viernes, 18 de octubre de 2013

Rigoberto Cuevas, ese irupaneño que vistió las casacas de los grandes paceños

Parados: Jacob Pérez, Omar Durán, Pedro Gutiérrez, Roberto Cardón, Víctor Flores, Wálther Castro. De cuclillas: David Amador, Miguel Zambrana, Juan Chura, Pedrín Maldonado (+) y Rigoberto Cuevas
Rigoberto Cuevas jugó el partido preliminar el día en que fue inaugurado el estadio del Bolívar, en Tembladerani. Los niños habían sido convocados para disputar el cotejo, se presentó y fue seleccionado. Claro que entonces ni imaginaba que años más tarde iba a ser parte de uno de los mejores planteles de la rica historia de la Academia paceña.
Con seguridad, Cuevas es el más importante deportista que ha dado el centro poblado de Irupana al fútbol nacional. Comenzó su andadura profesional en Chaco Petrolero, luego pasó a Bolívar, saltó a la acera de enfrente, a The Strongest y retornó a Chaco para cerrarla.
Como todos los niños de Irupana comenzó jugando en las calles de la población y en Churiaca. Él es zurdo y si se le suma a ello la habilidad con la que manejaba la pelota, tenía las condiciones para ser un gran futbolista.
Uno de sus primeros recuerdos futbolísticos es el viaje que hizo la selección Sub-12 de Irupana a un campeonato organizado, en la ciudad de La Pa,z por el Colegio Don Bosco. El fútbol podía abrir nuevas y buenas oportunidades.
Cuando tenía 13 años, la familia decidió que debía salir a la ciudad para continuar sus estudios. Fue entonces que vio cada vez más cerca la posibilidad de jugar en serio, en un equipo que al menos te dé un buzo deportivo para entrenar.
Orlando Arce ya jugaba entonces en el Olimpic, de San Pedro. Él había guiado desde sus primeros pasos en el fútbol y lo llevó a las infantiles de ese equipo, pero el mismo no contaba con la infraestructura ni los recursos para mantener sus divisiones inferiores.
Un día, de casualidad, llegó al entrenamiento de las inferiores de Chaco Petrolero. El técnico René Molina lo vio en cancha y le planteó la posibilidad de quedarse. Aceptó, compraron su pase del Olimpic en 100 pesos. Ese año fue el goleador del torneo paceño de su categoría.
Al año siguiente se alejó del fútbol. Su mamá le había aceptado que juegue fútbol con la condición de que no iba a descuidar su formación académica, campo en el que su rendimiento había comenzado a declinar. Hasta que un día se encontró de casualidad con el profesor Molina, quien le ofreció la posibilidad de pagarle mil pesos si volvía a Chaco Petrolero.
En 1979 debutó en el primer plantel del club refinero, cuando éste aún jugaba en la Asociación de Fútbol de La Paz. A los tres años ascendieron a la Liga. En 1982, Rigoberto fue elegido como el “Jugador Revelación” del torneo profesional boliviano. Eso le permitió ser convocado a la Selección Nacional Juvenil, que estaba concentrada en Cochabamba.
Pero la vida es más compleja que un partido de fútbol. Su madre murió, razón por la que tuvo que abandonar la concentración. Le dieron permiso por 10 días, pero él no regreso nunca. El dolor lo había llevado incluso a la decisión de dejar la práctica del deporte que tanto le apasionaba. Pero siempre hay la revancha. En 1983 fue contratado por Bolívar, cuando este equipo era dirigido por Ramiro Blacutt.
Vistió la celeste hasta 1989. Con ella obtuvo cuatro campeonatos nacionales y tuvo alrededor de seis participaciones en Copa Libertadores de América. Es parte de ese plantel que tenía a Carlos Borja, Vladimir Soria, Willam Ramallo, Fernando Salinas y Marcos Ferrufino; y extranjeros de la talla de Carlos Ángel López, Jorge Hirano y Luis Emilio Ludueña.
El trago amargo lo bebió el 12 de abril de 1989, en Colombia, cuando el Bolívar enfrentó a Millonarios en Octavos de final de la Libertadores. Los dos equipos habían llegado a la definición por penales y el disparo de Cuevas fue atajado por el arquero colombiano. La Academia boliviana perdió la posibilidad de continuar en carrera. El error futbolístico le iba a pasar dura factura.
Cuevas, ya con familia, quería cambiar de actividad laboral, pero ya tenía recorrido en las canchas. Es así que es fichado por The Strongest. Sin embargo, el hecho de haber dejado la pelota por unos meses se tradujo en reiteradas lesiones. A pesar de ello, jugó cuatro años en el plantel aurinegro.
En 1994 retornó al lugar donde había comenzado: a Chaco Petrolero. Su llegada al equipo refinero le permitió realizar una etapa de transición, debido a que –junto al fútbol- le daban la posibilidad de trabajar en la estatal petrolera. No desaprovechó la oportunidad. Retomó sus estudios de Administración de Empresas y Comercio Internacional. Hoy es diplomático de carrera y desempeña funciones en el Consulado de Bolivia en Chile.
Su vida de futbolista profesional no le dio muchas posibilidades de defender los colores de la Selección de Irupana, pese a lo cual –con apenas 15 años- estuvo en el equipo que obtuvo el último Campeonato Interyungueño, cuando este torneo aún se jugaba en La Paz. Se declara amante de Irupana, lugar al que tiene previsto volver una vez se jubile: “¿A dónde más vamos a ir?”. Churiaca te estará esperando…

