lunes, 27 de junio de 2011

El día en que llegaron las avispas


Desde que llegaron las avispas a Irupana, la broca no duerme tranquila. Lejanos quedaron los días en que absolutamente sola hacía y deshacía en las plantaciones de café de los Yungas de La Paz, a las que destruyó ante la mirada impotente de los campesinos.

La broca, conocida en el mundo científico como Hypothenemus hampei, es un insecto más pequeño que la cabeza de un alfiler, que se introduce en los granos de café, come la almendra y pone sus huevos.

Al llegar a los Yungas, convirtió a los granos en verdaderas incubadoras, donde se multiplicó por miles, destruyendo la parte comercializable de ese producto y dejando a los caficultores sin su principal sustento.

Por lo menos 96 de cada 100 granos de café se encontraban atacados por la broca, el año 1993, especialmente en cultivos ubicados por debajo de los 1.500 metros sobre el nivel del mar, según evaluaciones técnicas realizadas por la institución Qhana.

Los dirigentes campesinos afirman que la broca fue traída a los Yungas en las semillas de las nuevas variedades del café que introdujo el proyecto Agroyungas, de Naciones Unidas, aunque estudios técnicos afirman que su presencia fue detectada en Caranavi en 1985, año en que el mencionado proyecto recién ingresaba a la región.

Nadie sabe cómo llegó desde el Africa, pero lo seguro es que no lo hizo junto a la avispa (Cephalonomia stephanoderis Betram), que fue creada por la naturaleza para controlar el crecimiento de la broca.

Fue la organización no gubernamental Qhana la institución que pagó los pasajes para que la avispa llegue desde el Ecuador y Colombia, empacada en apenas unos granos de café.

La avispa arribó a los Yungas en medio del temor de los campesinos. Fue inmediatamente multiplicada en los laboratorios y comenzó la deliciosa tarea de comerse a la broca y ovar sobre sus larvas.

Ella, diminuta como la broca, se mete en los granos por los mismos huecos que taladra su enemiga, la paraliza, corta su cuello, se alimenta de sus líquidos y pone sus huevos sobre sus larvas para que sus crías se alimenten de ellas.

Las 1.200 avispas, que llegaron en junio de 1993 al sector de Irupana, fueron multiplicadas en los laboratorios hasta llegar a 1.2 millones en los tres años en que se desarrolló la experiencia, sin tomar en cuenta las que se multiplicaron en los cafetales.

Los resultados son concretos. En 1995 apenas 20 de cada 100 granos se encontraban atacados por la broca, margen que garantiza ganancias para los productores del grano. El responsable del proyecto, el agrónomo Hernán Romero, afirmó que el trabajo de la avispa no habría sido tan eficiente de no contar con la ayuda de los propios productores de café.

De temidas a amigas

"Teníamos miedo, no sabíamos si las avispas hacían daño a las personas", recordó Eduardo Condori, un productor de café de San Jorge, una comunidad del sector Irupana, con uno de los índices más altos de infestación de broca.

El miedo a lo desconocido cundió entre los campesinos de Yungas, quienes temían que las avispas fueran agresivas o atacarían a las personas una vez terminen con toda la población de broca.

El agrónomo Romero relató que los miedos y susceptibilidades fueron superados gracias a la participación de las organizaciones campesinas e instituciones de la Iglesia Católica, preocupadas por las pérdidas que originaba la plaga.

Poco a poco, los campesinos vieron los resultados y se convencieron que las avispas eran sus aliadas en la lucha contra la broca y podían ayudarles a recuperar la capacidad productiva de sus cultivos.

Los campesinos, los actores

"Ya puedo manejar sola el laboratorio", aseguró Esperanza Carreño, una campesina de 26 años de edad, quien está a cargo del laboratorio central, ubicado en Irupana. Hernán Romero comentó que, desde el principio, el proyecto fue pensado para ser transferido a los campesinos, los que, en la práctica, lo dirigen por cuenta propia, aunque todavía con el apoyo financiero y asesoramiento de Qhana.

Es así que el laboratorio central fue montado con el material más básico posible, pensando en que la experiencia debía ser trasladada a comunidades campesinas, donde no se contaría con las facilidades de un centro urbano.

