jueves, 21 de julio de 2011

Un monumento a la ignorancia


El pueblo preparaba sus mejores galas para la fiesta que se avecinaba y el templo del lugar no era indiferente a esos aprestos. Sobró el barniz que se pasó por la puerta grande y la vecina no tuvo mejor idea que utilizarlo en el Cristo de madera que se encontraba en el altar del templo.

«Con la sobra barnicen al Cristo, hasta donde alcance», ordenó la voluntariosa señora, sin darse cuenta del daño que podía causar en la madera de aquella inmensa obra de arte.

Irupana nunca comprendió la valiosa obra que le legó el artista alemán Werner Kunzel, como agradecimiento por haberlo acogido con tanto cariño.

La escultura fue colocada en el altar del templo católico por las buenas relaciones que tenía con los entonces sacerdotes de la Orden de San Agustín. «Fue un regalo al pueblo de Irupana, no a la Iglesia Católica», precisa su amada Ellen, quien aún reside en el lugar.

Kunzel conoció Irupana en 1938, cuando tenía apenas 23 años. Fue la casualidad la que le compró los pasajes. Uno de sus compatriotas necesitaba viajar a La Plazuela y le pidió que lo acompañe.

El alemán quedó encantado con Irupana, tanto que decidió quedarse por algún tiempo en La Plazuela. Salió del país presionado por la Segunda Guerra Mundial, pero el retorno ya estaba decidido.

Europa toda era un campo de batalla. El latido de aquellos dos corazones retumbó, sin embargo, con más fuerza que los incesantes bombardeos. Kunzel buscaba pareja, pero aquella debía cumplir dos condiciones fundamentales: amar la música y estar dispuesta a vivir en Bolivia. «Si quieres casarte conmigo tienes que vivir en Irupana», condicionó Werner, tras cerciorarse de que Ellen amaba como él las obras del compositor alemán Johann Sebastian Bach.

Concluida la contienda bélica decidieron dar rienda suelta a su sueño. Tomaron el camino hacia Bolivia sin más recursos que los necesarios para financiar el viaje.

Llegaron a Irupana y, de inmediato, buscaron empleo. Ellen ingresó al magisterio como profesora de música y él trabajaba en lo que encontraba en el camino. Los Kunzel se dieron cuenta que a Irupana le hacía falta una farmacia. Incursionaron en ese campo y de esa manera lograron la tranquilidad económica que estaban buscando.

Fue entonces que el artista encontró el espacio para desarrollar su capacidad creativa. Construyó los violines con los que se perdían en interminables conciertos de Samaraña, como se llamaba su casa.

Werner quería expresar su agradecimiento hacia los irupaneños y no encontró mejor forma que tallar un Cristo, con las manos abiertas, mas no crucificado. La obra estuvo bajo techo desde 1968 hasta 1995, cuando al templo de Irupana le hizo falta un cambio total de su cubierta y, en consecuencia, una remodelación.

Ese proceso coincidió con la salida de los agustinos de la región yungueña. La obra se quedó sin quien la defienda. El nuevo párroco, Carlos Salcez, decidió recuperar el antiguo altar del templo, modificación en la que el Cristo ya no tenía cabida.

Fue entonces que no se encontró mejor opción que expulsarlo para colocarlo bajo la carpa en la que actualmente se encuentra. Paradojas que tiene la vida, el templo fue restaurado gracias a un importante aporte de una financiadota alemana. Dinero germano sirvió para dejar en la intemperie la obra de un artista de esa misma nacionalidad.

Para entonces Wemer ya era historia. Falleció en la Nochebuena de 1993. Ellen intentó en vano convencer al nuevo sacerdote de la necesidad de mantener la obra protegida de los avatares del sol y la humedad. En repetidas oportunidades se la vio llorando por las calles de la población. La viuda de Kunzel solicitó incluso que le devuelvan la escultura para trasladarla a la ciudad de La Paz. Fue entonces que el padre Carlos prometió buscar recursos para proteger a la imagen con unas paredes de vidrio, promesa que no se cumplió hasta ahora.

Ella está resignada a perder el legado de su esposo. La obra fue esculpida en madera mara, por eso aguantó estoicamente las inclemencias del tiempo. Sin embargo, no está lejos de sufrir una rajadura que podría condenarla de manera definitiva.

Las autoridades locales aún están a tiempo de salvar la obra de arte que hasta puede ser convertida en el símbolo de la población. Si no encuentra campo en el templo, ¿por qué no pensar en un museo municipal? En la casa de los Kunzel se conserva intacto el taller del artista y hasta una obra a medio tallar.