viernes, 4 de octubre de 2013

Orlando Arce, el maestro de la pelota

Orlando Arce, en el club en el que mostró su mejor fútbol: Olimpic
A Orlando Arce lo recuerdo en Churiaca, en medio de los amaneceres yungueños. En lugar de descansar en los escasos recesos que le daba su vida como futbolista profesional, él se levantaba a las 05:00 para compartir con nosotros los secretos que le llevaron a equipos de la talla del Bolívar. Los chicos de la calle Cochabamba éramos los beneficiados. El sueño de jugar algún día como él nos quitaba el sueño antes de que salga el sol y nos ponía a trepar Limonani al trote.
Escuchábamos mencionar su nombre en las transmisiones deportivas de la Liga del Fútbol Profesional Boliviano o lo veíamos en las fotografías del célebre Hoy Deportivo. Sí, claro que lo admirábamos, pese a que él hacía todo lo posible para pasar como uno más.
“¡Felicidades por el gol!”. Aún recuerdo el grito de esa muchacha en la plaza de Irupana, mientras con el resto de sus amigas preparaba la carta que debía partir en el bus de Flota Yungueña con rumbo a la ciudad de La Paz. El destinatario del encargo era ni más ni menos que Orlando Arce y la joven enamorada, Charo Bustillos.
Entonces, Orlando ya tenía bastante trote en el fútbol profesional. Se había iniciado en el Olimpic, de la Asociación del Fútbol de La Paz. Los irupaneños habían celebrado su pase al primer plantel de Bolívar de la naciente Liga Boliviana. “Arce, quien militaba en Olimpic, se desempeña como marcador de punta. Autoridades bolivaristas manifestaron que se trata de un muchacho joven y de muchos recursos y que puede ser muy útil al club”, dice la nota de Hoy Deportivo, publicada en la época. Luego la aventura continuó en Always Ready y Chaco Petrolero.
Ya también había manejado los hilos de ese extraordinario equipo de irupaneños que consiguió el Tri-campeonato Interyungueño de Fútbol. Entonces, Irupana era el principal semillero del fútbol paceño y, sin duda, Arce era la mejor muestra de la calidad del balompié cultivado entre los “pipiripis” de Churiaca.
Orlando acostumbraba viajar con algunos de sus compañeros de equipo a Irupana. Por supuesto que junto a ellos disputaba partidos de exhibición en Churiaca, junto a deportistas locales. Eran verdaderas lecciones de buen fútbol. 
Fue en uno de esos viajes que se topó con la mujer que iba a marcarlo para siempre. Ella había ayudado a su tía a llevar las latas de pan al horno que funcionaba en la casa de Orlando. Era una década menor que él, pero ¿acaso al amor le interesa la fecha de nacimiento? “¿Quién es?”, le preguntó al amigo que se encontraba junto a él. La vida le habría respondido: La persona con la que vas a pasar el resto de tus días.
Fue durante los siguientes viajes que la conoció y surgió el amor entre Orlando y Charo Bustillos. Don Héctor, el papá de ella, no quería avalar ni de lejos la relación de su hija con el reconocido deportista. “¡Sólo es futbolista, en 10 años no va a tener con qué mantenerte!”, sentenciaba el severo padre.
Pero el amor ya les había marcado penal y no había arquero que lo detenga. Ya en La Paz, Don Carlos Rocabado –más conocido como el “Salamanca”- se aparecía en la casa de Charo para visitar a sus papás. Esa era la seña para que ella salga del hogar paterno y se vea con Orlando, quien estaba dispuesto a arriesgarlo todo. Cuando concluía la cita, don Carlos reclamaba: “Tanto tardaste, ya no sabía de qué hablarles a tus papás”.
Ante la eminencia del matrimonio y la conclusión de su carrera deportiva, Orlando decidió ir en busca del “sueño americano”. Luego partió Charo. Tuvieron dos hijas: Nataly Caren y Sandy María. Pero el fútbol era su vida misma, por eso lo continuó practicando a su llegada a Estados Unidos. Sus hijas hablan de este deporte con la prestancia que él lo jugaba. Cuentan que las llevaba a las canchas, veía con ellas los partidos y hasta analizaba cada una de sus jugadas.
Hasta aquel día de diciembre de 2003 cuando el médico le diagnóstico la presencia del cáncer en su cerebro. Era el partido de su vida y Orlando no estaba dispuesto a perderlo. Peleó por continuar su vida con absoluta normalidad, pero el mal estaba muy avanzado. Falleció el 23 de febrero de 2004, tenía entonces 53 años.
La muerte es siempre repentina, pero en su caso lo fue más. Cuando la noticia llegó a Irupana, nadie podía creerlo. No era lógico, no era viejo y en su última visita todos los habían visto exultante de vida. De la noche a la mañana, la población había perdido a uno de sus mejores hijos. Irupana lloró de impotencia, Churiaca mucho más…

