lunes, 27 de agosto de 2012

Un empresario de izquierda


Texto: Guimer M. Zambrana Salas
Foto: Tony Suárez
Revista IN

Javier Hurtado quiso crear una organización no gubernamental y le salió una empresa. Siempre estuvo cerca de El Capital, pero no del financiero, sino del libro escrito por Carlos Marx, al que había adoptado como su texto de cabecera: Militó en filas trotskistas desde sus 21 años, aunque luego se convirtió al indigenismo. Era la antítesis de la inversión privada, pero -al fin devoto de la dialéctica marxista- debía surgir la síntesis: nació Alimentos Naturales Irupana.
Quienes dudan de que no hay mal que por bien no venga, que le pregunten a Javier Hurtado. El mal: la dictadura de Luis García Meza lo expulsó del país por su militancia política. El bien: en el país que le dio asilo, Alemania, conoció el naciente mercado de los productos orgánicos.
Se dio cuenta de que mientras los agricultores alemanes realizaban grandes inversiones para reconvertir todo su sistema de producción para cultivar sin insumos químicos, toda la agricultura boliviana era natural. “Es más, a nosotros nos habían dicho que nuestra agricultura estaba atrasada porque no utilizaba abonos e insecticidas químicos y me doy cuenta de todo el potencial que teníamos en el campo con la agricultura ecológica”.
Y Hurtado conocía bastante el área rural andina de Bolivia. Durante la década de los 70, su partido le ordenó ponerse las ojotas en busca de cuadros políticos dentro del naciente movimiento sindical campesino. Se empleó en una ONG que trabajaba con los hombres del agro. Se involucró tanto que hasta dejó que lo cubriera el poncho indigenista. Terminó de “chofer” de Genaro Flores, el primer dirigente de la Confederación Única de Campesinos.
A su retorno a Bolivia, tras el exilio, tenía claro que debía ayudar a los campesinos a cosechar de su “desventaja tercermundista”. Pensó en crear una ONG -al fin y al cabo eso era lo que sabía hacer-, pero quería formar una institución distinta. Estas entidades financian sus actividades con donaciones de la cooperación internacional, pero él quería crédito en lugar de regalos. Su plan era unir a técnicos y campesinos para mejorar la producción, buscar mercados y generar ganancias para devolver el préstamo. “Aunque no creas, ningún cooperante quería darte crédito, todos querían regalarte dinero”.
Pero no estaba dispuesto a dejar que el café se queme en la boca del tiesto. Uno de sus amigos tenía una pequeña empresa que se dedicaba a tostar y moler el grano, y le invitó a sumarse a la aventura. Así lo hizo, pero de inmediato se dio cuenta de que veían el mercado desde distintos lugares. Su socio no estaba dispuesto a salir de la tradicional práctica de tostar café con azúcar, para darle mayor tintura, poniendo en riesgo la salud de los consumidores. Hurtado pretendía alcanzar un mejor producto, con la misma calidad y sabor del café que probó en Europa. La suerte de la novel sociedad estaba quemada, como el azúcar.
Nuevamente el traspié le dio una mano: Comprendió que sus productos debían tener como nicho de mercado a la gente de clase media para arriba. Los costos de producción los alejaban de los siempre escuálidos bolsillos de los sectores populares, más preocupados de llenar la olla, que de la calidad de los alimentos. Fue entonces que decidió trasladar su única tienda de la populosa calle Eloy Salmón a la avenida Ecuador, en el residencial barrio de Sopocachi.
Y agarró a la clientela por la nariz. En las horas pico tostaba café en la misma tienda, el tentador aroma tenía la misión de atraer la atención de los transeúntes. El producto que se invitaba en la puerta se encargaba del resto. De a poco, el café “Irupana” impuso su sabor en el mercado y abrió las puertas a los productos naturales que surgían como hongos. Su unión matrimonial con Martha Cordero acunó dos hijos, pero fue una verdadera incubadora de nuevos productos naturales terminados. La cañahua, el willkaparu, la cebada, la quinua, el amaranto y la miel corrieron sabrosa suerte.
Entre 1992 y 1993, Alimentos Naturales Irupana recibió su primera gran inyección financiera. Hurtado decidió apostar fuerte, vendió la casa heredada de su padre e invirtió 45.000 dólares. La empresa crecía a medida que aumentaba la preocupación de los paceños por comer sano. El ritmo de vida de la ciudad es cada vez más intenso, tanto o más crece el estrés. En su intento por amortiguar ese depresivo compás, la gente busca respuestas naturales y Hurtado y compañía las tenía, si no las inventaba: “Teníamos unas 15 tiendas, manejábamos 30 materias primas y 200 productos. En 1998 teníamos una  rentabilidad del 17 por ciento”.
Pero la crisis achicó los bolsillos de la clase media, el techo del mercado local se vino abajo. Felizmente, el emprendimiento ya tenía cuerpo para capear el temporal. Conquistó el desayuno escolar paceño con las harinas andinas y en la actualidad exporta quinua al mercado norteamericano, sin descuidar su presencia en los paladares paceños. En el camino tuvo que vender parte del paquete accionario y convertirse en un solvente sujeto de crédito.
Hoy, la empresa maneja alrededor de 7,5 millones de dólares en el comercio internacional del grano andino, cuenta con un patrimonio cercano a los dos millones de dólares y su solvencia le permite conseguir préstamos por casi el doble del valor de su propiedad. Bastante si se lo compara con los 5.000 dólares que invirtió cuando tenía las manos empapadas de café molido.
A pesar de su exitoso recorrido por los rumbos del capital, asegura que está más cerca de Carlos Marx y los achachilas que de Adam Smith. ¿Pero, acaso no se queda con la plusvalía? Él dice que con casi nada, que sí cuenta con un buen salario que le permite vivir cómodamente, que las utilidades de Alimentos Naturales Irupana han sido reinvertidas en la misma empresa, que llegan a los campesinos a través del pago de buenos precios por sus productos y de servicios de asistencia técnica. Sí, el marxismo establece que la lucha de clases es el motor de la historia moderna, pero, mientras llega la revolución, habrá tiempo para hacer buenas inversiones. Javier Hurtado no pierde el tiempo.

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