lunes, 23 de mayo de 2011

Árboles sin raíces


Con una chonta en la mano intentaba escarbar en el tiempo para encontrar ese preciado y a veces olvidado tesoro que se llama historia.
La tarea era difícil, pues los viejos le echaron cemento intentando tapar para siempre las viejas raíces. “Actitud equivocada”, pensaba, aunque los comprendía: Los medios de comunicación, la escuela, en fin, todos parecen haberse puesto de acuerdo para convertirnos en animales del momento, olvidando a los abuelos y enterrándolos para siempre.
Pero la búsqueda no cesaba. Los viejos ceibos de Churiaca cuestionaban mis días: no puedo ser un árbol sin raíces. Y comencé la tarea de escarbar y escarbar para encontrar el camino recorrido, encontrarme a mi mismo.
Escarbé las palmeras y encontré a los valientes jóvenes que en los años 30 se vieron obligados a participar de una guerra en la que los perdedores fueron ellos y sus hermanos de enfrente, los paraguayos. Sentí el miedo que sufrieron al dejar a la madre sola, a la amada sola, a Churiaca sola.
Escarbé los cuñuris y, al hacerlo, corté una de mis venas y en lugar de sangre salió chicha cochabambina. Me encontré con el Irupana valluno: polleras hasta la rodilla, chicharrones, picantes y banderas blancas en las puertas de las innumerables chicherias. Eran las épocas de las mulas, la buena música y la “chica de yapa”. El retumbar de las cajas traídas del África se escuchaba ya en medio de los cocales yungueños...
La historia no se quedaba ahí. Continué con mayor empeño mi búsqueda y escarbé un árbol de qolo. El trabajo se volvió más duro, la memoria se perdió. Un manto verde ocultaba las raíces. Aquí encontré no a uno sino a miles de hombres y mujeres –aimaras todos- construyendo inmensas tacanas o plataformas agrícolas para construir planicies en las pronunciadas caídas yunguenas. Otros labraban el maíz y la coca, mientras grupos de llamas trepaban a las alturas cargadas de la producción yungueña.
Contento por lo logrado decidí realizar un aculli y me di cuenta que hay todavía mucho por escarbar. Con lo escarbado me sentí más seguro. Sentí que tenía raíces y que ellas, buenas o malas, son el cimiento de mi existencia.
El Mancebao
Irupana, agosto de 1991

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