Los Flores siempre recibieron de regalo de Navidad una pelota. Eran cinco varones y su papá no tenía el billete para comprar un presente para cada uno. Lo de bueno es que vivían a lado de la cancha de La Plazuela y, lo que es mejor, tenían pierna para jugar al fútbol.
Nicolás, el menor de todos, jugó por primera vez en la cancha de Churiaca con el equipo de su centro educativo, en una visita a la Escuela Agustín Aspiazu. Era el más pequeño de todos los jugadores, pero cómo se avizoraba que iba a ser un grande del fútbol yungueño. La pelota casi le llegaba a las rodillas, pero él la dominada con gran maestría.
Florencio, el padre de la estirpe, jugaba de marcador en los equipos de La Plazuela, pero no era una figura descollante. Sin embargo, soñaba que un día sus hijos hagan con la pelota lo que él habría querido. Uno de los tantos accidentes de tránsito en las carreteras yungueñas le impidió ver los frutos de lo que él había sembrado.
Cuando ya le tocaba cursar el colegio, Javier, el mayor de los cinco, se fue a la ciudad de La Paz. Sus habilidades deportivas no pasaron desapercibidas para sus profesores del Colegio Pabón. Le llevaron a las divisiones inferiores del Obrero Royal. Pero fue entonces que ocurrió el deceso de su papá y había llegado el momento de priorizar los estudios.
Él siguió jugando en las ligas paceñas, en las minas auríferas del norte paceño y en los torneos locales del sector Irupana. Sin embargo, ya era difícil pensar siquiera en la posibilidad de buscar nuevas oportunidades en el fútbol profesional.
Su hermano Jaime tuvo mejor suerte. También comenzó en las divisiones inferiores del Obrero Royal. Los dirigentes sabían de su potencial y trataron de sacar una buena tajada el momento en que otros clubes requirieron de sus servicios. La familia Flores tuvo que hacer un esfuerzo económico para comprar el pase que le abrió las puertas de San José, de Oruro, equipo en el que jugó durante varias temporadas. Su incursión en el fútbol profesional concluyó en Always Ready, de La Paz.
Jaime tenía una gran habilidad para manejar la pelota y poseía una gran velocidad al momento de encarar el ataque. Pudo haber logrado muchísimo más de haber llegado más temprano al fútbol rentado y contado con mejores oportunidades de las que tuvo.
La historia de Jaurry es bastante particular. Hasta que prestó su servicio militar no mostraba mayores habilidades para jugar al fútbol, tanto que sus hermanos lo ponían en el puesto que faltaba. “A veces de arquero, de defensor, de lo que sea”, recuerda Javier. Era veloz y esa era su gran virtud.
Carlos Suasnabar, entonces dirigente del Club Juvenil Irupana, le invitó a jugar en el equipo. Descolló desde el primer partido. La fama creció hasta recalar en Chaco Petrolero, de la ciudad de La Paz. Javier recuerda que un día, en un entrenamiento en el estadio Lastra, llegó un señor interesado en llevar a Jaurry a Potosí. En ese momento comenzó una nueva historia para el jugador yungueño. Jugó cinco temporadas en equipos potosinos que subían y bajaban de la Liga Profesional del Fútbol.
Pero la etapa más brillante de Jaurry ocurre en Litoral, cuando ese equipo retorna al fútbol profesional. En ese plantel jugó junto a Oscar Figueroa, “Cacho” Céspedes y Sergio Oscar Luna, dirigido por el técnico Ramiro Blacutt.
Germán no pudo mostrar todo su potencial. Comenzó en Estudiantes Ayacucho, de la Asociación de Fútbol de La Paz. Chaco Petrolero quería sus servicios, pero su anterior equipo pretendía cobrar una fortuna. Al final, recaló en Mariscal Braun. Luego se le presentó la posibilidad de emigrar a Estados Unidos, donde reside hasta ahora.
La pelota fue mucho más benigna con Nicolás. Tras mostrarse en los torneos interyungueños, defendiendo la camiseta de Irupana, fue invitado al Club Municipal, de La Paz. Le dieron casa y comida, pero no cumplieron el compromiso de pagarle un emolumento y financiar sus estudios. Nuevamente sus hermanos tuvieron que hacer un esfuerzo económico para comprar el pase y abrirle las puertas de otros clubes.
Destacó en Litoral, lo que le valió su transferencia a The Strongest. Luego estuvo una temporada en Chaco, de donde pasó a Oriente Petrolero. Cerró su ciclo en Unión Central, de Tarija.
Los Flores jugaron en las selecciones de Irupana y de La Plazuela. Javier cuenta que particularmente cuando les tocó defender los colores de su pueblo lo hicieron a su propio costo. “Nos pagábamos hasta los pasajes”, rememora.
Para ellos, la recompensa era saber que su madre estaba contenta en las graderías. “Ella era la fanática número uno. No se faltaba a ningún partido que jugaban mis hermanos”, recuerda Javier. Seguramente, ella recordaba aquellos días en los que, con su Florencio, les veía desde la puerta de su casa jugando con su pelota nueva en la cancha de La Plazuela.
En la Foto 1: Los Flores eran medio equipo de La Plazuela
En la foto 2: Nicolás, Jaime y Javier vistiendo los colores de la Selección de Irupana
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