martes, 20 de septiembre de 2011

Del telégrafo al celular


Debía llegar a Irupana para abordar el bus que iba a trasladarlo hasta La Paz, donde residía su familia. Ensilló su caballo y comenzó a trepar la subida que separa a Pahuata de Isquircani, pero en plena cuesta escuchó: “¡Pijmo!”. Era el grito del ave más mal agüera de la región yungueña. “¡Vaya a la mierda!”, le contestó. Dicen que es la única manera de alejar el maleficio.

Coincidencia o no, el pijmo volvió a lanzar su inconfundible grito y volvió a escucharse la agresiva respuesta. No es habitual cruzarse dos veces con tan malhadada ave y viajar en Yungas siempre tiene un elevado margen de riesgo. Por esa razón decidió llegar a Irupana y, mejor, mandar un telegrama. Pero como el telégrafo cobraba por cada sílaba, decidió abreviar el mensaje a su esposa: “Ma-mi-ta no ven-go por pá-ja-ro ma-lo”. La señora, al recibir el telegrama, se lamentó: “Pobrecito, le ha debido patear el caballo”.

El chiste lo escuché en boca de Pituco Mercado, pero grafica bien a esa Irupana que tenía en el telégrafo a la vía más rápida de comunicación entre el centro poblado y el mundo.

En la oficina del telegrafista aún se preservaba el pequeño equipo que servía para enviar mensajes en código Morse, pero ya sólo como adorno. En la época que rememoramos, los mensajes eran dictados sílaba por sílaba a través de un rústico auricular. Dos cables pelados conectaban a Irupana con Chulumani y, desde ahí, los mensajes eran enviados por un equipo de banda lateral hasta la ciudad de La Paz.

La calidad de la comunicación debió ser tan mala que el telegrafista tenía que mandar los mensajes a gritos. Si uno estaba sentado en la plaza –su oficina se encontraba en el tercer piso de la Alcaldía- podía enterarse, sin mayor esfuerzo, de los mensajes que se estaban enviando a la ciudad de La Paz.

El telegrama era el medio del extremo: Te lo enviaban para felicitarte por algún acontecimiento o para comunicarte alguna noticia grave, habitualmente muy dolorosa. “Te están buscando, dice que te ha llegado telegrama”. El solo anuncio de su llegada era para espantar a cualquiera. Era tarea de todos entrerarse sobre lo qué decía ese pedazo de papel.

La comunicación normal de Irupana con el mundo era a través de las cartas. La vía más directa era por Flota Yungueña u otros medios de transporte terrestre. Las familias tenían acordados los días en los que enviarían la misiva o la encomienda, razón por la que la gente sabía cuándo debía pasar por la agencia de la empresa de transporte para averiguar si llegó algo.

Otra alternativa era el Correo Central, pero aquello servía más para recibir cartas del extranjero o institucionales. La desventaja de este medio era su tardanza. Podía, fácilmente, tardar una o dos semanas en llegar desde la ciudad de La Paz. Uno puede imaginarse lo que demoraba cuando venía desde afuera del país.

Era la época en que Irupana vivía a paso de mula. Los tiempos, sin duda, eran distintos a los actuales. Los niños y niñas pasábamos clases todo el día, ¿qué más iban a hacer los maestros en el pueblo? Los jornales comenzaban a las ocho de la mañana y al terminar la tarde la gente tenía tiempo para llevar a pastar su caballo a Churiaca y hasta para salir a sentarse a la plaza. Quien debía viajar, sabía que llegar de Irupana a La Paz o viceversa llevaba todo el día. Esa jornada no contaba para otra cosa.

Hasta que en los años 80 llegaron los teléfonos. El día en que COTEL instaló las primeras cabinas, la fiesta se desató en Irupana. La Alcaldía hasta cedió un ambiente para que funcione el nuevo servicio. Únicamente se podía llamar hasta la ciudad de La Paz, pero eso era demasiado cuando antes no pudiste conversar con quien estaba en la montaña de enfrente.

Luego llegó ENTEL y abrió los canales para hablar con otros lugares del país y del mundo. El nuevo servicio tenía cabinas telefónicas cerradas, pero la señora que lo atendía siempre estaba enterada –como por arte de magia- del contenido de las conversaciones telefónicas. Al momento de pagar la cuenta, acostumbraba continuar la conversación sostenida por el auricular: “Dice que no hay gas en La Paz, ¿no?”, “y ¿qué había pasado, pues, con tu hijo?, “¿vas a viajar?, ¿cuándo vas a volver?”.

