miércoles, 30 de marzo de 2011

250 años de risas y miedos


- “¿Dice que vamos a cumplir 250 años, no?".

- "No creo. Deben ser más, porque, si mal no recuerdo, el día en que han llegado los españoles, justo me he cruzado con ellos bajando Calabatea...”

Ni los 250 años de Irupana se libraron de los chistes de sus pobladores. Es gente que vive para reírse de la vida cotidiana, sus logros, frustraciones y rivalidades. Todo es susceptible de risa, pero también de miedo. Ahí se quedaron a vivir las almas, bultos, aparecidos, condenados y tomatetas, que viven en los ríos y se pasean por las calles y campos en las noches de luna.

El reino de los apodos

Nadie que haya nacido o viva en Irupana puede negar que tiene al menos un apodo. Cuentan que el ex alcalde de La Paz, el ocobayeño Armando Escobar Uría (+), pasaba "volando" por Irupana. Un irupaneño le preguntó por qué, a lo que respondió: "Paso como relámpago para evitar que me pongan algún apodo”. Desde entonces el apodo del Gral. Escobar en Irupana es “Relámpago”.

Apodos los hay para todos los gustos. Toda una orquesta: Doña Guitarra, la Trompeta y la Bombo. Los animales: osos, perros, gatos, loros, monos, cututus y k’ara gallos. Y también hay de los otros: La Q’encha, la Pendeja, la Muda, la Bicicleta, por sólo citar algunos.

El reino de los chistes

Dicen que no hay flojo sin suerte. Aquel día llegó a su chaco con un desgano increíble. Debería comenzar a desyerbar un cato para sembrar maíz. Tenía tanta flojera que lo primero que hizo fue recostarse en las sombras de un árbol dé sik'ili.

Cuando despertó, se dio cuenta que con igual o mayor desidia dormía una inmensa boa. Se acercó sin hacer ruido y le agarró de la cabeza, con todas sus fuerzas. La víbora empezó a coletear desesperadamente, logrando desyerbar media hectárea en menos de una hora.

Los chistes irupaneños son básicamente anécdotas o hechos reales cargados de exageración. Cuentan que un día se fue a las tres de la madrugada a recoger su caballo, que había dormido en el monte. Llegó al lugar, ensilló al animal, lo montó y se dirigió a su chaco, Cuando aclaró el día se dio cuenta que montaba un tigre.

Y los chistes no sólo se originan en la actividad agrícola, sino también en las calles de la población. Un viejito precavido, que quedó sólo por los avatares del destino, decidió encargar en vida la construcción de su ataúd.

El carpintero lo invitó a recostarse en una banca para tomarle las medidas y le preguntó si no deseaba, además del cajón, que se lo haga la cruz para su tumba. El viejito asintió, a lo que el carpintero respondió: "Pero me va avisar, pues, con tiempito el día de su muerte, para anotar la fecha en su cruz".

Y no es que los chistes sean sólo de los viejos. Los hay también de los modernos. Un vecino llevaba a una amiga en su motocicleta. Cuentan que era tal el peso de los dos ocupantes del vehículo, que se comenzaron a caer algunos tornillos. Al oír el ruido la muchacha solicitó: "Para, por favor, parece que se ha caído mi T de cobre".

Chistes hasta para exportar

El más chistoso de Chulumani fue un irupaneño. Quién no recuerda en la capital de Sud Yungas al “Loro' Pabón. Cuentan que se encontró un día con una señora que fue a comprar huevos: "¿Dónde has ido, pues, hija?, preguntó. “A agarrar huevos, don Loro, pero bien caros habían estado", fue la respuesta. A lo que replicó: "Pero deberías venir, pues, a la casa, yo te hacía agarrar gratis".

Pero la fama de los irupaneños va mucho más alla. El “Salamanca” Rocabado era la delicia de los excombatientes que se reunían en la Plaza Murillo de la ciudad de la Paz. Decía que en la guerra del Chaco jamás sacó la cabeza de la trinchera y que a los paraguayos les disparaba "con colgaditas".

El reino de los miedos

Debió ser la una de la mañana, de aquella noche de luna, en que ella pasaba por el Arco de la Virgen de Dolores. Sintió que alguien la miraba, se dio la vuelta y el escalofrío se apoderó de su cuerpo. Era una inmensa sombra que crecía y decrecía. Comenzó a correr, pero sintió que el 'bulto' la perseguía. Llegó a su casa, afectada por una hemorragia nasal que fue difícil de controlar.

