jueves, 28 de abril de 2011

El embajador de Perú


Nunca se había visto tantas galoneras juntas. La fila interminable llegaba hasta una de las esquinas de la plaza principal de la población. Eran tiempos en los que el querosén era un artículo de lujo y de primera necesidad para las familias de Irupana. El único que podía ayudar a encender anafes y cocinas era el “Peruano”. Llegar hasta él era el desafío. A veces había que pasar la noche entera junto al pequeño galón para conseguir 10 litros del buscado combustible.

Él yacía sentado, con su overol azul y su gorra. Serio, como siempre. A lado, su Sabina, su eterna e inseparable Sabina. Ella cobraba y él llenaba las sedientas galoneras. Raúl, Guido y Sami se ocupaban de vaciar el contenido de los turriles en los recipientes desde los cuales él vendía el carburante.

Samuel Rojas Apaza dice su carné de identidad, pero en Irupana su nombre de pila no dice mucho. Aquí lo conocen como “peruano”, pese a que fue en Bolivia donde gastó su vida entera. A él no le molesta. Es más, cuenta sonriente que a su tienda le decían la Embajada del Perú.

Abandonó muy joven su natal población de Moho, en la provincia Puno, del vecino Perú, para asentarse en la ciudad de La Paz. Una vez en la sede de gobierno tuvo diversos empleos: Trabajó como distribuidor de Lotería Nacional, en la industria Said y en la Soligno. Fue justamente en esta última fábrica donde conoció a Sabina Ramírez. Decidieron entonces hilvanar juntos una nueva historia.

Hicieron cuentas, él había logrado ahorrar 20 mil pesos y ella un monto parecido. Con los 40 mil pesos de capital decidieron probar suerte en Irupana, lugar en el que el papá de Sabina tenía una sastrería. Echaron raíces mucho antes de lo que pensaban. Nació Bertha, la mayor de la familia, y nunca más abandonaron la población yungueña.

Con el capital que llevaron abrieron una tienda, en una casa alquilada. La bautizaron “Bueno, Bonito y Barato”. La movida de marketing surtió efecto, los compradores iban en crecimiento. La venta de harina y azúcar comenzó a endulzar su economía y sus vidas.

Samuel Rojas incursionó entonces en la agricultura. Su compadre, uno de los miembros de la familia Soukup, le facilitó los terrenos y le enseñó a producir papa. En poco tiempo se convirtió en productor del tubérculo. Alquiló terrenos en la parte alta de Santa Ana y comenzó a sacar su producción a la ciudad de La Paz.

Pero su negocio en Irupana crecía. Del alquiler de la casa pasaron al anticrético y luego a la compra del inmueble en el que actualmente viven. Comenzaron a incursionar en la distribución de combustibles. Le cambiaron entonces el nombre a su negocio: Sarosa, Samuel Rojas y Sabina.

Todo hacía suponer que el próximo paso sería la instalación de un surtidor de distribución de combustibles en la población. Él asegura que intentó, pero que fueron las autoridades locales las que no le prestaron la colaboración que precisaba. “Hablé con el alcalde Corsino Ferrufino para que me de el lugar donde era el parque, en P’amphasi, pero no me aceptó”.

Años más tarde se vio obligado a abandonar esta actividad debido a que otra empresa se adjudicó la distribución de combustibles en Irupana, aunque lamenta la permanente falta de gasolina y diesel en la población. “La gente sigue viniendo a buscar aquí, nosotros nunca hacíamos faltar, siempre teníamos combustible para vender a la población”.

Llegó un momento en el que Samuel Rojas tuvo 150 turriles para su trabajo. Hoy tres o cuatro permanecen en su patio como testigos de la actividad a la que dedicó gran parte de su vida. Su antiguo depósito de gasolina y diesel hoy alberga refrescos, el nuevo producto que comercializa.

