martes, 30 de septiembre de 2014

Seis décadas vistiendo a la Virgen de las Nieves

Doña Mimí en su profesión de fe: vistiendo a la Virgen de las Nieves
Si alguien conoce íntimamente a la Virgen de las Nieves de Irupana es doña Miriam “Mimí” Belmonte. Hace 60 años que ellas se encuentran al comenzar agosto. La patrona de Irupana la espera con el atuendo que vistió durante todo el año y ella llega con todos sus implementos para desvestirla, limpiarla y ponerle un manto nuevo para que lo estrene en la víspera de su cumpleaños.
Doña Mimí comenzó vistiendo al Niño que la Virgen de las Nieves lleva entre sus manos. Eran las épocas en que su mamá Rosa, junto a su hermana mayor, Nilda, y la señorita Soraida Alcázar, engalanaban con sus mejores mantos a la imagen para la fiesta del 5 de agosto.
Tras la muerte de su señora madre, entró al grupo de mujeres que se reunían cada primero de agosto en el templo de Irupana para cumplir con el rito. Tenía entonces 17 años. Luego fallecieron su hermana mayor y la señorita Alcázar. Pero ya para entonces conocía la imagen de memoria y se sabía todos los trucos para que el manto de la virgen quede impecable.
Añora los años en que el cambio de ropa era toda una ceremonia de la población en su conjunto. Las campanas repicaban el primero de agosto para anunciar que la imagen estaba siendo bajada del altar y que se iba a proceder a la renovación del atuendo. El proceso duraba hasta el tres de agosto, pues, el colocado de las joyas era bastante demoroso.
La virgen tenía cuantioso patrimonio: collares con perlas –entre ellos un hermoso corazón-, anillos antiguos y aretes con perlas grandes, todo trabajado en oro. Al vestirla, había que asegurar cada una de las joyas a la ropa para que éstas no se caigan durante la procesión. Durante el año, las reliquias estaban celosamente guardadas en un cofre bajo tres llaves: una la tenía el párroco, otra una autoridad parroquial y la tercera una autoridad municipal. Ellos se reunían, abrían el joyero y lo entregaban bajo inventario.
Doña Mimí desconoce el paradero de ese patrimonio. Sólo queda el antiguo bastón que la virgen lleva en sus manos, que no es de oro, y la media luna de plata que está a sus pies, el resto de sus joyas son de fantasía. “Un año, el padre Carlos dijo que se ha robado la llave (del cofre) y desde entonces no sé nada”, comentó.
 En el pasado, Irupana celebraba la festividad de la Virgen de las Nieves desde varias semanas antes del 5 de agosto. Las primeras novenas eran rezadas desde el 7 de julio y se cerraban el 16, en la fiesta del Carmen. Ese día, la imagen era trasladada a casa del alférez –lo que hoy llamamos preste-, donde se comenzaba otra tanda de oraciones que se prolongaba hasta el 25 de julio. En esa ocasión, una representación del Tata Santiago salía del templo y recogía a la imagen de la patrona de Irupana para devolverla al templo, donde comenzaban las novenas finales que concluían el 4 de agosto.
No se conoce la edad exacta de la imagen de Virgen de las Nieves. Con seguridad, viene desde la época de la colonia. Doña Mimí asegura que, desde que la conoció, su cuerpo se encontraba siempre en muy buen estado. Es cierto que tenía algunos problemas en uno de los brazos, el cual fue arreglado por un restaurador que fue contratado, hace algunos años, gracias al aporte de la familia Nahín, que reside en Estados Unidos. En otra ocasión, uno de los explosivos que se utilizan como fuegos artificiales impactaron en su rostro, lo cual le provocó un pequeño rasguño. El mismo también fue reparado.
En el pasado, la señora Belmonte ayudaba también a arreglar el altar de flores que rodea a la imagen de la virgen. Esa fue una labor heredada de su tía, la señorita Ana Rivera, otrora una de las cuidadoras más celosas de todo el patrimonio que tenía la parroquia de Irupana. En los últimos años, otras señoras residentes en la ciudad de La Paz se ocupan de esa tarea.
Pero todo apunta a que la estrecha relación entre la familia Belmonte y la Virgen de las Nieves terminará con doña Mimí. Si bien cuenta con el apoyo de su esposo Augusto y de sus hijos Jorge y Rosa, quienes la acompañan en esta su profesión de fe, es difícil que ellos se hagan cargo de la misión de vestir cada año a la principal imagen del templo de Irupana. “Felizmente, me acompaña en esta tarea, desde hace 10 años, Maritza Pacheco, ella no sólo sabe vestirla a la Virgen, hasta confecciona su manto”, dice contenta.
La señora Belmonte de Sánchez habla de la “Mamita de las Nieves” con el cariño que se habla de una progenitora. Cada vez que ella le hace sueños, doña Mimí sabe que le va a pasar algo malo y se prepara para recibir la mala noticia. Es que la patrona de Irupana ya es parte de su familia, lo fue desde siempre…

