martes, 10 de septiembre de 2013

La profesora Herminia sigue dictando clases…

Desde siempre, con la tiza en la mano...
Desde que tiene uso de razón, Herminia Molina de Archondo se mira jugando a que era maestra. Es la mayor de sus hermanos y ella les hacía formar y fingía que les enseñaba a leer y escribir. Pero cuando conoció a la profesora Sara Arce de Velasco ya no tuvo ninguna duda de que iba a ser educadora.
Eran los años en que en Irupana había escuela únicamente hasta el sexto curso de Primaria y Herminia había concluido ese recorrido académico. A pesar de ello, se continuó inscribiendo al centro educativo, con el objetivo de continuar repitiendo el último grado de su centro escolar. Era el lugar en el que mejor se sentía.
Hasta que apareció Alberto Archondo, quien fungía como Intendente Municipal. Le ofreció la posibilidad de trabajar como profesora de la escuela nocturna que, entonces, funcionaba en el lugar. Tenía 15 años. Pidió permiso a su papá y éste le autorizó. Ella estaba segura que estaba comenzando la carrera que le acompañaría toda la vida.
Dos años fueron suficientes para que la profesora Arce de Velasco se dé cuenta del potencial que tenía la novel educadora y le planteara la posibilidad de pasar a la escuela diurna que ella dirigía: La Eduviges v. de Hertzog. “Sabía de memoria todo el programa académico que se llevaba en la escuela”, sonríe.
Ya entonces, la “escuela de niñas” –como era conocida hasta hace poco- funcionaba en sus actuales dependencias, aunque su puerta de ingreso era en el otro extremo. “Quizá ha sido un convento, las ventanas eran grandotas, con fierros bien gruesos, había tres aulas. Yo entré desde el Preparatorio, estaba rodeado con yute, para que no nos entre el frío, y nos sentábamos en tablitas”. La escuela “de niños” Agustín Aspiazu trabajaba en lo que actualmente es el Mercado Municipal, para trasladarse luego a la infraestructura que le conocemos, en la zona de Churiaca.
Ella agradece el hecho de haber tenido una maestra -primero como educadora y luego como directora- de la calidad de Sara Arce de Velasco: “Era una señora, ella jamás gritaba, te hablaba, le teníamos respeto y miedo, pero nunca nos gritaba, nos hablaba fuerte, pero con mucho respeto, era maravillosa para enseñar”.
La admiraba tanto que hasta le copió el tipo de letra. Lo propio ocurrió con los métodos de enseñanza: Para cada tema, utilizaba cuadros didácticos, que ella misma los elaboraba. Los niveles de aprovechamiento de las niñas eran la mejor respuesta. Uno de los días más felices de su vida fue aquel en que la profesora Sara le dijo: “Herminia, vas a llegar a ser directora”.
Y no se equivocó. La hoy Unidad Educativa “Eduviges v. de Hertzog” estuvo bajo su mando entre los años 1971 y 1978, cuando se vio obligada a dejar Irupana por la necesidad de acompañar a sus hijas que estudiaban en la ciudad de La Paz.
De su paso por el magisterio, recuerda las actividades extracurriculares que realizaban los profesores de la época. El trabajo en el aula era una parte –pasaban clases la jornada completa, de 08:00 a 12:00 y de 14:00 a 16:30-, pero siempre tenían tiempo para las presentaciones de teatro y danza, además de la práctica del básquet.
Fue el deporte el que le acercó a su esposo, Oscar Archondo. Él era un destacado futbolista y ella basquetbolista. Ambos desarrollaron admiración mutua y decidieron formar un hogar cuando ella tenía 25 años de edad. ¡Cesto! Tuvieron tres hijas: Martha, Tania y Magui.
En la ciudad de La Paz continuó la carrera docente durante siete años, llegó a ser directora encargada de la escuela Costa Rica. Luego volvió a Irupana, donde se hizo cargo de la dirección de la escuela Agustín Aspiazu. “Ya el personal docente no era el mismo, eran jóvenes, no tenían ese espíritu de superación”. Así llegó la jubilación, luego de haber trabajado 38 años en el magisterio.
La profesora Molina siente que la educación está viviendo una grave crisis y cree que los profesores tienen parte de la responsabilidad: “Ya no hay esa entrega, esa mística”. Valora la formación teórica de los educadores, pero considera que les falta lo más importante para el ejercicio docente: la práctica.
Pese a que ya no asiste a las aulas, tiene instalado un pizarrón en su casa en el que nunca faltan tizas. Muchos niños y niñas la visitan para que refuerce sus conocimientos sobre Matemática y Lenguaje. Ella lo hace con mucho gusto, con el mismo que lo hacía cuando jugaba a ser maestra, en su casa de la calle Merizalde…

miércoles, 4 de septiembre de 2013

La fiesta no sería fiesta sin los sándwiches de los “Niños”