Pero a pesar de todo, él es agradecido: “Estoy muy contento, gracias a la Virgen por todo lo que me ha dado”. En el pasado, visitaba regularmente su pueblo en Perú, lugar donde vivían sus padres. Les llevaba ropa, víveres y otro tipo de obsequios. Hace años que ha dejado de visitar ese lugar, debido a que sus padres ya han fallecido.

Para él, y también para su esposa, su pueblo ya es Irupana. Es aquí donde han visto corretear a sus hijos, a sus nietos y hasta sus bisnietos. Los árboles que se transplantan son del lugar donde dan frutos, no del sitio donde fueron almacigados. Samuel y Sabina están hoy lejos de la tierra donde han nacido, pero en el lugar donde han dado sus frutos más sabrosos. Son dos irupaneños “made in” Perú.

miércoles, 20 de abril de 2011

Los caporales quieren enterrar a la saya


Con tremendos saltos, sus ropas de astronauta y al ritmo de "Negrita" y "Llorando se fue", los caporales parecen decididos a enterrar la expresión musical del pueblo afro, que llegó a Bolivia en los años de la conquista y que hasta hoy pervive en la región yungueña.

La danza de los caporales no es, ni de lejos, una estilización de la Saya yungueña. Si se comparan ambas danzas uno puede darse perfecta cuenta que la una y la otra son "harina de distinto costal",

A pesar de ello, sus exponentes se empeñan en llamar saya a la danza de los caporales, ignorando la vida del pueblo afro-boliviano que tiene en esta danza a su espacio de expresión cultural.

El contexto social

Todas las danzas son el resultado de un determinado contexto social. La danza de la saya tiene evidentes rasgos africanos, pero también aymaras y muestra la realidad que vivían estos pueblos durante la colonia y la hacienda. Evidentemente, esta danza yungueña tiene un "caporal", que representa al capataz. La saya se convirtió en un espacio de encuentro y protesta de quienes sufrieron las mismas condiciones de explotación que los pueblos originarios del Continente.

Los caporales, por su parte, responden también al contexto social en que aparecen. Esta danza sale a la luz durante la dictadura de Hugo Banzer Suárez. La crisis social, que en esa época vivía el país, hace que esta danza presente una lectura deformada de la realidad: Muestra una sociedad en la que todos mandan, pues todos los danzarines llevan un látigo en la mano. Es decir, un grupo social que se parece más a un ejército.

La música

En una reciente visita a Chicaloma, los integrantes de un conocido grupo nacional de música folclórica se quedaron sorprendidos por el ritmo de la saya, que no se asemeja ni de lejos al ritmo de la danza de los caporales. La música de la saya es el resultado del tejido de cinco ritmos de percusión diferentes y puede, fácilmente, trasladar nuestra imaginación a las selvas africanas.

La música de los caporales es una estilización de los conocidos "tundiquis", que son el resultado de la imitación satírica que hacían aymaras y quechuas de la danza de los negros. El toque es simple y bastante monótono, consiste en únicamente dos golpes a la "caja" o bombo.

Es por eso que no se entiende la actitud de grupos folclóricos nacionales, que llaman saya a temas con ritmo de caporal.

La danza

El baile de uno y otro son dos polos completamente opuestos. Entendidos en la materia, dicen que la danza de la saya tiene muchos rasgos de la kullawada paceña, mezclada –por supuesto- con la danza africana. Fusión comprensible, pues, los afroyungueños han convivido durante siglos con los pueblos andinos.

La danza de los caporales se parece más a la de los cosacos rusos que a la danza yungueña. Sus saltos y otros pasos no tienen nada que ver con los pasos y saltitos cortos de la saya.

La vestimenta

Esta, tal vez, sea la mayor contradicción entre una y otra danza. La lujosa vestimenta de los caporales, que parece sacada de la famosa serie televisiva “Guerra de las Galaxias", no se parece en nada a la vestimenta mas bien cotidiana de la danza de la saya.