viernes, 19 de septiembre de 2014

La única vez en que una mujer se sentó en la silla municipal

Zenobia Pacheco presidiendo el desfile en medio de todos los varones
Uno de los días más tristes de la historia de Irupana fue aquel, de principios de los años 70, en que los vecinos del centro poblado recibieron la noticia de la repentina muerte de Zenobia Pacheco López, la única mujer que tuvo a su cargo la Alcaldía Municipal.
La parca la encontró en la población de Unduavi, lugar donde los vehículos de transporte público acostumbraban hacer un alto a su salida de Yungas o ingreso de la ciudad de La Paz. Aquel día, ella retornaba de la sede de gobierno, a la que salió para tramitar algunas obras destinadas a la población. Su corazón se detuvo abruptamente mientras se alimentaba en uno de los puestos de comida. Fue su último almuerzo.
No fue el voto popular el que la llevó a la alcaldía, pues, eran tiempos en los que los alcaldes eran nombrados desde un despacho del ministerio del Interior. Las urnas eran piezas en desuso, debido a que el país había retornado a las épocas en que las bayonetas pesaban mucho más que los sufragios y la voluntad ciudadana.
Ella estuvo a cargo de la Alcaldía en los turbulentos 1970 y 1971, años en los que no era extraño terminar la noche con una autoridad y comenzar el día con una distinta. Lo lógico era que la dedocracia vigente elija para el cargo a un varón, así al menos lo había hecho desde siempre, tanto en Irupana como en otras poblaciones del país.
Grande fue la sorpresa cuando la gente se enteró que la nueva autoridad edil sería una mujer. Zenobia Pacheco era una persona muy querida en Irupana, debido a que, desde siempre, organizaba y participaba de actividades en beneficio de la población.
Don Edgar Pabón Mostajo, dirigente de la Fraternidad de Residentes de Irupana, la recuerda por su presencia en todos los partidos de los que participaba la selección azul y blanco durante los campeonatos interyungueños de fútbol. Su presencia no pasaba inadvertida, debido a que acostumbraba alentar al equipo a voz en cuello, junto a sus hermanas Emma, Julia y Etelvina.
Una vez nombrada alcaldesa retornó a Irupana, pero salía permanente a la ciudad de La Paz. Los recursos de la Alcaldía eran mínimos, no alcanzaban siquiera para pagar el salario de la alcaldesa, quien debía trabajar ad honorem. Ella estaba decidida a realizar una buena gestión, razón por la que estaba obligada a viajar de forma permanente. Y viajar no era tan cómodo como lo es ahora: El viaje duraba todo el día y la alcaldía apenas tenía dos o tres carretillas, ni soñar con vehículo propio, si no había ni para la gasolina…
En Irupana fue eternamente recordada por sus constantes operativos de limpieza de calles. En esos tiempos, los vecinos estaban obligados a barrer sus aceras y vías todos los días. La intendencia era la encargada de hacer el control respectivo, pero ella salía a inspeccionar personalmente. Era tan meticulosa que hasta llamaba la atención a los padres de los niños que andaban por las calles sin bañarse o con la ropa sucia. “Podemos ser pobres, pero debemos ser limpios”, era su máxima.
Para ella, los residentes irupaneños que habitaban en la ciudad de La Paz eran igual de valiosos que los que vivían en la población. Aprovechaba de los puestos que tenían en la sede de gobierno para conseguir pequeños proyectos para Irupana. Es por ello que, pese a la pandémica situación económica del poblado, llevó a la urbe paceña una sicureada para alentar al equipo y celebrar la obtención del Tricampeonato Interyungueño de Fútbol.
Pero la vida acortó su gestión y no permitió ver los frutos de todas las gestiones que había comenzado en las alturas paceñas. El doctor Augusto Sánchez fue testigo de su partida. Iba en el mismo bus y almorzaba en el mismo lugar donde se produjo el deceso. Cuenta que ella estaba tranquila, cuando de pronto puso su cabeza sobre la mesa. Un médico que estaba casualmente por el lugar la revisó de inmediato, pero ya era tarde. Zenobia Pacheco ya había abordado el otro bus, ese que no ofrece pasaje de retorno…  

lunes, 8 de septiembre de 2014

El injerto chuquisaqueño que recibió el tronco irupaneño

Wilson y Armando, dos de los Soruco que echaron raíces en Uyuca
Un verdadero viaje a lo desconocido es el que afrontaron los Soruco cuando salieron de su natal Azurduy. La única referencia que tenían era que Irupana no adolecía del crudo invierno que sufrían en la región chuquisaqueña de la que provienen. No era poco. “Dice que ni la paja brava se conserva”, comenta Wilson, quien no tuvo ni la curiosidad de conocer la tierra de la que le arrancaron sus padres cuando apenas tenía dos años.
Eran los años 50. El doctor Alberto Salinas vivía en la ciudad de La Paz para atender sus cargos públicos: Fue parlamentario, ministro e incluso diplomático. Fue en esas circunstancias que conoció la región yungueña. Adquirió la hacienda de Pahuata y se enteró que Uyuca también estaba en venta. Pensó entonces en los primos que dejó en Azurduy, los Soruco.
Armando, el papá de Wilson, fue el más entusiasta y animó a sus dos hermanos a sumarse a la aventura. No era fácil, sabían que era un viaje sin retorno. Él tenía esposa y siete hijos, su hermano Atiliano también siete y su hermana Asunta, que había enviudado, tenía una prole de cinco. Tuvieron que vender –o entregar a crédito y hasta a regalar- propiedades agrícolas, casas, ganado… todo lo que no podían llevarse consigo.
Cargaron todo lo que se podía en las mulas que les permitieron recorrer los más de 200 kilómetros que separaban a su lugar de origen de la carretera, 70 kilómetros antes de la ciudad de Sucre. Ahí abordaron el pequeño camión que les trasladó hasta Irupana. No era poco: Además de ellos y sus cosas, iban peones, criados, niñeras… “Trajeron hasta huevos en una tinaja que fue llenada de aserrín para que los proteja durante el viaje”, comenta. La travesía duró alrededor de 15 días.
De tan lleno, el camión que pasó por el centro poblado de Irupana parecía un florero. Así lo recordaban los viejos del lugar, entre quienes no faltó el que manifestó: “Ahí va Alí Babá y los 40 ladrones”. Wilson lo recuerda con una sonrisa: “Cuando me preguntan quién soy, les digo: soy el saldito de los 40 ladrones”.
En Irupana, la carretera sólo llegaba hasta Huayra Loma, lugar donde se instalaron en carpas improvisadas, hechas con material encontrado en el lugar. Luego el traslado hasta Uyuca, donde se acomodaron como pudieron. “Bajamos, una parte se alojó donde es la casa de don Héctor, otra parte donde es mi casa, en la loma”.
Había que comenzar a vivir en medio de la espesa y desconocida vegetación yungueña, con los mosquitos como molestosos anfitriones. Los hijos debían de ir a la escuela más cercana y los mayores a comenzar la faena: Iniciaron el chaqueo, la elaboración de carbón vegetal y la siembra extensiva de maíz.
No fue fácil y hasta no faltó quien planteó la posibilidad del retorno. “Mi papá estaba feliz de haber cambiado, mi mamá, no. Era la mimada de sus papás, ella se crió sobre todo, venir aquí, a hacer olla común, sufría demasiado, quería volverse y mi papá no quería. Los aferrados eran el doctor Salinas y mi papá, los otros querían volverse”, recuerda Wilson.
Pero don Armando Soruco (padre) siempre valoró el hecho de que sus hijos y los de sus hermanos hayan encontrado en Irupana oportunidades que no habrían tenido en su tierra natal. Él decía que, por ejemplo, no habrían aprendido a leer ni a escribir, debido a que las escuelas eran desconocidas en la zona de donde provienen. “Quizá habríamos agarrado el charango y a tomar chicha”, sonríe.
Él nunca tuvo la curiosidad de conocer la tierra de la que lo trajeron sus padres. Fue su hermano Armando quien visitó en algunas oportunidades el lugar, aprovechando la fiesta patronal, que se celebra en febrero. Allí se re encontró con los familiares y amigos que dejó hace tantas décadas.
Alguna vez, los Soruco han evaluado que quizá les habría ido mejor si emigraban al departamento de Santa Cruz, en lugar de a Irupana. Pero entonces, el oriente boliviano todavía no aparecía como una clara opción. Si bien el Plan Bohan –que impulsó la llamada Marcha hacia el Oriente- fue planteado en 1942, recién comenzó a mostrar sus frutos luego de la Revolución de 1952.
El único reclamo que Wilson tiene a sus padres es el de no haber comprado una casa en el centro poblado, en épocas en que era posible encontrar en buenos lugares y a precios accesibles. Sus más de 60 años en la zona le permiten sentirse tan irupaneño como cualquiera. Además de cultivar nuestro suelo, hizo familia en el lugar. Es que Irupana no sería la misma sin el injerto de los Soruco…

