viernes, 18 de octubre de 2013

Rigoberto Cuevas, ese irupaneño que vistió las casacas de los grandes paceños

Parados: Jacob Pérez, Omar Durán, Pedro Gutiérrez, Roberto Cardón, Víctor Flores, Wálther Castro. De cuclillas: David Amador, Miguel Zambrana, Juan Chura, Pedrín Maldonado (+) y Rigoberto Cuevas
Rigoberto Cuevas jugó el partido preliminar el día en que fue inaugurado el estadio del Bolívar, en Tembladerani. Los niños habían sido convocados para disputar el cotejo, se presentó y fue seleccionado. Claro que entonces ni imaginaba que años más tarde iba a ser parte de uno de los mejores planteles de la rica historia de la Academia paceña.
Con seguridad, Cuevas es el más importante deportista que ha dado el centro poblado de Irupana al fútbol nacional. Comenzó su andadura profesional en Chaco Petrolero, luego pasó a Bolívar, saltó a la acera de enfrente, a The Strongest y retornó a Chaco para cerrarla.
Como todos los niños de Irupana comenzó jugando en las calles de la población y en Churiaca. Él es zurdo y si se le suma a ello la habilidad con la que manejaba la pelota, tenía las condiciones para ser un gran futbolista.
Uno de sus primeros recuerdos futbolísticos es el viaje que hizo la selección Sub-12 de Irupana a un campeonato organizado, en la ciudad de La Pa,z por el Colegio Don Bosco. El fútbol podía abrir nuevas y buenas oportunidades.
Cuando tenía 13 años, la familia decidió que debía salir a la ciudad para continuar sus estudios. Fue entonces que vio cada vez más cerca la posibilidad de jugar en serio, en un equipo que al menos te dé un buzo deportivo para entrenar.
Orlando Arce ya jugaba entonces en el Olimpic, de San Pedro. Él había guiado desde sus primeros pasos en el fútbol y lo llevó a las infantiles de ese equipo, pero el mismo no contaba con la infraestructura ni los recursos para mantener sus divisiones inferiores.
Un día, de casualidad, llegó al entrenamiento de las inferiores de Chaco Petrolero. El técnico René Molina lo vio en cancha y le planteó la posibilidad de quedarse. Aceptó, compraron su pase del Olimpic en 100 pesos. Ese año fue el goleador del torneo paceño de su categoría.
Al año siguiente se alejó del fútbol. Su mamá le había aceptado que juegue fútbol con la condición de que no iba a descuidar su formación académica, campo en el que su rendimiento había comenzado a declinar. Hasta que un día se encontró de casualidad con el profesor Molina, quien le ofreció la posibilidad de pagarle mil pesos si volvía a Chaco Petrolero.
En 1979 debutó en el primer plantel del club refinero, cuando éste aún jugaba en la Asociación de Fútbol de La Paz. A los tres años ascendieron a la Liga. En 1982, Rigoberto fue elegido como el “Jugador Revelación” del torneo profesional boliviano. Eso le permitió ser convocado a la Selección Nacional Juvenil, que estaba concentrada en Cochabamba.
Pero la vida es más compleja que un partido de fútbol. Su madre murió, razón por la que tuvo que abandonar la concentración. Le dieron permiso por 10 días, pero él no regreso nunca. El dolor lo había llevado incluso a la decisión de dejar la práctica del deporte que tanto le apasionaba. Pero siempre hay la revancha. En 1983 fue contratado por Bolívar, cuando este equipo era dirigido por Ramiro Blacutt.
Vistió la celeste hasta 1989. Con ella obtuvo cuatro campeonatos nacionales y tuvo alrededor de seis participaciones en Copa Libertadores de América. Es parte de ese plantel que tenía a Carlos Borja, Vladimir Soria, Willam Ramallo, Fernando Salinas y Marcos Ferrufino; y extranjeros de la talla de Carlos Ángel López, Jorge Hirano y Luis Emilio Ludueña.
El trago amargo lo bebió el 12 de abril de 1989, en Colombia, cuando el Bolívar enfrentó a Millonarios en Octavos de final de la Libertadores. Los dos equipos habían llegado a la definición por penales y el disparo de Cuevas fue atajado por el arquero colombiano. La Academia boliviana perdió la posibilidad de continuar en carrera. El error futbolístico le iba a pasar dura factura.
Cuevas, ya con familia, quería cambiar de actividad laboral, pero ya tenía recorrido en las canchas. Es así que es fichado por The Strongest. Sin embargo, el hecho de haber dejado la pelota por unos meses se tradujo en reiteradas lesiones. A pesar de ello, jugó cuatro años en el plantel aurinegro.
En 1994 retornó al lugar donde había comenzado: a Chaco Petrolero. Su llegada al equipo refinero le permitió realizar una etapa de transición, debido a que –junto al fútbol- le daban la posibilidad de trabajar en la estatal petrolera. No desaprovechó la oportunidad. Retomó sus estudios de Administración de Empresas y Comercio Internacional. Hoy es diplomático de carrera y desempeña funciones en el Consulado de Bolivia en Chile.
Su vida de futbolista profesional no le dio muchas posibilidades de defender los colores de la Selección de Irupana, pese a lo cual –con apenas 15 años- estuvo en el equipo que obtuvo el último Campeonato Interyungueño, cuando este torneo aún se jugaba en La Paz. Se declara amante de Irupana, lugar al que tiene previsto volver una vez se jubile: “¿A dónde más vamos a ir?”. Churiaca te estará esperando…