Pero ENTEL fue más allá, irrumpió en la zona con los celulares. Sí, con señal bastante deficiente –sólo se puede hablar de fuera de la casa-, pero no hay peor comunicación que la que no existe. Luego, Tigo llegó con un mejor servicio.

De la noche a la mañana, esos pequeños aparatos se metieron hasta en el mat’u de coca. Ya no es extraño escuchar su timbre en medio de la cosecha o a una cosechadora pedir que le lleven la merienda que dejó por olvido. No es nada del otro mundo pedir un taxi para salir al pueblo o solicitar la ambulancia para sacar a un enfermo.

El viejo telégrafo quedó en el olvido, aunque siempre recuerdo el día en que llegó el telegrama desde Villamontes preguntando si Salomé Vidal seguía viva. Era su hermano Donato, a quien ella había dado por muerto. Él fue a la Guerra del Chaco y no había retornado a su pueblo de origen tras el armisticio. Al recibir respuesta afirmativa, a través del mismo telégrafo, llegó a Irupana en 1978 para dar un abrazo de décadas a su querida Saluquita.

Siempre que veo a los jóvenes mandando mensajes de celular, sentados en la plaza principal de la población, recuerdo a aquel telegrafista que quedaba afónico de tanto gritar el contenido de los telegramas. Sin duda, Irupana tiene hoy mejores medios para comunicarse, aunque no estoy seguro si nos comunicamos mejor…

lunes, 12 de septiembre de 2011

Los Flores, nacidos para jugar



Los Flores siempre recibieron de regalo de Navidad una pelota. Eran cinco varones y su papá no tenía el billete para comprar un presente para cada uno. Lo de bueno es que vivían a lado de la cancha de La Plazuela y, lo que es mejor, tenían pierna para jugar al fútbol.

Nicolás, el menor de todos, jugó por primera vez en la cancha de Churiaca con el equipo de su centro educativo, en una visita a la Escuela Agustín Aspiazu. Era el más pequeño de todos los jugadores, pero cómo se avizoraba que iba a ser un grande del fútbol yungueño. La pelota casi le llegaba a las rodillas, pero él la dominada con gran maestría.

Florencio, el padre de la estirpe, jugaba de marcador en los equipos de La Plazuela, pero no era una figura descollante. Sin embargo, soñaba que un día sus hijos hagan con la pelota lo que él habría querido. Uno de los tantos accidentes de tránsito en las carreteras yungueñas le impidió ver los frutos de lo que él había sembrado.

Cuando ya le tocaba cursar el colegio, Javier, el mayor de los cinco, se fue a la ciudad de La Paz. Sus habilidades deportivas no pasaron desapercibidas para sus profesores del Colegio Pabón. Le llevaron a las divisiones inferiores del Obrero Royal. Pero fue entonces que ocurrió el deceso de su papá y había llegado el momento de priorizar los estudios.

Él siguió jugando en las ligas paceñas, en las minas auríferas del norte paceño y en los torneos locales del sector Irupana. Sin embargo, ya era difícil pensar siquiera en la posibilidad de buscar nuevas oportunidades en el fútbol profesional.

Su hermano Jaime tuvo mejor suerte. También comenzó en las divisiones inferiores del Obrero Royal. Los dirigentes sabían de su potencial y trataron de sacar una buena tajada el momento en que otros clubes requirieron de sus servicios. La familia Flores tuvo que hacer un esfuerzo económico para comprar el pase que le abrió las puertas de San José, de Oruro, equipo en el que jugó durante varias temporadas. Su incursión en el fútbol profesional concluyó en Always Ready, de La Paz.

Jaime tenía una gran habilidad para manejar la pelota y poseía una gran velocidad al momento de encarar el ataque. Pudo haber logrado muchísimo más de haber llegado más temprano al fútbol rentado y contado con mejores oportunidades de las que tuvo.

La historia de Jaurry es bastante particular. Hasta que prestó su servicio militar no mostraba mayores habilidades para jugar al fútbol, tanto que sus hermanos lo ponían en el puesto que faltaba. “A veces de arquero, de defensor, de lo que sea”, recuerda Javier. Era veloz y esa era su gran virtud.

