martes, 4 de septiembre de 2012

Encomio de Javier Hurtado


Ramón Rocha Monroy
(El Ojo de Vidrio) Escritor
Ideas - Página Siete


Anibal Aguilar me dio temprana noticia de su muerte; y, en el despiste en que vivimos lejos de La Paz, al principio no supe entender que había muerto nada menos que Javier Hurtado, uno de los intérpretes más reconocidos del katarismo, desde su encuentro histórico con Genaro Flores, que marcó para siempre su vida política y lo inclinó por el sindicalismo campesino e indígena independiente.
Sobre el tema, hay muchos exégetas que recuerdan con aprecio a quien fue un tiempo ministro de Producción y Microcrédito, sociólogo graduado en la UMSA, chofer de Genaro Flores, trotskista y luego katarista.
Pero yo quisiera comentar mi visita al blog Elmancebao (elmancebao.blogspot.com), trasunto del periódico irupaneño del mismo nombre, en el que hallé a magníficos cronistas de la histórica ciudad de Irupana, un reducto realista durante la guerra de la independencia que el caudillo José Miguel Lanza se animó a tomar aunque ello le costara perder al legendario Eusebio Lira, quien prefirió seguir solo su camino indignado porque Lanza no le permitió saquear los hogares irupaneños, como le había prometido.
El blog me sirvió para aclarar muchas cosas: por ejemplo, que los Lanza eran oriundos de Coroico; que Irupana fue escogida como cuartel general del rey acaso porque tiene una extensa planicie en Churiaca; que este rincón histórico dio grandes hombres como Rafael Pabón, el futbolista Andaveris y personajes populares como Salamanca Rocabado o el Loro Pabón.
Pero sobre todo un empresario ecologista, como Javier Hurtado, cuyos productos consumí siempre sin saber que los fabricaba él: el café Irupana, la cañahua, el willkaparu, la cebada, la quinua, el amaranto y la miel y otros productos de Alimentos Naturales Irupana que nutren con harinas andinas el desayuno escolar paceño.
Se trata de una empresa que comenzó con 5.000 dólares y terminó con un patrimonio de dos millones de dólares y un comercio internacional de quinua de 7,5 millones. Como bien dice Guimer Zambrana, mantenedor del blog, Javier “siempre estuvo cerca de El capital, pero no del financiero, sino del libro escrito por Carlos Marx, al que había adoptado como su texto de cabecera”.
Uno de los últimos posts del blog mencionado habla de las posibilidades turísticas de Irupana como capital del parapente. Pero el sitio, sobre todo, es un repositorio de la memoria irupaneña.
Recuerda el éxodo de 5.000 almas a Cochabamba, que provocó el sitio de Túpac Katari en 1781 y la ocupación de las haciendas de coca de Nor y Sur Yungas que financiaron a las tropas indígenas, un episodio que comenta el Tambor Vargas en su célebre diario.
Recuerda la vieja adoración al Niño en la Navidad con chullu-chullus (sonajeras hechas con tapacoronas aplastadas) y las coplas que me enseñó mi padre: “niño Manuelito / caga buñuelito / limpia tu culito / con mi pañuelito”.
Recuerda ese semillero de futbolistas que fueron las canchas de Churiaca, como René Reguerín y sus hermanos, o la contribución al fútbol nacional de los hermanos Flores, o la historia de Los Chivisivis, valerosos players que tomaron el nombre de la etiqueta de un aguardiente de uva producido en la hacienda Chivisivi.
O la historia de Jorge Yoyi Pabón, futbolista y luego árbitro. Recuerda a Papío Suárez, repujador de monturas de caballo; a Jorge Soria, el compositor de la cueca Irupana, que grabó el dúo Larrea-Villavicencio.
