El Río P'uri, el lugar donde se encontraba la antigua planta |
El reloj marcaba las
21:50. El alumbrado público se apagaba y volvía a encenderse de inmediato. Era
el aviso de que en 10 minutos el servicio eléctrico iba a cortarse hasta el día
siguiente. La gente tenía ese tiempo para llegar a su casa. Y mientras
irupaneños e irupaneñas se cobijaban en sus aposentos, tomatetas, bultos y
aparecidos tomaban las calles del poblado, con la complicidad de las sombras de
la noche.
Pasa que en la
génesis irupaneña la luz eléctrica permanente se hizo cientos de años después
de la creación del poblado yungueño. Y no es que los vecinos del lugar se hayan
negado a subir el interruptor, por el contrario, pero los dos intentos por erradicar
definitivamente mecheros y velas terminaron derrotados por las tinieblas.
El primer gran
intento por prender la luz tuvo lugar a fines de los años 40, cuando instalaron
una planta hidroeléctrica a orillas del río P'uri, muy cerca del camino que une
a Irupana con Chicaloma. El afluente era conocido por su elevada corriente,
tenía tanta que –a fines de los 60- se llevó a su paso todo el equipo que funcionaba
en el lugar. De esta experiencia sólo quedó el nombre: río La Planta.
Para superar el
corto circuito se instaló un generador a diesel, a lado del camal. Era el año
1967, el “Tata” Barrientos hizo el regalo, Rubén Lara era alcalde de Irupana. El
motor funcionaba cuando había dinero para comprar el combustible y las arcas municipales
siempre estuvieron más escuálidas que bolsillo de irupaneño después de la
fiesta del 5. El servicio era deficiente: Al principio, funcionaba todas las
noches, de 19:00 a 22:00, luego sólo sábados y domingos. Cuando fue inaugurado
alcanzaba para alumbrar a los domicilios, luego a únicamente tiendas y
restaurantes, después sólo las calles. Al final, el motor daba más pena que
energía eléctrica.
Durante bastante
tiempo las noches irupaneñas fueron a tientas. Pero la falta de luz artificial
no apagó nunca el foquito de los lugareños, quienes se daban modos para
continuar su vida en medio de las penumbras. Todos los negocios de la plaza
estaban obligados a colgar en la puerta su lámpara a kerosene. Su luz irradiaba
la parte externa del paseo, lugar donde se daba vueltas y se sentaban los
adultos. En el centro, el manto de oscuridad servía para que niños y niñas
jueguen a la “ocultita”, mientras los adolescentes ocultaban sus amores y
desamores…
Las fiestas en El
Porvenir bailaban también a pilas y kerosene. Las lámparas eran forradas con
papel celofán, mientras que la bola de cristal era plana: un círculo hecho de
cartón daba vueltas y ponía de distintos colores la pista de baile, gracias a
la luz que disparaba una linterna que alumbraba a través de los orificios
cubiertos también con papel celofán. El equipo de sonido se resumía a dos
tocadiscos que funcionaban gracias a las “ray-o-vac”.
Los cines contaban
con sus pequeños generadores eléctricos. El audio de la película debía librar
una franca batalla contra el ruido del motor. Una vez terminada la función, las
sombras de la noche irupaneña parecían más oscuras, los ojos se habían
acostumbrado a la luz disparada por los proyectores y se negaban a seguir
trabajando sin la ayuda de la irradiación artificial. Y si la película era del
Conde Drácula o la Llorona, tomatetas y bultos se encargaban de continuar la
historia fuera de las pantallas…
Las farras y
acontecimientos festivos no podían pensarse sin la presencia de una guitarra y
una o más buenas voces. Y si la bebida a tomar era cerveza fría, ésta era enfriada
en los refrigeradores a kerosene. Los helados y raspadillos eran fabricados con
pedazos de hielo que se arrancaba de los glaciares de La Cumbre. Los jugos de
plátano o papaya eran elaborados en licuadoras a manija, mientras que las
computadoras… Felizmente, eran entonces apenas una idea que no había llegado ni
como noticia al poblado.
Hasta que se subió la
palanca. Irupana no era la única población yungueña que vivía en penumbras, los
otros municipios de la región también tenían dificultades. Vecinos de Coroico
lideraron la propuesta de crear una empresa que se encargue de la distribución
de energía comprada de la Empresa Nacional de Electricidad: Fue fundada la
Cooperativa Eléctrica Yungas (CEY). De la noche a la mañana, los postes y
cables se extendieron por toda la región. Corría el año 1982.
Durante el proceso
de instalación se especuló que la energía eléctrica cambiaría la vida de la
región, que los productores de café podrían cosechar hasta en horas de la
noche, que se industrializarían los mangos que producía La Plazuela y que se
echaban a perder por los malos caminos, que ya no habría personas que laven ropa
a mano en las chorreras del Mancebao. Modernidad, que le llaman…
Pero las promesas se
hicieron noche con las primeras facturas, el servicio era demasiado caro. Hasta
había gente que encendía la luz para encontrar la caja de fósforos y la volvía
a apagar. Recuerdo el día en que, con un grupo de amigos, hacíamos tareas escolares
en la casa parroquial El Porvenir con la música a todo volumen, aprovechando la
energía eléctrica que ninguno tenía en casa. De pronto escuchamos golpear la
puerta, era el delegado de la CEY: “¡Apaguen esa grabadora, luego el padre no
va a querer pagar la factura!”.
Para quien sí
cambiaron las cosas fue para el director del Colegio 5 de Mayo, don Luis
Beltrán Bilbao. Durante el “oscurantismo”, él acostumbraba recorrer, linterna
en mano, las calles del poblado para sorprender a las acarameladas parejitas de
alumnos. El problema sucedía cuando los tortolitos no eran estudiantes. Un
violento carajazo era la respuesta a la insolente costumbre de enfocar los
rostros que tenía el viejo profesor. Por supuesto que el moderno alumbrado
público no eliminó los arrumacos juveniles, apenas los trasladó a las afueras
de la población…
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