jueves, 24 de febrero de 2011

La República independiente de Irupana


Profesores y médicos eran pagados por la Junta Municipal. Todas las obras las financiaba el propio pueblo, con los impuestos que recaudaba y con aportes voluntarios de sus vecinos. El hoy "omnipotente" Estado centralizado aportaba con mucho menos de lo que recibía por la producción agrícola de la zona.

"Si hasta 1932 parecía República independiente", dice Julio Pérez, uno de los antiguos vecinos de esta población yungueña. Es por ello que hablar de Participación Popular o descentralización educativa, no es novedad en Irupana.

La educación y la salud

Tanto profesores como médicos, que trabajaban en la población, eran pagados por el Tesoro Municipal. El único que recibía subvención estatal era el maestro de la escuela diurna, el cual recibía un “aporte fiscal” y otro municipal. El maestro de la escuela nocturna y el médico eran pagados completamente por la Junta.

Este hecho daba total autoridad a los representantes municipales, quienes intervenían cotidianamente en estos dos importantes campos. Los munícipes -miembros de la Junta Municipal- establecían un turno de visitas a la escuela para garantizar aprendizaje de los niños. Los viejos recuerdan que de niños daban los exámenes frente a un jurado, compuesto precisamente por los munícipes.

Si el maestro o el médico no cumplían con su trabajo, la Junta Municipal los reemplazaba por quienes consideraba aptos para ocupar esos cargos.

Luz y agua

La atención de la salud y la educación no resultaba incompatible con la atención de servicios tales como el agua y el alumbrado público. El primero llegaba a la población gracias a un sistema de tejas, fabricadas por la propia Junta Municipal en Churiaca. Existían por lo menos seis "chorreras" de abastecimiento del líquido para la población, atendidas en su limpieza, de forma escrupulosa, por el personal del municipio.

El alumbrado público, antes de la llegada de la energía eléctrica, tenía un sistema de lámparas o faroles en cada una de las esquinas de las calles de la población. Julio Pérez recuerda que los empleados municipales recorrían diariamente toda la población, con su galón de combustible, para cargar las lámparas y encenderlas: "Le ponían el combustible justo para que alumbren hasta las seis de la mañana".

Obras públicas

Irupana no tenía en esas épocas la "mano estirada" para mendigar obras de Cordepaz u otras instituciones gubernamentales o extranjeras. Su Tesoro Municipal tenía la capacidad económica para financiar sus obras, y ,cuando esta era insuficiente, estaba presente el aporte de los vecinos.

Una de las obras que más se recuerda, es la instalación de la planta generadora de energía eléctrica. Para la instalación de la misma se tuvo que recurrir a los aportes de cada uno de los vecinos de la población, debido a que el municipio no tenía la capacidad suficiente para cubrir ese gasto.

Hasta entonces, Irupana compraba energía eléctrica de Chulumani. Julio Pérez recuerda que los irupaneños decidieron instalar su propio generador debido a que los chulumaneños les cortaban la energía justo el día de la víspera de la fiesta patronal de Santiago.

Los caminos, en ese entonces de herradura, eran abiertos por las comunidades campesinas que, presionadas por el Corregidor, realizaban incluso su mantenimiento constante.

Los ingresos

El principal ingreso de la Junta Municipal de Irupana era el impuesto al alcohol. Las plantas de producción de Cañamina y La Plazuela pagaban de 30 a 50 centavos por el pase de cada carga del producto. Semanalmente salían recuas de mas de 60 mulas, con rumbo a la ciudad de La Paz.

Otro ingreso importante era por la elaboración de chicha. El municipio cobraba a los tambos por la elaboración de cada "viaje", el que consistía en tres tinas de chicha elaborada. En este mismo rubro, se cobraba por el ingreso del "muco" de maíz, para la elaboración de chicha, que llegaba desde Independencia, provincia Ayopaya, del Departamento de Cochabamba.

Recibía también la coparticipación por los impuestos que cobraba la Aduana Agropecuaria, al transporte de la hoja de coca y otros productos agrícolas. El Catastro Urbano, hoy uno de los principales ingresos de los municipios, era el impuesto más barato, según se recuerda.

El "q'ala boleto" logro empedrar todas las calles de la población. Esta disposición obligaba a las recuas que transportaban alcohol y chicha a traer ocho piedras pequeñas en cada una de las mulas, las cuales eran exigidas al ingresar a la población.

“Repúblicas independientes”

Todos estos ingresos convertían a los municipios provinciales en verdaderos gobiernos autónomos. Revisando la historia encontramos que proceso como la Descentralización o la ahora denominada Participación Popular estuvieron, de alguna forma, vigentes en las capitales provinciales del país.