Reproduce los dibujos agudos del Loco Suárez, Abraham Suárez Mercado, médico de profesión, que mantiene una página deliciosa en Facebook y es celoso defensor de El Mancebao, periódico irupaneño.
Cuenta la historia de Yeno Soukup, cabeza de unos inmigrantes checoslovacos que ahora son ilustres irupaneños; los dichos y hechos de Lucho Salas y los célebres carniceros de la villa; de Ángel, el Pato Pardo, y Jaime Cuevas, voladores de parapente; o la importación de avispas de Ecuador y Colombia, que controló la epidemia de la broca que diezmaba las plantaciones de café.
Se hace eco del lamento justificado de los tundiquis y creadores de la saya, que les ha sido usurpada por los caporales, sin tener su riqueza de ritmos, su combinación única de kullawada y ritmo afro, que ha sido sustituida por una entonación monótona y triunfalista nacida durante la dictadura de Banzer.
Revive la nostalgia de la chicha hecha con muku llegado de Cochabamba y los célebres picantes que quedaron en el olvido, sepultados por la cerveza y los pollos a la broaster.
El Mancebao es un periódico y un blog escritos de buen humor y en mangas de camisa por cronistas como Javier Hurtado y Guimer Zambrana, que remueven el pasado para recordar la cantidad de personalidades que quizá fueron engendradas en la alfombra verde de Churiaca, después de pasear por la avenida de cuñuris (ceibos o chillijchis) tan característica del lugar cuando la vida en Irupana todavía se hacía a pie.
Uno va de sorpresa en sorpresa, porque en Irupana nacieron Armando Jordán Alcázar, el artista de los célebres grabados del siglo XIX sobre Santa Cruz; Elías Belmonte Pol, calumniado como cabeza del famoso “putsch nazi”, que sembró dudas sobre los vínculos de Gualberto Villarroel con Hitler.
Mario Monje Molina, primer secretario del Partido Comunista, que se entrevistó con el Che en Ñancahuazú; Vico Patana, muralista nacional; Antonio Uzquiano, compositor de El Ferroviario, que grabó el grupo Llajtaymanta: “Ya va a partir el tren, caballero, ya va a partir el tren'”.
Pero me quedo con don Agustín Aspiazu, cuya vera efigie ha sido reproducida en El Mancebao; científico y genio de la época (como todo genio, tildado de loco), bisabuelo de mi gran amigo René Bascopé Aspiazu.
Agustín Aspiazu predijo en 1880 el paso del cometa Halley en 1917 y en 1986, y un eclipse de sol en noviembre de 1994. Cuando estaba a punto de morir el 18 de marzo de 1897, vio entrar al padre Barreto, que se aprestaba a darle la extremaunción, y tuvo fuerzas para levantarse de su lecho para decirle: “¡Sale usted o salgo yo!”. “Ésa fue la última locura de su bella y alocada vida”, comenta Guimer Zambrana.
Ha muerto Javier Hurtado el domingo 26 de agosto, y nos dejó un legado asombroso, del cual quisiera destacar su artículo Los Yungas: Una economía de suicidio colectivo, que denuncia los errores de la política de coca cero.
Según señala, esta imposición en el Chapare provocó la invasión de Yungas por esos “soldados ingenuos del narcotráfico”, esa “generación de jairas” que está sepultando la rotación de cultivos de los viejos agricultores de las terrazas agrícolas (...) que mezclaban la coca con los cítricos, la hualusa, el maní, los ajíes y la apicultura; esos responsables de la ampliación de los cultivos de coca a las tierras vírgenes de La Asunta, Caranavi y el norte de La Paz, destructores de la riqueza forestal, la diversidad biológica, las huertas tradicionales y hasta la gastronomía regional, porque el delicioso locro yungueño, el picante de cuy o la sajta de gallina criolla han sido sustituidos por el arroz, el fideo y el pollo al spiedo.