Carlos y Consta, en su puesto de buñuelos en La Paz
El sándwich de huevo es una comida cualquiera, pero en las manos de los “Niños” -Carlos Suaznabar y Consta Velasco- ha sido convertido en una de las delicias culinarias que ofrece la festividad de la Virgen de las Nieves, en Irupana. Son los únicos días en que es posible encontrar los famosos emparedados, los hay de huevo, chorizo y de cerdo.
Ellos han llegado a Irupana hace casi medio siglo. Desde pequeño, Carlos iba de fiesta en fiesta con su mamá. Ella se dedicaba al comercio y viajaba por todas las provincias paceñas. Cuando se casó con Consta tomaron el mismo camino, era lo que sabía hacer. Viajaron por La Asunta, Chamaca, La Calzada, Chimasi, Tajma, Chulumani, Coripata, Chirca, La Chojlla y varias poblaciones yungueñas. Pero nacieron los hijos y había que establecerse en algún lugar. Les gustó Irupana y aquí se quedaron.
“Era la tranquilidad, como dice la canción: “protector del forastero”, que cantan, era lindo, me gustó el pueblo, había un soldador, le decían “El Barbolín”, me animó a que me quede”, rememora. Junto a ellos llegaron Hernán y Carlos. En Irupana nacieron Catalina, Marcelo y Juan José.
Y comenzaron a vender comida rápida. Hacían hot dogs, fideos, sándwiches y buñuelos. Irupana tiene fama de prender apodos a todas las personas que llegan al lugar y Carlos no iba a ser la excepción. Siempre que se acercaba a las escuelas para vender sus productos en el recreo, los niños sacaban sus cabezas por las ventanas y él les gritaba: “¡Niños, cerrad las ventanillas!”. Fue suficiente. Le dijeron el “Niños” y con él a toda su familia.
El mayor de sus hijos, Hernán (+), se dio el gusto de jugar en la Selección de Irupana, pese a no haber nacido en el lugar. No se sabe la triquiñuela legal que hizo, pero en el resto de los pueblos todos lo conocían como irupaneño, razón por la que nadie averiguó siquiera sobre su procedencia. Hasta llegó a dirigir al equipo irupaneño en uno de los torneos interyungueños que se jugó en Coripata.
Marcelo –conocido en el pueblo como Marero- fue otro de los futbolistas de la familia. Jugó en la representación de Irupana en varios de los interyungueños y llegó al Alwas Ready, de la Asociación de Fútbol de La Paz. Luego se fue a Argentina, donde estudio para Director Técnico, en la Escuela de Entrenadores de la Asociación de Fútbol Argentino. Hoy dirige la Selección de Irupana y la Escuela Municipal de Deportes.
Los hijos crecían y las necesidades aumentaban. Esa es la razón por la que decidieron salir a la ciudad de La Paz en busca de mejor suerte. Luego de varios emprendimientos, encontraron el nicho de mercado que estaban buscando: pusieron su venta de buñuelos justo en la confluencia de las avenidas Tejada Sorzano y De las Américas, en el inicio de Villa Fátima. Era el negocio que iba a sacarlos de las necesidades más apremiantes. “He pasado tantas veces por esta esquina sin darme cuenta que aquí estaba mi suerte”, reflexionó alguna vez Carlos.
Desde siempre, él era un amante de la lectura de periódicos y revistas, nunca le faltaba un ejemplar en el bolsillo. Sus comic de Condorito y el Pato Donald fueron los textos de lectura con los que aprendieron a leer los niños de la calle Cochabamba. Cuando se marcharon a La Paz, mandaba a su hijo Hernán los periódicos de los lunes, sabedor de cuánto le gustaban los suplementos deportivos. Cuando Hernán falleció –en un confuso accidente- siguió enviando para que le dejen el periódico junto a su tumba.
“Ya no somos paceños, somos verdaderos irupaneños”, comenta orgulloso. Tras reunir un pequeño capital con su nuevo negocio lo primero que hicieron fue comprar una casa en Irupana. Fue luego que se hicieron de un bien inmueble en La Paz.
En la actualidad, él tiene 74 años y Consta 70. Ambos sueñan con el día en que tomarán el camino de retorno a Irupana, lugar al que han elegido para pasar sus días. Son fieles devotos del Tata Santiago de Irupana, en cuya fiesta participan todos los años, al igual que de la Virgen de las Nieves. Todo, sus amistades, sus compadres, sus ahijados y hasta sus nietos pertenecen al lugar.
Los suyos les han pedido que dejen de trabajar y que vayan a la festividad de Irupana a divertirse, sin los peroles en los que preparan sus famosos sándwich. Ellos no quieren, saben que la fiesta no sería lo mismo sin el puesto de venta de los “Niños”.