viernes, 4 de octubre de 2013

Orlando Arce, el maestro de la pelota

Orlando Arce, en el club en el que mostró su mejor fútbol: Olimpic
A Orlando Arce lo recuerdo en Churiaca, en medio de los amaneceres yungueños. En lugar de descansar en los escasos recesos que le daba su vida como futbolista profesional, él se levantaba a las 05:00 para compartir con nosotros los secretos que le llevaron a equipos de la talla del Bolívar. Los chicos de la calle Cochabamba éramos los beneficiados. El sueño de jugar algún día como él nos quitaba el sueño antes de que salga el sol y nos ponía a trepar Limonani al trote.
Escuchábamos mencionar su nombre en las transmisiones deportivas de la Liga del Fútbol Profesional Boliviano o lo veíamos en las fotografías del célebre Hoy Deportivo. Sí, claro que lo admirábamos, pese a que él hacía todo lo posible para pasar como uno más.
“¡Felicidades por el gol!”. Aún recuerdo el grito de esa muchacha en la plaza de Irupana, mientras con el resto de sus amigas preparaba la carta que debía partir en el bus de Flota Yungueña con rumbo a la ciudad de La Paz. El destinatario del encargo era ni más ni menos que Orlando Arce y la joven enamorada, Charo Bustillos.
Entonces, Orlando ya tenía bastante trote en el fútbol profesional. Se había iniciado en el Olimpic, de la Asociación del Fútbol de La Paz. Los irupaneños habían celebrado su pase al primer plantel de Bolívar de la naciente Liga Boliviana. “Arce, quien militaba en Olimpic, se desempeña como marcador de punta. Autoridades bolivaristas manifestaron que se trata de un muchacho joven y de muchos recursos y que puede ser muy útil al club”, dice la nota de Hoy Deportivo, publicada en la época. Luego la aventura continuó en Always Ready y Chaco Petrolero.
Ya también había manejado los hilos de ese extraordinario equipo de irupaneños que consiguió el Tri-campeonato Interyungueño de Fútbol. Entonces, Irupana era el principal semillero del fútbol paceño y, sin duda, Arce era la mejor muestra de la calidad del balompié cultivado entre los “pipiripis” de Churiaca.
Orlando acostumbraba viajar con algunos de sus compañeros de equipo a Irupana. Por supuesto que junto a ellos disputaba partidos de exhibición en Churiaca, junto a deportistas locales. Eran verdaderas lecciones de buen fútbol. 
Fue en uno de esos viajes que se topó con la mujer que iba a marcarlo para siempre. Ella había ayudado a su tía a llevar las latas de pan al horno que funcionaba en la casa de Orlando. Era una década menor que él, pero ¿acaso al amor le interesa la fecha de nacimiento? “¿Quién es?”, le preguntó al amigo que se encontraba junto a él. La vida le habría respondido: La persona con la que vas a pasar el resto de tus días.
Fue durante los siguientes viajes que la conoció y surgió el amor entre Orlando y Charo Bustillos. Don Héctor, el papá de ella, no quería avalar ni de lejos la relación de su hija con el reconocido deportista. “¡Sólo es futbolista, en 10 años no va a tener con qué mantenerte!”, sentenciaba el severo padre.
Pero el amor ya les había marcado penal y no había arquero que lo detenga. Ya en La Paz, Don Carlos Rocabado –más conocido como el “Salamanca”- se aparecía en la casa de Charo para visitar a sus papás. Esa era la seña para que ella salga del hogar paterno y se vea con Orlando, quien estaba dispuesto a arriesgarlo todo. Cuando concluía la cita, don Carlos reclamaba: “Tanto tardaste, ya no sabía de qué hablarles a tus papás”.
Ante la eminencia del matrimonio y la conclusión de su carrera deportiva, Orlando decidió ir en busca del “sueño americano”. Luego partió Charo. Tuvieron dos hijas: Nataly Caren y Sandy María. Pero el fútbol era su vida misma, por eso lo continuó practicando a su llegada a Estados Unidos. Sus hijas hablan de este deporte con la prestancia que él lo jugaba. Cuentan que las llevaba a las canchas, veía con ellas los partidos y hasta analizaba cada una de sus jugadas.
Hasta aquel día de diciembre de 2003 cuando el médico le diagnóstico la presencia del cáncer en su cerebro. Era el partido de su vida y Orlando no estaba dispuesto a perderlo. Peleó por continuar su vida con absoluta normalidad, pero el mal estaba muy avanzado. Falleció el 23 de febrero de 2004, tenía entonces 53 años.
La muerte es siempre repentina, pero en su caso lo fue más. Cuando la noticia llegó a Irupana, nadie podía creerlo. No era lógico, no era viejo y en su última visita todos los habían visto exultante de vida. De la noche a la mañana, la población había perdido a uno de sus mejores hijos. Irupana lloró de impotencia, Churiaca mucho más…