miércoles, 14 de agosto de 2013

Esos chóferes que manejaron nuestros destinos…

Los primeros vehículos que transitaron las carreteras yungueñas
Un camión Chevrolet habría sido el primer motorizado que prestó servicio de transporte a Irupana, desde el año 1939. Su conductor fue el egipcio Gabriel Estrugo (padre), quien había llegado a Bolivia cuando tenía siete años.
Y es que los Estrugo son una de las familias más tradicionales del transporte yungueño. El padre del grupo familiar, Samuel, llegó a Bolivia junto a sus dos hijos: Gabriel y Alberto, cuando éstos eran aún niños. Se asentó en Chulumani, donde tenía una tienda de telas y otros enseres. Compró un camión con el que trasladaba mercadería desde la ciudad de La Paz. Gabriel se animó a entrar un poco más, formó familia en Irupana, donde tuvo tres hijos: Gabriel, Samuel y Carlos.
“Soy chofer de nacimiento”, dice Samuel, el único que queda con vida de la prole. Él no recuerda en qué momento comenzó a manejar, porque desde que nació siempre estaba en la cabina de alguno de los camiones de su padre. Recuerda a su hermano menor, Carlos, a la hora del desayuno, jugando a que los platillos y paneros de la mesa eran volantes.
Por el contrario, Ricardo Reguerín aprendió a manejar cuando tenía 29 a 30 años. Su hermano había comprado un camión –precisamente de los Estrugo- y le había pedido que él viaje como administrador. Él veía cómo manejaba el chofer y en algunos lugares le pedía que le dé el volante. Hasta que un día faltó el conductor y se animó a meter el carro hasta Irupana. Desde entonces no volvió a salir de la cabina.
Ambos conocen cada piedra del camino La Paz – Irupana y claro que notan mejorías. “Antes había que retroceder a cada rato para dar paso, ahora prácticamente no se retrocede”, compara Samuel. Sin duda, pertenecen a una época en la que el transporte a Yungas era otra cosa: Había más camiones que buses –sólo funcionaba Flota Yungueña-, los transportistas no eran muchos, los caminos eran peores, aunque también había menos accidentes.
Los camiones de Irupana hacían tres viajes a la semana. Salían los lunes a La Paz, retornaban el martes, el miércoles volvían a salir y el jueves ingresaban, mientras que salían el viernes y el sábado nuevamente a Irupana. Los domingos por la mañana Churiaca era el lavadero de los motorizados, donde además los engrasaban para volver a comenzar la semana.
Es que había mucha carga para los vehículos. Transportaban naranjas y mandarinas, café, tambores de coca, madera de Santa Ana y San Juan Mayo, mangos de La Plazuela y carbón de varios lugares bajos. El bus de Flota Yungueña ingresaba y salía todos los días, con excepción de los sábados, cuando “la góndola” que llegaba a Irupana los viernes hacía servicio de ida y vuelta a Chulumani.
Subir La Cumbre era todo un desafío para los camiones repletos de carga, especialmente en el sector de Los Culines. Los vehículos llevaban tal peso y la gradiente era tan extrema, que pedían a los pasajeros más jóvenes se trepen a los parachoques para hacer contrapeso y evitar que los motorizados se sienten. El ayudante estaba obligado a ir en la pisadera con la cuña en la mano para que el motorizado no se vaya para atrás.
Entre los choferes de la época se puede nombrar a los tres hermanos Estrugo, Ricardo Reguerín, Joaquín Lizón, Franz García, Alberto Bustillos, Yarko y Francisco Soukup, los hermanos Tito, Aldo, Luis y Rodrigo García, Enrique Pacheco, Jorge Archondo, Carlos Cuadros, René Pinto, Jaime Amador, “Chicho” Molina, Agustín “Chicaco”, “Abuelo” Machicado, Hugo “Rubio” Archondo, “Gringo” Velarde, los Navarro, de La Plazuela, Julio Franco, Juan Cerezo, Mario Manrriquez y Gabriel “Joc’ollo” Mercado.
El sector de Transportistas Irupana era muy reconocido por su aporte al desarrollo de la población. Ellos han transportado de forma gratuita casi toda la piedra con la que, hasta hace poco, estaban empedradas las calles del centro poblado. Fueron también ellos quienes trasladaron los adoquines que cubren las dos avenidas principales.
Los choferes estaban tan organizados que hasta tenían, como sector, su danza en la festividad del 5 de agosto. Samuel recuerda que al inicio bailaban diablada, aunque luego incursionaron en los Caporales. Hasta los ayudantes tenían su comparsa de tundiquis, encabezados por el “Roso”: “Los ayudante venimos, los ayudantes venimos en busca de una negrita…”.
Y de la alegría al dolor: Tampoco faltaron los accidentes en las siempre peligrosas carreteras yungueñas. Ricardo Reguerín recuerda que, en una ocasión, se le cayó un pasajero. El mismo había fallecido a causa del hecho, razón por la que tuvo que lidiar un largo proceso judicial en el que probó que no tenía la culpa.
Samuel Estrugo se embarrancó en Chajro. Estaban arreglando el puente y había que bajar hasta el río para cruzarlo. Fue en la subida que el camino provisional se hundió y el camión dio dos volteos. Resultó parado a orillas del afluente. Murió una persona que saltó en el intento por salvarse. El resto de los pasajeros estaba tan bien que hasta ayudó a cargar nuevamente el motorizado, que continuó viaje a la ciudad de La Paz.
“Pero no podemos quejarnos, se ganaba bien”, concluye uno de ellos. Ha tenido que ser. Alguna buena razón tiene que haber para manejar por los siempre riesgosos caminos de la región yungueña…