martes, 10 de septiembre de 2013

La profesora Herminia sigue dictando clases…

Desde siempre, con la tiza en la mano...
Desde que tiene uso de razón, Herminia Molina de Archondo se mira jugando a que era maestra. Es la mayor de sus hermanos y ella les hacía formar y fingía que les enseñaba a leer y escribir. Pero cuando conoció a la profesora Sara Arce de Velasco ya no tuvo ninguna duda de que iba a ser educadora.
Eran los años en que en Irupana había escuela únicamente hasta el sexto curso de Primaria y Herminia había concluido ese recorrido académico. A pesar de ello, se continuó inscribiendo al centro educativo, con el objetivo de continuar repitiendo el último grado de su centro escolar. Era el lugar en el que mejor se sentía.
Hasta que apareció Alberto Archondo, quien fungía como Intendente Municipal. Le ofreció la posibilidad de trabajar como profesora de la escuela nocturna que, entonces, funcionaba en el lugar. Tenía 15 años. Pidió permiso a su papá y éste le autorizó. Ella estaba segura que estaba comenzando la carrera que le acompañaría toda la vida.
Dos años fueron suficientes para que la profesora Arce de Velasco se dé cuenta del potencial que tenía la novel educadora y le planteara la posibilidad de pasar a la escuela diurna que ella dirigía: La Eduviges v. de Hertzog. “Sabía de memoria todo el programa académico que se llevaba en la escuela”, sonríe.
Ya entonces, la “escuela de niñas” –como era conocida hasta hace poco- funcionaba en sus actuales dependencias, aunque su puerta de ingreso era en el otro extremo. “Quizá ha sido un convento, las ventanas eran grandotas, con fierros bien gruesos, había tres aulas. Yo entré desde el Preparatorio, estaba rodeado con yute, para que no nos entre el frío, y nos sentábamos en tablitas”. La escuela “de niños” Agustín Aspiazu trabajaba en lo que actualmente es el Mercado Municipal, para trasladarse luego a la infraestructura que le conocemos, en la zona de Churiaca.
Ella agradece el hecho de haber tenido una maestra -primero como educadora y luego como directora- de la calidad de Sara Arce de Velasco: “Era una señora, ella jamás gritaba, te hablaba, le teníamos respeto y miedo, pero nunca nos gritaba, nos hablaba fuerte, pero con mucho respeto, era maravillosa para enseñar”.
La admiraba tanto que hasta le copió el tipo de letra. Lo propio ocurrió con los métodos de enseñanza: Para cada tema, utilizaba cuadros didácticos, que ella misma los elaboraba. Los niveles de aprovechamiento de las niñas eran la mejor respuesta. Uno de los días más felices de su vida fue aquel en que la profesora Sara le dijo: “Herminia, vas a llegar a ser directora”.
Y no se equivocó. La hoy Unidad Educativa “Eduviges v. de Hertzog” estuvo bajo su mando entre los años 1971 y 1978, cuando se vio obligada a dejar Irupana por la necesidad de acompañar a sus hijas que estudiaban en la ciudad de La Paz.
De su paso por el magisterio, recuerda las actividades extracurriculares que realizaban los profesores de la época. El trabajo en el aula era una parte –pasaban clases la jornada completa, de 08:00 a 12:00 y de 14:00 a 16:30-, pero siempre tenían tiempo para las presentaciones de teatro y danza, además de la práctica del básquet.
Fue el deporte el que le acercó a su esposo, Oscar Archondo. Él era un destacado futbolista y ella basquetbolista. Ambos desarrollaron admiración mutua y decidieron formar un hogar cuando ella tenía 25 años de edad. ¡Cesto! Tuvieron tres hijas: Martha, Tania y Magui.
En la ciudad de La Paz continuó la carrera docente durante siete años, llegó a ser directora encargada de la escuela Costa Rica. Luego volvió a Irupana, donde se hizo cargo de la dirección de la escuela Agustín Aspiazu. “Ya el personal docente no era el mismo, eran jóvenes, no tenían ese espíritu de superación”. Así llegó la jubilación, luego de haber trabajado 38 años en el magisterio.
La profesora Molina siente que la educación está viviendo una grave crisis y cree que los profesores tienen parte de la responsabilidad: “Ya no hay esa entrega, esa mística”. Valora la formación teórica de los educadores, pero considera que les falta lo más importante para el ejercicio docente: la práctica.
Pese a que ya no asiste a las aulas, tiene instalado un pizarrón en su casa en el que nunca faltan tizas. Muchos niños y niñas la visitan para que refuerce sus conocimientos sobre Matemática y Lenguaje. Ella lo hace con mucho gusto, con el mismo que lo hacía cuando jugaba a ser maestra, en su casa de la calle Merizalde…

