viernes, 23 de diciembre de 2011

De ch’ullu ch’ullos y niños viejos…


Había una época del año en la que las tapas metálicas de cerveza y gaseosas cobraban valor en Irupana. Era el tiempo en que se acercaba la Navidad y los niños las buscábamos para fabricar los bulliciosos ch’ullu ch’ullos. Había que visitar las casas para adorar al Niño y no existía instrumento de percusión más llamativo que el fabricado con los obturadores de las botellas.

Este niño viejo, cada año nace, en su chijipampa, wistiki, wistiki. Al tiempo que aplanábamos las tapacoronas sobre las aceras del poblado, desempolvamos el repertorio musical que dormía en la memoria el resto de los 365 días del año.

La visita a los pesebres comenzaba el 25 de diciembre. El 24 por la noche había que asistir a la misa de medianoche. Las mamás nos obligaban a dormir por la tarde para mantenernos con los ojos abiertos hasta que la figura del Niño sea colocada en el pesebre preparado para la ocasión.

El 25 por la mañana, los niños sacábamos a jugar las diferencias económicas de nuestras familias a la plaza principal. Unos pocos: triciclos y bicicletas; los más, nuestros carritos de plástico, eso sí, con capacidad de cargar barro y todo lo que se le antoje a nuestra imaginación.

Lo bueno venía por la noche, la visita a los pesebres que se habían armado en las casas de los vecinos del centro poblado. Una de las primeras en ser visitada era la casa de Doña Domi, en la Plazuelita Agustín Aspiazu. Ella pagaba la adoración con villancicos. Sabía tantos y los compartía con nosotros cual maestra: “Del tronco nació la rama, de la rama nació la flor, de la flor nació María, de María el redentor”.

Y no era sólo cuestión de fe. Abajeños y arribeños teníamos fijado nuestro territorio de adoración y ¡huay! del que viole la frontera fijada en la Plazuelita. “Estamos en busca de los abajeños”, cantaban los unos y los otros respondían “estamos en busca de los arribeños”. Cuantos puñetes y patadas dados y recibidos en el lugar en grescas de los –¡vaya paradoja!- adoradores del Niño.

Pero adorar en Irupana siempre tenía su toque de humor: Recuerdo la vez en que Don Lucas Reguerín –el sastre del pueblo- nos pidió que adoremos a su pesebre. Nos hizo pasar a su casa y quién estaba echado sobre la cama, en la misma pose del Niño, era su hijo Alberto.

Había personas que sabedoras de nuestro recorrido preparaban chocolate con buñuelos, algún queque o tenían listos los caramelos. Aunque, por supuesto, tampoco faltaban quienes creían que un gracias era más que suficiente para la voracidad de los adoradores. Éste último era el caso de las famosas “voladoras”.

Las solteronas Práxida y Nélida Terceros armaban el mejor pesebre del pueblo. Destinaban un cuarto entero para las cantidades de juguetes que nosotros le envidiábamos al Niño y que parecían reclamar que alguien les dé el uso para el que habían sido fabricados.

Las “voladoras” –como les decían, por sus vestidos largos y por la rapidez con la que caminaban- no tuvieron descendencia. Quizá por ello invertían tanto dinero en comprar juguetes que muchas madres habrían deseado para sus hijos. Pero a la hora de “pagar” por la adoración se negaban a invertir siquiera en los agujeros del buñuelo. Era el momento de interpretar la canción de venganza de los adoradores: “¡El niñito quiere mujer, quiere mujer, nadie le da!”.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

La pelota sobre la “i” de Reguerín



“Mario Reguerín, el mejor alumno de Universitario”, decía el titular sobre la foto de un futbolista gritando su gol a voz en cuello. Era el título principal de la tapa de la edición de lunes del célebre “Hoy Deportivo”. Estaba en el lugar central de la pared empapelada con fotografías de los mejores futbolistas de la época: los hermanos Galarza, Bastida, René Rada, Ovidio Meza…

“Es de Irupana”. El comentario de mi hermano Miguel quedó grabado para siempre, los irupaneños también podemos llegar a las grandes ligas. Y él no era el único: Mario fue uno de los cinco hermanos Reguerín que destacaron por su buen trato con el balón de fútbol.

