miércoles, 20 de abril de 2011

Los caporales quieren enterrar a la saya


Con tremendos saltos, sus ropas de astronauta y al ritmo de "Negrita" y "Llorando se fue", los caporales parecen decididos a enterrar la expresión musical del pueblo afro, que llegó a Bolivia en los años de la conquista y que hasta hoy pervive en la región yungueña.

La danza de los caporales no es, ni de lejos, una estilización de la Saya yungueña. Si se comparan ambas danzas uno puede darse perfecta cuenta que la una y la otra son "harina de distinto costal",

A pesar de ello, sus exponentes se empeñan en llamar saya a la danza de los caporales, ignorando la vida del pueblo afro-boliviano que tiene en esta danza a su espacio de expresión cultural.

El contexto social

Todas las danzas son el resultado de un determinado contexto social. La danza de la saya tiene evidentes rasgos africanos, pero también aymaras y muestra la realidad que vivían estos pueblos durante la colonia y la hacienda. Evidentemente, esta danza yungueña tiene un "caporal", que representa al capataz. La saya se convirtió en un espacio de encuentro y protesta de quienes sufrieron las mismas condiciones de explotación que los pueblos originarios del Continente.

Los caporales, por su parte, responden también al contexto social en que aparecen. Esta danza sale a la luz durante la dictadura de Hugo Banzer Suárez. La crisis social, que en esa época vivía el país, hace que esta danza presente una lectura deformada de la realidad: Muestra una sociedad en la que todos mandan, pues todos los danzarines llevan un látigo en la mano. Es decir, un grupo social que se parece más a un ejército.

La música

En una reciente visita a Chicaloma, los integrantes de un conocido grupo nacional de música folclórica se quedaron sorprendidos por el ritmo de la saya, que no se asemeja ni de lejos al ritmo de la danza de los caporales. La música de la saya es el resultado del tejido de cinco ritmos de percusión diferentes y puede, fácilmente, trasladar nuestra imaginación a las selvas africanas.

La música de los caporales es una estilización de los conocidos "tundiquis", que son el resultado de la imitación satírica que hacían aymaras y quechuas de la danza de los negros. El toque es simple y bastante monótono, consiste en únicamente dos golpes a la "caja" o bombo.

Es por eso que no se entiende la actitud de grupos folclóricos nacionales, que llaman saya a temas con ritmo de caporal.

La danza

El baile de uno y otro son dos polos completamente opuestos. Entendidos en la materia, dicen que la danza de la saya tiene muchos rasgos de la kullawada paceña, mezclada –por supuesto- con la danza africana. Fusión comprensible, pues, los afroyungueños han convivido durante siglos con los pueblos andinos.

La danza de los caporales se parece más a la de los cosacos rusos que a la danza yungueña. Sus saltos y otros pasos no tienen nada que ver con los pasos y saltitos cortos de la saya.

La vestimenta

Esta, tal vez, sea la mayor contradicción entre una y otra danza. La lujosa vestimenta de los caporales, que parece sacada de la famosa serie televisiva “Guerra de las Galaxias", no se parece en nada a la vestimenta mas bien cotidiana de la danza de la saya.

Recuerdo que los organizadores de un festival provincial reclamaron a los integrantes de la "Saya Gran Poder de Chicaloma" por su vestimenta. El director del grupo les explicó que ellos bailan con la ropa que habitualmente llevan, porque desde siempre han estado en el grupo de los explotados del continente y que la saya es parte de su vida diaria.

No conocemos de donde es que salió el disfraz de los caporales, pero es seguro que no tiene nada que ver con la saya.

¿Saya vs. caporal?

La saya y el caporal pueden convivir perfectamente dentro del rico patrimonio de danzas que tiene el país. El uno no excluye al otro. Lo preocupante es que los exponentes del caporal -músicos y bailarines- intenten llamar saya a esta danza, cuando saben que los pueblos que la practican continúan vivos y deseosos de mostrarse al país, buscando su reconocimiento.

Las integrantes de la Saya de Tocaña discutieron duramente con una autoridad cultural, cuando ésta se animó a afirmar que los caporales tenían su origen en la saya. Están en su derecho, la saya es parte de su vida.

No se trata de estar en contra del caporal o de no entender que los tiempos cambian. De lo que se trata es de poner las cosas en su lugar y llamar a las cosas por su nombre. No enterremos al pueblo afro que, pese a su cada vez más reducido tamaño, sigue aportando a la cultura nacional.

Irupana, agosto de 1994

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