Otras obras en madera, de creación popular, tales como las prensas de coca, están desapareciendo. Todas ellas podrían ser reunidas junto a las obras del artista como legado para las nuevas generaciones.

Kunzel quiso regalar a Irupana un Cristo vivo, que venció a la cruz. Dejarlo a la intemperie es como crucificado y condenarlo a una muerte lenta. Por ahora ha sido convertido en un monumento a la ignorancia.

Irupana, agosto de 2001

viernes, 15 de julio de 2011

Coca somos


Mi historia puede ser leída en coca. Llego a la región junto a los mitimaes incas y construyo inmensas terrazas agrícolas para cultivar el arbusto en Pasto Grande.

Escucho retumbar el suelo. Son los cascos de los caballos montados por los españoles: descubren que los indígenas producen mejor cuando mascan esa extraña hoja.

Me duele la saya. Veo a los afro arrastrar las cadenas. Los obligan a cultivar coca en estas tierras, luego que sus pulmones explotaran en las alturas.

El chillido que produce ese inmenso perno de madera me trae a la era republicana. El olor a hoja húmeda se mezcla con el sudor de los hombres que hacen girar ese inmenso torniquete. Son las prensas en las que se preparan los cestos de coca para transportar el producto a los centros mineros.

Veo a la hoja humillada, pisoteada en las pozas de maceración. Lucho por sacarla de la delincuencia y juro defenderla hasta las últimas consecuencias. Estoy orgulloso de haber nacido en la tierra que acunó a la coca y miro el futuro con optimismo. Soy yungueño.

Irupana, agosto de 2001

martes, 5 de julio de 2011

Otra cosa es Irupana desde el aire…



Tenía que ser Irupana el lugar donde los yungueños vuelvan a surcar los aires. Corría el año 1932 cuando este pequeño poblado entregó a la defensa de la patria a uno de sus mejores hijos: al piloto Rafael Pabón Cuevas, el héroe máximo de la aviación boliviana en la Guerra del Chaco. Él lo hizo al mando de su Curtiss Hawk "Tigre", los de ahora lo hacen gracias al parapente.

La aventura es nueva. Desde siempre a Ángel Pardo le decían Pato, pero fue en 2003 que mostró que el apodo le quedaba corto. Le nació el deseo de volar y no se quedó de brazos..., comenzaron a crecerle alas.

"¿Cierto el 'Pato loco' está volando en Cerropata?". La pregunta había roto la monotonía del poblado. Ángel había comenzado a realizar sus primeras prácticas con el parapente, un aparato desconocido hasta entonces para la mayoría de los yungueños. El mes de mayo, después de haber realizado un pequeño curso de vuelo en Cochabamba, comenzó a volar en Cerropata. Sus alas comenzaban a extenderse.

Jaime Cuevas, de la familia de "los Monos", conoció de cerca el parapente durante un viaje a Brasil. La topografía cercana al Atlántico, en la región de Santos, es accidentada, con alguna similitud a la yungueña. Ya desde niño, se veía en sueños volando sobre el sululu de Churiaca. La idea estaba dormida dentro de sí, hasta que una propuesta de Ángel Pardo la despertó. Comenzó, entonces, a buscar el equipo necesario para despegar a la aventura.

Irupana fue fundada el 25 de julio de 1746. El 257 aniversario era un buen momento para estrenar el cielo con el vuelo de los parapentes. Mientras los pobladores se preparaban para la gran fiesta del Tata Santiago, Jaime y Ángel preparaban la improvisada pista de despegue, en él cerro de Yanata, en los terrenos de Armando Supo.

La mañana del 21 de julio de 2003, las aves yungueñas vieron invadido su espacio. Los dos pilotos irupaneños estaban en el aire e intentaban apostarse en Churiaca. Luego despegó Roddy Castañares, oriundo de Oruro, quien fue el tercer piloto en volar sobre Churiaca.

El día 22, Jaime, gracias a las condiciones climáticas favorables, permaneció volando sobre el pueblo durante 40 minutos. En esa semana se realizaron un total de 15 vuelos. En esos días también se hicieron algunas mejoras a la pista de despegue, gracias a la colaboración del propietario del lugar y al alcalde municipal Javier Salgueiro, quien colaboró también con la apertura del camino.

Los pobladores del lugar no lo podían creer. Un pedazo de tela había permitido que el hombre se iguale con las aves. Durante días y semanas no se hablaba de otra cosa en Irupana. Para los pobladores del lugar, Jaimey Ángel no serían los mismos nunca más. Durante el resto de 2003, continuaron realizando la práctica de este deporte y alegrando a los lugareños.