miércoles, 4 de septiembre de 2013

La fiesta no sería fiesta sin los sándwiches de los “Niños”

Carlos y Consta, en su puesto de buñuelos en La Paz
El sándwich de huevo es una comida cualquiera, pero en las manos de los “Niños” -Carlos Suaznabar y Consta Velasco- ha sido convertido en una de las delicias culinarias que ofrece la festividad de la Virgen de las Nieves, en Irupana. Son los únicos días en que es posible encontrar los famosos emparedados, los hay de huevo, chorizo y de cerdo.
Ellos han llegado a Irupana hace casi medio siglo. Desde pequeño, Carlos iba de fiesta en fiesta con su mamá. Ella se dedicaba al comercio y viajaba por todas las provincias paceñas. Cuando se casó con Consta tomaron el mismo camino, era lo que sabía hacer. Viajaron por La Asunta, Chamaca, La Calzada, Chimasi, Tajma, Chulumani, Coripata, Chirca, La Chojlla y varias poblaciones yungueñas. Pero nacieron los hijos y había que establecerse en algún lugar. Les gustó Irupana y aquí se quedaron.
“Era la tranquilidad, como dice la canción: “protector del forastero”, que cantan, era lindo, me gustó el pueblo, había un soldador, le decían “El Barbolín”, me animó a que me quede”, rememora. Junto a ellos llegaron Hernán y Carlos. En Irupana nacieron Catalina, Marcelo y Juan José.
Y comenzaron a vender comida rápida. Hacían hot dogs, fideos, sándwiches y buñuelos. Irupana tiene fama de prender apodos a todas las personas que llegan al lugar y Carlos no iba a ser la excepción. Siempre que se acercaba a las escuelas para vender sus productos en el recreo, los niños sacaban sus cabezas por las ventanas y él les gritaba: “¡Niños, cerrad las ventanillas!”. Fue suficiente. Le dijeron el “Niños” y con él a toda su familia.
El mayor de sus hijos, Hernán (+), se dio el gusto de jugar en la Selección de Irupana, pese a no haber nacido en el lugar. No se sabe la triquiñuela legal que hizo, pero en el resto de los pueblos todos lo conocían como irupaneño, razón por la que nadie averiguó siquiera sobre su procedencia. Hasta llegó a dirigir al equipo irupaneño en uno de los torneos interyungueños que se jugó en Coripata.
Marcelo –conocido en el pueblo como Marero- fue otro de los futbolistas de la familia. Jugó en la representación de Irupana en varios de los interyungueños y llegó al Alwas Ready, de la Asociación de Fútbol de La Paz. Luego se fue a Argentina, donde estudio para Director Técnico, en la Escuela de Entrenadores de la Asociación de Fútbol Argentino. Hoy dirige la Selección de Irupana y la Escuela Municipal de Deportes.
Los hijos crecían y las necesidades aumentaban. Esa es la razón por la que decidieron salir a la ciudad de La Paz en busca de mejor suerte. Luego de varios emprendimientos, encontraron el nicho de mercado que estaban buscando: pusieron su venta de buñuelos justo en la confluencia de las avenidas Tejada Sorzano y De las Américas, en el inicio de Villa Fátima. Era el negocio que iba a sacarlos de las necesidades más apremiantes. “He pasado tantas veces por esta esquina sin darme cuenta que aquí estaba mi suerte”, reflexionó alguna vez Carlos.
Desde siempre, él era un amante de la lectura de periódicos y revistas, nunca le faltaba un ejemplar en el bolsillo. Sus comic de Condorito y el Pato Donald fueron los textos de lectura con los que aprendieron a leer los niños de la calle Cochabamba. Cuando se marcharon a La Paz, mandaba a su hijo Hernán los periódicos de los lunes, sabedor de cuánto le gustaban los suplementos deportivos. Cuando Hernán falleció –en un confuso accidente- siguió enviando para que le dejen el periódico junto a su tumba.
“Ya no somos paceños, somos verdaderos irupaneños”, comenta orgulloso. Tras reunir un pequeño capital con su nuevo negocio lo primero que hicieron fue comprar una casa en Irupana. Fue luego que se hicieron de un bien inmueble en La Paz.
En la actualidad, él tiene 74 años y Consta 70. Ambos sueñan con el día en que tomarán el camino de retorno a Irupana, lugar al que han elegido para pasar sus días. Son fieles devotos del Tata Santiago de Irupana, en cuya fiesta participan todos los años, al igual que de la Virgen de las Nieves. Todo, sus amistades, sus compadres, sus ahijados y hasta sus nietos pertenecen al lugar.
Los suyos les han pedido que dejen de trabajar y que vayan a la festividad de Irupana a divertirse, sin los peroles en los que preparan sus famosos sándwich. Ellos no quieren, saben que la fiesta no sería lo mismo sin el puesto de venta de los “Niños”.