lunes, 27 de agosto de 2012

Un empresario de izquierda


Texto: Guimer M. Zambrana Salas
Foto: Tony Suárez
Revista IN

Javier Hurtado quiso crear una organización no gubernamental y le salió una empresa. Siempre estuvo cerca de El Capital, pero no del financiero, sino del libro escrito por Carlos Marx, al que había adoptado como su texto de cabecera: Militó en filas trotskistas desde sus 21 años, aunque luego se convirtió al indigenismo. Era la antítesis de la inversión privada, pero -al fin devoto de la dialéctica marxista- debía surgir la síntesis: nació Alimentos Naturales Irupana.
Quienes dudan de que no hay mal que por bien no venga, que le pregunten a Javier Hurtado. El mal: la dictadura de Luis García Meza lo expulsó del país por su militancia política. El bien: en el país que le dio asilo, Alemania, conoció el naciente mercado de los productos orgánicos.
Se dio cuenta de que mientras los agricultores alemanes realizaban grandes inversiones para reconvertir todo su sistema de producción para cultivar sin insumos químicos, toda la agricultura boliviana era natural. “Es más, a nosotros nos habían dicho que nuestra agricultura estaba atrasada porque no utilizaba abonos e insecticidas químicos y me doy cuenta de todo el potencial que teníamos en el campo con la agricultura ecológica”.
Y Hurtado conocía bastante el área rural andina de Bolivia. Durante la década de los 70, su partido le ordenó ponerse las ojotas en busca de cuadros políticos dentro del naciente movimiento sindical campesino. Se empleó en una ONG que trabajaba con los hombres del agro. Se involucró tanto que hasta dejó que lo cubriera el poncho indigenista. Terminó de “chofer” de Genaro Flores, el primer dirigente de la Confederación Única de Campesinos.
A su retorno a Bolivia, tras el exilio, tenía claro que debía ayudar a los campesinos a cosechar de su “desventaja tercermundista”. Pensó en crear una ONG -al fin y al cabo eso era lo que sabía hacer-, pero quería formar una institución distinta. Estas entidades financian sus actividades con donaciones de la cooperación internacional, pero él quería crédito en lugar de regalos. Su plan era unir a técnicos y campesinos para mejorar la producción, buscar mercados y generar ganancias para devolver el préstamo. “Aunque no creas, ningún cooperante quería darte crédito, todos querían regalarte dinero”.
Pero no estaba dispuesto a dejar que el café se queme en la boca del tiesto. Uno de sus amigos tenía una pequeña empresa que se dedicaba a tostar y moler el grano, y le invitó a sumarse a la aventura. Así lo hizo, pero de inmediato se dio cuenta de que veían el mercado desde distintos lugares. Su socio no estaba dispuesto a salir de la tradicional práctica de tostar café con azúcar, para darle mayor tintura, poniendo en riesgo la salud de los consumidores. Hurtado pretendía alcanzar un mejor producto, con la misma calidad y sabor del café que probó en Europa. La suerte de la novel sociedad estaba quemada, como el azúcar.
Nuevamente el traspié le dio una mano: Comprendió que sus productos debían tener como nicho de mercado a la gente de clase media para arriba. Los costos de producción los alejaban de los siempre escuálidos bolsillos de los sectores populares, más preocupados de llenar la olla, que de la calidad de los alimentos. Fue entonces que decidió trasladar su única tienda de la populosa calle Eloy Salmón a la avenida Ecuador, en el residencial barrio de Sopocachi.
Y agarró a la clientela por la nariz. En las horas pico tostaba café en la misma tienda, el tentador aroma tenía la misión de atraer la atención de los transeúntes. El producto que se invitaba en la puerta se encargaba del resto. De a poco, el café “Irupana” impuso su sabor en el mercado y abrió las puertas a los productos naturales que surgían como hongos. Su unión matrimonial con Martha Cordero acunó dos hijos, pero fue una verdadera incubadora de nuevos productos naturales terminados. La cañahua, el willkaparu, la cebada, la quinua, el amaranto y la miel corrieron sabrosa suerte.
Entre 1992 y 1993, Alimentos Naturales Irupana recibió su primera gran inyección financiera. Hurtado decidió apostar fuerte, vendió la casa heredada de su padre e invirtió 45.000 dólares. La empresa crecía a medida que aumentaba la preocupación de los paceños por comer sano. El ritmo de vida de la ciudad es cada vez más intenso, tanto o más crece el estrés. En su intento por amortiguar ese depresivo compás, la gente busca respuestas naturales y Hurtado y compañía las tenía, si no las inventaba: “Teníamos unas 15 tiendas, manejábamos 30 materias primas y 200 productos. En 1998 teníamos una  rentabilidad del 17 por ciento”.
Pero la crisis achicó los bolsillos de la clase media, el techo del mercado local se vino abajo. Felizmente, el emprendimiento ya tenía cuerpo para capear el temporal. Conquistó el desayuno escolar paceño con las harinas andinas y en la actualidad exporta quinua al mercado norteamericano, sin descuidar su presencia en los paladares paceños. En el camino tuvo que vender parte del paquete accionario y convertirse en un solvente sujeto de crédito.
Hoy, la empresa maneja alrededor de 7,5 millones de dólares en el comercio internacional del grano andino, cuenta con un patrimonio cercano a los dos millones de dólares y su solvencia le permite conseguir préstamos por casi el doble del valor de su propiedad. Bastante si se lo compara con los 5.000 dólares que invirtió cuando tenía las manos empapadas de café molido.
A pesar de su exitoso recorrido por los rumbos del capital, asegura que está más cerca de Carlos Marx y los achachilas que de Adam Smith. ¿Pero, acaso no se queda con la plusvalía? Él dice que con casi nada, que sí cuenta con un buen salario que le permite vivir cómodamente, que las utilidades de Alimentos Naturales Irupana han sido reinvertidas en la misma empresa, que llegan a los campesinos a través del pago de buenos precios por sus productos y de servicios de asistencia técnica. Sí, el marxismo establece que la lucha de clases es el motor de la historia moderna, pero, mientras llega la revolución, habrá tiempo para hacer buenas inversiones. Javier Hurtado no pierde el tiempo.