No hay irupaneño que no sepa de algún cuento de condenados, aparecidos, bultos o tomatetas. Se dice que ellos viven en las 'jalanchas' (caídas de agua) por las que no se debe pasar en determinadas horas del día.

Los 'condenados' son aquellos que murieron, pero regresaron a la tierra a terminar de pagar sus culpas. Los 'bultos' son más bien sombras, mientras que las 'tomatetas' son mujeres muy hermosas que te ofrecen sus beldades femeninas hasta meterte al barranco.

Sin embargo, ellos tampoco se libran de la alegría de la festividad del 5 de agosto. Son representados en la danza de los 'loco pallapallas', en señal de adoración a la patrona del pueblo, la Virgen de las Nieves. Los 'loco pallapallas' dejan sus disfraces y zampoñas en las 'jalanchas' para que aparecidos y tomatetas se apropien de ellos.

Irupana cumplió, el pasado 25 de julio, los 250 años de su fundación. La fecha fue festejada por los irupaneños, pero también por los condenados, aparecidos, bultos y tomatetas que conviven con ellos.

Irupana, agosto de 1997

martes, 22 de marzo de 2011

Pasto Grande, nuestras raíces enchumadas




El chume y las víboras se encargaron de cuidar nuestro pasado. Ellos impidieron que la "mano civilizada" destruya la prueba mas clara de la capacidad humana para adaptarse a los caprichos de la naturaleza. Tanto los colonizadores tiwanacotas como los mitimaes incas posibilitaron la agricultura en un lugar naturalmente imposible.

Pasto Grande nos muestra la otra cara de nuestra historia, historia intencionalmente ocultada y hasta destruida. Ella se buscó refugio entre la mala hierba y las serpientes y allí estuvo desde hace más de 300 años para aparecer ahora, terminando el Siglo XX, y darnos el más claro ejemplo de lo que debería ser la agricultura yungueña.

Asentamiento tiwanacota

Grupos altiplánicos pertenecientes a la Cultura Tiwanaku -antes de la expansión incaica- fueron los primeros en llegar a la región yungueña. Los restos materiales de esta cultura que han sido encontrados durante la realización del Proyecto Pasto Grande permiten hacer esa afirmación.

En las comunidades de Chiltuhuaya, Sacapani, Agua Clara y Pasto Grande se encontraron piezas de barro y metal características de esta cultura. A estas se suman varias vasijas tiwanacotas encontradas en el altiplano que muestran entre sus figuras a la víbora cascabel, lo cual también prueba su presencia en tierras bajas.

De acuerdo a las investigaciones realizadas por el arqueólogo José Estévez, Pasto Grande debió ser ocupado en el llamado Estadio Urbano Maduro de la Cultura Tiwanaku, desarrollado entre los años 483 al 724 después de Cristo (dC).

Asentamiento y corredor Inca

El Informe del Instituto Nacional de Arqueología (INAR) lanza la probabilidad de que haya sido Topa Inca Yupanqui -Tupac Yupanqui- quien que ordenó el ingreso a los pisos yungueños de los mitimaes o colonizadores incas, pero asegura que fue Huayna Capac (1493-1527) el que consolidó la explotación planificada de la agricultura de la región.

Estos grupos de mitimaes tenían conocimientos de tecnología agrícola, conocían también los beneficios de la siembra en andenes o tacanas y el incremento de los niveles de producción con la utilización de sistemas de riego.

De acuerdo al estudio del INAR, es posible que cada uno de los ayllus del altiplano haya tenido un sector determinado de las terrazas agrícolas. En Pasto Grande existen muros que cortan las terrazas y delimitan las áreas de cultivo.

Los agricultores incaicos practicaban la rotación de suelos para evitar el empobrecimiento de la tierra. Es por ello que se constituyeron otros sistemas de andenes y terrazas en los alrededores de la fortaleza principal. Todas las cosechas de los cultivos del lugar y los alrededores debieron ser trasladadas al altiplano y hasta debieron haber llegado al Cuzco.

Cuando el conquistador español Francisco Pizarro llegó a Cajamarca, en 1532, la explotación de la tierra por parte de los grupos incaicos debió tener un desarrollo de al menos medio siglo.