Los primeros aterrizajes no fueron tales. Se tuvieron que lamentar algunos "arborizajes" e incluso alguno que otro "aporrizaje". Los dos pilotos irupaneños se habían tirado al aire prácticamente sin saber volar.

Durante el Carnaval 2004, invitados por el naciente "Club Cernícalos de Irupana", llegaron a la población los deportistas Edgar Martínez, de Potosí, y . Jhusbel Ruiz, de Cochabamba. Éste último consiguió llegar hasta la población de Chicaloma (fue el primer cross). Posteriormente, los extranjeros Lee Gross (de Canadá) y Dylan Neyme (Estados Unidos) arribaron atraídos por los comentarios escuchados de parte de sus colegas de aventura.

De a poco, el poblado se está convirtiendo en un icono para quienes practican este deporte tanto en el país como en el extranjero. Es así que Jaime Cuevas y Ángel Pardo decidieron organizar el Primer Festival del Aire en la localidad, el que tuvo la participación de más de 30 deportistas.

Irupana es tierra de larga historia. La fortaleza agrícola de Pasto Grande es la prueba más importante de la presencia de la Cultura Tiwanaku y el Imperio Incaico en la región yungueña. Las ruinas están ahí, guardando la historia de la coca y el maíz en el Continente.

Los españoles se asentaron en el lugar enamorados de una de las pocas planicies que dejó la madre naturaleza al crear la caprichosa región. Churiaca es un verdadero respiro entre las quebradas que caracterizan a los Yungas paceños. Su ubicación la convirtió en un fortín infranqueable para el ejército realista que combatía a los patriotas que se encontraban en los alrededores. Es desde aquí que el Obispo La Santa excomulgó a los hermanos. Lanza y al resto de los independentistas.

Un año después que Bolivia nacía a la vida republicana, miraba la luz, en el pequeño poblado, el sabio Agustín Aspiazu. Considerado un loco, en su tiempo, por sus avanzados conocimientos. Sus escritos abarcan los campos de la Física, Astronomía y Geografía.

Hoy, el municipio es conocido en el país por su agricultura ecológica y la diversidad de su producción. Cuenta con todos los pisos ecológicos, partiendo desde las faldas de los nevados Illimani y Mururata, hasta descender al trópico, en los linderos de la Quinta Sección de la provincia Sud Yungas. De acuerdo al último Censo de Población y Vivienda, tiene 11.383 habitantes.

Cuenta con un potencial turístico todavía dormido, que la práctica del parapente puede ayudar a despertar. El centro poblado tiene todos los servicios básicos -agua potable, electricidad, alcantarillado, además de telefonía nacional e internacional- y alberga a sus visitantes en hoteles, hostales, cabañas y posadas.

Quienes han visitado el lugar retornan satisfechos, pues, a diferencia de las poblaciones yungueñas consideradas "turísticas", en Irupana encuentran al verdadero pueblito: una vida apacible, en contacto directo con la naturaleza y, lo más importante, en medio del calorcito de la gente de provincia.

Ángel Pardo y Jaime Cuevas afirman que es mucho mejor vivir Irupana desde el aire, desde el parapente. Así también lo han confirmado expertos nacionales de la talla de Edgar Martínez y Jhusbel Ruiz, al igual que los extranjeros Dylan Neyme y Lee Gross. Ahí está Irupana, con los brazos abiertos para quienes quieren vivirla, con los pies sobre la tierra o sobre el aire...

Irupana, agosto de 2004

viernes, 1 de julio de 2011

El Yungueño ’93 fue un irupaneño


Méritos no le faltan. Su cariño por el terruño no tiene límites. Sació la sed de Irupana como no lo hizo nadie. Es simplemente Mario Archondo Mendieta.

La influyente Radio Yungas siguió de cerca su trabajo y se dio cuenta de que lo que él hizo no podía pasar desapercibido. Lo nombró, por voto de un gran número de yungueños, la mayoría de ellos no irupaneños, "Yungueño 1993".

Mario Archondo Mendieta nació en Irupana, un 22 de octubre de 1926. Fue un consecuente miembro de la Fraternidad de Residentes de Irupana en la ciudad de La Paz, hasta que retornó al pueblo que le vio nacer.

A su llegada, fue Presidente de la Junta de Vecinos (1990-1991) y Alcalde Municipal (1992-1993). Irupana lo recordará por siempre como el hombre que solucionó el eterno problema del agua potable. Un ejemplo, para los irupaneños de hoy y del futuro.

Irupana, agosto de 1994