Es cierto que hoy la historia tiene otros protagonistas sociales, como los indígenas, que en esa época eran una especie

de invitados de piedra. Los municipios no tienen la capacidad económica de entonces, debido a que las recaudaciones impositivas fueron centralizadas en la Dirección de Impuestos Internos, que cede parte de esos ingresos, pero no la totalidad como en esa época. El Decreto Supremo 21060 ha quitado a los gobiernos municipales la posibilidad de crear impuestos o retenes de control.

También es evidente que nuestros pueblos bajaron su capacidad productiva por la afectada fertilidad de los suelos. Son menos los pobladores debido al fuerte proceso migratorio y en consecuencia la capacidad económica es menor que hace 60 años.

Los viejos no recuerdan cuando, con exactitud, desapareció el mencionado sistema administrativo, pero aseguran que cuando volvieron de la Guerra del Chaco ya nada era igual.

La nueva Ley de Participación Popular puede ser el reinicio de algo que funcionó y que hoy podría volver a funcionar con nuevos actores sociales y en un nuevo contexto. No es perfecta, pero, a pesar de ello, abre resquicios que las provincias deberían aprovechar.

Irupana, agosto de 1994

lunes, 21 de febrero de 2011

El poeta de Maticuni


Israel y Lidio no riman, ni de lejos. Israel te inscribieron, pero Lidio te bautizaron. Quizá así, pero de ello se enteró recién a sus 18 años, cuando debía de presentarse al cuartel. Su certificado lo decía: Israel Ramírez Soca. Hasta entonces era Lidio, porque ese era el nombre con el que su madrina le inscribió a la escuela. ¿Cuál derecho a la identidad?

Cursó hasta segundo intermedio en Irupana y luego abandonó el colegio. Se convirtió en un analfabeto funcional. La escuela y el colegio le enseñaron a leer y a escribir, pero no le dijeron nada sobre la manera de explotar esos instrumentos. ¿Cuál derecho a la educación?

La dura situación económica y la esperanza lo empujaron a la frontera, la cruzó, llegó a Buenos Aires, Argentina. Se empleó en un taller de costura, había que hilvanar un mejor futuro. ¿Cuál derecho al bienestar?

Se empleó en una Óptica y fue mejorando su visión: Se dio cuenta de que había que mejorar su nivel educativo y que había que comenzar de cero. Todo estaba en contra: la edad, los horarios de trabajo, el país extraño, en fin. ¡Que viva el derecho a soñar!

Venció la Primaria en un año, la Secundaria en cinco. Luego comenzó el pregrado. Hoy está a punto de terminar la carrera de Periodismo en la Universidad de las Madres de la Plaza de Mayo. ¡Que viva el derecho a realizarse!

Descubrió su vertiente literaria. La poesía se convirtió en la válvula de escape de la melancolía que llevaba dentro: el sonido de las aguas del río La Planta al deslizarse por las faldas de su comunidad, el olor a coca fresca al recoger el mat’u, a mandarina recién quitada del árbol y esas noches a cielo abierto cuando, echado en el cachi, contemplaba a las luciérnagas gastar la vida en el intento de disputarles el espectáculo a las estrellas. ¡Que viva el derecho a escribir!

Los reconocimientos “chapiñaron” rápido. Obtuvo el primer lugar en un concurso de poesía del periódico Vocero Boliviano, sus obras están en las antologías “Paraísos Azules” (Editorial Edwin) y “Sol de Verano” (Editorial Cathedra), mientras que su autobiografía ha sido incluida en “Historias de vida de inmigrantes bolivianos” (Editorial Edwin). Está a punto de entrar en la imprenta su libro de poesía y otro de cuento. ¡Qué viva el derecho a ser aplaudido!

MATICUNI

Por: Israel Ramírez Soca

¡Oh! Maticuni de mis albores

Ahí entre tus cerros de coca y pajonales,

Donde el manantial resuena en tus umbrales

Se atesoran mis recuerdos en mil colores


Jamás olvidaré aquellos felices días

Cuando la aurora se filtraba acompañada

Con la risa del Uchi cantor y sus melodías

En el crepúsculo de tu hermosa alborada


La picota, el hacha, el machete, la chonta y la merienda

Monótonas horas de senderos transcurrían

Y en el trajín con la tierra sudorosa se escurrían

Bajo el abrigo del Siquili, de la carpa o la contienda


Tus noches, ay...tus mágicas noches...

Engalanada con el fulgor de la bella Irupana

Alimentaban con sus titilantes derroches

Mis caprichitos a la cautivante Chicaloma

En donde la saya: En mil versos febriles

Se encandilan con el Sicuri y el Moseño

En un solo abrazo fraterno y yungueño

En la diversidad de su paraíso y sus cocales


¡Oh! Maticuni de mis amores

Testigo mudo de mis tiernas pasiones

Tú sola sabes las fantasías de mis albores

Que aún palpitan avivando infinitas ilusiones


Tus sábados, ¡ay tus benditos sábados!