jueves, 4 de septiembre de 2014

Las fechas en rojo del calendario histórico irupaneño

Rafael Pabón y Agustín Aspiazu, en el mural de la historia de La Paz, trabajado por Gastón Ugalde
Que Irupana fue fundada el 25 de julio de 1746 es una verdad que pervive en la memoria de quienes nacieron en este poblado, pero nadie, de las actuales generaciones de irupaneños, ha visto algún documento que así lo certifique.
Fue don Leonardo Guzmán quien publicó, en diciembre de 1943, en la revista Acción y Progreso, la hipótesis de que el centro poblado nació en la mencionada fecha: “Mediante pacientes investigaciones en el viejo Archivo Parroquial que aún debe existir en Irupana, el año 1903, juntamente con el que fuera Obispo de la Diócesis, Fray Nicolás Armentia, (…) hemos llegado a establecer, sino con exactitud, al menos aproximadamente,  que en 1744 los conquistadores españoles, marqueses de Tagle, Gayoso y Mena, atraídos por las ricas minas de plata descubiertas en los cerros de Lavi, Cerropata, Huequeri y Cieneguillas, han establecido sus primeras viviendas en el lugar hoy llamado Machacamarca, allá en la loma más alta de los cerros San José, Sascuya y La Avanzada, fundándose dos años después, el 25 de julio de 1746, la población con el nombre de Santiago de Irupana, en homenaje al apóstol Santiago”.
Santiago fue el patrono de Irupana desde que arribaron los españoles, de eso no quepa la menor duda, razón por la que la fecha de nacimiento tiene que ser el 25 de julio. Sin embargo, es muy posible que, en el futuro, se devele documentación que pruebe que Irupana tiene mucho más de los 268 años que le achacamos en la actualidad. Al parecer, existen pruebas escritas de que el centro poblado es anterior a 1746. Habrá que verificarlas…
Tras la creación de la república, el Congreso General Constituyente, que funcionaba en Charcas –hoy ciudad de Sucre- la bautiza con el nombre de Villa de Lanza, el 3 de enero de 1827. El nuevo denominativo de Irupana –que pervive hasta nuestros días en los documentos oficiales- fue dado en homenaje a Victorio García de la Lanza, patriota nacido en Coroico, que no pudo tomar el centro poblado de Irupana, durante la Guerra de la Independencia.
Lanza, junto a Gabriel Castro, fue capturado por los indígenas de la zona en el río Huiri, cuando huía de la región y entregado a los españoles el 16 de noviembre de 1809. Ambos fueron degollados, sin ser sometidos a proceso alguno. Es por ello que tanto la población, al igual que la plaza principal, fueron bautizadas en su homenaje, por la naciente república.
Irupana era entonces parte de la primera sección de la provincia de Yungas, que tenía como capital a Chulumani, mientras que la segunda era encabezada por Coroico. Así funcionó hasta el 25 de noviembre de 1874, cuando se creó la tercera sección, con capital Villa de Lanza.
La norma, promulgada por el presidente Tomás Frías, establece: “Artículo 4º. La tercera sección constará de la Villa de Lanza y los cantones Laza, Lambate y Taca. 5º. La Villa de Lanza será la capital de la tercera sección, donde residirán el Juez Instructor, Ajente Fiscal, Actuario del Juzgado y la tercera Junta municipal. 6º. Se crea un Juez Instructor, un Ajente Fiscal, un Actuario y Notario, para la tercera sección”.
El primero de julio de 1899, la provincia de Yungas se divide en dos: Nor y Sud Yungas. La primera con capital Coroico, que es además la primera sección, y crea la segunda sección, con capital Coripata. La provincia del Sud tiene como capital a Chulumani, primera sección municipal, y la tercera sección de la vieja Yungas, con capital Villa de Lanza (Irupana) cambia a segunda sección de la nueva provincia Sud Yungas: “Artículo 3°.- La Provincia de Sud-Yungas, comprenderá igualmente dos secciones; la primera, compuesta de la capital villa de la Libertad (Chulumani), sus cantones y vicecantones, con excepción del de Milluhuaya; y la segunda, constituida de la capital villa de Lanza (Irupana), de los cantones y vicecantones que formaban respectivamente la 3ª sección de la Provincia de Yungas”.
El 20 de abril de 1994, la Ley 1551, conocida como de Participación Popular, cambió el estatus de las secciones municipales a municipios. Es así que la vieja Tercera Sección de la provincia de Yungas, que luego cambia de denominativo a Segunda Sección de la provincia Sud Yungas, pasa a ser lo que hoy conocemos como el municipio de Irupana.

