El Roso nació en la puerta del templo de Irupana. Su mamá se
encontraba escuchando misa cuando sintió el aviso de su cuerpo, la estaban
sacando del lugar creyendo que habían comenzado los dolores de parto, pero, en
realidad ya estaban terminando. No pudo haber mejor lugar para el nacimiento de
una de las personas más queridas por la población.
Su cédula de identidad dice que se llama Froilán Cardón
Foronda, pero pocos lo saben en Irupana. Para la inmensa mayoría es Roso, esa
persona que podría infundir miedo por sus casi dos metros de estatura, pero más
bien provoca cariño por su humildad y respeto. Dice que fue don Lucio Reguerín
quien le puso el apodo, debido a que no quería que sea como un Froilán que
vivía en la misma época en Irupana.
Roso es el más emblemático de los ayudantes del transporte
público que ha tenido nuestra población. ¿Cómo no recordarlo llegando a Irupana
en la puerta del bus de Flota Yungueña o sobre la pisadera del camión?
Él no tuvo una niñez fácil: Nació en las épocas de la
hacienda, cuando la explotación laboral era el p’uthi de cada día, sin importar
la edad que tenías. Es por ello que cuando le ofrecieron la posibilidad de irse
de ayudante de un bus de transporte público vio que se le abría una puerta para
escapar de la dura realidad que estaba viviendo.
Y el trabajo de asistente del transporte público no era para
nada sencillo. Si hoy las carreteras yungueñas son difíciles para nuestros
transportistas, es inimaginable lo que era en las épocas en las que él
trabajaba: “Era lo peor salir de La Plazuela, a la altura de donde don Carlos
Cuadros era la cosa, gredoso, puro barro, dormíamos las camas igual, sufríamos,
a poner cadena, a veces ni cadena respetaba, por suerte sacábamos, en caravana
salíamos”.
Pasar La Cumbre era un desafío heroico para los
transportistas y los motorizados de la época. Pero mientras el chofer estaba al
menos sentado al interior de su cabina, el ayudante estaba en la obligación de
viajar con su cuña en la mano en la parte externa del vehículo: “Hacían mal
cambio de caja y había que estar en el suelo, en tanto frío. Cuando nevaba era
peor, tapado con tu mantelito blanco había que ir por la cuneta para que te
mire el chofer, llegábamos a La Paz t’ayachata”.
Roso sonríe al saber que ahora salir de Irupana o entrar de
La Paz no demanda más que cinco horas de viaje. “Es como ir a la plaza”,
compara y no es para menos, en su época había que viajar todo el día para
llegar a destino.
Pero una de las facetas que más se recuerda en la población
son los años en que los ayudantes del transporte público, encabezados por Roso,
bailaron la danza de los tundiquis, en la fiesta de la Virgen de las Nieves.
Los choferes tenían el baile de Caporales y ellos no querían quedar
indiferentes.
Fueron 12 años de su vida los que dedicó a ser asistente del
transporte público, tiempo en el cual prestó un gran servicio a la población de
Irupana, en el transporte de pasajeros, carga y encomiendas. “Hasta su casa se
ir a entregarles”, rememora.
Pero a diferencia de casi todos sus colegas, que usaban el
cargo de ayudantes como trampolín para ser choferes, él nunca aspiró a ponerse
al frente del volante. Los accidentes que vio en las carreteras de la región
hizo que, una vez casado, decidiera más bien cambiar de vehículo: Manejaba sus
mulas para el transporte de naranjas.
Años después, junto a su esposa Nicolasa y sus hijos
decidieron emigrar a Santa Cruz de la Sierra, donde reside hasta ahora. Sentado
en el patio de su casa, en medio del grito de sus nietos y el húmedo calor
cruceño, aún se ve bailando en las calles de Irupana: “Los ayudantes venimos,
los ayudantes venimos en busca de una…”
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