jueves, 18 de noviembre de 2010

Un campesino verde


El chume es una maldición para los campesinos. No para Herminio Flores (en la foto, a lado derecho), un agricultor que ha encontrado la manera de sacarle provecho a la maleza, convirtiéndola en el abono que necesitan sus plantas para dar mejores frutos.

No es un campesino cualquiera. Sus compañeros de la comunidad de Tablería Baja también lo saben. Herminio tiene un profundo respeto por la tierra, a la que venera con su trabajo diario, cultivándola sin matarla.

Herminio nació en una comunidad campesina de Sorata, mas vive en Irupana desde que tenía tres meses. “Irupaneño nomás soy”, afirma y su profundo amor a la Pachamama yungueña lo ratifica.

Hace más de dos décadas que a Herminio le nació la conciencia ecológica. Cuenta que fue en uno de los cursos que ofrecía la institución Qhana en el centro de capacitación de Lavi Grande.

“Qhana nos decía que no se debe quemar, que se debe usar la madera para abonar el suelo, para mantener la humedad. Yo llegaba e informaba a la gente. Los compañeros no entendían, ellos afirmaban que se debe quemar para no perder tiempo, lo han seguido haciendo”, recuerda.

Herminio decidió demostrarles con el ejemplo. Mientras el resto atizaba, él se ocupaba de amontonar la hierba en uno de los costados de su chaco o preparar con tiempo el terreno para que la maleza se descomponga.

“Estás perdiendo el tiempo”. Esa fue la primera reacción que recibió de parte de sus compañeros, quienes seguían empeñados en exprimir los frutos de la fértil zona que les había sido entregada.

Los traspiés no desanimaron al agricultor. “Para la siembra de maíz preparo el terreno faltando nueve o 10 meses, ya no a la carrera, agarro y faltando 10 o nueve meses alisto el lugar donde voy a sembrar”, relata.

El resto de sus compañeros no hace lo mismo. Desmonta, le prende fuego, luego espera dos o tres semanas y siembra. Encima que quema todos los microorganismos que tiene la tierra, le entrega trabajo: reproducir las semillas.

Herminio ha hecho de su parcela una verdadera aula. Todos los días intenta aprender del comportamiento de la naturaleza.

Es costumbre en Yungas, desyerbar con chonta en los tiempos secos y sólo con machete en la época de lluvias. “Es al revés, en tiempo de lluvias hay que remover el suelo, hay que trabajar con chonta y en tiempo de secas, machete nomás. Porque la helada lo pesca y lo hace secar a la planta. Los productores piensan que en tiempo de lluvias con machete no va a levantar hierba, aunque levante, la clave es remover para que la planta reciba humedad y aguante los solazos que vienen después”, justifica.

Este agricultor tiene verdaderas lecciones de vida en su trabajo de investigación de la agricultura ecológica. Se ha sacado tiempo para encontrar las yerbas con las que los antepasados combatían las plagas e insectos dañinos, pues es un declarado enemigo de los insecticidas químicos.

Es así que, por ejemplo, ha erradicado el uso del tamarón en su cultivo de coca. Este veneno es utilizado por gran parte de los cocaleros yungueños que han encontrado en él a la mejor arma para combatir al hulo, una mariposa que se come las hojas del arbusto.

“Al principio estaba con caldos minerales, pero he conseguido esas yerbas, he hecho macerar durante 15 días, he recogido dos kilos de cáñamo, macaria, sacha y la sabila también, lo he machucado y lo he hecho macerar. Con eso he fumigado mi cocal y me va bien. He logrado reemplazar el tamarón”, afirma.

Y no sólo el tamarón. Ha hecho lo mismo para combatir las plagas que afectan al tomate, al igual que al principal enemigo de los cultivos de papa en Yungas: la putira. Todos sus productos en base a yerbas naturales o a mezclas de minerales que no son ofensivos para la tierra ni para el organismo humano.

La gomosis ha dado fin a inmensas plantaciones de cítricos en los Yungas, cuyos propietarios, en su desesperación, han recurrido a todo tipo de productos químicos para detener el avance del mal.

“En los cítricos, antes teníamos la criolla, pero la gomosis lo ha atacado. Ahora estamos con variedades mejoradas, a la cleopatara le he injertado limón. Luego lo ayudo amontonando maleza alrededor de la planta y le pongo riego para que se descomponga”, relata.

Flores ha disciplinado a su familia para que la basura –papeles, plásticos y envases- no sea votada en cualquier lugar. Esta es reunida en un solo punto para luego ser enterrada o echada en lugares que no tengan espacios cultivables, tales como los barrancos. “Tengo especial cuidado con las pilas, las reúno en unos bidones de plástico”, comenta.

Un desincentivo para la producción ecológica de Herminio Flores son los precios que ofrece el mercado para sus productos. Los cultivos ecológicos requieren de una mayor inversión de tiempo y al consumidor local le da igual comprar un alimento producido con químicos, que otro que no afecte su salud.

Aunque dice que también ha tenido muchas satisfacciones. Su organización económica, la Corporación Agropecuaria Campesina (CORACA Irupana), le ha enviado a varios encuentros de productores ecológicos del país, en los que ha ganado gran experiencia.

Además, él considera que su trabajo es a futuro, pues considera que la tierra de la que él goza debe beneficiar también a sus hijos, nietos, bisnietos... “Mis compañeros no piensan que ese terreno van a dejar a sus hijos, piensan en ahora, no se fijan en el porvenir de sus hijos. Otros dicen ‘si ya no sirve, me voy a otro lado’. Migrar es difícil, cuesta mucho”.

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