lunes, 12 de agosto de 2013

Los Valever: Dicen que les vale, pero ni tanto…

“Los Náufragos”: Pastor Alanoca, Gabriel Supo, Ricardo Ramírez, Carlos Suaznabar, Jaime Arrascaita, Clemente Miranda, Erico Meza, Samuel Sánchez, Pedro Maldonado, Pasco, “Sueños” (parados), Miguel Zambrana, Hernán Ortiz, Omar Durán, Pedro Gutiérrez, Marco Suárez y José Luis Salas (de cuclillas)
No cualquiera puede ser ValeVer. Para entrar al grupo, hay que superar varias pruebas que van desde test de inteligencia, resistencia física frente a distintos adversarios y hasta sacrificios sexuales. Alguna vez a los miembros de la agrupación les preguntaron si ellos habían pasado por semejantes desafíos, a lo que uno de ellos respondió: “Es que nosotros hemos entrado antes de que se establezcan esas pruebas”.
Los ValeVer es la marca de toda una generación de irupaneños, decididos a reírse de la vida, pero no por ello a no tomarla en serio. Sus jodas han quedado selladas en la vida de muchos de los habitantes del lugar, aunque también lo han hecho sus incursiones en la cultura y el deporte.
Se estrenaron con el nombre de “Los Náufragos”. Tenían apenas 15 años. Participaron en un campeonato de fútbol. Vistieron una casaca anaranjada, era el único juego de camisetas que quedaba a la venta en la tienda de doña Aidé. De ese torneo queda el recuerdo memorable del partido frente a Municipal, el equipo que había reunido –gracias a la muñeca política- a los mejores futbolistas de Irupana. Arrancaron un épico empate en aquella inolvidable tarde lluviosa.
Luego formaron un equipo en serio: El Juvenil Irupana. Con este plantel obtuvieron el campeonato del torneo local por tres gestiones consecutivas. Al equipo base de Los Náufragos sumaron a los mejores jugadores de La Plazuela y Chicaloma. Son inolvidables los partidazos, a Churiaca llena, frente al rival de la época: Los Chivisivis.
Fue luego que apareció la filosofía Valever: “Si perdemos o ganamos nos ValeVer”. La estrenaron en un torneo de volibol, al que se presentaron con unas casacas blancas que tenían grabadas en el pecho la flecha símbolo del partido ADN, pero apuntando hacia abajo. Ningún equipo quería jugar frente a ellos. Su barra los aplaudía cuando fallaban y los rechiflaba si conseguían puntos. Jugaban a perder, cuando el resto estaba dispuesto a hacerlo todo por ganar.
Los calentamientos previos a los partidos son memorables: Todo el equipo se tendía sobre el piso en el Belén para calentarse con los rayos del sol. Y si el día estaba nublado, un buen trago servía para entrar calientes al cotejo.
En uno de sus últimos compromisos deportivos han entrado al centro del campo de juego en un minibús, el primero en saltar al campo de juego –para sorpresa del público- fue el personaje más querido de Irupana: El Leto, en pantalón corto y con el cintillo de Capitán en el brazo.
Pero la pelota les ha quedado pequeña. Su habilidad también los ha llevado a la guitarra, el charango, la quena, la zampoña e incluso a la concertina. Han sido permanentes animadores de los festivales musicales que se desarrollaban en la población y hasta los han organizado, cuando se hicieron cargo de la Sociedad Cultural Irupana.
¿Cómo olvidar su participación en el Festival Musical Interyungueño realizado en Caranavi? Fueron los ganadores en la categoría Música Internacional. La noche de su presentación, cuando ingresaron al escenario, fueron recibidos con un grito: “¡¿Cuál es el bombo?!”. El más gordo del grupo tocaba ese instrumento de percusión.
A su retorno a Irupana, organizaron un show de bienvenida. Uno de sus números estelares tuvo también como protagonista al Leto. Él, con discapacidad auditiva total, realizó el número de mimo “El duelo del pistolero”, para el que lo capacitaron durante varias noches. El grupo musical se presentó vestido al estilo de la banda estadounidense Village People. Israel Gutiérrez, que llevaba la primera voz, salió ataviado con una chamarra de cuero y un casco de motociclista. Los instrumentos ya habían repetido varias veces la introducción al tema, pero no había cuándo comience a cantar. El casco era tan cerrado que no escuchaba que sus compañeros ya estaban interpretando la canción.
Y entre joda y joda, los “vales” -como los conocen en Irupana- han ayudado a escribir varias de las páginas de la historia reciente del poblado. A Hernán Ortiz (+), Ramiro Churata, Miguel Zambrana, José Luis Salas, Israel Gutiérrez, Danny Vasquez, Roberto Cardón, Luis Amador, Ángel Pardo, Milán Jiménez, Manuel Marquez, Gabriel Ramírez, Pedro Gutiérrez, Pedrín Maldonado (+), José Nina, Pastor Alanoca y Samuel Sánchez, entre muchos otros, Irupana les debe mucho más que una sonrisa.
Uno de ellos tiene grabado un CD con temas dedicados a Irupana, el otro fue uno de los primeros parapentistas que levantó vuelo sobre Churiaca, varios jugaron en la Selección de Fútbol y hasta uno de ellos la dirigió, integraron las mejores agrupaciones musicales que tuvo la población, mientras hay alguno que hasta fundó un nuevo barrio.
Cuando El Mancebao les planteó la posibilidad de escribir sobre su historia, la respuesta de uno de ellos fue: “Pero vas a tener que aumentar páginas”. Y es cierto, muchas anécdotas se quedan en el tintero. Para escucharlas hay que sentarse en el banco de la tienda del José, en la calle Sucre, donde se los encuentra habitualmente. Aunque también es posible que se las cuenten o que, simplemente, les valga…