lunes, 1 de septiembre de 2014

Una organización campesina que llegó con sus pies…

La vieja hacienda de Choropata, hoy en ruinas...
De la noche a la mañana, los campesinos de Irupana se enteraron que tenían una federación especial. Normalmente, las organizaciones sindicales nacen de abajo para arriba, pero esos no eran tiempos normales. La entidad que agrupa a los agricultores de nuestro municipio nació en algún escritorio de la ciudad de La Paz y hasta vino con su dirigente nombrado. Eran las épocas del “Pacto Militar Campesino”. “Ha llegado con sus pies”, resume bien don Manuel Gutiérrez, un viejo líder del sector Santa Ana.
Hasta entonces, Irupana era una central de la Federación Provincial de Campesinos de Sud Yungas, con sede en Chulumani, y tenía como líder a Satuco Heredia. No se sabe si con su aquiescencia, Corsino Ferrufino tramitó la creación de la nueva organización y llegó a Irupana con la novedad de que él era el nuevo dirigente. Era el año 1968.
“Como hablaba bien, lo hemos recibido”, recuerda Gutiérrez. Al fin y al cabo, la provincia era muy extensa y los dirigentes provinciales no tenían todo el tiempo para atender las necesidades de los agricultores del municipio. Finalmente, la dictadura militar vigente –con coraza democrática- tampoco dejaba demasiados espacios para generar un proceso que parta desde las bases.
Así funcionó hasta 1978, cuando el Pacto Militar Campesino entró en decadencia al mismo tiempo en que caía la dictadura de Hugo Banzer. Las organizaciones campesinas del país comenzaron a alzar vuelo propio y a acercarse a los obreros, en un proceso que concluyó con la creación de la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia, liderada por Genaro Flores.
En Irupana, el detonante fue un supuesto intento del eterno dirigente Ferrufino de expropiar la actual sede de la federación Especial de Campesinos. Los dirigentes Julio Maz, Juan Aguilar, Pedro Aliaga y Manuel Gutiérrez decidieron entonces tomar el local para evitar su venta y cuestionar a la dirigencia que había permanecido inamovible durante la última década.
Los afectados no se dieron por vencidos. En su intento por recuperar la sede de la organización, demandaron a los cuatro dirigentes ante el Tribunal de Justicia. Una comisión de ese poder del Estado los detuvo de madrugada en sus respectivos domicilios. Enterados del hecho, los campesinos de los alrededores se reunieron en Irupana y no permitieron que los trasladen hasta Chulumani, como era la intención de los agentes. “Si los llevan a ellos, nos llevan a todos”, dijo un joven agricultor, recibiendo el apoyo de todos los presentes. Se fueron con las manos vacías.
En otra ocasión, les avisaron desde la ciudad de La Paz que estaba entrando una nueva comisión para detenerlos. Tuvieron que internarse en el monte durante dos semanas para burlar a sus captores. Aprovechando los resquicios democráticos que dejaba la dictadura en su caída se presentaron en la ciudad de La Paz ante las autoridades judiciales, las que les impusieron una garantía de 8.000 pesos bolivianos.
“Tuvimos que pagar a dos mil pesos cada uno, gracias a esa movilización hemos conservado la sede que tenemos hasta ahora”, subrayó Manuel Gutiérrez, preocupado por un posible traslado de la federación a otros ambientes.
En marzo de 1978 se desarrolló en el cine Variedades, de La Paz, el Congreso de la todavía Confederación Nacional de Trabajadores Campesinos de Bolivia, con la participación de las federaciones departamentales y especiales. Pero fue en junio de 1979 que, con el apoyo de la Central Obrera Boliviana, se desarrolló el congreso del que nació la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia, encabezada por Genaro Flores Santos.
Fue en uno de esos congresos que fueron expulsados los coordinadores en Irupana del Pacto Militar Campesino. Por el contrario, fue bien recibida la delegación de quienes habían intervenido la sede de la Federación Especial y desconocían a Corsino Ferrufino, rememora Gutiérrez.
A su retorno de la reunión sindical Llegaron como héroes en Irupana, convocando de inmediato a una reunión en la comunidad de Siquiljara. Allí fue electo un Comité Ad-hoc, encabezado por Guillermo Limachi, con el encargo de convocar a un Congreso Ordinario en el plazo de 90 días. La nueva organización consiguió reemplazar al alcalde y legalizar la propiedad del local sindical.
El congreso realizado en la comunidad de Chica Choropata eligió por primera vez a su Comité Ejecutivo, el cual fue encabezado por Julio Máz, de Santa Ana, y Froilán Ayllón, de Chicaloma. La Federación promovida por el Pacto Militar Campesino daba paso a la Federación Especial Única de Trabajadores Campesinos de Irupana. La nueva organización comenzaba a andar con los pies de la gente…

lunes, 25 de agosto de 2014

La Irupana que visitó el naturalista francés Alcide d’Orbigny

“La ciudad de Irupana es, sin duda alguna, el lugar más importante de la provincia, tanto del punto de vista de su población, como del de su extensión. Las casas son mucho mejor construidas y hay más burguesía. Su iglesia es grande y domina la mayoría de las casas. Todo revela bienestar y prosperidad”. La descripción corresponde al célebre naturalista francés Alcide d’Orbigny, la cual se encuentra en el Tomo III, de su “Viaje a la América Meridional”, realizado entre 1826 y 1833.
D’Orbigny llegó a Irupana el 25 de agosto de 1830, apenas cinco años después del nacimiento de Bolivia como república independiente. Recordemos que en los 16 años anteriores, la zona, como parte de la Republiqueta de Ayopaya, fue escenario de una dura guerra, en la que la destrucción, los saqueos y los asesinatos eran moneda corriente.
La descripción del naturalista francés muestra que desde mucho antes de la guerra, Irupana contaba con una infraestructura muy sólida, que el centro poblado no sufrió los remesones que el resto o que los vecinos –gran parte de ellos de ascendencia española o criollos defensores de la Corona- la defendieron de los embates de la batalla. Lo contrario sucedió en otras poblaciones de la región: “El pueblo de Circuata, antes floreciente, fue, en varias oportunidades, completamente destruido por las guerras de la independencia”, relata el estudioso.
D’Orbigny es uno de los naturalistas más importantes del siglo XIX. Fue enviado a los países de Sudamérica por el Museo de Historia Natural de París, en un viaje que le permitió recorrer parte del territorio de  Uruguay, Brasil, Paraguay, Argentina, Chile, Perú y Bolivia. Su obra es considerada fundamental para la historia de todos esos países, pues, es uno de los pocos relatos de la vida cotidiana de la época. Eran los tiempos en que las instituciones científicas y los gobiernos de Europa enviaban expedicionarios a diversos países de América Latina. En algunos casos, el objetivo de la incursión era la investigación académica, mientras que en otros tenían objetivos geopolíticos, como la migración de europeos para la explotación de recursos naturales.
Aquel 25 de agosto, fue el corregidor de Irupana quien viajó hasta Chulumani para recogerle. La capital de la provincia de Yungas todavía celebraba la fiesta de San Bartolomé y el naturalista partió pese a la oposición de quienes lo habían acogido durante casi tres semanas: “A pesar de las reiteradas instancias de los habitantes, expedí mis equipajes por la mañana y partí en dirección a Irupana o Villa de Lanza, acompañado del corregidor de esa ciudad, que quería hacerme los honores del camino e indicarme el nombre de todas las corrientes de agua y de todas las montañas, motivo que me hizo de él un guía muy precioso”.
Lo primero que le sorprendió fue la distancia que separaba a las dos poblaciones, pues, se las veía tan cerca. “¡Cuál no sería mi asombro al enterarme que cinco leguas del país separaban los dos puntos!”, afirma admirado, al describir que se deben vencer dos cadenas montañosas y tres ríos. Junto a su ocasional guía tomaron el camino que va por Ocobaya y Chicaloma, entonces todavía con el nombre de “Chicanoma”.
Permaneció cuatro días en “esa pequeña ciudad, una de las pobladas más antiguamente en el país”. Acostumbrado a aprovechar el tiempo al máximo, visitó los alrededores para realizar sus estudios. “Al atravesar las hermosas chacras cultivadas, hasta las pendientes abruptas del sur de la montaña de Quiliquila (¿Quilliquilli?), me encontré al pie de una bella cascada, donde el agua, precipitándose desde quince metros de altura de una roca esquistosa”. ¿Se trataba acaso de la caída de agua hoy conocida como la Jalancha?
Otro día se fue hasta el sector de San Juan Mayo: “Remonté el ramal de la montaña de Quilaquila, hasta su unión con la cadena de Coropata (¿Cerropata?), de la cual depende, siguiendo la pendiente norte y dominando un vallecito profundo, de lo más boscoso y del aspecto más alegre, arriba del cual veía muy de cerca, sobre la cima opuesta, el gran caserío de Lasa, uno de los mayores de Yungas. En la cima de la cadena de Coropata la vegetación es completamente virgen y de la mayor belleza”.
Subraya su paso por unas quintas de naranjos  “de mayor hermosura” y los compara con aquellos –“de arbustos achaparrados, apenas de dos metros de alto”- que son admirados en su natal Francia: “sino verdaderos árboles de diez a doce metros de altura”, describe sobre los que vio en los alrededores de Irupana.
Luego sonríe al relatar los comentarios “ingenuos” que despertó su microscopio cuando los lugareños vieron, a través de él, a algunos insectos de la zona. “Me divertí sobre todo mostrando ciertos parásitos a los indígenas, que, viéndolos tan feos, juraron seriamente, por lo menos por el momento, no comerlos como tienen costumbre en Yungas, así como casi en toda la América Meridional”. También relata que tuvo que ejercer de médico para controlar algunas fiebres, debido a que en el lugar no existía ningún profesional en medicina.
El 30 de agosto, d’Orbigny abandonó Irupana con destino a lo que hoy es la provincia Inquisivi. Al llegar a la cúspide de Cerropata se le quedó grabada una imagen: “Desde ese punto, vi de nuevo, con gran satisfacción, las nieves del Illimani, que se dibujaba encima de montañas boscosas”.

