El de los Soukup es uno de los más curiosos injertos que recibió el árbol irupaneño durante su historia. Ese tronco que creció con aportes aimaras, quechuas, criollos y españoles, recibió su incrustación eslava a mediados del pasado siglo, con la llegada de esta familia oriunda de la desaparecida Checoslovaquia.
Cuando Francisco Soukup empacaba las maletas para abandonar su natal Křemže, en 1938, no imaginaba que llegaría a Irupana. Le habían dado para elegir entre tres países: Argentina, Ecuador y Bolivia. No dudó mucho, tenía un cuñado que trabajaba en La Paz y aquello era demasiada certeza para una incertidumbre del tamaño continental.
Él era oficial en reserva del Ejército Checoslovaco y había hecho público su desacuerdo con la decisión de las autoridades de entregarse al ejército alemán de Hitler. Había una sola salida: abandonar el país. Tenía tres días para vender todas sus pertenencias y alejarse lo más posible de la convulsionada Europa.
Días después, en Génova, Italia, Francisco, junto a su esposa Libusa, su padre y sus cuatro hijos abordaban el barco transatlántico “Horacio”, en el que dejarían a sus espaldas lo vivido hasta ese momento. Lo que tenían enfrente era un enigma. La travesía duró un mes, encalló en el puerto de Arica, lugar en el que tomaron el tren que los trasladó a La Paz.
Su nombre se escribe Zdeñek, pero todos lo conocen en Irupana por su pronunciación castellanizada: Yeno. Lo propio ocurrió con los nombres de sus hermanos: Yarko, Jorge y Francisco, a este último incluso se lo conocía por su diminutivo: Pancho.
Yeno todavía se ve conociendo las calles de La Paz, mientras sus padres y su abuelo se instalaban en la ciudad. Habitaron una casa en la calle Ingavi y abrieron el Restaurant Checoslovaco en el mismo lugar. Mascullaban aún el castellano, pero no quedaba otra que comenzar a vivir.
Un compañero de curso del colegio Bolívar invitó a Yeno a visitar Tajma, durante la vacación invernal. El tercero de los Soukup ponía el pie sobre la región que los acogería para siempre. Cuenta que también fue el primero de la familia en llegar a Irupana. Una compañía checoslovaca fue contratada para instalar la planta generadora de energía eléctrica en el Río Puri y el ingeniero que dirigió el trabajo lo contrató como secretario personal.
Se hospedaron en el Hotel América, de Julio Rocabado. Al ver que se aburría mientras el ingeniero realizaba su trabajo en la instalación de la planta, don Julio le sugirió subir a Lavi Grande, para visitar a la familia de un húngaro y una checoslovaca, que vivían en el lugar junto a sus dos hijas.
La visita a Irupana y a Lavi habría quedado en el olvido de no ser por que, a su retorno a La Paz, se enteró de que el médico recomendó a su abuelo y a su padre descolgarse de la altura paceña por razones de salud. Santa Cruz era la primera alternativa, pero estaba a días de viaje. Fue entonces que Yeno sugirió la posibilidad de asentarse en suelo irupaneño.
Los Soukup quedaron encantados con el lugar. El párroco de Irupana, el padre Emilio, les sugirió hablar con el Arzobispo de La Paz, Abel Antezana. La autoridad religiosa les explicó que no era posible venderles Lavi porque esa propiedad fue donada a la Virgen de las Nieves por una familia española. Aceptó alquilarles por 25 años.
Fueron trasladados en el camión de Gabriel Estrugo (padre). Los dejó en el cruce de Lavi. Desde ahí a lomo de bestia. La llegada no fue fácil, lo primero que hicieron es armar una carpa para poder guardar las pertenencias y dormir. Luego levantaron una casa con las paredes de carrizo y barro. Con el apoyo de Casimiro Lizón aprendieron a fabricar adobes, todos los días hacían 100, después de cada jornada laboral. Levantaron la casa una vez reunidos los suficientes. Los siete Soukup comenzaban a edificar su futuro en Irupana.
Luego compraron las vacas para producir leche y queso, primero para su consumo y después para vender en Irupana. Los cultivos comenzaron a dar su fruto. La situación fue mejorando día a día. El mayor, Yarko, que desde que partió de Europa tocaba el saxofón consideró que era el momento de retornar a La Paz para trabajar en alguna orquesta. Tocó varios años con el célebre Jorge “Ch’api” Luna. El mismo camino tomó Jorge, un experto en el campo de la relojería. Terminó contratado por Casa Kavlin.
Los cuatro hermanos tuvieron una fallida incursión en la estepa beniana. La inundación terminó con todo lo que estaban construyendo. Retornaron a Irupana sin mirar atrás. Sus padres, Francisco y Libusa, los esperaban con los brazos abiertos.
Luego la vida se encargaría de terminar de consolidar el injerto de los Soukup con Irupana. Tres de ellos se casaron con hijas del lugar, con quienes mezclaron el apellido eslavo que habían traído desde su tierra natal. Las obligaciones familiares presionaron para tomar distintos caminos. Yeno trabajó durante años en la importadora checoslovaca Skobol. Francisco también vivió entre Irupana y La Paz, ciudad en la que residía su familia.
Por si hubiese sido insuficiente, Yeno volvió a casarse con una irupaneña, tras el deceso de su primera esposa. Comparte el final de su vida con Lidia Arce. Él quiere ser enterrado en el cementerio de Irupana, en el mismo lugar donde yacen los restos de los otros seis Soukup que abordaron el barco Horacio. “Me han preguntado si Irupana es mi segundo pueblo, yo les digo que es el primero”, afirma. Por supuesto, los árboles son del lugar donde dan frutos, no de donde han sido almacigados.
EN LA FOTO: Yeno Soukup hablando sobre su amor por Irupana
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