jueves, 10 de mayo de 2012

Hasta que subieron el interruptor…


El Río P'uri, el lugar donde se encontraba la antigua planta

El reloj marcaba las 21:50. El alumbrado público se apagaba y volvía a encenderse de inmediato. Era el aviso de que en 10 minutos el servicio eléctrico iba a cortarse hasta el día siguiente. La gente tenía ese tiempo para llegar a su casa. Y mientras irupaneños e irupaneñas se cobijaban en sus aposentos, tomatetas, bultos y aparecidos tomaban las calles del poblado, con la complicidad de las sombras de la noche.
Pasa que en la génesis irupaneña la luz eléctrica permanente se hizo cientos de años después de la creación del poblado yungueño. Y no es que los vecinos del lugar se hayan negado a subir el interruptor, por el contrario, pero los dos intentos por erradicar definitivamente mecheros y velas terminaron derrotados por las tinieblas.
El primer gran intento por prender la luz tuvo lugar a fines de los años 40, cuando instalaron una planta hidroeléctrica a orillas del río P'uri, muy cerca del camino que une a Irupana con Chicaloma. El afluente era conocido por su elevada corriente, tenía tanta que –a fines de los 60- se llevó a su paso todo el equipo que funcionaba en el lugar. De esta experiencia sólo quedó el nombre: río La Planta.
Para superar el corto circuito se instaló un generador a diesel, a lado del camal. Era el año 1967, el “Tata” Barrientos hizo el regalo, Rubén Lara era alcalde de Irupana. El motor funcionaba cuando había dinero para comprar el combustible y las arcas municipales siempre estuvieron más escuálidas que bolsillo de irupaneño después de la fiesta del 5. El servicio era deficiente: Al principio, funcionaba todas las noches, de 19:00 a 22:00, luego sólo sábados y domingos. Cuando fue inaugurado alcanzaba para alumbrar a los domicilios, luego a únicamente tiendas y restaurantes, después sólo las calles. Al final, el motor daba más pena que energía eléctrica.
Durante bastante tiempo las noches irupaneñas fueron a tientas. Pero la falta de luz artificial no apagó nunca el foquito de los lugareños, quienes se daban modos para continuar su vida en medio de las penumbras. Todos los negocios de la plaza estaban obligados a colgar en la puerta su lámpara a kerosene. Su luz irradiaba la parte externa del paseo, lugar donde se daba vueltas y se sentaban los adultos. En el centro, el manto de oscuridad servía para que niños y niñas jueguen a la “ocultita”, mientras los adolescentes ocultaban sus amores y desamores…
Las fiestas en El Porvenir bailaban también a pilas y kerosene. Las lámparas eran forradas con papel celofán, mientras que la bola de cristal era plana: un círculo hecho de cartón daba vueltas y ponía de distintos colores la pista de baile, gracias a la luz que disparaba una linterna que alumbraba a través de los orificios cubiertos también con papel celofán. El equipo de sonido se resumía a dos tocadiscos que funcionaban gracias a las “ray-o-vac”.
Los cines contaban con sus pequeños generadores eléctricos. El audio de la película debía librar una franca batalla contra el ruido del motor. Una vez terminada la función, las sombras de la noche irupaneña parecían más oscuras, los ojos se habían acostumbrado a la luz disparada por los proyectores y se negaban a seguir trabajando sin la ayuda de la irradiación artificial. Y si la película era del Conde Drácula o la Llorona, tomatetas y bultos se encargaban de continuar la historia fuera de las pantallas…
Las farras y acontecimientos festivos no podían pensarse sin la presencia de una guitarra y una o más buenas voces. Y si la bebida a tomar era cerveza fría, ésta era enfriada en los refrigeradores a kerosene. Los helados y raspadillos eran fabricados con pedazos de hielo que se arrancaba de los glaciares de La Cumbre. Los jugos de plátano o papaya eran elaborados en licuadoras a manija, mientras que las computadoras… Felizmente, eran entonces apenas una idea que no había llegado ni como noticia al poblado.
Hasta que se subió la palanca. Irupana no era la única población yungueña que vivía en penumbras, los otros municipios de la región también tenían dificultades. Vecinos de Coroico lideraron la propuesta de crear una empresa que se encargue de la distribución de energía comprada de la Empresa Nacional de Electricidad: Fue fundada la Cooperativa Eléctrica Yungas (CEY). De la noche a la mañana, los postes y cables se extendieron por toda la región. Corría el año 1982.
Durante el proceso de instalación se especuló que la energía eléctrica cambiaría la vida de la región, que los productores de café podrían cosechar hasta en horas de la noche, que se industrializarían los mangos que producía La Plazuela y que se echaban a perder por los malos caminos, que ya no habría personas que laven ropa a mano en las chorreras del Mancebao. Modernidad, que le llaman…
Pero las promesas se hicieron noche con las primeras facturas, el servicio era demasiado caro. Hasta había gente que encendía la luz para encontrar la caja de fósforos y la volvía a apagar. Recuerdo el día en que, con un grupo de amigos, hacíamos tareas escolares en la casa parroquial El Porvenir con la música a todo volumen, aprovechando la energía eléctrica que ninguno tenía en casa. De pronto escuchamos golpear la puerta, era el delegado de la CEY: “¡Apaguen esa grabadora, luego el padre no va a querer pagar la factura!”.
Para quien sí cambiaron las cosas fue para el director del Colegio 5 de Mayo, don Luis Beltrán Bilbao. Durante el “oscurantismo”, él acostumbraba recorrer, linterna en mano, las calles del poblado para sorprender a las acarameladas parejitas de alumnos. El problema sucedía cuando los tortolitos no eran estudiantes. Un violento carajazo era la respuesta a la insolente costumbre de enfocar los rostros que tenía el viejo profesor. Por supuesto que el moderno alumbrado público no eliminó los arrumacos juveniles, apenas los trasladó a las afueras de la población…