lunes, 2 de septiembre de 2013

El primer alcalde indígena del municipio de Irupana

Irupana le madrugó a la historia. Eligió a su primer alcalde indígena a comienzos de los años 80, cuando esta autoridad era designada por memorándum firmado por el Ministro del Interior y cuando, hasta entonces, la alcaldía era un espacio exclusivo de los vecinos del centro poblado.
Petersen Masmith Limachi es su nombre: “Con ese nombre mi papá me ha criado y eso es todo”, comentó cuando le preguntamos sobre el origen de su particular identificación. Él nació en Caquiaviri, en la provincia Pacajes, pero llegó muy joven a Irupana, como profesor rural de la escuela de Yuni Grande.
En busca de mejores perspectivas económicas, incursionó en la agricultura argentina. Ahí vio que era posible cultivar otros alimentos y que se lo podía hacer de forma más intensiva, para mejorar los siempre magros ingresos de los pequeños agricultores.
Es así que, con algo de plata ahorrada, retornó a Irupana. Se asentó en La Plazuela y luego en Tablería Alta, donde comenzó a producir tomates. Sin proponérselo, apareció de dirigente de su sindicato, luego de su subcentral, su central… No paró hasta llegar al Comité Ejecutivo de la entonces Federación Especial Única de Campesinos de Irupana.
El año 1982, el país había vuelto a la senda democrática. Las dictaduras militares eran ya sólo un mal recuerdo y los campesinos de Irupana estaban dispuestos a ocupar todos los espacios que les ofrecía el nuevo sistema.
Hasta entonces, era necesario tener buena muñeca en el partido de turno para lograr el memorándum de designación de alcalde que salía del Ministerio de Gobierno. El alcalde era designado desde la ciudad de La Paz. Pero a pesar de la normativa vigente, el Congreso Campesino de 1983 se propuso elegir un nuevo alcalde. Así lo hizo. Designó por amplia mayoría a Petersen Masmith, quien había ocupado la Secretaría de Actas de la organización.
Durante cuatro meses tuvo que peregrinar por las oficinas del Ministerio para conseguir el memorándum correspondiente. Pese a su discurso popular y de izquierda, los burócratas de la Unidad Democrática y Popular se negaban a reconocer el nombramiento que había realizado la organización campesina.
La gestión no fue nada sencilla, pues, entonces, no existía la Ley de Participación Popular y las alcaldías vivían de sus escasos recursos propios, además de lo que podían conseguir en La Paz gracias a la muñeca partidaria.
Sin embargo, en su paso por la administración local, Petersen Masmith Limachi se distinguió por la transparencia con la que manejó los escasos recursos que la Alcaldía tenía y lo poco que pudo conseguir de las gestiones realizadas en La Paz.
Quedó tan marcada su honestidad y capacidad administrativa, que cuando se creó la Corporación Agropecuaria Campesina Regional Irupana (CORACA-RI) fue designado Gerente Financiero. No tardó mucho en ser designado Gerente General de la organización económica campesina, pues, estaba clara su capacidad para manejar una entidad de este tipo.
Esa pequeña organización que había nacido sin un centavo fue creciendo de a poco, gracias a la entrega de dirigentes que, de forma desinteresada, se dedicaron a tiempo completo a fortalecer la línea de comercialización de café en los mercados europeos.
“Cuando salí en 2000 ya era otra organización, teníamos dos camiones, una planta instalada con oficinas, galpón, pre-beneficiadoras, fondo y proyectos aprobados como Gasolcamp, tenía capital, líneas de exportación para cinco a siete lotes, teníamos un buen mercado en Europa”, resalta.
Petersen Masmith es de formación religiosa adventista del séptimo día. A diferencia de muchos de sus hermanos que prefieren no involucrarse en cuestiones políticas, él lo hizo con decisión y está seguro que ese es el camino: “Una persona no está para alejarse de su vida natural, debe participar, debe ser útil para el país, útil también en la eternidad, así nos forman, útiles en el mundo y también para la eternidad”.