A medida que se desmoronaba el Imperio Incaico, quedaban también en el abandono los asentamientos agrícolas de Pasto Grande, hasta que hace sólo 25 años la familia campesina de apellido Santos se asentó en uno de los sectores, deschumando una parte de los antiguos andenes, reparando otra parte del sistema de riegos y, de esa forma, desenterrando nuestra historia.

La historia de la historia

El bichito de la curiosidad picó al arqueólogo José Estévez Castillo, cuando el 19 de julio de 1976 se encuentra con la noticia, publicada por el periódico El Diario, que hablaba de las ruinas de un lugar llamado Pasto Grande. La nota estaba escrita por el Ing. José Gonzáles, quien encontró la fortaleza agrícola de Pasto Grande cuando dirigía una brigada de trabajadores de Cordepaz, trabajando en la apertura de la carretera Lambate – La Plazuela.

Otras notas periodísticas continuaron levantando la curiosidad profesional de Estévez, quien, finalmente, en noviembre de 1985, llega a Pasto Grande acompañado del investigador Roberto Santos y dos ayudantes. .

Luego vinieron las reuniones con las autoridades del ramo y los representantes de ADRA Bolivia. El PL 480 financió los 17 mil dólares con los que se realizó el estudio, cuyo Volumen 1 es la base del presente reportaje.

Superficies planas, en plena caída

"La única solución para los yungueños es irse de los Yungas", dijo un agrónomo, al ser preguntado sobre cómo podían mejorarse los niveles de producción agrícola de la región yungueña. Él aprendió en la universidad que para tener buena producción agrícola, se debe contar con superficies planas, tractores y, por supuesto, conocimientos, razón por la que no podía ni imaginarse que las quebradas yungueñas también eran aptas para la agricultura.

Pasto Grande tira al suelo la respuesta del profesional, es una muestra clara de que la agricultura sí es posible en la región. Alrededor de 250 hectáreas de terrenos planos en quebradas con una gradiente superior a los 40 o 50 grados. Graderíos inmensos de andenes destinados a la actividad agrícola.

Con las tacanas fabricadas a base de la loza o piedra laja, se logró que un lugar, a primera vista incultivable, se convierta en verdadera fortaleza agrícola, con elevados niveles de productividad.

Según el estudio del INAR, estos "andenes fueron construidos siguiendo las curvas de nivel". Delgadas lozas fueron colocadas, una encima de otra, rellenando los espacios con cascajo del mismo material. Dentro de los andenes se colocó también loza picada y sobre ésta, la tierra para la siembra que, en muchos casos, debió ser trasladada con un gran esfuerzo.

"Para los planificadores del período precolombino la técnica no estaba separada de la belleza y, por tanto, buscaban la perfección en los dos sentidos. El área 1 es una prueba de lo que aquí se sostiene, los andenes o tacanas se asemejan a un gigantesco y bellísimo anfiteatro, único de este tipo en nuestro territorio, sólo en Perú existe un sitio comparativamente casi similar ", relata el arqueólogo.

El informe enumera las ventajas del cultivo en terrazas:

1.- Se evita el desgaste del suelo.

2.- Favorece la penetración del agua.

3.- El agua de riego no es retenida totalmente.

4.- La humedad dura mucho más.

5.- El manto vegetal se mantiene húmedo y no se desplaza de su sitio.

6.- El rendimiento por hectárea es mayor.

Agua, los 365 días del año

Los tiempos secos no eran temidos por los agricultores de Pasto Grande, que reemplazaban el agua de la lluvia con inmensos sistemas de riego. Seis kilómetros de canales principales para el riego de las 250 hectáreas de terrazas agrícolas.

Si se toma en cuenta que los niveles de agua llegan a los 20 ó 50 centímetros de los canales, estamos hablando de una circulación de 138 millones de litros de agua sacada del Río Jucumarini y destinada a regar los cultivos del lugar.

Estos canales fueron construidos con loza delgada, que fue colocada tanto en la base como en las paredes de los lados. Encima de las lozas que se encuentran sobre el piso se echó barro, que, al ser fuertemente apretado, no permite que el agua escurra rápidamente.

Y aún hay más. Los agricultores tiwanacotas y mitimaes incas construyeron plataformas o tacanas para cada uno de los canales principales. Estas superficies, donde los canales fueron semienterrados, fueron construidas con piedra picada o grava que garantizan su seguridad.

¿Quién construyó esta fortaleza?