miércoles, 2 de mayo de 2012

Irupana comienza a volar


Churiaca, el lugar ideal para el aterrizaje del parapente

Los niños y niñas de Irupana han puesto a volar en su cielo una nueva ave: el parapente. Lo descubrió una profesora que encargó a sus estudiantes dibujar el paisaje de aquel poblado de la región yungueña del departamento de La Paz. Entre gallinazos, loros y gaviotas, alumnos y alumnas incluyeron la figura de los paracaídas que hace cuatro años irrumpieron en el lugar.
Fue el joven irupaneño Ángel Pardo quien tuvo la idea de conquistar el cielo yungueño. En la zona le dicen “Pato”, pero nadie imaginó que algún día extendería sus alas y haría honor al apodo. La noticia apareció como chisme en el pequeño poblado: “¿Dice que el ‘Pato loco’ está volando en Cerropata?, qué nomás estará fumando”. Ángel había comenzado a realizar sus primeras prácticas en una colina cercana.
Desde muy niño, Jaime Cuevas soñaba que volaba sobre Irupana. Es sobrino del héroe de la aviación boliviana, Rafael Pabón Cuevas. Consecuente con la herencia filial y el sueño de volar ingresó a la Fuerza Aérea, de la que actualmente es oficial. Estaba destinado a ser el acompañante de Ángel Pardo en la aventura.
Levantaron vuelo en julio de 2003. Los pobladores del lugar no lo podían creer. Un pedazo de tela había permitido que el hombre comience a disputar el espacio destinado a las aves. La novedad era la comidilla del día entre recogedores de naranjas y cosechadoras de hojas de coca.
Los vuelos son el disfrute total para los deportistas, el problema es volver a poner los pies sobre la tierra. Jaime y Ángel tuvieron verdaderos “arborizajes” y “aporrizajes” en lugar de aterrizajes. Las copas de los árboles y hasta el techo de un quiosco cercano al área de llegada les dieron la dura bienvenida al momento de concluir el vuelo. Sus cicatrices hablan de lo duros que resultaron los primeros aleteos.
Las noticias vuelan, más rápido aún en parapente. Deportistas de distintas partes del país se anoticiaron de las extraordinarias condiciones de vuelo de Irupana y comenzaron a arribar al lugar. Una primera delegación extranjera, que volaba por la región andina –desde Venezuela hasta Chile-, la incluyó en su periplo. “Irupana se encuentra en los pendientes orientales de los Andes bolivianos, en los fértiles Yungas. Una zona de vuelo fantástica. A partir de La Paz, seis horas en bus sobre carreteras a veces un poco espantosas. Aquí comienza la selva del Amazonas”, registró el estadounidense Dylan Neyme, en su carta de viaje.
Ángel y Jaime no se quedaron de alas cruzadas. En julio de 2004 organizaron el Primer Festival del Aire “Rafael Pabón Cuevas”, el cual reunió a deportistas de diversas regiones del país y del extranjero. 25 parapentistas llegaron con las velas sobre sus espaldas y el deseo de surcar un nuevo cielo. Desde entonces la cita anual está marcada en su agenda. Retornan al lugar el fin de semana más cercano al aniversario de fundación de Santiago de Irupana, el 25 de julio.
Y es que son las condiciones topográficas las que han hecho de este municipio una extraordinaria zona de vuelo. No en vano la palabra “parapente” viene de las palabras francesas parachute: paracaídas y pente: pendiente. La región yungueña tiene pendientes por doquier, pues se encuentra en medio de la abrupta caída entre la Cordillera Oriental y el llano amazónico. Las escasas en la zona son las planicies e Irupana es la excepción. El campo deportivo y de camping de Churiaca es un verdadero respiro en medio de la accidentada geografía yungueña. Los parapentistas despegan de la pista de Yanata, una montaña aledaña al poblado, y aterrizan sobre el césped de la mencionada planicie.
Irupana es tierra de larga historia. La fortaleza agrícola de Pasto Grande –que se encuentra en el municipio- es la prueba más importante de la presencia de las culturas Tiwanaku e Inca en la región yungueña. Las ruinas quedaron en la zona guardando la historia de la coca y el maíz en el continente.
Los españoles se asentaron en el lugar enamorados de una de las pocas planicies que dejó la madre naturaleza al crear la caprichosa región. Fundaron el poblado el 25 de julio de 1746.
Su ubicación la convirtió en un fortín infranqueable para el ejército realista que combatía a los patriotas que se encontraban en los alrededores. Se encuentra en medio del territorio que fue dominado por la Republiqueta de Ayopaya, durante la Guerra de la Independencia.
Hoy, el municipio es conocido por su agricultura ecológica y la diversidad de su producción. Cuenta con todos los pisos ecológicos, desde los 5.000 metros de las faldas del nevado Mururata, hasta los 800 metros en que se encuentra La Plazuela, a orillas del Río La Paz. Los más de 4.000 metros de caída permiten a sus habitantes cultivar papa y oca, en las alturas, amaranto en el valle, además de mangos, naranjas y coca en la zona baja.
Por lo menos dos tercios de sus habitantes son emigrantes de origen aymara, quienes han poblado la zona desde la época de la colonia y han seguido llegando hasta la década de los años 80. Otro grupo importante es el afroboliviano, que fue trasladado en la época colonial, luego del fracasado experimento de meterlos a los socavones potosinos. En este municipio se encuentra Chicaloma, la principal población negra de Bolivia, fiel exponente de la saya. Quechuas cochabambinos y chuquisaqueños arribaron con mucha fuerza desde el inicio de la República, flujo migratorio que se detuvo durante la Guerra del Chaco.
Es este conglomerado humano el que continúa tejiendo su identidad, al tiempo que busca construir un mejor futuro. Los campesinos han creado su propia empresa –CORACA Irupana- para exportar café al mercado europeo. Es también en ese poblado que nació Alimentos Irupana, un emprendimiento privado que se ha convertido en una de las más importantes industrias de alimentos orgánicos de Bolivia.
Pero el turismo es la veta que no terminan de encontrar, pese a sus grandes esfuerzos. En la última época han sido construidos pequeños hoteles y residenciales, con el objetivo de mejorar el hospedaje para los todavía escasos y repentinos visitantes. Ellos consideran que el deporte de los parapentes puede ayudarlos a comenzar a volar alto en la industria sin chimeneas.
Los pioneros de este deporte creen que ese es el camino, que es mucho mejor vivir Irupana desde el aire. Así también lo confirman quienes participan de los festivales anuales de este deporte y los que llegan al poblado yungueño cualquier fin de semana, con el objetivo de comprobarlo.
Los niños y niñas del lugar incluyeron a los parapentes en su cielo imaginario. Los pobladores de la zona esperan que ocurra lo propio con los potenciales visitantes nacionales y extranjeros, quieren que, al ver volar cualquier ave, recuerden que Irupana espera con los brazos abiertos a quienes quieren vivirla con los pies sobre la tierra… o sobre el aire.
Guimer M. Zambrana S.
El Deber - revista Extra - Agosto de 2006