Rufino, Javier, César y yo, invadíamos Irupana

Donde la urbe de bellas ninfas se engalana.

Desafíos que aún revuelan en mis recuerdos


Jamás olvido el brillo de aquellos ojitos

Ni la hermosura de tantas bellezas que aún ansío

Ni los arrullos que nos estremecían juntitos

Embriagados de pétalos, estambre y rocío


¡Oh! Maticuni de esperanzas y azahares

Refugio eterno de mis padres benditos

Y amante fiel del sustento de mis ancestros

Tú, tú solo conoces todos mis pesares


Noches enteras en la vera del camino

O acurrucado en mi Cachi en tus ocasos

Solitario deshojaba mi incierto destino

Anhelando el azar de horizontes lejanos


Hoy no puedo ver tus paisajes ni tocarte

Pero cerrando mis ojos puedo acariciante

En un verde vergel florido y arrogante

Que mis versos se empeñan en describirte


Tú continuarás erguido por el amor de tu gente

Orgulloso extendido desde Imanacu hasta tus montes

Yo llevaré siempre tu nombre en mi pecho latente

Y te escribiré versos desde lejanos horizontes.

jueves, 17 de febrero de 2011

Picoteando la larga historia de Irupana


La historia de Irupana hay que buscarla más allá del 25 de julio de 1746. Esa es apenas la fecha de fundación del centro poblado, cuando los españoles decidieron asentarse en el lugar para explotar la riqueza minera de la zona. El recorrido comienza mucho antes, incluso antecede a la construcción de la fortaleza de Pasto Grande. Por tanto, sería pretencioso pensar siquiera que en esta página se pretende reunir todo su recorrido. Este es apenas un primer picoteo:

  • Es posible que Irupana y Yungas hayan sido habitados por tribus selváticas mucho antes de la llegada de las culturas asentadas en el Altiplano. Sin embargo, no hay pruebas arqueológicas que permitan hacer esta afirmación.
  • Lo seguro es que lo que hoy es el territorio del municipio de Irupana fue ocupado por la Cultura Tiwanaku entre los años 483 y 724 después de Cristo. Los investigadores del Instituto Nacional de Arqueología han encontrado cerámica tiwanakota de la época en las comunidades de Chiltuhuaya, Sacapani, Agua Clara y Pasto Grande
  • Es casi un hecho que los señoríos aymara –que se asentaron en el Altiplano en plena crisis de los Tiwanaku- bajaron también hasta estas tierras, en busca de productos agrícolas que aquí podían cultivar en abundancia: maíz, coca y frutas tropicales.
  • Pero fueron los Inca quienes habitaron en serio esta zona. La construcción de la fortaleza agrícola de Pasto Grande es la mejor prueba del asentamiento incaico, el que fue consolidado por el Inca Huayna Capac, entre los años 1493 y 1523. Son ellos quienes introdujeron la técnica del cultivo en tacanas o plataformas superficiales. La construcción de Pasto Grande y las áreas circundantes generó una gran demanda de mano de obra, que sólo pudo ser atendida con la intervención planificada del Estado Inca.
  • Sin duda, tras la caída del Imperio Incaico, el territorio de Irupana fue habitado por indígenas y españoles mucho antes del 25 de julio de 1746. Si nos fijamos la fecha en la que Alonso de Mendoza funda la ciudad de La Paz –el 20 de octubre de 1548- llegaremos a la conclusión de que es imposible que esta zona –ya harto conocida por los indígenas- haya permanecido deshabitada hasta dos siglos después de la llegada de los ibéricos. La cercanía del lugar con la naciente ciudad de La Paz refuerza esta hipótesis.
  • Lo que ocurre el 25 de julio de 1746 es que los españoles Marqueses de Tagle, Gayoso y Mena fundan oficialmente lo que hoy es el centro poblado de Irupana, atraídos por la riqueza minera, particularmente de plata, que existía en la zona. Las concesiones mineras que se recuerda son las de Huequeri, Nuestra Señora de Monserrat, Nuestra Señora del Pilar y Santiago.
  • Para reclamar una concesión de parte del Rey necesitaban fijar el asentamiento y eso es lo que hacen al bautizar al lugar con el nombre de Santiago de Irupana, en homenaje a Santiago de Compostela, patrono de España.
  • Los datos historiográficos muestran que ya, para entonces, la zona era habitada por los aymaras. Junto a los españoles llegaron también los afros, traídos a la región en calidad de esclavos.
  • Años después de la fundación oficial, se dio un gran flujo migratorio quechua, particularmente de lo que es hoy la provincia Ayopaya, del departamento de Cochabamba. Estos migrantes se asentaron en los principales centros poblados de la provincia Inquisivi, pero también llegaron en gran número hasta Irupana.
  • Durante gran parte de la época colonial, Yungas se convierte en el pilar fundamental de la región de La Paz. Su producción de coca genera un movimiento económico tal que La Paz es una de las regiones que más aporta a las recaudaciones de la Corona. Irupana tuvo su cuota aparte para ello.
  • El 1781, las tropas indias leales a Tupac Katari toman todas las haciendas yungueñas, incluso las de Irupana. Alrededor de 5.000 peninsulares y criollos que vivían en los Yungas salen de la región en un verdadero éxodo con rumbo a lo que hoy es el departamento de Cochabamba.
  • El 16 de julio de 1809 se desata el proceso revolucionario que hoy se conoce como el de la Guerra de la Independencia y tiene a Irupana como a uno de sus principales escenarios. Primero el Obispo Lasanta que se parapeta en el lugar y hace frente a las tropas dirigidas por el patriota coroiqueño Victorio García Lanza y el gallego Gabriel Antonio Castro. Años después es parte de la famosa Republiqueta de Ayopaya, bastión fundamental de la lucha independentista que tuvo lugar entre 1811 y 1825.
  • Es por ello que Irupana es reconocida como cantón apenas un año y medio después de la creación de la República. La primera Asamblea Nacional y el gobierno de José Antonio de Sucre crearon el Cantón Villa de Lanza (Irupana) el 5 de enero de 1827 como reconocimiento al papel protagónico que tuvo el lugar en la Guerra de la Independencia.
El 25 de julio debería servir, entonces, para homenajear a todos quienes hacen Irupana: aymaras, quechuas, afros, blancos y mestizos. Son todos ellos quienes, de una y otra manera, han edificado lo que hoy es este municipio. Irupana es como la wiphala: tiene todos los colores, todos los climas y todos los productos. Los que se descuelgan desde las espaldas del Illimani y arriban hasta las nacientes del Río Bopi.