Carlos Suasnabar, entonces dirigente del Club Juvenil Irupana, le invitó a jugar en el equipo. Descolló desde el primer partido. La fama creció hasta recalar en Chaco Petrolero, de la ciudad de La Paz. Javier recuerda que un día, en un entrenamiento en el estadio Lastra, llegó un señor interesado en llevar a Jaurry a Potosí. En ese momento comenzó una nueva historia para el jugador yungueño. Jugó cinco temporadas en equipos potosinos que subían y bajaban de la Liga Profesional del Fútbol.

Pero la etapa más brillante de Jaurry ocurre en Litoral, cuando ese equipo retorna al fútbol profesional. En ese plantel jugó junto a Oscar Figueroa, “Cacho” Céspedes y Sergio Oscar Luna, dirigido por el técnico Ramiro Blacutt.

Germán no pudo mostrar todo su potencial. Comenzó en Estudiantes Ayacucho, de la Asociación de Fútbol de La Paz. Chaco Petrolero quería sus servicios, pero su anterior equipo pretendía cobrar una fortuna. Al final, recaló en Mariscal Braun. Luego se le presentó la posibilidad de emigrar a Estados Unidos, donde reside hasta ahora.

La pelota fue mucho más benigna con Nicolás. Tras mostrarse en los torneos interyungueños, defendiendo la camiseta de Irupana, fue invitado al Club Municipal, de La Paz. Le dieron casa y comida, pero no cumplieron el compromiso de pagarle un emolumento y financiar sus estudios. Nuevamente sus hermanos tuvieron que hacer un esfuerzo económico para comprar el pase y abrirle las puertas de otros clubes.

Destacó en Litoral, lo que le valió su transferencia a The Strongest. Luego estuvo una temporada en Chaco, de donde pasó a Oriente Petrolero. Cerró su ciclo en Unión Central, de Tarija.

Los Flores jugaron en las selecciones de Irupana y de La Plazuela. Javier cuenta que particularmente cuando les tocó defender los colores de su pueblo lo hicieron a su propio costo. “Nos pagábamos hasta los pasajes”, rememora.

Para ellos, la recompensa era saber que su madre estaba contenta en las graderías. “Ella era la fanática número uno. No se faltaba a ningún partido que jugaban mis hermanos”, recuerda Javier. Seguramente, ella recordaba aquellos días en los que, con su Florencio, les veía desde la puerta de su casa jugando con su pelota nueva en la cancha de La Plazuela.

En la Foto 1: Los Flores eran medio equipo de La Plazuela

En la foto 2: Nicolás, Jaime y Javier vistiendo los colores de la Selección de Irupana

lunes, 5 de septiembre de 2011

El milagro de la Virgen y de Aydé


La Virgen de las Nieves apareció en medio de un cultivo de hualusa, en una comunidad de Chicaloma. Resulta que un grupo de hombres había visto que por las noches brillaba una luz intensamente en medio del hualusal. Estaban seguros que se trataba de un entierro y, por el resplandor que levantaba, creían que contenía incalculable riqueza.

Un primer grupo desistió de la intención de comenzar el desentierro por temor a lo desconocido, pero no faltaron otros que, llevados por la ambición, decidieron encarar la audaz empresa. No fue fácil ubicar el lugar exacto del que se desprendía la luz, pero lo lograron. Mientras el resto de la población dormía, comenzaron a cavar para dar con la fortuna que les tenía guardado el destino…

Aydé Muriel dice que ella se encontró un tesoro en Irupana: su esposo Nestor Castro. No fumaba ni consumía bebidas alcohólicas. Lo que es mejor, era un buen esposo y un gran padre. Recuerda que durante su juventud tuvo varios enamorados, pero los dejó a todos por su inigualable Nestor. “Las malas lenguas decían que yo lo dominaba, pero él jamás tuvo esos vicios. De lo contrario, no me casaba”.

Si la felicidad se mide por el número de hijos, los Castro Muriel la tuvieron y en abundancia: procrearon 12, tres de los cuales perecieron. Lo seguro es que la responsabilidad de los padres se evalúa por la buena formación de los hijos y ellos tienen nueve pruebas vivientes.