Tanto las terrazas agrícolas como los sistemas de riego no son el milagro del Tata

Inti, sino el producto del trabajo organizado. "No creemos, bajo ninguna circunstancia, que un grupo reducido de campesinos haya emprendido la hechura de los sistemas agrícolas", dice el arqueólogo, al asegurar que esta gigantesca obra sólo pudo llevarse a cabo con una gran planificación e intervención directa del Estado.

El estudio del INAR sostiene:

l. - La existencia de un poder político en el altiplano, con capacidad de organización y mando.

2.- La presencia de grupos humanos especializados en agricultura y con conocimientos tecnológicos de la hechura de los andenes con implementación de riegos.

3.- Planes programados y cumplidos, al pie de la letra, por grupos de colonizadores convencidos de que el esfuerzo mancomunado y colectivo los beneficiará a todos.

Coca somos

"Los cocales precolombinos se observan con claridad en los andenes inferiores de Huara, Pasto Grande y en las laderas que caen al Río La Paz", dice el informe, al asegurar que para este cultivo se utilizaron también terrazas agrícolas.

Los andenes destinados a los cultivos de coca eran más angostos que los del maíz y, según las investigaciones del antropólogo Espinoza, estos eran hechos en barrancos y laderas. Pasto Grande es una nueva prueba de cuan antiguo es el cultivo de la coca en la región yungueña.

La producción cocalera estaba también destinada a los poblados altiplánicos. “Huaco retratos” (vasos con retratos), pertenecientes a la Cultural Tiwanacu, muestran rostros con una de las mejillas abultadas. El ceramista tiwanacota muestra a través de estos retratos el evidente consumo de hojas de coca mucho antes del dominio incaico.

Pueblos de maíz

Si bien algunos historiadores sostienen que el maíz es originario de México, hay otros que indican que este grano es originario de lo que hoy se llama Bolivia, y hasta hay alguno -el historiador Cutler- que sitúa a la zona de Coroico, provincia Nor Yungas, como el lugar en el que se originó este producto.

El cultivo del maíz fue uno de los principales de Pasto Grande, según ha sido comprobado por el estudio del INAR. Arqueólogos e historiadores sostienen que los pobladores de Tiwanaku cultivaban el maíz. De acuerdo a un estudio realizado por Cárdenas, Cutler y Patiño, los agricultores incaicos cultivaron las variedades: parakai sara (maíz blanco), kellu sara (maíz ainarillo), oque sara (maíz gris), ku1lisara (maíz morado), puka sara (maíz rojo), yunkasara (maíz de yungas), pisankalla (maíz duro de reventar) y otros.

El informe de Estévez indica que "llama la atención el denominado yunkasara". Es posible que el maíz Coroico blanco y amarillo correspondan al parakai sara y al kellu sara de los Incas. Los campesinos yungueños continúan cultivando el maíz yungueño o yunkasara. Éste debió ser el maíz más cosechado de toda la región yungueña.

¿Llamas en los Yungas?

Las plataformas agrícolas y sistemas de riego estaban destinadas a lograr una gran producción que debía ser transportada hasta los diferentes poblados del altiplano. Los caballos, mulas y burros llegaron recién con los españoles. ¿Como lograron trasladar la producción agrícola hasta el altiplano?

"Hatos de llamas debieron partir de Pasto Grande, cargados de productos yungueños, como la coca y el maíz, con rumbo al altiplano, trayecto posible de recorrer en siete ó nueve días", sostiene el informe del INAR.

El arqueólogo José Estévez encontró en Pasto Grande restos de huesos de llamas jóvenes. Los estudios realizados indican que los huesos encontrados fueron partidos, porque las llamas a las que pertenecían fueron carneadas para ser consumidas.

Sin embargo se encontró en Pasto Grande cercos de corrales que debieron servir para guardar a las grandes cantidades de llamas que llegaban hasta Pasto Grande para trasladar la producción.

Los señoríos aymaras de la época Tiwanaku utilizaban recuas de llamas para interconectar varias poblaciones de la costa con el altiplano. El transporte desde y hacia los asentamientos yungueños no fue diferente.

Los caminos tiwanacotas

Tres caminos prehispánicos fueron identificados: el camino Chuñavi - Chulumani, el camino Chuñavi - Pasto Grande - Lavi y el camino Callejón Loma – Cohoni - La Paz. Según el estudio, los tres caminos fueron construidos por grupos tiwanacotas (483 al 724 dC) y luego mejorados para ser reutilizados por los colonizadores o mitimaes al mando del Estado Inca.