viernes, 22 de agosto de 2014

Esa pareja musical que se acunó entre nuestros trinos

“¿Cuál es el ‘pañuelito’?”, pregunta el maestro Jaime Gallardo y desconcierta. Él, músico de toda la vida, compositor, eterno chelista de la Orquesta Sinfónica Nacional, ¿cómo no va a conocer uno de los más famosos tangos argentinos? Pero es suficiente que su amada Leonor le tararee el tema para que sus dedos comiencen a deslizarse perfectamente por el teclado de su piano…
Las notas musicales que emana el instrumento se encuentran, se aman, se casan con la bella voz de su esposa: “El pañuelito blanco que te ofrecí, bordado con mi pelo, fue para ti; lo has despreciado y en llanto empapado lo tengo ante mí”. Sí, aquella tarde de 1957 que llegó a Irupana su pañuelo también estaba empapado, pero no por el llanto sino por la lluvia que caía con persistencia sobre la población yungueña.
El aguacero no había parado desde que bajó del vehículo que lo trasladó hasta Irupana. Él no conocía el lugar y sólo atinó a preguntar por dónde quedaba la Escuela de Niños “Agustín Aspiazu”, a la que había sido destinado como profesor de Educación Musical. Había hecho sus primeras armas en el Colegio Ayacucho, de La Paz, y sus primeras incursiones en la Sinfónica Nacional, pero el destino le tenía reservado un bello pendiente… El director de la unidad educativa, Luis Beltrán Bilbao, lo hospedó en una de las aulas. Lo único que recuerda de aquel día es a los mosquitos.
La joven Leonor Riveros ejercía de profesora auxiliar en el centro educativo. Le gustaba cantar, por lo que la llegada del nuevo profesor de Música no pasó desapercibida. “¿Será soltero?”, se preguntó junto a sus amigas. Él tenía 28 años y ella apenas 17. La música se encargó del resto. De pronto aparecieron montando obras musicales, ensayando coros, solfeando…
Por supuesto que eran otras épocas las que vivía Irupana. Los dispositivos electrónicos aún no habían eliminado la capacidad musical de irupaneños e irupaneñas. En el lugar había diestros para la guitarra, la concertina, la mandolina y los instrumentos de viento. Irupana hasta contaba con su pequeña orquesta, integrada por los violines de los Künzel, el piano de Jaime Postma y el chelo de Jaime Gallardo. Junto a ellos, las voces de los y las jóvenes de Irupana que entrenaba a diario el más famoso profesor de Música que haya pisado el poblado.
Las obras de teatro tampoco se dejaron esperar. Una bastante recordada es “Palabra de cadete: y los celos de Don Ubaldo o militares... ni en pintura”, de Alfredo Santalla, entre muchas piezas montadas por los jóvenes de la época.
Y “Gallito”, como le decían por su apellido, encontró en Irupana el caldo de cultivo que estaba buscando para dar rienda suelta a la creatividad musical. Compuso “La leyenda del café” en homenaje a la tierra que le acogió. Pero su mejor composición fue la que lo iba a unir de por vida a Irupana: su matrimonio con Leonor, que se produjo un año después de su llegada.
Luego vino el “Himno a la Escuela Agustín Aspiazu”, la música del “Himno al Colegio 5 de Mayo” –cuya letra pertenece a Raúl Gómez del Pino-. Una gran cantidad de rondas infantiles y canciones con fines pedagógicos que se pierden en la memoria.
Irupana comenzó a quedar chico para tanto talento. Leonor necesitaba formarse académicamente e ingresó a la Normal en 1962, volvió tres años después para hacer su año de provincia, pero desde 1967 la familia Gallardo Riveros se estableció en la ciudad de La Paz.
Jaime ingresó en las grandes ligas nacionales de la música clásica. Fue violencellista de la Orquesta Sinfónica Nacional hasta el año 2006, con la que participó en más de 200 conciertos en escenarios nacionales e internacionales.
Leonor no se quedó atrás. Durante más de tres décadas fue soprano de la Sociedad Coral Boliviana, con la que dio decenas de conciertos en el país y en el extranjero. En la carrera docente llegó a ser supervisora y directora distrital de Educación.
Jaime y Leonor hoy están jubilados. La pared de su casa en la ciudad de La Paz quedó pequeña para tantas distinciones y reconocimientos. Bethoven, Bach, Vivaldi se encargan de ponerle música a sus días. Pero, casi siempre, él  vuelve a su piano o al chelo, de los que extrae bellas melodías que ella adorna con su canto…

Himno a la Escuela Agustín Aspiazu
Cuando destella la mañana,
llega la nueva luz del día,
es el alba que nos llama
a recordar este día.
Tal fue un día de mayo,
que don Agustín Aspiazu
dio su nombre a mi escuela,
a mi escuela yungueña.
En tus aulas aprendí, aprendí,
el ABC del saber, del saber,
en mi escuela está mi porvenir, mi porvenir.