lunes, 2 de septiembre de 2013

El primer alcalde indígena del municipio de Irupana

Irupana le madrugó a la historia. Eligió a su primer alcalde indígena a comienzos de los años 80, cuando esta autoridad era designada por memorándum firmado por el Ministro del Interior y cuando, hasta entonces, la alcaldía era un espacio exclusivo de los vecinos del centro poblado.
Petersen Masmith Limachi es su nombre: “Con ese nombre mi papá me ha criado y eso es todo”, comentó cuando le preguntamos sobre el origen de su particular identificación. Él nació en Caquiaviri, en la provincia Pacajes, pero llegó muy joven a Irupana, como profesor rural de la escuela de Yuni Grande.
En busca de mejores perspectivas económicas, incursionó en la agricultura argentina. Ahí vio que era posible cultivar otros alimentos y que se lo podía hacer de forma más intensiva, para mejorar los siempre magros ingresos de los pequeños agricultores.
Es así que, con algo de plata ahorrada, retornó a Irupana. Se asentó en La Plazuela y luego en Tablería Alta, donde comenzó a producir tomates. Sin proponérselo, apareció de dirigente de su sindicato, luego de su subcentral, su central… No paró hasta llegar al Comité Ejecutivo de la entonces Federación Especial Única de Campesinos de Irupana.
El año 1982, el país había vuelto a la senda democrática. Las dictaduras militares eran ya sólo un mal recuerdo y los campesinos de Irupana estaban dispuestos a ocupar todos los espacios que les ofrecía el nuevo sistema.
Hasta entonces, era necesario tener buena muñeca en el partido de turno para lograr el memorándum de designación de alcalde que salía del Ministerio de Gobierno. El alcalde era designado desde la ciudad de La Paz. Pero a pesar de la normativa vigente, el Congreso Campesino de 1983 se propuso elegir un nuevo alcalde. Así lo hizo. Designó por amplia mayoría a Petersen Masmith, quien había ocupado la Secretaría de Actas de la organización.
Durante cuatro meses tuvo que peregrinar por las oficinas del Ministerio para conseguir el memorándum correspondiente. Pese a su discurso popular y de izquierda, los burócratas de la Unidad Democrática y Popular se negaban a reconocer el nombramiento que había realizado la organización campesina.
La gestión no fue nada sencilla, pues, entonces, no existía la Ley de Participación Popular y las alcaldías vivían de sus escasos recursos propios, además de lo que podían conseguir en La Paz gracias a la muñeca partidaria.
Sin embargo, en su paso por la administración local, Petersen Masmith Limachi se distinguió por la transparencia con la que manejó los escasos recursos que la Alcaldía tenía y lo poco que pudo conseguir de las gestiones realizadas en La Paz.
Quedó tan marcada su honestidad y capacidad administrativa, que cuando se creó la Corporación Agropecuaria Campesina Regional Irupana (CORACA-RI) fue designado Gerente Financiero. No tardó mucho en ser designado Gerente General de la organización económica campesina, pues, estaba clara su capacidad para manejar una entidad de este tipo.
Esa pequeña organización que había nacido sin un centavo fue creciendo de a poco, gracias a la entrega de dirigentes que, de forma desinteresada, se dedicaron a tiempo completo a fortalecer la línea de comercialización de café en los mercados europeos.
“Cuando salí en 2000 ya era otra organización, teníamos dos camiones, una planta instalada con oficinas, galpón, pre-beneficiadoras, fondo y proyectos aprobados como Gasolcamp, tenía capital, líneas de exportación para cinco a siete lotes, teníamos un buen mercado en Europa”, resalta.
Petersen Masmith es de formación religiosa adventista del séptimo día. A diferencia de muchos de sus hermanos que prefieren no involucrarse en cuestiones políticas, él lo hizo con decisión y está seguro que ese es el camino: “Una persona no está para alejarse de su vida natural, debe participar, debe ser útil para el país, útil también en la eternidad, así nos forman, útiles en el mundo y también para la eternidad”.