Muchos sectores de los tres caminos están construidos sobre plataformas o tacanas. Otros tienen tacanas sobre el camino, con el objetivo de evitar derrumbes. "Estas sendas, transitadas actualmente, tienen aún sectores empedrados y excavados en la roca”, dice el informe, al mencionar el camino Chuñavi - Chulumani. "Es posible observar claramente 100 metros de camino empedrado”, indica, al mencionar el tramo que parte de Callejón Loma.

De acuerdo al informe, existieron poblados de paso que servían para el descanso de las largas caravanas que trasladaban la producción agrícola de todo el sector. Uno de estos asentamientos se encontraba en lo que hoy se llama Chasquipampa -ciudad de La Paz-, donde existen entierros tiwanacotas, de los que se ha podido rescatar algunas muestras de cerámica.

La construcción de estos caminos demandó también de una gran cantidad de mano de obra. La planificación y la intervención directa del Estado tuvieron, nuevamente, un rol fundamental para la construcción de las sendas.

Revivir Pasto Grande

Darle nueva vida a Pasto Grande es el siguiente objetivo del arqueólogo Estevez. Él considera que la Arqueología no se debe quedar en el estudio de los vestigios, sino también en la real aplicación de sus descubrimientos.

En la actualidad, está buscando el financiamiento necesario para que grupos de campesinos deschumen Pasto Grande y reutilicen las tacanas y los sistemas de riego, construidos por nuestros predecesores.