martes, 7 de febrero de 2012

La cueca que salió de la galera


Jorge Soria era conocido en Irupana por sus trucos de magia: Hacía aparecer huevos, palomas, pañuelos… Pero fue una noche estrellada, sin público, recostado sobre su cama, en su pequeño cuarto de la calle Molina , luego de libar unas cervezas con sus amigos, que sacó de la galera la coartada con la que hipnotizó a toda una población: compuso la cueca “Linda tierra de Irupana”.

Fue don Luis Beltrán quien le marcó el destino. Como supervisor del Ministerio de Educación lo mandó a Irupana para que cumpla su año de provincia. El profesor Soria había escuchado hablar de la población yungueña, pero no conocía el lugar al que iba. Ni imaginaba que esos serpenteantes caminos lo llevarían a un pueblo que lo marcaría para siempre.

Nació en La Paz, pero habla de Irupana cual si se tratara de su propio pueblo. Recuerda al “Cututu”, al “Pisti” o al “K’aragallo” como cualquiera de los irupaneños de la época. La guitarra fue la varita mágica que utilizó para integrarse a la sociedad irupaneña ni bien había llegado: la punteaba con inigualable maestría. Claro, eran los tiempos en que el poblado contaba con verdaderas orquestas o estudiantinas, y un músico de su estatura caía como quimba a la cueca.

Irupana es el punto de quiebre en la vida de “Coco” Soria. Aún no tenía uso de razón cuando perdió a sus padres. Se crió y educó en el centro para niños huérfanos Méndez Arcos, de la ciudad de La Paz. Luego de viajar por varias ciudades argentinas, estudió en la Normal de Santiago de Huata, donde se graduó de maestro. Fue en el poblado yungueño donde comenzó su recorrido por aulas, pizarrones y tizas.

Quizá por ello no olvida a su director, Jesús Zeballos, de la escuela Agustín Aspiazu, como tampoco a sus colegas Hernán Villegas, Alfredo López, Ana Riveros, Eva Mostajo, Gúnnar Chavarría o Herminia Molina, entre muchos otros. Recuerda también al alumno que, cuando le pidió que diga la tabla del tres, le respondió que sabía la música pero no la letra de esa canción, para luego comenzar a tararearla.

Los días de fiesta, las reuniones de amigos, las noches de bohemia, los amores –se libró de ser caz/sado por varias irupaneñas-, los desamores… El “chango” Soria había encontrado el lugar que hace mucho estaba buscando.

Linda tierra de Irupana, eres joya sin igual, tu Churiaca es un paraíso donde todo es un primor…. La melodía rondaba por su cabeza hasta aquella noche en que letra y música tuvieron el armonioso encuentro que hace bellas a las canciones: “’Linda tierra de Irupana’, la tengo en mi mente, la ha hecho en Irupana, en mi almohada y la hice, y un día la comencé a cantar, fue una creación natural, ‘eres joya sin igual’”.

La cueca comenzó a ser cantada en las noches de tertulia y cervezas, y recibió la aprobación inmediata de la bohemia irupaneña. Pero ahí se habría quedado si el coroiqueño Enrique “Negro” Larrea no lo llevaba al vinilo en ese hermoso disco, a dúo con Villavicencio, dedicado a las principales poblaciones yungueñas.