René Reguerín no encuentra explicación del por qué el fútbol se hizo la marca de la familia. “Nunca lo han visto jugar a mi padre, no sé, talvez la familia de mi madre haya sido deportista”. Aparte de los cinco varones, dos de las tres hermanas –Jhenny y Ana- eran hábiles para la práctica del deporte en sus años mozos.

Por supuesto, los Reguerín comenzaron a hacer sus primeras armas en Churiaca. Comenzaron a mostrar sus habilidades futbolísticas durante los años de escuela, en los desafíos entre los alumnos de los distintos grados.

Pero fue Jorge el primero en sacar su fútbol del suelo irupaneño. Prestaba su servicio militar en la ciudad de La Paz, lugar donde fue visto por los dirigentes del Northern Football Club. Salió del cuartel y jugó durante dos años en ese equipo de la categoría B del fútbol paceño. En ese equipo daba sus últimos trotes el maestro Víctor Agustín Ugarte, cuyo puesto fue ocupado por el jugador irupaneño.

Pudo continuar su carrera deportiva en el naciente fútbol rentado, pero prefirió la estabilidad de un empleo como el que le ofrecían en el Centro Minero La Chojlla. Uno de los requisitos para trabajar en esa empresa era ser buen futbolista. Jorge fue parte de la Selección que representó a esa compañía en los competitivos campeonatos nacionales mineros.

René y Mario llegaron casi al mismo tiempo a las grandes competiciones. René recuerda que asistieron junto a su hermano a uno de los entrenamientos de la Selección de Irupana, en el estadio Mariscal Braun, de la ciudad de La Paz. Minutos antes había concluido el entrenamiento del The Strongest y su técnico, Eustaquio Ortuño, había visto a los Reguerín en acción.

Pasado el partido de ensayo, el adiestrador atigrado pidió hablar con René, a quién invitó a formar parte de su equipo. Pero los dirigentes de la Fraternidad de Residentes ya habían hablado con los dirigentes de Bolívar para que las jóvenes promesas del fútbol irupaneño se vistan de celeste.

Esa misma tarde, René firmó contrato con Bolívar, aunque, de forma sorpresiva, Mario decidió mantenerse al margen. Ahí encontró a estrellas de la talla de René Rada, Ramiro Blacutt, Arturo Galarza, René Herbas, además de los argentinos Siassa y Eleazar Tercilla. Pero semejante constelación dejaba muy pocos espacios para que nuevos valores brillen con luz propia. El técnico Norberto Fernández lo puso en un partido frente a Always Ready e ingresó minutos en otros cotejos para reemplazar a los titulares.

Dos años después, fue transferido al Mariscal Santa Cruz, el equipo de los militares. La incursión tampoco fue fácil, pues el plantel tenía la delantera que le permitió ganar la Recopa Sudamericana 1970: Remberto Gonzáles, Juan América Díaz y Juan Farías. Una lesión en un entrenamiento de la Selección de Irupana lo alejó del fútbol definitivamente.

Mario optó por Universitario y mostró a su hermano cuánta razón tenía al negarse a firmar por el Bolívar. A diferencia de René, él era titular en el equipo y tenía la oportunidad para mostrar sus cualidades en el torneo. Marcó varios goles en el torneo paceño y fue destacado permanentemente por la prensa nacional.

En su mejor momento, la Academia celeste le volvió a ofrecer la posibilidad de vestir su divisa, pero Mario decidió continuar comandando el ataque del Universitario. Luego le ofrecieron la posibilidad de dedicarse a otras actividades económicas en Beni, razón por la que dejó el fútbol. Eran épocas en que pocos jugadores vivían de lo que les pagaba el club. La mayoría de ellos estaba obligada a buscar otra fuente de sustento.

Enrique tuvo una más corta carrera deportiva. Incursionó en el Fígaro, de la B del fútbol paceño, en la época en que el técnico Freddy Valda –luego adiestrador de la Selección Nacional- dirigía el equipo.

El menor de la familia, Carlos, tuvo un paso más prolongado, pero siempre en el Mariscal Braun, también de la B. Habitualmente, los jugadores de ese equipo tenían trabajo en la Cervecería Boliviana Nacional, razón por la que compartían su tiempo entre la cancha y las funciones en la industria.

En Irupana se los recuerda a los cinco Reguerín por su participación en la Selección de Fútbol que ganó el Tri-campeonato Interyungueño. René y Mario fueron los goleadores de los tres torneos. Al terminar de escribir estas letras, todavía me pregunto cuándo volveré a ver a otro irupaneño gritando un gol en un periódico de la estatura del “Hoy Deportivo”.