Hoy funcionan dos laboratorios comunales en la zona de Irupana, aparte del laboratorio central, los que son administrados por promotores campesinos, que fueron capacitados para ese fin. Es admirable la soltura y seguridad con la que Clemente Miranda, el responsable del laboratorio comunal de San Jorge, explica la forma en que se multiplican las avispas y son liberadas en los cultivos de café de la zona.

El laboratorio de esa comunidad fue instalado en una rústica habitación, prestada por un campesino, a la que únicamente se añadieron dos calaminas plásticas para aprovechar la luz del día.

Su piso es de tierra, cuenta con dos o tres estantes de madera, una mesa, frascos de plástico y varios envases de mantequilla. No se utiliza ningún insumo ajeno a la comunidad.

El trabajo del responsable del laboratorio comunal consiste en recolectar granos de café que fueron atacados por la broca, infestarlos con avispas, las que inmediatamente se introducen y comienzan el proceso de reproducción.

Un mes más tarde realizarán la liberación de las avispas en los cultivos de café atacados por la plaga, utilizando el sistema del 'ayni', que obliga a los campesinos a entregar café atacado por la broca, a cambio de los insectos benignos.

Así como la broca se alimenta exclusivamente de la almendra del grano de café, la avispa se nutre exclusivamente de ese insecto maligno y si éste no existe simplemente muere.

El laboratorio central de Irupana se ha visto obligado a criar broca, con el fin de garantizar alimentación para las avispas que son procreadas en los laboratorios comunales y de esa manera lograr que la población de insectos benignos sea siempre mayor a la plaga.

El responsable del laboratorio comunal recibe un emolumento de 200 bolivianos mensuales, siempre y cuando multiplique 20.000 avispas en ese lapso de tiempo, las que deben ser liberadas en los cultivos de café de su microregión.

Es CORACA - Irupana, co-responsable del proyecto, la que paga el trabajo de los promotores, quienes dependen de las directrices de esa organización. "Yo estoy totalmente convencido que el proyecto va a continuar cuando no estemos nosotros", aseguró Hernán Romero.

Cosecharon las ganancias

La Corporación Agropecuaria Campesina - Irupana vendió este año su producto, en el mercado europeo, a 178 dólares el saco de 50 kilos, 64 dólares por encima del precio del grano en el mercado convencional del café.

El secreto de semejantes precios radica en que el café de esa zona es producido sin la utilización de ningún producto químico, ni para la fertilización y menos para el control de plagas, además de un proceso uniforme de pre-beneficiado.

Fueron muchos los campesinos que, en su desesperación, intentaron recurrir a los insecticidas químicos para combatir a la broca, que les quitaba el pan de cada día. El ingeniero Romero considera que otra habría sido la historia si los campesinos utilizaban insecticidas químicos, debido a que el café de su zona no sería considerado orgánico y no tendría los precios que fueron logrados en esta gestión.

Las avispas son ya parte de los cafetales de Irupana y los campesinos las cuidan, porque saben que son un arma fundamental para controlar el crecimiento de la broca, garantizar la calidad de su producto, asegurar su ingreso económico y mantener el equilibrio ecológico en su región.

Irupana, noviembre de 1996

lunes, 20 de junio de 2011

martes, 14 de junio de 2011

El Cristo que quiso quedarse en Laza


El Señor de la Exaltación es laceño y a toda prueba. Tuvo la posibilidad de ser trasladado a Irupana, pero mostró que está más enraizado que el árbol de sululu que se encuentra al ingreso de esa población yungueña. Leonardo Guzmán, director de la revista Acción y Progreso, ofrece el siguiente relato de un impasse ocurrido en 1885, entre vecinos de Laza e Irupana, ocasionado por una disputa por quedarse con el Señor de Laza:

Visitantes chulumaneños al cantón Laza, de regreso por Irupana, les refirieron, a los vecinos y juventud de ese entonces, haber encontrado el lugar en completo abandono, sugiriéndoles la idea de trasladarlo al Señor para rendirle el culto y cuidado que se merecía, ya que el pueblecito aquel estaba completamente decaído. Entusiasmada la juventud, los vecinos respetables y hasta mujeres y niños de Irupana, fijaron una fecha para poner manos a la obra, encabezados por Don Fermin Merizalde, corroborados por quienes habían lanzado la iniciativa de la aventura, que eran las autoridades de Chulumani.