martes, 15 de febrero de 2011

El diputado traicionado


El diputado irupaneño Fermín Merisalde admiró a Agustín Morales al igual que el país en su conjunto. El militar había derrocado al dictador Mariano Melgarejo el 15 de enero de 1871, acción por la que era considerado héroe nacional.

Merisalde era enemigo declarado de Melgarejo, en cuyo régimen había caído preso. Es así que entre 1864 y 1871 se vio obligado a recluirse en su natal Irupana, donde desarrollaba su profesión de maestro y se dedicaba a la agricultura.

Tras enterarse de la victoria de Morales sobre el tirano en La Paz, decidió tirar a un lado el azadón para alzar pluma y papel, y escribir un acróstico en homenaje al vencedor.

Luego de escribir semejante loa, montó la mula y se fue hacia la ciudad del Illimani con el objetivo de postularse a diputado por la región yungueña para el proceso que se avecinaba.

Así fue. Entró en competencia. Durante su campaña se comprometía a velar por los intereses de los Yungas, región a la que consideraba rica en recursos, pero pobre en beneficios.

«Desde niño he oído decir que el departamento de La Paz es la vaca lechera de Bolivia. Desde niño he oído decir también que la provincia de Yungas es la vaca lechera del departamento de La Paz. Yo no acepto esos dichos vulgares. Pero lo que menos acepto es que los gobiernos se beban toda la leche. Gracias al 15 de enero entramos a una nueva era. Debe regenerarse la patria», decía su arenga electoral.

A sus 48 años, Fermín Merisalde fue elegido diputado por la provincia Yungas, con personajes de la talla de Tomás Frías, Daniel Calvo y Evaristo Valle.

Pero la decepción vendría de inmediato. El 18 de junio de 1871 se instala la Asamblea Nacional. Agustín Morales sorprendió a toda la concurrencia al renunciar a la Presidencia de la República, cuya elección se daba por descontada. .

«Solicito el nombramiento de otro ciudadano más idóneo que yo, porque estoy compensado con usura al ver libres a mis compatriotas y al presenciar que hoy Bolivia ha comenzado a ocupar su asiento entre los pueblos civilizados”, dijo Morales para luego retirarse del lugar.

De inmediato la Asamblea Nacional se dividió entre quienes planteaban aceptar la dimisión y los que pedían rechazarla. Merisalde creía que había que acceder al pedido, pues el militar deseaba restituirse al «hogar doméstico».

El debate se prolongó hasta el día siguiente. La mayoría de los asambleístas votó por la aceptación del pedido de Morales. Pero la solicitud del militar no era sincera. Renunció pensando que seria rechazada. Impaciente, irrumpió violentamente en la Asamblea Nacional para retirar su dimisión.