miércoles, 14 de agosto de 2013

Esos chóferes que manejaron nuestros destinos…

Los primeros vehículos que transitaron las carreteras yungueñas
Un camión Chevrolet habría sido el primer motorizado que prestó servicio de transporte a Irupana, desde el año 1939. Su conductor fue el egipcio Gabriel Estrugo (padre), quien había llegado a Bolivia cuando tenía siete años.
Y es que los Estrugo son una de las familias más tradicionales del transporte yungueño. El padre del grupo familiar, Samuel, llegó a Bolivia junto a sus dos hijos: Gabriel y Alberto, cuando éstos eran aún niños. Se asentó en Chulumani, donde tenía una tienda de telas y otros enseres. Compró un camión con el que trasladaba mercadería desde la ciudad de La Paz. Gabriel se animó a entrar un poco más, formó familia en Irupana, donde tuvo tres hijos: Gabriel, Samuel y Carlos.
“Soy chofer de nacimiento”, dice Samuel, el único que queda con vida de la prole. Él no recuerda en qué momento comenzó a manejar, porque desde que nació siempre estaba en la cabina de alguno de los camiones de su padre. Recuerda a su hermano menor, Carlos, a la hora del desayuno, jugando a que los platillos y paneros de la mesa eran volantes.
Por el contrario, Ricardo Reguerín aprendió a manejar cuando tenía 29 a 30 años. Su hermano había comprado un camión –precisamente de los Estrugo- y le había pedido que él viaje como administrador. Él veía cómo manejaba el chofer y en algunos lugares le pedía que le dé el volante. Hasta que un día faltó el conductor y se animó a meter el carro hasta Irupana. Desde entonces no volvió a salir de la cabina.
Ambos conocen cada piedra del camino La Paz – Irupana y claro que notan mejorías. “Antes había que retroceder a cada rato para dar paso, ahora prácticamente no se retrocede”, compara Samuel. Sin duda, pertenecen a una época en la que el transporte a Yungas era otra cosa: Había más camiones que buses –sólo funcionaba Flota Yungueña-, los transportistas no eran muchos, los caminos eran peores, aunque también había menos accidentes.
Los camiones de Irupana hacían tres viajes a la semana. Salían los lunes a La Paz, retornaban el martes, el miércoles volvían a salir y el jueves ingresaban, mientras que salían el viernes y el sábado nuevamente a Irupana. Los domingos por la mañana Churiaca era el lavadero de los motorizados, donde además los engrasaban para volver a comenzar la semana.
Es que había mucha carga para los vehículos. Transportaban naranjas y mandarinas, café, tambores de coca, madera de Santa Ana y San Juan Mayo, mangos de La Plazuela y carbón de varios lugares bajos. El bus de Flota Yungueña ingresaba y salía todos los días, con excepción de los sábados, cuando “la góndola” que llegaba a Irupana los viernes hacía servicio de ida y vuelta a Chulumani.
Subir La Cumbre era todo un desafío para los camiones repletos de carga, especialmente en el sector de Los Culines. Los vehículos llevaban tal peso y la gradiente era tan extrema, que pedían a los pasajeros más jóvenes se trepen a los parachoques para hacer contrapeso y evitar que los motorizados se sienten. El ayudante estaba obligado a ir en la pisadera con la cuña en la mano para que el motorizado no se vaya para atrás.
Entre los choferes de la época se puede nombrar a los tres hermanos Estrugo, Ricardo Reguerín, Joaquín Lizón, Franz García, Alberto Bustillos, Yarko y Francisco Soukup, los hermanos Tito, Aldo, Luis y Rodrigo García, Enrique Pacheco, Jorge Archondo, Carlos Cuadros, René Pinto, Jaime Amador, “Chicho” Molina, Agustín “Chicaco”, “Abuelo” Machicado, Hugo “Rubio” Archondo, “Gringo” Velarde, los Navarro, de La Plazuela, Julio Franco, Juan Cerezo, Mario Manrriquez y Gabriel “Joc’ollo” Mercado.
El sector de Transportistas Irupana era muy reconocido por su aporte al desarrollo de la población. Ellos han transportado de forma gratuita casi toda la piedra con la que, hasta hace poco, estaban empedradas las calles del centro poblado. Fueron también ellos quienes trasladaron los adoquines que cubren las dos avenidas principales.
Los choferes estaban tan organizados que hasta tenían, como sector, su danza en la festividad del 5 de agosto. Samuel recuerda que al inicio bailaban diablada, aunque luego incursionaron en los Caporales. Hasta los ayudantes tenían su comparsa de tundiquis, encabezados por el “Roso”: “Los ayudante venimos, los ayudantes venimos en busca de una negrita…”.
Y de la alegría al dolor: Tampoco faltaron los accidentes en las siempre peligrosas carreteras yungueñas. Ricardo Reguerín recuerda que, en una ocasión, se le cayó un pasajero. El mismo había fallecido a causa del hecho, razón por la que tuvo que lidiar un largo proceso judicial en el que probó que no tenía la culpa.
Samuel Estrugo se embarrancó en Chajro. Estaban arreglando el puente y había que bajar hasta el río para cruzarlo. Fue en la subida que el camino provisional se hundió y el camión dio dos volteos. Resultó parado a orillas del afluente. Murió una persona que saltó en el intento por salvarse. El resto de los pasajeros estaba tan bien que hasta ayudó a cargar nuevamente el motorizado, que continuó viaje a la ciudad de La Paz.
“Pero no podemos quejarnos, se ganaba bien”, concluye uno de ellos. Ha tenido que ser. Alguna buena razón tiene que haber para manejar por los siempre riesgosos caminos de la región yungueña…