En un amanecer del día 8 de mayo, se encaminaron por grupos para consumar este ideal acariciado hacía largo tiempo. Llegando escalonados a Laza, se distribuyeron convenientemente y procedieron a descender al Crucificado para su traslado, enviando por anticipado la corona de espinas, potencias y cabellera, que fueron recibidos con manifestaciones de jubilo por la población irupaneña, reunida en la bajada de San José.

Cuando se aproximaban al río Guayruro, la comunidad de este nombre se dio cuenta de que robaban al Señor, acudiendo como por electricidad el patrón de la finca Uquina, Don Arístides Saavedra, con toda su peonada a disputar a brazo partido el que no se llevara a feliz termino tan audaz empresa.

Los ejecutores de este acto, se dieron cuenta del peligro que corrían porque se venían sobre ellos avalancha numerosa de hombres y mujeres del campo, con sus implementos de agricultura amenazándoles de darles muerte. Ante esta resolución, depositaron el Crucifijo en un platanal al lado del camino, trabándose la lucha a palo, piedra y golpes de puños, es decir, una lucha a muerte que duró más o menos dos horas.

Mientras tanto, seguía descendiendo más gente a reforzar la defensa, momento en el que descubrieron el lugar en el que fue abandonado el Señor, el que fue levantado por cuatro mujeres en hombros, las que comenzaron a ascenderlo a su templo, con la facilidad, ligereza y entusiasmo que asombró a los espectadores de la banda contraria.

Comentando, días después, don Marceliano Belmonte afirmaba, ante numerosos vecinos, que cuando los de Irupana comenzaron el descenso de la Cruz con el Señor, se había hecho tan pesado que era difícil avanzar, lo que ha permitido que se aperciban los comunarios, quienes con sus gritos despertaron a los demás. Él estaba admirado de que solamente mujeres lo hayan ascendido con tanta facilidad, lo que quiere decir que el Señor de la Exaltación no ha querido moverse de su pueblo elegido para su residencia.

Fotografía tomada del grupo de facebook: "Pueblo de LAZA, Sud Yungas, La Paz, Bolivia"


miércoles, 8 de junio de 2011

Un poco de todo


Recostado en el Belén, me preguntaba a mí mismo: ¿Quién soy? Ahí, en la cabecera de Churiaca -esa inmensa estera verde, escenario de la entrega de virginidades y desilusiones- quería, necesitaba, me urgía darme una respuesta. Sin pensarlo, me paré y caminé hacia el cementerio, tal vez esperando que de entre los muertos nazca la luz a mi interrogante.

Al ingresar al camposanto, me cuestionaron esas inmensas puertas metálicas con sabor a eterna despedida, al igual que los viejos árboles que dan sombra a quienes ya no la necesitan.

Me topé con nichos y tumbas, antiguos y recientes, con flores frescas y marchitas, y, por supuesto, con cruces, de fierro y madera, que servían para portar la cédula de identidad de los que ya no la precisan. Fui revisando los nombres y encontré una verdadera mixtura de apellidos españoles, quechuas, aymaras y afros. Los Alcázar y Belmonte, mezclados con los Mamani y Condori. Los Lara y Cárdenas junto a los Pinedo y Barra.

Una junt’ucha de apellidos repartidos indiferentemente entre quienes prefirieron el frío cemento de un lujoso nicho y los que, en directo, sin intermediarios, devolvieron sus huesos a la madre tierra. Los muertos y sus apellidos complicaron más mi existencia. ¿Quién finalmente soy? La pregunta retumbaba en mi mente. ¿Soy español, criollo, quechua, aymara o afro?

Desilusionado, abandoné el cementerio y me dirigí nuevamente al Belén, a la cabecera de esa alfombra verde en la que probablemente fui engendrado, para continuar la búsqueda de una respuesta a mi pregunta.

Mirando desde ese lugar el sombrero del achachila mayor de los Yungas, el Uchumachi, me di cuenta de que los muertos me ayudaron a darme una respuesta. Soy un poco de ese todo que confluyó en este espacio. Soy un árbol con injertos español, criollo, aymara, quechua y afro. Es decir, soy yungueño.

El Mancebao

Irupana, agosto de 1994

martes, 7 de junio de 2011