«¡Nada de secretos aquí, cobardes! Yo –golpeándose el pecho-, el vencedor del 15 de enero, no os he reunido aquí para que ociosamente estéis ocupándose de mi persona, miserables, sino para que os ocupéis de dar pan al pueblo, como yo he de darle aguardiente y chicha con 100 pesos que ayer saqué del tesoro. ¿Mi renuncia, eh? ¡Mi renuncia, la retiro!».

El relato corresponde al propio diputado Merisalde, quien puso letras a su decepción cuando se encontraba en el exilio, en Jujuy, Argentina. El documento fue recogido por el historiador Raúl de la Quintana Condarco y publicado en la revista Enfoques, en noviembre de 1992.

«La Asamblea le recibió y permaneció en pie. Balbuceante empezó a leer Su Excelencia el Mensaje, el cual parecía querer escapársele de las manos que temblaban de una manera extraordinaria. Era que la conciencia protestaba contra la hipocresía de las palabras: Que Dios advertía a la Asamblea que el Mensaje era una solemne mentira», relató el parlamentario yungueño.

Morales gobernó el país hasta el 26 de noviembre de 1872, día en el que fue herido de muerte por su propio sobrino, Federico Lafaye.

La historia de Fermín Merisalde se pierde durante el exilio en tierra argentina. Se especulaque retornó a Bolivia y a su natal Irupana, donde habría fallecido en 1889, a la edad de 66 años. La calle más larga del centro poblado -desde la Plazuelita hasta una cuadra antes de Churiaca- lleva su nombre, aunque las nuevas generaciones de irupaneños nunca supimos bien por qué.

lunes, 7 de febrero de 2011

Chicaloma perdió su monumento a la amistad




Chicaloma, el asentamiento afroboliviano más importante de Bolivia, ya no es el mismo. Conserva su tradicional saya, buen fútbol y la picardía de sus pobladores, pero le falta algo: el "monumento a la amistad".
Hace dos años desapareció el busto a Pedro Andaveres, el único héroe afro de Bolivia, quien tuvo destacada participación en la Guerra del Chaco. "No hay amor más grande que dar la vida por los amigos", reza la frase bíblica, la que fue aplicada estrictamente por Pedro Andaveres, en el mismo terreno de combate.
Andaveres, junto al militar yungueño Armando Escobar Uría, ex alcalde de La Paz, formaron parte de la Primera División del Ejército que, encabezada por Bernardino Bilbao Rioja, fue protagonista del episodio de Kilómetro 7.
En el epílogo del combate y cuando se encontraba a salvo, Andaveres se dio cuenta que su amigo de infancia, Armando Escobar, había quedado malherido en el campo de batalla. Sin pensarlo dos veces retornó al lugar de combate, poniendo en riesgo su vida, donde comenzó la dificultosa tarea de buscarlo.
Lo encontró convaleciente, inmediatamente lo subió en sus hombros y tomó el camino de retorno. Lo cargó por más de 12 kilómetros hasta ponerlo a buen recaudo, donde Escobar recibió atención médica y salvó la vida.
Ese gesto, de entrega total por el amigo, jamás pudo ser olvidado por el Gral. Escobar, quien durante su gestión en la Alcaldía de La Paz decidió rendirle homenaje colocando un busto en Chicaloma.
Mercenario brasileño
Para los militares paraguayos, Pedro Andaveres nunca dejó de ser un mercenario brasileño. Y no era para menos, pues hasta ahora es desconocida la presencia afroboliviana, incluso dentro de nuestras fronteras.
La valentía del “soldado negro” fue comentada, repetidamente, en los dos bandos en guerra, causando la simpatía de los unos y el odio de los contrarios.
El combatiente boliviano cayó preso en diciembre de 1933, oportunidad que aprovecharon los paraguayos para vengar, una a una, las acciones del ocasional enemigo.
Andaveres no fue recluido junto al resto de los presos, sino en un leprosario, donde fue sometido a trabajos forzados. Retornó al país en 1937, con el último contingente de prisioneros de guerra.
El robo
El busto de Pedro Andaveres desapareció de la noche a la mañana. Su extravío coincidió con la visita de una delegación universitaria a Chicaloma.
Las autoridades y pobladores de la capital afro de Bolivia despertaron a la mala noticia. No podían creer que el principal recuerdo de su héroe no estaba más entre ellos.
Froilan Ayllón, un viejo vecino de la población, recuerda que, después de verificar el robo, intentaron requisar el bus en que se encontraba la delegación universitaria. El respeto hacia los forasteros impidió dicha revisión, lo que aumentó la incertidumbre respecto de los autores de semejante atentado contra la historia del poblado.
Si son desconocidos los autores, peor los motivos del hurto. Los pobladores recuerdan que, en la época, Bolivia y Paraguay, intercambiaron trofeos de guerra y sospechan que la representación en piedra de Andaveres pudo haber sido ofrecida a los paraguayos.
Pedro Andaveres (hijo) sospecha que detrás de la desaparición del busto de su padre existe una acción racista: “Pensamos que son algunos racistas, que tratan de eliminar y borrar”.
Nunca más Chicaloma
“El busto era la encarnación propia de la raza negra que, de alguna forma, se sentía representada por su persona”, comenta Pedro Andaveres (hijo) al explicar el significado del monumento. Y es evidente. En Bolivia no debe de haber sector más discriminado que las comunidades afro.
Llegaron a estas tierras sin invitación, perdieron su idioma y vínculo cultural con el África y, lo que es peor, son gran minoría. Pedro Andaveres es tal vez el más conocido de los anónimos aportes de los negros a la dramática historia de Bolivia.
Concientes de ello, las autoridades y pobladores de Chicaloma han hecho lo posible por restituir el busto a su héroe, para lo que buscaron el apoyo de las autoridades departamentales y nacionales. El hijo del “héroe negro” recuerda que peregrinaron por diferentes oficinas públicas, las que se negaron a colaborarles u ofrecieron promesas que jamás fueron cumplidas.
Reponer el busto a Pedro Andaveres requiere de una inversión superior a los tres mil dólares estadounidenses, los que difícilmente podrán ser reunidos por los pobladores del lugar. Definitivamente, Chicaloma no será la misma sin el símbolo de su héroe, que les recordaba que los afro fueron y son importantes para el país.
Irupana, agosto de 1997