lunes, 12 de agosto de 2013

Los Valever: Dicen que les vale, pero ni tanto…

“Los Náufragos”: Pastor Alanoca, Gabriel Supo, Ricardo Ramírez, Carlos Suaznabar, Jaime Arrascaita, Clemente Miranda, Erico Meza, Samuel Sánchez, Pedro Maldonado, Pasco, “Sueños” (parados), Miguel Zambrana, Hernán Ortiz, Omar Durán, Pedro Gutiérrez, Marco Suárez y José Luis Salas (de cuclillas)
No cualquiera puede ser ValeVer. Para entrar al grupo, hay que superar varias pruebas que van desde test de inteligencia, resistencia física frente a distintos adversarios y hasta sacrificios sexuales. Alguna vez a los miembros de la agrupación les preguntaron si ellos habían pasado por semejantes desafíos, a lo que uno de ellos respondió: “Es que nosotros hemos entrado antes de que se establezcan esas pruebas”.
Los ValeVer es la marca de toda una generación de irupaneños, decididos a reírse de la vida, pero no por ello a no tomarla en serio. Sus jodas han quedado selladas en la vida de muchos de los habitantes del lugar, aunque también lo han hecho sus incursiones en la cultura y el deporte.
Se estrenaron con el nombre de “Los Náufragos”. Tenían apenas 15 años. Participaron en un campeonato de fútbol. Vistieron una casaca anaranjada, era el único juego de camisetas que quedaba a la venta en la tienda de doña Aidé. De ese torneo queda el recuerdo memorable del partido frente a Municipal, el equipo que había reunido –gracias a la muñeca política- a los mejores futbolistas de Irupana. Arrancaron un épico empate en aquella inolvidable tarde lluviosa.
Luego formaron un equipo en serio: El Juvenil Irupana. Con este plantel obtuvieron el campeonato del torneo local por tres gestiones consecutivas. Al equipo base de Los Náufragos sumaron a los mejores jugadores de La Plazuela y Chicaloma. Son inolvidables los partidazos, a Churiaca llena, frente al rival de la época: Los Chivisivis.
Fue luego que apareció la filosofía Valever: “Si perdemos o ganamos nos ValeVer”. La estrenaron en un torneo de volibol, al que se presentaron con unas casacas blancas que tenían grabadas en el pecho la flecha símbolo del partido ADN, pero apuntando hacia abajo. Ningún equipo quería jugar frente a ellos. Su barra los aplaudía cuando fallaban y los rechiflaba si conseguían puntos. Jugaban a perder, cuando el resto estaba dispuesto a hacerlo todo por ganar.
Los calentamientos previos a los partidos son memorables: Todo el equipo se tendía sobre el piso en el Belén para calentarse con los rayos del sol. Y si el día estaba nublado, un buen trago servía para entrar calientes al cotejo.
En uno de sus últimos compromisos deportivos han entrado al centro del campo de juego en un minibús, el primero en saltar al campo de juego –para sorpresa del público- fue el personaje más querido de Irupana: El Leto, en pantalón corto y con el cintillo de Capitán en el brazo.