Jorge Soria recuerda que fue en Coroico –lugar al que también fue destinado años más tarde como profesor- donde, en las noches de farra, el “Negro” Larrea le escuchó cantar la cueca dedicada a Irupana. Años más tarde se sorprendió al escucharla grabada en el “long play” de Larrea Villavicencio.

La tapa del disco no le reconoce la autoría del tema y se limita a señalar “Derechos Reservados”. Jorge Soria se culpa de no haberla registrado en su momento, algo que no creía necesario, pues, para él era suficiente con que en Irupana sepan quién había compuesto la cueca.

Pero la cueca ya es del pueblo. No hay reunión de irupaneños –en Yungas, La Paz, Santa Cruz, Buenos Aires, Virginia o Madrid- donde no se la cante a vos en cuello, como el cordón umbilical con la madre tierra: “Linda tierra de Irupana/eres joya sin igual/tu Churiaca es un paraíso/donde todo es un primor. Eres noble y valerosa/de los Yungas lo mejor/de la Patria la esperanza/con trabajo y con amor. Tus colores siempre son bellas acuarelas/Hoy te canto mi Irupana con todito el corazón”.

Hace más de dos décadas que Jorge Soria no visita Irupana. Hoy tiene 81 años, pero no pierde la esperanza de volver al lugar en el que vivió sus años más felices: “Han pasado los años y yo algún día iré a Irupana, no a reírme sino a lagrimear un poco…”. Sin embargo, confiesa que cuando canta “Linda tierra de Irupana” también se traslada mentalmente a Churiaca. Es que Irupana y su cueca tienen magia…

viernes, 20 de enero de 2012

El "Padre Negro"


Más tardó en llegar que en salir de la comunidad a la que lo mandaron para celebrar la misa de fiesta. El padre Juan José –el párroco holandés de Irupana, en los Yungas de La Paz- había decidido mandar a Carlos Guadama, el “Padre Negro”, para la celebración. ¿Quién mejor que un afro para conmemorar la fiesta patronal de una comunidad negra? No lo entendieron así los lugareños, quienes se negaron a asistir a la eucaristía, la cual tuvo que ser suspendida por falta de quórum.
Ellos querían que sea un cura rubio quien celebre la misa grande de la festividad religiosa de su comunidad y no aquel que –siendo tan sacerdote como los holandeses- tenía su mismo color de piel. “Herencia del colonialismo”, dirán algunos; “histórica baja autoestima”, calificarán otros. Lo cierto es que los sacerdotes agustinos holandeses no cejaron en su intento de que los yungueños crean en sí mismos, se den cuenta de que sólo ellos pueden construir su futuro.
Y es que la interculturalidad no era un discurso para los agustinos holandeses, era parte de su vida diaria. Los primeros misioneros holandeses llegaron a los Yungas a principios del siglo pasado. Era la época en que a la región yungueña sólo era posible llegar a pie o a lomo de mula. Sin dejar de lado su holandés materno, aprendieron a hablar el castellano y -vaya atrevimiento- hasta el aimara, para comunicarse mejor con los pobladores de la zona.
Fueron pioneros en la formación de los catequistas aimaras de los Yungas, en un intento por aterrizar el evangelio en la realidad de la zona; crearon un Centro de Capacitación en Lavi Grande, para formar en nuevos oficios a los hijos de los campesinos; instalaron Radio Yungas, como un verdadero espacio intercultural; y –entre muchos otros proyectos- hasta impulsaron un proyecto de recuperación de la medicina tradicional, en forma coordinada con los hospitales de la zona. La Pastoral Yungueña a su cargo declaró a la hoja de coca como “símbolo de vida”. No ahora cuando el arbusto es defendido por el propio Presidente de la República, sino en momentos en que el gobierno de Víctor Paz Estensoro aprobaba a capa y espada la cuestionada Ley 1008.
No. No se trataba de “curas tercemundistas” ni de seguidores de la “Teología de la Liberación”. Eran religiosos que decían su palabra, muchas veces contraria a la opinión mayoritaria de los habitantes de la región yungueña, pero profundamente respetuosos de las determinaciones de los lugareños. Construyeron con los yungueños una relación de tú a tú, en la que el color de la piel no era el factor definitivo para categorizar a una persona. Interculturales, pues.
El padre Carlos Guadama, más conocido en los Yungas como el “Padre Negro”, falleció semanas atrás en la ciudad de Cochabamba. Nació en Chicaloma, la más grande localidad afroboliviana del país. Ayudaba en las labores domésticas a los agustinos holandeses hasta que decidió ingresar al sacerdocio, determinación que fue respaldada firmemente por los religiosos neerlandeses. Fue el primer afroboliviano en calzarse una sotana. Era un verdadero lunar en las reuniones de los sacerdotes holandeses, pero eso sólo era cuestión de piel…

La Paz, enero de 2009

lunes, 16 de enero de 2012

El cerco a Irupana


No fue un mito. La memoria oral transmitió de generación en generación la historia de un cerco indígena al centro poblado de Irupana y esa medida de presión sí existió: Se produjo dentro de la rebelión que dio lugar al Cerco a La Paz, protagonizado por las huestes de Tupac Katari.

