Mi historia puede ser leída en coca. Llego a la región junto a los mitimaes incas y construyo inmensas terrazas agrícolas para cultivar el arbusto en Pasto Grande.
Escucho retumbar el suelo. Son los cascos de los caballos montados por los españoles: descubren que los indígenas producen mejor cuando mascan esa extraña hoja.
Me duele la saya. Veo a los afro arrastrar las cadenas. Los obligan a cultivar coca en estas tierras, luego que sus pulmones explotaran en las alturas.
El chillido que produce ese inmenso perno de madera me trae a la era republicana. El olor a hoja húmeda se mezcla con el sudor de los hombres que hacen girar ese inmenso torniquete. Son las prensas en las que se preparan los cestos de coca para transportar el producto a los centros mineros.
Veo a la hoja humillada, pisoteada en las pozas de maceración. Lucho por sacarla de la delincuencia y juro defenderla hasta las últimas consecuencias. Estoy orgulloso de haber nacido en la tierra que acunó a la coca y miro el futuro con optimismo. Soy yungueño.
Irupana, agosto de 2001
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