Carlos y Consta, en su puesto de buñuelos en La Paz |
El sándwich de huevo es una comida cualquiera, pero en las
manos de los “Niños” -Carlos Suaznabar y Consta Velasco- ha sido convertido en
una de las delicias culinarias que ofrece la festividad de la Virgen de las
Nieves, en Irupana. Son los únicos días en que es posible encontrar los famosos
emparedados, los hay de huevo, chorizo y de cerdo.
Ellos han llegado a Irupana hace casi medio siglo. Desde
pequeño, Carlos iba de fiesta en fiesta con su mamá. Ella se dedicaba al
comercio y viajaba por todas las provincias paceñas. Cuando se casó con Consta
tomaron el mismo camino, era lo que sabía hacer. Viajaron por La Asunta,
Chamaca, La Calzada, Chimasi, Tajma, Chulumani, Coripata, Chirca, La Chojlla y
varias poblaciones yungueñas. Pero nacieron los hijos y había que establecerse
en algún lugar. Les gustó Irupana y aquí se quedaron.
“Era la tranquilidad, como dice la canción: “protector del
forastero”, que cantan, era lindo, me gustó el pueblo, había un soldador, le
decían “El Barbolín”, me animó a que me quede”, rememora. Junto a ellos
llegaron Hernán y Carlos. En Irupana nacieron Catalina, Marcelo y Juan José.
Y comenzaron a vender comida rápida. Hacían hot dogs,
fideos, sándwiches y buñuelos. Irupana tiene fama de prender apodos a todas las
personas que llegan al lugar y Carlos no iba a ser la excepción. Siempre que se
acercaba a las escuelas para vender sus productos en el recreo, los niños
sacaban sus cabezas por las ventanas y él les gritaba: “¡Niños, cerrad las
ventanillas!”. Fue suficiente. Le dijeron el “Niños” y con él a toda su
familia.
El mayor de sus hijos, Hernán (+), se dio el gusto de jugar
en la Selección de Irupana, pese a no haber nacido en el lugar. No se sabe la
triquiñuela legal que hizo, pero en el resto de los pueblos todos lo conocían
como irupaneño, razón por la que nadie averiguó siquiera sobre su procedencia.
Hasta llegó a dirigir al equipo irupaneño en uno de los torneos interyungueños
que se jugó en Coripata.
Marcelo –conocido en el pueblo como Marero- fue otro de los
futbolistas de la familia. Jugó en la representación de Irupana en varios de
los interyungueños y llegó al Alwas Ready, de la Asociación de Fútbol de La
Paz. Luego se fue a Argentina, donde estudio para Director Técnico, en la
Escuela de Entrenadores de la Asociación de Fútbol Argentino. Hoy dirige la
Selección de Irupana y la Escuela Municipal de Deportes.
Los hijos crecían y las necesidades aumentaban. Esa es la
razón por la que decidieron salir a la ciudad de La Paz en busca de mejor
suerte. Luego de varios emprendimientos, encontraron el nicho de mercado que
estaban buscando: pusieron su venta de buñuelos justo en la confluencia de las
avenidas Tejada Sorzano y De las Américas, en el inicio de Villa Fátima. Era el
negocio que iba a sacarlos de las necesidades más apremiantes. “He pasado
tantas veces por esta esquina sin darme cuenta que aquí estaba mi suerte”,
reflexionó alguna vez Carlos.
Desde siempre, él era un amante de la lectura de periódicos
y revistas, nunca le faltaba un ejemplar en el bolsillo. Sus comic de Condorito
y el Pato Donald fueron los textos de lectura con los que aprendieron a leer
los niños de la calle Cochabamba. Cuando se marcharon a La Paz, mandaba a su
hijo Hernán los periódicos de los lunes, sabedor de cuánto le gustaban los
suplementos deportivos. Cuando Hernán falleció –en un confuso accidente- siguió
enviando para que le dejen el periódico junto a su tumba.
“Ya no somos paceños, somos verdaderos irupaneños”, comenta
orgulloso. Tras reunir un pequeño capital con su nuevo negocio lo primero que
hicieron fue comprar una casa en Irupana. Fue luego que se hicieron de un bien
inmueble en La Paz.
En la actualidad, él tiene 74 años y Consta 70. Ambos sueñan
con el día en que tomarán el camino de retorno a Irupana, lugar al que han
elegido para pasar sus días. Son fieles devotos del Tata Santiago de Irupana,
en cuya fiesta participan todos los años, al igual que de la Virgen de las
Nieves. Todo, sus amistades, sus compadres, sus ahijados y hasta sus nietos
pertenecen al lugar.
Los suyos les han pedido que dejen de trabajar y que vayan a
la festividad de Irupana a divertirse, sin los peroles en los que preparan sus
famosos sándwich. Ellos no quieren, saben que la fiesta no sería lo mismo sin
el puesto de venta de los “Niños”.
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