Recuerdo que los organizadores de un festival provincial reclamaron a los integrantes de la "Saya Gran Poder de Chicaloma" por su vestimenta. El director del grupo les explicó que ellos bailan con la ropa que habitualmente llevan, porque desde siempre han estado en el grupo de los explotados del continente y que la saya es parte de su vida diaria.

No conocemos de donde es que salió el disfraz de los caporales, pero es seguro que no tiene nada que ver con la saya.

¿Saya vs. caporal?

La saya y el caporal pueden convivir perfectamente dentro del rico patrimonio de danzas que tiene el país. El uno no excluye al otro. Lo preocupante es que los exponentes del caporal -músicos y bailarines- intenten llamar saya a esta danza, cuando saben que los pueblos que la practican continúan vivos y deseosos de mostrarse al país, buscando su reconocimiento.

Las integrantes de la Saya de Tocaña discutieron duramente con una autoridad cultural, cuando ésta se animó a afirmar que los caporales tenían su origen en la saya. Están en su derecho, la saya es parte de su vida.

No se trata de estar en contra del caporal o de no entender que los tiempos cambian. De lo que se trata es de poner las cosas en su lugar y llamar a las cosas por su nombre. No enterremos al pueblo afro que, pese a su cada vez más reducido tamaño, sigue aportando a la cultura nacional.

Irupana, agosto de 1994

miércoles, 13 de abril de 2011

Tres épocas en la plaza de Irupana





En los 100 años que terminan, Irupana cambió tres plazas. Las dos primeras se caracterizaron por el piso empedrado, una gran vegetación y acogedores kiosquitos. La última es más fría, quizá por el abuso del cemento y los siempre abandonados jardines.

FOTOS

1: Plaza Victorio Lanza hasta 1940.

2: De Plaza de Recreo a Plaza de Armas. Así quedó hasta 1970.

3: La plaza que conocemos hasta la actualidad.

4: La casa sobre la que se construyó el edificio de la Alcaldía. Entonces, era la tienda del comerciante peruano Isaías Delgado Pacheco.

Irupana, agosto de 1991

miércoles, 6 de abril de 2011

El loco Aspiazu



"No hay gran genio sin tacha de locura", reza la frase que muestra la forma en la que sus contemporáneos consideraron el avanzado pensamiento del irupaneño Agustín Aspiazu.

"Se adelantó a su época y por sus ideas muy avanzadas a veces lo tildaron de loco", dice la historia escrita por su descendiente Hugo Agustín Aspiazu Navarro, en 1947.

El sabio irupaneño se adelantó a su época al calcular la comprobada aparición del cometa Halley en 1910 y su reaparición en 1986. Además de un eclipse de sol para el amanecer del 3 de noviembre de 1994.

Imaginemos a Agustín Aspiazu y "sus cometas" en la Bolivia de los 1800 y recordemos a Galileo Galileí, que decía que la tierra era redonda en los 1600.

"Sus contemporáneos lo llamaron un excéntrico y los hombres de las instituciones de ciencia, un sabio", publica la redacción de la revista "Acción y Progreso", en 1956[1], para reflejar a este hombre conocido por sus "locuras" no sólo en nuestro país sino en todo el continente americano. ¿Loco? Loco sí. ¿Cuál es la nueva y gran verdad del mundo que no tiene como antecedente a una locura?

El último amanecer que vieron sus ojos fue el del 18 de Marzo de 1897. Las personas que le rodeaban pedían que se confesara para cumplir con las exigencias de la Iglesia. Fue entonces que Aspiazu, dirigiéndose al Padre Barreto y levantándose de su viejo catre de moribundo, señaló la puerta con su mano temblorosa y descarnada, y dijo: ¡Sale usted o salgo yo! Esa fue la última locura de su bella y alocada vida.

Irupana, agosto de 1990


[1] Revista Acción y Progreso Nos. 7 y 8., de la Biblioteca de Dn. Julio Rocabado (Q.E. P.D.)