jueves, 3 de febrero de 2011

Cuando La Plazuela olía a caña


El olor a mango no siempre fue característico de La Plazuela. Hasta el año 1952, aproximadamente, esa extensa planicie estaba completamente cultivada de caña, destinada a la producción de alcohol.

Los empresarios alemanes Stephan –así los recuerda la gente- eran propietarios de los terrenos que actualmente constituyen La Plazuela, los que se extendían hasta Cerropata, Lavi Chico, Siquiljara y Charvina.

No se sabe cuándo, estos señores, adquirieron los mismos. Los viejos afirman que los conocen desde que tienen uso de razón. Werner Kunzel, otro alemán que vivió en Irupana, llegó en 1938, cuando los Stephan estaban ya asentados en La Plazuela.

Tampoco se conocen las razones por las que determinaron cultivar caña, lo evidente es que ese cultivo se adaptó muy bien a la zona, logrando excelentes niveles de rendimiento.

No hay cañaveral sin trapiche y los alemanes instalaron una molienda para extraer la savia de ese producto. Aún queda en La Plazuela, como testigo mudo de su pasado industrial, el tubo por el que ingresaba el agua que hacía girar el molino.

"El Sol", así se llamaba el alcohol producido en la zona, el que era transportado semanalmente a La Paz en envases de dos y 20 litros. Walter Terán, que desde muy joven vivió en La Plazuela, y Juan Zalles, nacido en esa población, recuerdan que los cañaverales copaban toda la planicie, de aproximadamente ocho kilómetros de largo.

Nunca supieron la cantidad de alcohol que se producía, aunque recuerdan que, semanalmente, un camión de 60 quintales salía completamente cargado de jabas que contenían el aguardiente.

Durante la época de zafra o corte de caña, los Stephan transportaban entre 80 y 90 zafreros desde el altiplano, debido a que era escasa la población asentada en el lugar. Don Walter recuerda que muchos de los zafreros morían a causa del cambio de clima y sobre todo por la terciana o malaria que, por entonces, hacía estragos en la zona.

La resaca de la producción de alcohol

Fue la revolucióñ de 1952 la que puso punto final a la producción de caña en La Plazuela. Walter Terán y Juan Zalles coinciden en que, el día en que se fueron los Stephan, los cultivos de caña estaban tan saludables como de costumbre.

Los empresarios alemanes vieron peligrar su inversión, desarmaron el trapiche y se marcharon a Santa Cruz, donde los efectos de la Reforma Agraria no fueron los mismos que en el occidente del país. .

Con "buen olfato", vendieron los terrenos a una famiIia de apellido Cruz, antes que éstos sean afectados por la Ley de Reforma Agraria. La falta de un trapiche quitó total sentido a la producción de caña, razón por la que los nuevos propietarios, junto a los colonos, se vieron obligados a cambiar de cultivo. Es aquí donde termina la historia de la caña y comienza la de los mangos.

Olor a mango

La Plazuela es actualmente la principal productora de mangos en la región yungueña, de cuya producción depende la economía de sus 550 habitantes.

Una vez concluido el ciclo de la caña, los nuevos propietarios y los todavía colonos determinaron cultivar paltos, los que parecían adaptarse a la microregión. No fue así. Los árboles de palto se secaron y fue necesario recurrir a naranjas, mandarinas, limas y limones, cuyas plantas corrieron la misma suerte.