La historiadora María Eugenia del Valle de Siles -en el libro “Historia de la Rebelión de Tupac Catari”- menciona una “representación” hecha por el criollo paceño, hacendado en Irupana, José Ramón de Loayza, en la que solicita se le conceda la “gracia de una de las Órdenes Militares” por haber encabezado la defensa del centro poblado y conducido el éxodo de españoles y criollos hacia Cochabamba.

Era la época en que los centros poblados de la región yungueña eran habitados por los encomenderos y hacendados, tanto españoles como criollos. En consecuencia, eran los principales blancos del ataque de los indígenas insurrectos. Irupana no era la excepción.

El 9 de marzo de 1781, “volvieron a Irupana con gran prisa y vocerío don Francisco Carrasco y un soldado, después de haber realizado una inspección por las laderas. Habían podido comprobar que los enemigos estaban ya encima del pueblo, habían cometido varias muertes en un canto de la población”.

Loayza relató que un día antes, el 8 de marzo, se encontró con “un número crecido de indios que por las laderas de los cerros se dirigían a los Yungas”. Eran, evidentemente, grupos que obedecían el mando de Tupac Katari y que a su paso habían tomado los pueblos de Caracato, Sapahaqui y Luribay.

Tras recibir el aviso de Carrasco, Loayza relata que tomó las armas de inmediato y pudo rechazar a los invasores “poniéndolos en fuga”. Asimismo, para escarmentar a los indígenas de la zona “decidieron matar a algunos prisioneros cogidos en los días anteriores”.

Se debe tomar en cuenta que el relato de José Ramón de Loayza ensalza y exagera sus acciones, pues, lo que busca – a través de la “representación”- es un reconocimiento de la Corona española. Por supuesto, en su versión no cuenta para nada la historia de los indígenas.

Luego de repeler el primer ataque, Loayza se dedicó a organizar las fuerzas de Irupana para repeler nuevos ataques. Al llegar al lugar, encontró 400 hombres armados, a los que se sumaron 200 más. Él habría corrido con los gastos para armar a esas personas con lanzas, bocas de fuego, hachas, balas y pólvora.

“A su vez el pueblo, en atención a su comedimientos, valor y arrogancia, le proclamó comandante de la plaza, cargo que el corregidor José de Albizuri confirmó desde Chulumani, el 17 de marzo, nombrándole provisionalmente, hasta la determinación del virrey, comandante de las milicias de Irupana”, relata el libro.

Pero los indígenas se habían apostado en los alrededores del centro poblado. Ahí cometían todo tipo de “tropelías” contra los pobladores de la zona o contra quienes salían o ingresaban del lugar. “Durante 20 días se mantuvo esta situación a pesar de que los rebeldes no estaban más allá de cinco a siete leguas”.

El éxodo masivo

Pero la rebelión indígena cobró tal magnitud en la región yungueña que el centro poblado iba a caer en cualquier momento. La única alternativa era la salida hacia Cochabamba, lugar donde la situación estaba bajo control español.

De acuerdo al relato de Loayza, se reunió a los vecinos de otras zonas, como Chulumani, “llegándose a juntar cinco mil almas, entre hombres, mujeres y niños” para organizar la salida. El 6 de abril de 1781, a las 2 de la tarde, la caravana llegó a Cajuata, en la provincia Inquisivi. En el lugar, los comandantes del grupo se enteraron que en Suri estaban reunidos 1.500 indígenas, los que habrían matado a algunos vecinos del lugar.

El criollo paceño vuelve a magnificar sus acciones, al indicar que sólo en compañía de 14 hombres habría sostenido un duro combate en un desfiladero de la montaña, desde “las tres de la tarde hasta las oraciones”. Más aún, afirma que con cuatro hombres logró introducirse en campo enemigo y atacar, hasta poner “en fuga al enemigo en completa ruina”.

La autora del libro, María Eugenia del Valle de Siles, supone que la numerosa caravana se internó a la región de Ayopaya y de allí a Cochabamba. Lamenta que, en su afán de alabar sus acciones y lograr la recompensa que se ha propuesto, Loayza no haya dado mayores detalles de la peregrinación ni tampoco del itinerario.

Lo cierto es que durante la rebelión indígena de 1781 todas las haciendas yungueñas fueron tomadas por los seguidores de Tupac Katari. Las de lo que hoy es Nor Yungas de manera violenta y las de Sud Yungas fueron ocupadas una vez que fueron abandonadas por sus responsables. Es así que el famoso Cerco a La Paz fue financiado en gran parte con coca yungueña. El propio Tupac Katari, una vez controlada la revuelta, confesó a las autoridades españolas que “recibió dos pearas de 20 tambores de coca cada una, de Irupana”.

EN LA FOTO: Tupac Katari, la imagen del líder aimara que encabezó una rebelión financiada con coca yungueña