La búsqueda del codiciado entierro tuvo sus frutos. Los hombres que estaban cavando llegaron a una inmensa caja de madera, herméticamente cerrada. Pero el hallazgo coincidió con la salida de las primeras luces del día, que sacó a la luz también la discusión de si no deberían esperar hasta la noche para abrirla. Era mejor que la gente ni se entere que –nunca mejor dicho- se habían vuelto ricos de la noche a la mañana.

Sin embargo, eran muchas horas para mantener a la curiosidad en su cauce. Se dieron a la difícil tarea de abrir un baúl que se había mantenido cerrado por no se sabía cuántas décadas. Grande fue la sorpresa al levantar la tapa del cofre: Era la imagen de la Virgen María…

Doña Aydé agradece a la Virgen de las Nieves por las hijas e hijos que le dio. Pero han sido ella y su Nestor quienes, desde el principio, han apostado y fuerte por la educación de sus descendientes. Las siete mayores son mujeres y eran épocas en que se creía que las féminas tenían como extensión de sus manos la escoba y la sartén. A pesar de ello, Nestor y Aydé la tuvieron clara desde el principio: sus hijas debían tener la mejor educación posible.

E Irupana no ofrecía demasiadas alternativas. Haciendo un gran esfuerzo económico las sacaron a la ciudad de La Paz y las internaron en uno de los mejores colegios de la época, el María Auxiliadora. Para no quebrar la línea salesiana, los dos varones estudiaron en el Don Bosco. Los Castro Muriel habían comenzado a desembolsar su mejor herencia…

Quienes encontraron el entierro pensaron que la riqueza alcanzaría hasta para dejarles una buena herencia a sus hijos. Era tan grande la caja…, pero era la imagen de la Virgen María. La frustración y la alegría se encontraban en franca disputa. Claro, si era el tapado que soñaban no habrían dicho a nadie del hallazgo, pero como no fue lo que esperaban, dieron parte a las autoridades de Chicaloma…

La felicidad completa no existe. Don Nestor Castro murió en 1979, fue el corazón el que le jugó una mala pasada. Aydé tuvo que seguir adelante con el bulto, pero junto a su compañero de vida ya habían sembrado en sus hijas e hijos el amor por los libros y la disciplina que requiere el estudio. Es más, las mayores ya habían abierto su propio camino.

Nestor fue alcalde de Irupana y fundador del Atlético Irupana, club deportivo que incluso presidió. También fue directivo de la Cooperativa Ukamau Ltda. En la población se lo recuerda en su taller de costura, junto a su inseparable Aydé. Desde entonces, ella es parte del paisaje de la plaza principal, siempre sentada en la puerta de su tienda de ropa.

La noticia del descubrimiento de la imagen de la Virgen corrió de cocal en cocal, durante semanas no se hablaba de otra cosa en las poblaciones de la región. Las autoridades de la parroquia decidieron trasladarla hasta Irupana. Lo tuvieron que hacer en andas, pues, en esa época sólo había caminos de herradura.

Los habitantes del centro poblado prepararon una gran fiesta de bienvenida, en la que participaron conjuntos de los peones de las distintas haciendas. Se instituyó la fiesta de la Candelaria para celebrar a la Virgen que salió de la tierra. Las lluvias de febrero hicieron que el festejo sea trasladado a agosto, el mes de la Pachamama.

Doña Aydé es infaltable en todas las misas de aurora que se realizan nueve días antes de la fiesta de la Virgen de las Nieves. Su devoción es profunda. Ella le agradece por haber hecho de Gladis, Olivia, Aydé, Margot, Flavia, Esperanza, Esmeralda, Jorge y Johnny buenos profesionales y mejores personas. Claro, el milagro no se habría hecho si ella y su Nestor no decidían hacer de la formación de sus hijas e hijos su más importante patrimonio.

Siempre sentada en la puerta de su tienda, ella transmite la historia del milagro de la aparición de la Virgen a quien se lo solicite. Del otro milagro -el hecho por ella y su amado Nestor-, no necesita decir palabra… Por sus frutos los conoceréis, sentencia el texto bíblico, y los de Aydé se caen de maduros…

EN LA FOTO: Doña Aydé, en la puerta de su tienda, en su sitio de siempre…