lunes, 18 de agosto de 2014

De cuando Irupana sufría para saciar su sed

“¿Cómo se bañan los irupaneños? Si cuando uno abre la ducha sale únicamente aire…”, le dijo con ironía un amigo chulumaneño a Moisés “Oso” Bustillos. Éste respondió de inmediato: “Es que nosotros primero nos desempolvamos, luego recién sale el agua y nos bañamos”. Sin duda, eran épocas en las que era mejor reírse de la permanente falta de agua potable de la que adolecía el principal centro poblado de Irupana.
Hasta la década de los 70, la mayoría de los habitantes de la población se abastecía del líquido a través de las pilas públicas. Éstas se encontraban ubicadas en lugares estratégicos: Al comienzo de la avenida Agustín Aspiazu, en la Plazuelita, en la calle Merizalde (a la altura de la Escuela de Niñas), la Cochabamba, en la Salustio Lizón (la que sale de la plaza principal rumbo a Santa Ana), en una de las esquinas de la plaza Rafael Pabón, al comenzar la calle Alcazar y en la calle Pacheco esquina Felipe Molina (la antigua “q’achería”).
Era tarea de niños y niñas acarrear el agua que se necesitaba en la casa. Baldes, latas y bañadores desfilaban por las calles de la población al comenzar la mañana y luego de la salida de clases. De tanto usarlos, los grifos se arruinaban con frecuencia. Reemplazarlos era una verdadera odisea. La eternamente escuálida economía de la Alcaldía no alcanzaba siquiera para comprar una pila, razón por la que los vecinos tenían que poner cuota para adquirirla. El problema es que no todos estaban dispuestos a sumarse a la vaca…
La intendencia municipal se encargaba de normar el uso de las pilas públicas: Sólo estaban puestas para recoger agua en recipientes. Era prohibido lavar ropa u otros utensilios en las mismas, al igual que bañarse o bañar a las huahuas. Pero esa era sólo la disposición, pues, no faltaba la mamá que decidía convertirla en ducha o el papá al que le daba flojera subir hasta El Mancebao, en Churiaca, para quitarse el sudor dejado por el jornal diario.
¡Claro! Todo ello sucedía si se tenía la suerte de que esté corriendo el agua. Gran parte del día, los grifos soplaban más que chorreaban. Apenas comenzaban a gotear, todos y todas corrían a su encuentro para llenar cuanto recipiente encontraban a su paso. Hasta había veces en que el servicio se cortaba por días, era el momento en que la sedienta procesión se dirigía a Churiaca, para aprovisionarse del líquido de las chorreras del Mancebao.
Dicen que todos los trapos sucios hay que lavarlos en casa, pero eso en Irupana era simplemente imposible. Había que lavarlos e incluso secarlos en plena pampa de Churiaca. Las familias escogían un día de la semana para apostarse a orillas del Junt'uma –que pasa por los pies del Belén-, o del riachuelo que compartía aguas con la piscina municipal. Allí se iban con merienda y todo, pues, había que lavar la ropa que usaba toda la familia. Y una vez que se daba cuenta del atuendo, se comenzaba a refregar a toda la estirpe.
El Mancebao era la ducha preferida por adolescentes y mayores. La caída del agua de las dos chorreras con las que contaba y la espesa vegetación que lo cubría permitían bañar cómodamente las humanidades desnudas. Los y las nudistas creían que se estaban remojando en la intimidad de la naturaleza. Sin embargo, ésta también servía para cubrir a los cateadores que nunca faltaban por el lugar.
Pero la sequía permanente en la que vivían irupaneños e irupaneñas nunca fue un impedimento para mojarse en los carnavales. La pequeña fuente de agua que existía en medio de la plaza principal era llenada con días de anticipación y a ella eran arrojados quienes se atrevían a pasar por el lugar, no importaba si eran niños, adolescentes o viejos. Las pilas públicas servían para inflar los globos, pero ya uno se puede imaginar las largas colas que se formaban alrededor de las mismas. Quienes no tenían para comprar los proyectiles de agua, recolectaban los desechos de los globos lanzados, pero eran expulsados cuando intentaban volver a llenarlos de agua, debido a que tardaban demasiado. Hasta hoy se recuerda la protesta de los globeadores: “¡’Culitos’ a la Jalancha y ‘boquillitas’ al Mancebao!”. Hasta que el agua volvía a secarse…
Y si es riesgoso jugar con agua cuando el líquido es escaso, lo es más hacerlo con fuego. Fue la madrugada de un domingo cualquiera cuando un noctambulo se dio cuenta de que las llamas devoraban el techo del horno del maestro Juan “Borrego”. Al parecer, una chispa de la brasa saltó a la leña acumulada provocando el incendio, la vieja casona tenía el techo de teja antigua, colocada sobre palos y barro. En cuestión de minutos, una voraz hoguera alumbraba la oscura noche irupaneña. Lo grave es que los grifos públicos daban más pena que agua. Pero en cuestión de minutos, y a pesar de lo avanzado de la hora, decenas de vecinos y vecinas aparecieron por las calles balde en mano para poner su gotita a la casi imposible empresa. Al llegar el amanecer, el fuego había destruido por completo el horno, pero la solidaridad había logrado evitar que pase a las casas vecinas.
Fue durante una de las innumerables dictaduras de fines de los 70 que el agua pareció verse al final de la cañería. La empresa Corpaguas instaló el nuevo sistema de distribución. La cañería plástica desterraba para siempre al antiguo ducto metálico. Nunca se supo el monto exacto de la inversión estatal, pero tampoco nadie se ocupó de averiguarlo. Lo único que interesaba era saciar la sed. Y así habría sido si los proyectistas no olvidaban un pequeño detalle: el sistema necesitaba también agua. No se había destinado un solo centavo para mejorar las viejas tomas.
En verdad, los grifos transportaban más aire que agua. Es quizá por ello que el cobrador municipal del servicio llegaba a las casas y, tras tocar la puerta, decía: “He venido a cobrar de lo que no hay agua”.