Fue entonces que los pobladores de La Plazuela pusieron los ojos a "tres o cuatro arbolitos" de mango que existían cerca de las orillas del río La Paz. Juan Zalles recuerda que, al principio, este producto no era conocido entre los pobladores de la ciudad y, en consecuencia, su mercado era muy pequeño. "No tenía precio, era como un árbol silvestre", rememora, satisfecho por el elevado número de consumidores que tiene ahora.

Son 20 años que el mango es el principal producto de los pobladores de La Plazuela y parece destinado a quedarse en la zona, por los siglos de los siglos.

La Plazuela industrial

El pasado de La Plazuela es apenas una muestra del potencial industrial de la zona, el que, paradójicamente, ha sido completamente relegado desde 1952. ¿Qué habría pasado si la revolución del '52, aparte de dotar terrenos a los campesinos, les entregaba un trapiche para industrializar la producción de caña?

Los nuevos propietarios de La Plazuela y los colonos determinaron cambiar de cu1tivo porque no tenía sentido mantenerlo sin el funcionamiento de la molienda.

Las potencialidades están intactas, como cuando se fueron los Stephan, falta definir los cultivos y buscar las inversiones para, apoyados en el pasado, mejorar el presente de la microregión.

Irupana, agosto de 1997

martes, 1 de febrero de 2011

El día en que el amor venció a la guerra



El amor se abrió paso en medio del odio. No temió recibir un disparo ni precisó ocultar la cabeza en las trincheras. Esquivó las bombas, dejó heridos y saltó entre los muertos. Caminó sediento por las candentes arenas del Chaco con el objetivo de tomar los corazones de él y ella, que palpitaban ante diferentes himnos y defendían diferentes banderas.

La historia lo dice: En la Guerra del Chaco perdieron Bolivia y Paraguay. Pero ganó el amor de Julio e Isabel, venciendo al chauvinismo típico de la contienda. Él boliviano y ella paraguaya. Él prisionero de guerra y ella con familiares en el campo de batalla. El retumbante palpitar de sus corazones logró opacar el estruendo de las bombas que cegaban vidas en el Chaco infernal.

Prisionero del amor

El día en que Julio Rocabado cayó prisionero estaba lejos de imaginar la agradable sorpresa que le tenía preparada el destino. Había salido de Bolivia con la promesa del retorno. Tras la muerte de su padre, había quedado de jefe de la familia y a cargo de la hacienda de Taca, en los Yungas paceños.

Luego de caer en manos enemigas, su vida era una incógnita. El regreso parecía perderse en medio de la «borrachera verde». Como los 20 mil prisioneros que cayeron durante la contienda, el soldado Rocabado estaba preso de la frustración. Pero logró liberarse de esas cadenas apenas llegó a Asunción, la capital paraguaya.

Su buen humor le permitió ganarse la confianza de sus custodios. Al primer descuido, se encontraba en las calles -con un grupo de prisioneros bolivianos- ofreciendo shows artísticos que le permitían ganarse unos pesos, pero sobre todo olvidar la guerra y la prisión. «Su prisión no ha sido tan prisión. Cayó prisionero, pero nunca bajó la cabeza», explica su hijo Mario.

Las presentaciones callejeras alcanzaron tal éxito que las autoridades les proporcionaron un patio inmenso para evitar aglomeraciones callejeras. Fue en una de esas presentaciones que el destino apretó el gatillo del amor.

A pesar de los 90 años que lleva sobre sus espaldas, Isabel Ricardo recuerda claramente aquel día: «Una señorita había tenido amistad con ellos y entonces el caballero ya me estaría echando ojo, pues. Entonces han venido ellos donde nosotras, nos hemos saludado, me lo han presentado, se ha presentado el caballero, muy simpático, muy educado. No me cayó mal. Hemos tomado confianza, charlamos».

De entrada, la dejó fuera de combate. Le disparó con el corazón, esa arma que no necesita mira para alcanzar el blanco. Ella recuerda que esto ocurrió en Asunción, lugar al que viajaba todos los días desde su natal Caacupé.

El soldado Rocabado definió su estrategia: La posición de Isabel ya estaba tomada, era el momento de conquistar a la familia. El cumpleaños de la futura suegra era el momento propicio. Tuvo la osadía de llegar hasta Caacupé para cantar la serenata. Entre los músicos se encontraba uno de sus custodios. Los hermanos menores de Isabel sacaron el arpa y se armó la gran fiesta. Ellos celebraban el cumpleaños de su progenitora, Julio el ingreso a la familia de su futura esposa.

Ese mortal armisticio

El 12 de junio de 1935, los gobiernos de Bolivia y Paraguay deciden ponerle fin a la guerra. Paraguayos y bolivianos saltaban de alegría, menos Julio e Isabel que veían el futuro de su amor en peligro.