Irupana, agosto de 1991

Fotografías: Aldo Cabrera

jueves, 17 de marzo de 2011

Chicha y picantes, nuestro sabroso pasado



Un "seco" parece haber borrado el pasado chichero de Irupana. 43 chicherías que funcionaban hasta 1930 convertidas ahora en una o dos botellas de chicha en la fiesta de Todos los Santos.
La cerveza alemana ganó su partido contra la chicha cochabambina. Para que ello suceda fue definitiva la apertura de la carretera Irupana - La Paz. Se volvió más fácil traer cerveza de La Paz que muco de maíz (grano molido) desde Independencia, departamento de Cochabamba. Los camiones reemplazaron a las grandes recuas de mula. La chicha fue eliminada y con ella se eliminó también el vínculo cultural entre muchos de los irupaneños con su natal Cochabamba. La chicha nos habla del pasado de Irupana: su pasado quechua.
Irupana chichera
Más de 40 chicherías funcionaban en Irupana, según la memoria de Julio Pérez. Unas más grandes que otras, algunas con hornos propios y las otras dependientes de los tambos públicos.
El tambo de los arribeños estaba ubicado donde actualmente se construye el Hotel Azeñas y era propiedad de María Ballón, mientras que el tambo de los abajeños era propiedad de Petrona Cano y funcionaba en la casa de la familia Guzmán, frente al Mercado Municipal. Grandes y gruesos peroles eran manejados por los operarios, especialistas en encontrar el punto de cocción del muco de maíz.
Estos dos tambos eran utilizados por la mayoría de las chicheras de Irupana, que compraban el muco del centro de distribución de la familia Molina y contrataban los servicios de los tambos para la fabricación de la bebida.
Eran escasas las chicherías que tenían peroles propios y fabricaban la chicha por su cuenta. Entre estas se destacan las de Darío Mercado, Paulina Otazo y Felicidad de Arteaga. Existían también las chicheras ambulantes o sin un local propio, entre las que se recuerdan a Liberata de Reguerín y Benjamina Rojas de Pacheco.
La chicha es una bebida tradicionalmente casada con la buena comida e Irupana no era la excepción. Sabrosos picantes de gallina y conejo ofrecían las chicherías a la exigente clientela. Cancio Pacheco recuerda que el cliente que gastaba más de 100 pesos "tenía derecho a su galeta o sajra hora y una chica de yapa". La comida y la chicha eran el pan de cada día. "Eran tiempos mejores", justifican los antiguos vecinos de Irupana, al contar que tampoco faltaba la buena música.
Pancho Alcázar y Cancio Pacheco rememoran las concertinas de Pastor Moncada, Alfonso Cárdenas y Ledesma, además de las guitarras del mismo Moncada, Luciano Zeballos y Juanito Olmos, con los charangos de Toribio Franco, Nicolás Quintanilla y Alcázar. Pastor Moncada era uno de los músicos más conocidos y requeridos. "Se hacía el dormido cuando le faltaba chicha" recuerda Cancio Pacheco, con una sonrisa en el rostro.
¡Qué mulas! Para la chicha
Grandes recuas de mulas transportaban el maíz molido o muco que era utilizado en la fabricación de la chicha. Éste era traído de la antiguamente conocida P'allca, hoy llamada Independencia, capital de la provincia Ayopaya, del departamento de Cochabamba.
Según Pancho Alcazar, las recuas estaban formadas por hasta 25 mulas. Sin embargo, Julio Pérez recuerda que existían seis recuas de 150 a 200 cada una. Pérez comenta que los propietarios de las mulas estaban divididos en dos grupos: los cochabambinos y los peruanos. El grupo de cochabambinos estaba formado por el tarateño Julio Tapia, además de Manuel Pérez y Víctor Prado (hijo), mientras que la recua peruana era de propiedad de la familia Polanca.
Salomé Vidal recuerda, como si fuera ayer, los días en los que por el desecho de La Avanzada aparecía el senzeno o esquela -primer caballo de la recua- anunciando con su campana la llegada de los viajeros.
El recorrido de las recuas comenzaba en Independencia, tomaba los caminos de herradura de la provincia Inquisivi para cruzar el Río La Paz y continuar su recorrido por la comunidad de Pahuata hasta llegar a Irupana. Las acémilas retornaban a Cochabamba cargadas de la coca producida en el sector.
Las mulas empedraron las calles
Era muy importante el movimiento económico generado por el transporte del muco de maíz y el comercio de la chicha. Los antiguos vecinos mencionan al "q’ala boleto" que se cobraba a los propietarios de las grandes recuas de mulas.
Al pasar por el Río La Paz, cada mula cargaba de cinco a ocho piedras que eran entregadas en la tranca ubicada en la entrada de Irupana. Estas pequeñas piedras eran vendidas a los vecinos para el empedrado de las calles y construcción de aceras. El q’ala boleto logró empedrar todas las calles de Irupana, además de dejar un gran ingreso en el Tesoro Municipal.
La Junta Municipal de Irupana instauró también el impuesto a la chicha, constituyéndose éste en otra importante fuente de recursos. Era tal la capacidad económica del municipio que mantenía por su propia cuenta lo servicios de educación (profesores) y salud (médico yenfermeras), además del alumbrado público con los mecheros enfarolados.
El movimiento económico producido por la chicha motivó la aparición de las q'acherías. Tanto las recuas de mula como las grandes cantidades de conejo consumían enormes cantidades de q'acho. La hoy llamada calle Pacheco era el centro de la comercialización de este producto. Es por ello que los antiguos vecinos continúan nombrando a esta calle como “la q'achería”.
La cerveza aparece, la chicha desaparece
Antes de 1930, la cerveza en irupana era lo que ahora es el wiskhy, un artículo de lujo. "Orín de burro", le llamaban los campesinos, tal vez como consuelo por no poder comprarlo.
La apertura de la carretera Irupana - La Paz fue definitiva para un mayor ingreso de cerveza y un menor consumo de chicha. Era mucho más fácil traer cerveza de La Paz que muco de maíz desde Cochabamba.
Una gran parte de los "viejos" recuerda que las chicherías existieron hasta que ellos fueron a la Guerra del Chaco y que, a su retorno, no las encontraron más. La desaparición del comercio de la chicha rompió el cordón umbilical que tenía una gran parte de los irupaneños con su madre: Cochabamba. La chicha era la sangre quechua que todavía corre por las venas.

jueves, 10 de marzo de 2011

Y si los cuñuris hablaran…


Si los cuñuris de Churiaca pudieran hablar... Nos contarían de amores y desamores, fidelidades e infidelidades. Ellos son testigos de lo que pasó y pasa en esa verde cama llamada Churiaca. ¿Quién sabe?, tal vez hasta han sido testigos del momento en que hemos sido engendrados. Estos viejos árboles nos vieron nacer y crecer.

"Yo siempre los he conocido así ", dicen los viejos cuando se indaga sobre cuándo fueron plantados. Los cuñuris están ahí, viendo desde siempre las penas y alegrías que se llevan las aguas de las chorreras del Mancebao. Para el resto: los ceibos, para los irupaneños: los cuñuris.

¿Quién los plantó?

