Los primeros vehículos que transitaron las carreteras yungueñas |
Un camión Chevrolet habría sido el primer motorizado que
prestó servicio de transporte a Irupana, desde el año 1939. Su conductor fue el
egipcio Gabriel Estrugo (padre), quien había llegado a Bolivia cuando tenía
siete años.
Y es que los Estrugo son una de las familias más
tradicionales del transporte yungueño. El padre del grupo familiar, Samuel,
llegó a Bolivia junto a sus dos hijos: Gabriel y Alberto, cuando éstos eran aún
niños. Se asentó en Chulumani, donde tenía una tienda de telas y otros enseres.
Compró un camión con el que trasladaba mercadería desde la ciudad de La Paz.
Gabriel se animó a entrar un poco más, formó familia en Irupana, donde tuvo
tres hijos: Gabriel, Samuel y Carlos.
“Soy chofer de nacimiento”, dice Samuel, el único que queda
con vida de la prole. Él no recuerda en qué momento comenzó a manejar, porque
desde que nació siempre estaba en la cabina de alguno de los camiones de su
padre. Recuerda a su hermano menor, Carlos, a la hora del desayuno, jugando a
que los platillos y paneros de la mesa eran volantes.
Por el contrario, Ricardo Reguerín aprendió a manejar cuando
tenía 29 a 30 años. Su hermano había comprado un camión –precisamente de los
Estrugo- y le había pedido que él viaje como administrador. Él veía cómo
manejaba el chofer y en algunos lugares le pedía que le dé el volante. Hasta
que un día faltó el conductor y se animó a meter el carro hasta Irupana. Desde
entonces no volvió a salir de la cabina.
Ambos conocen cada piedra del camino La Paz – Irupana y
claro que notan mejorías. “Antes había que retroceder a cada rato para dar
paso, ahora prácticamente no se retrocede”, compara Samuel. Sin duda,
pertenecen a una época en la que el transporte a Yungas era otra cosa: Había
más camiones que buses –sólo funcionaba Flota Yungueña-, los transportistas no
eran muchos, los caminos eran peores, aunque también había menos accidentes.
Los camiones de Irupana hacían tres viajes a la semana.
Salían los lunes a La Paz, retornaban el martes, el miércoles volvían a salir y
el jueves ingresaban, mientras que salían el viernes y el sábado nuevamente a
Irupana. Los domingos por la mañana Churiaca era el lavadero de los
motorizados, donde además los engrasaban para volver a comenzar la semana.
Es que había mucha carga para los vehículos. Transportaban
naranjas y mandarinas, café, tambores de coca, madera de Santa Ana y San Juan
Mayo, mangos de La Plazuela y carbón de varios lugares bajos. El bus de Flota
Yungueña ingresaba y salía todos los días, con excepción de los sábados, cuando
“la góndola” que llegaba a Irupana los viernes hacía servicio de ida y vuelta a
Chulumani.
Subir La Cumbre era todo un desafío para los camiones
repletos de carga, especialmente en el sector de Los Culines. Los vehículos
llevaban tal peso y la gradiente era tan extrema, que pedían a los pasajeros
más jóvenes se trepen a los parachoques para hacer contrapeso y evitar que los
motorizados se sienten. El ayudante estaba obligado a ir en la pisadera con la
cuña en la mano para que el motorizado no se vaya para atrás.
Entre los choferes de la época se puede nombrar a los tres
hermanos Estrugo, Ricardo Reguerín, Joaquín Lizón, Franz García, Alberto
Bustillos, Yarko y Francisco Soukup, los hermanos Tito, Aldo, Luis y Rodrigo
García, Enrique Pacheco, Jorge Archondo, Carlos Cuadros, René Pinto, Jaime Amador, “Chicho”
Molina, Agustín “Chicaco”, “Abuelo” Machicado, Hugo “Rubio” Archondo, “Gringo”
Velarde, los Navarro, de La Plazuela, Julio Franco, Juan Cerezo, Mario
Manrriquez y Gabriel “Joc’ollo” Mercado.
El sector de Transportistas Irupana era muy reconocido por
su aporte al desarrollo de la población. Ellos han transportado de forma
gratuita casi toda la piedra con la que, hasta hace poco, estaban empedradas
las calles del centro poblado. Fueron también ellos quienes trasladaron los
adoquines que cubren las dos avenidas principales.
Los choferes estaban tan organizados que hasta tenían, como
sector, su danza en la festividad del 5 de agosto. Samuel recuerda que al
inicio bailaban diablada, aunque luego incursionaron en los Caporales. Hasta
los ayudantes tenían su comparsa de tundiquis, encabezados por el “Roso”: “Los
ayudante venimos, los ayudantes venimos en busca de una negrita…”.
Y de la alegría al dolor: Tampoco faltaron los accidentes en
las siempre peligrosas carreteras yungueñas. Ricardo Reguerín recuerda que, en
una ocasión, se le cayó un pasajero. El mismo había fallecido a causa del
hecho, razón por la que tuvo que lidiar un largo proceso judicial en el que
probó que no tenía la culpa.
Samuel Estrugo se embarrancó en Chajro. Estaban arreglando
el puente y había que bajar hasta el río para cruzarlo. Fue en la subida que el
camino provisional se hundió y el camión dio dos volteos. Resultó parado a orillas
del afluente. Murió una persona que saltó en el intento por salvarse. El resto
de los pasajeros estaba tan bien que hasta ayudó a cargar nuevamente el
motorizado, que continuó viaje a la ciudad de La Paz.
“Pero no podemos quejarnos, se ganaba bien”, concluye uno de
ellos. Ha tenido que ser. Alguna buena razón tiene que haber para manejar por
los siempre riesgosos caminos de la región yungueña…
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