo decía por presumir. Había épocas en las que caminaba hasta Arcopongo, en la provincia Inquisivi, en el límite con Cochabamba: Cuatro días de ida y cinco de retorno.

Carlos Mercado recuerda que en reiteradas ocasiones fue por ganado hasta Caracato, en la provincia Loayza. Durante varios días había que caminar por la playa del Río La Paz, vadeando “una y mil veces” el caudaloso afluyente. Por supuesto, no lo hacían por amor al deporte, sino para encontrar buen ganado y a precios que aseguren un aceptable margen de ganancias.

Mercado y Salas pertenecen a una generación de irupaneños que encontraron en el comercio de ganado en pie y carne vacuna su principal fuente de sustento. Ellos se conocieron en Vila Vila, lugar tradicional para la crianza de hatos ganaderos. Carlos es descendiente de la familia Uzquiano, dueña del lugar, y Lucho trabajó como vaquero desde su adolescencia.

Los pobladores de Irupana –tanto los del centro urbano como los de las comunidades- consumen más carne fresca que seca. Es por eso que en el antiguo mercado había siete puestos de matarifes y sólo dos o tres de los conocidos “ch’arquinis”.

Quizá fueron las largas y esforzadas caminatas de los carniceros las que permitieron comercializar carne fresca a precios más competitivos que la chalona y el charque que eran trasladados desde el altiplano. Lo cierto es que los viejos matarifes tuvieron desde siempre la cultura de la caminata.

Yeno Soukup recuerda que ellos traían ganado vacuno desde el Alto Beni, de las misiones religiosas que existían en la zona. La travesía duraba alrededor de 20 días, los cuales los recorrían montados a caballo. Era ganado de carne de una calidad extraordinaria y a precios bien bajos. Su padre, Francisco, vendía el producto en el mercado de la población.

Era la época en que el principal centro de abasto de Irupana estaba ubicado en lo que hoy es la Cooperativa de Ahorro y Crédito Ukamau Ltda., la Federación de Campesinos y la sede de los Transportistas. Entre los carniceros de esos años, son recordados Max Reguerín, Ángel Manriques, Teófilo Mercado, Juan Pommier, Francisco Soukup, Luis Pabón, Hugo Cárdenas, Hugo Pacheco, Guillermo Siles, Víctor Suárez, Pablo Ballón y Francisco Suárez, entre otros.

Carlos Mercado abrió su primer puesto de venta en sociedad con Humberto Meneses. Era alrededor del año ’59. La tienda estaba ubicada en lo que hoy es la oficina de la Policía, en la llamada Casa de la Cultura. Ese edificio originalmente fue de la Sociedad de Propietarios de Yungas y luego fue ocupado por el Colegio 5 de Mayo. Él recuerda que le sorprendió la cantidad que vendió aquella primera vez, gracias a las técnicas de mercadeo de su socio.

Luis Salas, en cambio, comenzó a comercializar carne en el nuevo mercado, el que fue construido por el alcalde Juan Pommier, en el lugar donde se lo conoce ahora. Hasta entonces, él se había dedicado a traer ganado para pasarlo a los matarifes de la población. Aprendió los cortes de carne de sus viejos colegas. Por supuesto, ir por ganado al valle y vender la carne en gancho generaba mejores ingresos.

Y caminar semejantes distancias no era una tarea fácil. Primero, el gran esfuerzo físico; luego, el peligro que significa transitar con dinero en el morral; y finalmente, arriar a decenas de vacas que lo único que querían era retornar a su hábitat natural. “Teníamos que dormir en pleno camino, detrás de las vacas, para que no se vuelvan”.

Y era una práctica cotidiana. Luis Salas recordaba que iba al valle por lo menos una vez al mes. Las cabezas traídas de esa zona no duraban mucho en la región yungueña. “Había que carnearlas rápido, les entraba enfermedad”.

Por supuesto que los matarifes de Irupana tenían también un pequeño hato ganadero, pero no lo suficientemente grande como para abastecer la demanda semanal de carne de la población. Unos tenían vacas en Vila Vila, otros en Nogalani y algunos en Yalica. Ese patrimonio era más bien una especie de ahorro para atender las urgencias.

En definitiva, gran parte de las vacas que se carneaban eran las traídas del valle, esas que llegaban con sus propios pies hasta el camal del poblado irupaneño. Mario Copana fue el ayudante del matadero desde muy joven, luego se hizo matarife. Hoy es el último en actividad de los carniceros que quedan de esa ya lejana época.

Eran tiempos en los que Irupana les llamaba “mañazos”. La palabra no existe en el Diccionario de la Real Academia, pero era utilizada en la región andina para identificar el oficio de los matarifes desde la época de la colonia. Claro, desde entonces estos hombres debían caminar leguas para encontrar el ganado que precisaban. Y para arriar vacas por tan largas distancias debían estar dotados de una gran maña para manejar el lazo. ¿Quién sabe? Quizá “maña” y “lazo” hayan estructurado el termino “mañazo”. Los de Irupana lo habrían justificado con creces.

EN LA FOTO: Jaime Cuevas, Luis Salas y Carlos Mercado junto al toro "Mago", los tres siempre al lado del ganado… (Foto: René Cuevas)

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