lunes, 11 de agosto de 2014

El Leto o las palabras sobran cuando se trata de dar cariño

Hace más de 60 años que hay un silencio que grita en Irupana. Más aún, alegra, distrae, regala vida… Las calles del poblado serían menos bulliciosas sin la habitual presencia de su personaje más querido: El Leto.
Él es sordo y mudo de nacimiento, pero ello nunca fue un impedimento para comunicarse con el resto de la población. Era increíble cómo, con su lenguaje de señas, creado por él mismo, “hablaba” a la oreja de su madre… Y ella lograba entenderle.
Sus primeros años de vida fueron los más difíciles y fue doña Nolberta Torrelio, su madre, quien tuvo que cargar con todo el peso. Y decimos peso porque, aparte de que no hablaba ni escuchaba, no caminó hasta que tuvo 13 años. Su progenitora lo llevaba cargado al cocal o al lugar donde se ganaba el lojro diario.
Él nació en Laza, su padre lo negó al enterarse de las discapacidades con las que llegó a este mundo. Su madre se trasladó a Irupana donde vivió de la cosecha de coca o de café y de los caramelos de chancaca que vendía por las noches en la plaza Victorio Lanza.
A pesar de su deficiencia auditiva, Leto tuvo la habilidad de desarrollar una vida normal en Irupana. Es así que, por ejemplo, habitualmente baila de pepino en las comparsas carnavaleras, él ve el ritmo que lleva el resto y no tiene problemas para seguirlo. ¡Baila como si escuchara!
Se ganaba la vida trasteando balayes y panes en los tiempos en que las propias panaderas irupaneñas amasaban el alimento. Nadie olvida el día en que hizo caer el bañador de “jawi”. Nada hubiese pasado si a quien se cruzó en su camino no se le ocurría hablarle. Él, acostumbrado a mover las manos para comunicarse, olvidó que sostenía el recipiente, el cual se fue directo al suelo. En su afán por rescatar su contenido resultó “enjawitado” de pies a cabeza, para la risa de todos quienes seguían la escena.
Todos los domingos asiste puntualmente a misa, en la que se encarga de repartir y recoger los cancioneros. Tampoco se pierde un solo velorio, al que asiste junto a su entrañable amigo Max, de Capani. Ambos saben que en las exequias fúnebres no faltan la comida y el ponche para pasar la noche, razón por la que son los acompañantes más fieles de los dolientes.
Hasta los Valever, uno de los grupos más importantes de Irupana, lo han hecho su integrante. En una ocasión han preparado con él la inolvidable obra del “Pistolero”. Durante varias semanas lo entrenaron en las técnicas del mimo y le dieron el papel principal de la historia: Leto aparecía jugando poker con otra persona, ambos ataviados a la usanza de las películas del lejano oeste. En ello, él descubre que su rival le hacía trampa, razón por la que se saca un cabello, con el que lo enlaza y lo saca hasta la calle, donde lo desafía a duelo. Leto dispara primero…
No fue difícil para él asumir el papel de pistolero, pues, era uno de los habituales espectadores en las épocas en las que Irupana contaba con tres salas de cine: Brown, Record y Ómar, las que cada semana tenían en su cartelera a Django, Ringo o Trinity. Los niños y adolescentes de entonces jugábamos a que éramos pistoleros, con nuestras armas y proyectiles de “tartaco”. Y el Leto no era la excepción.
En otra ocasión, los siempre ocurrentes Valever participaron de un campeonato de fútbol, anunciando que tenían una sorpresiva contratación. Guardaron tanto el secreto que ingresaron hasta el centro del campo de juego en un minibús, del que el Leto salió con la número 10 en la espalda, para sorpresa de todo el público.
Pero la vida siempre golpea… Y golpeó fuerte las puertas del pequeño cuarto en el que Leto vivía con su mamá, en la calle Machacamarca. Al cumplir 90 años, doña Nolberta enfermó. Ella no habría querido irse nunca o quedarse al menos hasta que su hijo tome el camino sin retorno. Pero la muerte no entiende de deseos…
Cuentan que aquel día, los vecinos despertaron sorprendidos al ver que el Leto puso el rosón de luto arriba de su puerta. Todos sabían que su mamá estaba enferma y dieron por descontado el desenlace. No fue así. Ella todavía agonizaba, trataba de agarrarse de las últimas hilachas de vida que le quedaban. Horas más tarde, él se arrodilló alrededor del lecho de su progenitora, tomó su mano y lloró sobre ella. Las lágrimas de su hijo fue lo último que sintió doña Nolberta en su atribulado cuerpo.
Leto enterró a su madre como todo buen hijo, cumplió con todas las obligaciones del doliente. Jamás se separó del féretro, recibió los pésames de todos quienes le acompañaron y la lloró desconsoladamente.
Desde entonces está bajo la responsabilidad de su prima Sara, quien le garantiza su alimento diario, además de velar por su salud. Luego, Leto sabe que su casa se extiende por todo el centro poblado, donde es cercano a todos. Es costumbre verlo, en las calles de Irupana, junto a su inseparable amigo Max, en interminables charlas sobre no se sabe qué. Es que las palabras sobran…

sábado, 9 de agosto de 2014

¿De Wiru panpa o de Hiru pana?

La vieja campana de la escuela Agustín Aspiazu vio el paso de generaciones de irupaneños 
¿De dónde proviene el nombre de Irupana? La explicación no es clara y todo apunta a que se trata de una denominación compuesta que se ha ido amoldando en el curso del tiempo.
La explicación más común es que se trata de una derivación de los vocablos aymara y quechua “wiru”: planta de maíz y “panpa”: planicie o campo. De acuerdo a los defensores de esta hipótesis, toda la cima de la montaña en la que descansa el centro poblado habría sido lugar de cultivo de extensos maizales.
Es evidente que toda esta región es apta para el cultivo del cereal americano. Las investigaciones arqueológicas realizadas en el complejo de Pasto Grande, dentro del municipio de Irupana, han dado pruebas fehacientes de que este producto fue cultivado en toda esa región mucho antes de la llegada de los colonizadores españoles.
Tras la llegada de los ibéricos a la zona el nombre compuesto habría sido castellanizado: Irupana, tal como ocurrió con muchos nombres de lugares de la región andina. Sin ir más lejos, Chulumani, por ejemplo, provendría de “Cholo”: puma y “Umaña”: tomar agua. Es decir, el lugar donde el puma tomaba agua. Luego del encuentro con los colonizadores españoles, el término se mestizó hasta llegar al que conocemos ahora.
Está plenamente comprobado que esta parte de la región yungueña fue ocupada por colonizadores de la meseta altiplánica mucho antes de que los ibéricos se asentarán en ella. Es también por ello que casi todos los nombres –la toponimia- de los lugares de la región yungueña provienen casi siempre del idioma aymara e incluso del quechua.