Pero la pelota les ha quedado pequeña. Su habilidad también los ha llevado a la guitarra, el charango, la quena, la zampoña e incluso a la concertina. Han sido permanentes animadores de los festivales musicales que se desarrollaban en la población y hasta los han organizado, cuando se hicieron cargo de la Sociedad Cultural Irupana.
¿Cómo olvidar su participación en el Festival Musical Interyungueño realizado en Caranavi? Fueron los ganadores en la categoría Música Internacional. La noche de su presentación, cuando ingresaron al escenario, fueron recibidos con un grito: “¡¿Cuál es el bombo?!”. El más gordo del grupo tocaba ese instrumento de percusión.
A su retorno a Irupana, organizaron un show de bienvenida. Uno de sus números estelares tuvo también como protagonista al Leto. Él, con discapacidad auditiva total, realizó el número de mimo “El duelo del pistolero”, para el que lo capacitaron durante varias noches. El grupo musical se presentó vestido al estilo de la banda estadounidense Village People. Israel Gutiérrez, que llevaba la primera voz, salió ataviado con una chamarra de cuero y un casco de motociclista. Los instrumentos ya habían repetido varias veces la introducción al tema, pero no había cuándo comience a cantar. El casco era tan cerrado que no escuchaba que sus compañeros ya estaban interpretando la canción.
Y entre joda y joda, los “vales” -como los conocen en Irupana- han ayudado a escribir varias de las páginas de la historia reciente del poblado. A Hernán Ortiz (+), Ramiro Churata, Miguel Zambrana, José Luis Salas, Israel Gutiérrez, Danny Vasquez, Roberto Cardón, Luis Amador, Ángel Pardo, Milán Jiménez, Manuel Marquez, Gabriel Ramírez, Pedro Gutiérrez, Pedrín Maldonado (+), José Nina, Pastor Alanoca y Samuel Sánchez, entre muchos otros, Irupana les debe mucho más que una sonrisa.
Uno de ellos tiene grabado un CD con temas dedicados a Irupana, el otro fue uno de los primeros parapentistas que levantó vuelo sobre Churiaca, varios jugaron en la Selección de Fútbol y hasta uno de ellos la dirigió, integraron las mejores agrupaciones musicales que tuvo la población, mientras hay alguno que hasta fundó un nuevo barrio.
Cuando El Mancebao les planteó la posibilidad de escribir sobre su historia, la respuesta de uno de ellos fue: “Pero vas a tener que aumentar páginas”. Y es cierto, muchas anécdotas se quedan en el tintero. Para escucharlas hay que sentarse en el banco de la tienda del José, en la calle Sucre, donde se los encuentra habitualmente. Aunque también es posible que se las cuenten o que, simplemente, les valga…