«Iba a venir la repatriación, ya no faltaba mucho. El caballero se ponía en planta, quería formalizar, quería comprometerme y que me vaya con él», recuerda Isabel, con las lágrimas amenazando desbordar el cauce de sus ojos.

Cuando el retorno se hizo inminente, ella se encontraba en Argentina, en casa de una familia amiga. No dudó en ir a buscarla para conseguir la promesa de que vendría a Bolivia y entregarle la dirección dónde debía buscarlo al llegar a La Paz.

Búscalo

«Si lo quiere, vaya a buscarlo y si no es como él le ha dicho, mi hija, usted se vuelve», la despidió su madre.

El fuego del amor que había encendido Julio se negaba a convertirse en cenizas. Es más, se avivaba a medida que pasaban los días. Habían pasado tres meses desde la repatriación del prisionero boliviano cuando Isabel decide dar rienda suelta a la aventura del amor.

Él había ofrecido matrimonio antes del retorno del Paraguay, pero ella quería cerciorarse que todo lo que le había dicho era cierto. Abordó el tren del amor que la trajo -vía Jujuy- hasta Bolivia. No conocía nada ni a nadie. ¿Qué interesaba? Conocía al amor de su vida.

Llegó a La Paz y se alojó en la casa de una persona a la que conoció durante el viaje. Al día siguiente, no había abandonado la cama cuando Julio tocaba la puerta del lugar donde ella estaba hospedada.

Julio dejó a su querida Isabel en 1990. Desde entonces ella vive sola en Irupana, población yungueña que fue testigo de la felicidad de la pareja.

Estalló en llanto cuando le propusimos hablar de su historia de amor. «Era un caballero muy sensato, como que había sido, yo creo que no habrá en la vida otro, no quisiera francamente hablar del recuerdo que tengo de él, es muy grande».

«Para él no era tan guerra, él estaba siempre con su humor», dice su hijo Mario, tratando de explicar las razones por las que su padre dejó de lado el patrioterismo para darle rienda suelta al corazón.

«El amor no tiene fronteras», concluye Isabel. Y no las tiene. Ni siquiera cuando dos países se declaran la guerra por controlarlas.

La otra batalla

Fue una batalla aparte. Julio e Isabel estaban convencidos de su amor, pero la sociedad que les rodeaba no estaba dispuesta a perdonar el matrimonio de un combatiente boliviano con una mujer del frente enemigo.

«Algunos decían que es una paraguaya, una déspota y querían humillarla, pero ella siempre ha sido muy buena», recuerda Ángel Mancilla, un antiguo vecino de Irupana. Las consignas nacionalistas calan más hondo en los pequeños poblados y la población yungueña no es la excepción.

«Ella sería paraguaya, pero no ha provocado la guerra, no ha actuado en la guerra, humildemente se han conocido, se ha venido. De ser boliviana, no es, pero se le da buen trato» comenta Mancilla, quien también combatió en la Guerra del Chaco.

Hoy, Isabel es una más de las vecinas de Irupana. Las nuevas generaciones no saben siquiera que abandonó su país para vivir con el hombre que amaba. Cuando Julio vivía, ella incluso participaba de los actos que realizaban los excombatientes del Chaco en homenaje a los bolivianos caídos en el campo de batalla.

Se perdió el cordón umbilical

Le devolvieron su última carta. Ocurrió hace 17 años, cuando Isabel y Julio enviaron una misiva a la familia en Paraguay, la que les fue devuelta por el correo paraguayo debido a que los destinatarios cambiaron de domicilio.

Desde entonces ella perdió contacto con los familiares que dejó en su país. La última vez que viajó a Caacupé fue hace 21 años, cuando la hicieron llamar para asistir al entierro de los restos de su señora madre.

Hasta entonces, junto a su compañero de vida, había viajado en varias ocasiones a tierra paraguaya. Los dos trabajaban y ahorraban para viajar cada tres años, con el objetivo de revisar los recuerdos que dejaron en territorio guaraní. «Con él nos quedábamos tres meses. Le decía: ‘Ya no iremos, porque no tenemos plata’; y él decía: ‘vamos a estar trabajando’. Entonces había mucha gente en Irupana, había negocio».

Su hijo Mario -que participó de algunas de esas travesías- afirma qué la abuela los quería mucho por la amenidad de Julio. La visita era aprovechada para reunir a toda la familia, que se encontraba dispersa entre las ciudades de Asunción y Caacupé.

Él afirma que ella no esta dispuesta a volver a la tierra que la vio nacer: «Le hemos ofrecido ir a Paraguay, pero debe ser duro retomar sola a los lugares donde los dos han estado juntos», argumenta. En el lecho del hospital, ella dice que, en realidad, su pasaje de venida nunca tuvo retorno, que vino para vivir y morir a lado de su amado Julio.

Irupana, invierno de 2001