Del euskera…
La versión de que el nombre de Irupana proviene del euskera, el idioma del País Vasco, no es nueva. El excombatiente del Chaco Julio Pérez ya manejaba esta hipótesis, aunque no tenía certeza sobre su significado. En los años recientes, Ángel Pardo revitalizó esta posibilidad, luego de que –según aseguró- un parapentista originario de ese país le dijo que el nombre de nuestro centro poblado quiere decir “tres planas” en lenguaje vasco.
Pardo afirma que, en euskera, “iru” quiere decir “tres” Y “pana” significaría “plana”. “Así, sin modificar nada, Irupana quiere decir tres planas, y cuando uno vuela ve las tres planas: Una, la del Vladimir (Soukup), la otra Churiaca y la tercera, aquí abajo (la del pueblo)”, asegura.
Revisando los diccionarios digitales del euskera confirmamos que “hiru” –así, con “h”- significa “tres”. El problema es “pana”. Consultados al respecto los periodistas Alex Ayala y Ricardo Bajo –ambos de origen vasco-aseguraron que la palabra no es parte del idioma euskera ni siquiera como sufijo.
Por esa razón, mandamos la consulta a la Real Academia de la Lengua Vasca, con sede en el País Vasco, para tener una respuesta al respecto. Esta fue nuestra pregunta: “Les agradeceré absolverme la siguiente duda: ¿La palabra "Irupana" tiene alguna posibilidad de provenir del euskera? Es el nombre de un municipio boliviano, algunos de cuyos habitantes dicen que proviene del vasco. La argumentación  es la siguiente: "Hiru": tres y "Pana": plana. Es decir, "tres planas". Sin embargo, consulté con amigos vascos en Bolivia y me dijeron que no lo identifican ni como sufijo. Estaré a la espera de su respuesta, mil gracias ¡Un gran abrazo!”.
Y esta fue la respuesta: “Buenos días. Sin más datos no se puede afirmar nada. Es verdad que en euskera (h)iru es tres, y, por poner un ejemplo Irupago sería 'tres hayas’. Lamentablemente, no he encontrado ninguna palabra que podamos asociar a “pana”. Con todo, no se podría descartar una palabra vasca que hubiese sufrido transformación, pero sin más datos no se puede dar por válido el origen vasco. Sin más, un saludo. Mikel Gorrotxategi Nieto, Servicio de Onomástica”.
Es decir, si Irupana proviene del euskera tendría que ser a través de la transformación de otra palabra, ya sea vasca, castellana o aymara, pues, está completamente descartado que “pana” quiera decir “plana” en el idioma euskera.
El gran naturalista francés Alcide d’Orbigny, que estuvo en Irupana en 1830, pone, en su libro “Viaje a la América Meridional”, un pie de página aclaratorio cuando se refiere a “Irupana o Villa de Lanza”. Dice textualmente: “El primero de esos dos nombres es indígena. El segundo fue dado en 1830 por el Presidente de la República para perpetuar la memoria del bravo general Lanza”. Quizá ayude…

lunes, 17 de marzo de 2014

¡En esta esquina, el irupaneño Rocky Aliaga!

Con el méxicano “Último Chingón” protagonizó un combate memorable.
Rocky Aliaga es un luchador de toda la vida. En el cuadrilátero hace lo que siempre hizo desde su niñez, cuando, apenas con nueve años, perdió a su padre. Desde entonces tuvo que abrirse campo a codazo limpio. Si al final, la historia de la gente no es otra cosa que una sumatoria de ¨rounds¨ que puedes perder o ganar.
Comenzó su historia como Luis Mario Tarqui Aliaga. Su certificado de nacimiento señala también a Irupana como su lugar de nacimiento. A los siete días fue trasladado a la comunidad de Vila Vila, donde sonó la campanilla para comenzar la lucha por vivir. El árbitro pareció hacerle el conteo de tres cuando falleció su padre, en una situación misteriosa. La familia se bajó a La Plazuela y de ahí, a sus 11 años, tomó el camino de las alturas.
Fue en La Paz donde comenzó a amar los deportes de combate. Era el tiempo en el que soñaba con tomarse una foto con sus ídolos, los mexicanos Santo, Huracán Ramírez y Rayo de Jalisco. A sus 13 años, comenzó a practicar kárate. Fue campeón paceño de lucha olímpica y luego subcampeón nacional en su categoría.
Para entonces era un visitante habitual del Olimpic Ring, de San Pedro, donde se presentaban los ídolos de la época: Sombra Vengadora, Kung Fu Boliviano, Mister Atlas, El Conde, Walter ¨Tatake¨ Quisberth y Ali Farah. Sus habilidades para los deportes de combate le facilitaron el camino al cuadrilátero.
Es ahí donde tuvo su segundo bautizo: El Canal televisivo RTP sacó el programa Impacto Extremo y lo invitó a ser parte de su staff de luchadores. Pero “Luis Mario” no decía nada, había que buscar un nombre comercial, que llame la atención del público. La película Rocky marcó época y sonaba bien con su apellido materno. Es así que nace Rocky Aliaga.
De la época en que luchó en Bolivia, Aliaga no puede olvidar la ocasión en que peleó frente al luchador peruano Bad Boy. El Coliseo Cerrado  estaba repleto y una gran cantidad de personas se quedó fuera. Todos querían ver el combate, que había sido anunciado desde semanas antes.
Pero el cuadrilátero boliviano le comenzó a quedar chico. Se dio la posibilidad de ir a España. “España es Europa y aquí llegan luchadores de todo el continente. Como luchador boliviano vine en busca de nuevas oportunidades que me permitan mostrar al mundo que los bolivianos tenemos capacidad y talento en este deporte”.
Por supuesto que no fue fácil levantar las cuerdas de los escenarios españoles. Prácticamente, Bolivia no existe para los grandes torneos de este deporte. Pero Rocky está acostumbrando a pelearla siempre, desde su infancia. El luchador japonés Makoto Morimitsu, “Príncipe de Tokio”, le ayudó a derribar los muros.
Una pelea con el luchador mexicano “Último Chingón” es su combate más memorable en el Viejo Mundo. “Al final de la pelea, me esperaba una multitud de fanáticos europeos que deseaban que les firme autógrafos, sin duda, fue un día grandioso en mi carrera profesional”.
El deportista tiene en su haber varias máscaras y cabelleras por peleas vencidas, además de  medallas y reconocimientos por torneos superados en España. Es del grupo de los técnicos y su desafío permanente es mostrar sobre el ring que la destreza puede más que la torpeza de los rudos.
En la actualidad, Rocky reside en la ciudad de Barcelona. Gran parte de su vida se la pasa en el gimnasio. Tiene un régimen de vida bastante disciplinado, con el objetivo de conservar el buen estado físico. Además de la lucha libre, ha incursionado en otros deportes de combate como el vale todo.
El nuevo desafío que se ha impuesto es el de combatir en los dos países más competitivos de la lucha libre: México y Estados Unidos. Él quiere demostrar que los luchadores bolivianos también cuentan para este deporte. Una vez logrados esos objetivos, sueña con retornar a Bolivia, y en particular a Irupana, para justificar frente a su gente los méritos alcanzados.
Sin embargo, ahora la vida lo ha vuelto a poner contra las cuerdas. Sufre una lesión en una de sus extremidades inferiores. Pero Rocky Aliaga está acostumbrado a luchar contra todo lo que se le ponga en frente y está seguro de superarla. ¡Que pase el próximo rival!
Irupana, agosto de 2011