Es difícil determinar quién se encargó de plantar los árboles de la hoy Avenida Los Ceibos. Lo que sí es posible es asegurar que esta hermosa vía aparece como fruto de una decisión municipal tomada antes de 1900. Sobre quién los plantó encontramos dos posibilidades:

- Según Cancio Pacheco, fue su tío, Anatolio Pacheco, quien dirigió la plantación de estos árboles, cuando ocupaba la presidencia de la Junta Municipal de Irupana. La versión es apoyada por otros viejos de la población. El Libro Mayor de Cuentas de la Municipalidad certifica que el mencionado señor fue su presidente en 1896. De ser así, los cuñuris de Churiaca tendrían 91 años de vida.

- Angel Trillo es el portador de la otra hipótesis. Según este vecino, los cuñuris fueron plantados durante la gestión de su abuelo, Higinio Trillo. Esto habría ocurrido entre 1870 y 1880. Trillo murió cerca de 1940, a la edad de 95 años. A pesar de nuestra búsqueda, no encontramos información escrita sobre su gestión en el municipio. De ser Higinio Trillo el padre de los cuñuris de Churiaca estos árboles tendrían entre 110 y 120 años.

Las dos hopótesis están abiertas y hasta es posible que exista una tercera. Lo importante es valorar la visión de los hombres que decidieron plantar los cuñuris, creando una de las avenidas mas lindas de los Yungas. Mucho más si se toma en cuenta que, en la época en la que fueron plantados, Churiaca era un potrero de mulas y no el campo deportivo que hoy conocemos. Tampoco existían vehículos motorizados y menos la carretera hacia La Plazuela: las mulas llegaban por La Avanzada. En otras palabras, los cuñuris fueron plantados para las nuevas generaciones, para nuestros días.

Los cuñuris jóvenes

La segunda tongada de cuñuris fué plantada en 1969. Su autor: Raúl Pabón. Don Rauco –como se le conoce en la población- recuerda que durante la gestión de su tío, Carlos Pabón, desempeñó el cargo de Intendente Municipal. Al darse cuenta que los obreros de la Alcaldíá no tenían qué hacer, decidió iniciar una campaña de plantación en la cabecera de lo que hoy es el Colegio 5 de Mayo y en la parte baja de la cancha de fútbol.

Las nuevas plantas se convirtieron en el dolor de cabeza de Don Rauco, debido a que tuvo que cuidarlos cual si fueran sus hijos. "Cuidaba Churiaca como si fuera mi chacra”, recuerda, al contar que los regaba cada madrugada. Muchos de los cuñuris murieron en el intento de crecer debido a que Don Rauco se vio obligado a abandonarlos, a causa de una intervención quirúrgica.

Don Rauco muestra orgulloso el diploma de reconocimiento entregado en 1990 por la Fratenidad de Residentes de Irupana en la ciudad de La Paz e indica que está dispuesto a aportar con su experiencia en este campo, para continuar el trabajo de llenar Churiaca de cuñuris y más cuñuris.

Los wawa cuñuris

"La Avenida Los Ceibos no puede morir", dice Mario Archondo Mendieta, al justificar la plantación de nuevos cuñuris, iniciada en junio de 1990. Cuenta que, gracias a la colaboración de Moisés Bustillos -el Oso-, logró plantar 78 cuñuris, 25 pinos, cinco ó seis jacarandas y tres gomeros. "Nadie creía que era posible plantar 100 árboles en Churiaca", rememora y recuerda la sorpresa con la que los dirigentes de la Junta de Vecinos recibieron la noticia.

Para conseguir este objetivo, el dirigente vecinal tuvo que realizar gastos de su propio bolsillo, aunque también recibió la colaboración del Club Rafael Pabón, los efectivos del UMOPAR y otras personas.

La tarea de Archondo no se quedo ahí. Iluminó también la antigua avenida, gracias ala ayuda de Cordepaz, logro construir un pequeño mirador en la entrada de la avenida, además de bancas en el trayecto, gracias a la cooperación del gerente del Banco de Santa Cruz, el Programa Qhana y la Mutual de Residentes.

En este momento, son 70 los wawa cuñuris que tienen la misión de acompañar a los centenarios en el hermoso proceso de morir de pie. Estos viejos árboles mezclaron por 100 años sus anaranjadas flores con la verde pampa de Churiaca, llenando nuestros ojos de belleza. Los nuevos árboles ya han prendido. De los irupaneños depende si este bello espectáculo va a prolongarse por 100 años más.

Irupana, agosto de 1991

jueves, 3 de marzo de 2011

Otra cosa era con estudiantina


Los carnavales de antaño eran musicalmente mejores que los de ahora. Tres estudiantinas completas se paseaban por las calles y plazas de Irupana, durante toda la semana de las fiestas carnavaleras.

Cada estudiantina estaba compuesta por dos concertinas, dos quenas, cuatro charangos, cinco guitarras, además de mandolinas, con alrededor de 15 integrantes. "Una orquesta de primera", recuerda Julio Pérez, quien tocaba la guitarra.

La primera de las tres orquestas pertenecía a la comparsa de los "viejos", la que, como su nombre lo indica, estaba formada por la gente adulta de la población. La de los "mediopelo" estaba integrada por los jóvenes de Irupana, mientras que los "nobles", traían su orquesta desde la población de Ocobaya, porque ellos "no sabían tocar ni la puerta", rememora sonriente don Julio.

La orquesta de los "viejos" se caracterizaba por interpretar música típica, cuecas, huayños y bailecitos. En esta orquesta se destacaba el charanguista Alejandro Pérez y los queneros Silverio Donaire y Fermín Tarifa. Julio Pérez recuerda que Tarifa "hacía culebrear a la quena", pero para integrar cualquiera de los grupos imponía una serie de condiciones: había que comprarle zapatos y camisa.

La orquesta de los "mediopelo", en cambio, se caracterizaba por interpretar tangos y valses. Además de mandolinas, concertinas y guitarras, contaban con violines. Los Moncada, Saracho y Zeballos destacaban en esta orquesta, que se preparaba con bastante anticipación para alegrar los carnavales.

La comparsa de los "nobles" estaba integrada por los Lara, Mercado y Archondo, cuya estundiantina, traída desde Ocobaya, era dirigida por Roberto Uzquiano.

Como no podía ser de otra manera, cada una de las comparsas tenía a sus respectivos bailarines. Los "nobles" tenían a las chicas adineradas del pueblo. Los "mediopelo" tenían en su comparsa a todas las jovencitas, mientras que los "viejos" eran conocidos por contar en sus filas con las señoras que vestían pollera.

Orquesta permanente

Julio Pérez recuerda que habían tantos y tan buenos músicos en Irupana que hasta se contaba con una orquesta o estudiantina permanente. Ésta estaba integrada por los esposos Kunzel, en los violines; Jesús Zeballos, concertina o bandoneón; Julio Pérez, Moncada y Luciano Zeballos, en las guitarras, y un señor Saracho tocaba la flauta.

La estudiantina participaba los domingos y en ocasiones especiales de las famosas retretas, que se realizaban en el antiguo quiosco de la plaza de Irupana.

Este grupo musical hasta se dio el gusto de darse algunas giras musicales por los Yungas. Julio Pérez relata que, con las recaudaciones de las presentaciones en Chulumani y Coroico, fue construido el local donde funcionó el kinder de la escuela Agustín Aspiazu, ahora capilla del señor del Gran Poder.

Carnavales de una semana

Los carnavales, con semejantes orquestas, se prolongaban por una semana, en la que la mayoría de los irupaneños archivaban sus actividades laborales. La comparsas tenían todo un cronograma de visitas a las casas de las familias, las que los esperaban con buena chicha, asados y humintas, elaboradas con los choclos de la época.

"Se molestaban si nos los visitábamos", recuerda Julio Pérez, al relatar que el remate de la semana de fiesta tenía como escenario a la pampa de Churiaca. El carnaval era despedido con parrilladas y luego una última vuelta de las comparsas por las calles de la población.

El ocaso del carnaval

Las estudiantinas sobrevivieron a la Guerra del Chaco, pero fueron desapareciendo, a medida que pasaban a mejor vida los integrantes de las orquestas. "No había con quien reemplazarlos", lamenta Julio Pérez, quien guarda todavía la guitarra que, si hablara, seguramente cantaría sobre ese rico pasado de Irupana.

La desaparición de los talentos musicales en Irupana coincidió con la aparición de la grabadora de cinta. Para alegrarse, ahora es más práctico adquirir un buen aparato de sonido. Los talentos murieron en Irupana y con ellos los carnavales, ricos en cultura musical.

Irupana, agosto de 1997