FOTO 1: Los cinco Reguerín en la entonces poderosa Selección Irupana

FOTO 2: René alcanzó a llegar al primer equipo de Bolívar

jueves, 15 de diciembre de 2011

Papío, el del buen cuero


El “Tata” Santiago de Irupana está sentado sobre una montura trabajada por las manos de “Papío” Suárez. Aquel año le pidieron que la construya y él agradeció la deferencia. Era un honor repujar el cuero para el caballo del patrono del pueblo.

Es que ningún caballo pasa desapercibido para el artista irupaneño. Desde muy niño era un apasionado por los equinos. A su padre, Víctor Suárez, le encantaba montar a caballo, con sombrero, pañoleta y botas. “Claro, yo nací a caballo”, sonríe.

Y como la montura está destinada a embellecer el porte del animal, él decidió trabajar sus propias cabalgaduras. Esa es la razón por la que se metió en el mundo del repujado del cuero. Fabrica carteras, cinturones, portacelulares… pero de nada habla con más pasión que sobre las monturas.

Aprendió el oficio por sí solo. Uno de sus hermanos pasó unos cursos y le dio algunas indicaciones. Fue suficiente. Luego él se encargo de descubrir los secretos de su arte. Todavía trabajaba en la ciudad de La Paz cuando incursionó en este campo. Sábados, domingos y feriados se encerraba con los cueros.

Papío ahora está jubilado y tiene todo el tiempo del mundo para disfrutar de su habilidad. Cuando no está en su taller, se encuentra en Cerropata con sus caballos “Alazán” y “Rosillo”. “Creo que también voy a morir sobre el caballo”, resume.

FOTO: Papío, en su taller, al pie de Limonani...

martes, 25 de octubre de 2011

Los Yungas: Una economía de suicidio colectivo


Por Javier Hurtado Mercado

Resulta difícil y poco creíble para nuestra comunidad yungueña una voz pesimista sobre nuestra región cuando el auge del dinero campea por toda la región: La proliferación de construcciones en los pueblos, la multiplicación de vehículos chutos, la apertura de tiendas bien surtidas, licorerías e incluso karaokes o bares, tilines para jóvenes y niños, etc. Efectivamente, tenemos un bienestar como nunca antes, un bienestar que en los últimos cinco a seis años se ha acelerado.

Todo comenzó con los errores de la cooperación Norte Americana de erradicar parcialmente la coca del Chapare, durante los últimos años neoliberales y, como siempre, no ofrecer ningún mercado seguro a los productos alternativos que, en ese momento, todavía se contaban en los Yungas. Nos referimos al café, los cítricos, la apicultura, el amaranto, el maní, los maíces suaves y otros productos típicos de la región.

Una parte cada vez más grande de esta producción era gradualmente certificada como orgánica y comenzaba a darle el perfil de largo plazo mas sostenible para los Yungas: LA PRODUCCION ECOLOGICA.

Saliendo del Chapare, la demanda del narcotráfico se traslado a la cuna de la coca, a su lugar mas sensible tanto porque es donde mas experiencia en su producción tiene el productor, como porque la seducción del dinero fácil en una región con una economía largamente deprimida como era la de los Yungas pudo ser rápidamente erosiva y creciente.

Las montañas subtropicales de Yungas albergaban una producción de coca asentada en normas tradicionales inteligentes. Solo se sembraba coca en los terrenos pedregosos y gredosos de pendiente, con la tecnología del huacho que retiene la humedad y los deshojes naturales que abonan la tierra. Los antiguos sabían que coca se puede producir en los terrenos aptos para otros cultivos, pero sabían que la producción de coca debía ser restringida para mantener un manejo sostenible de la diversidad biológica. Por eso los huertos mixtos donde se mezclaban la coca, los cítricos, la hualusa, el maní, los ajíes y la apicultura.

La demanda del narcotráfico impulso la destrucción de huertas tradicionales, el desmonte de los pocos bosques que tenia la región y la expansión de la frontera agrícola cocalera hacia las tierras vírgenes de La Asunta, Caranavi y ahora hacia los bosques del Norte de La Paz.

Estos soldados ingenuos del narcotráfico entraran ávidos por los nuevos caminos y carreteras que partirán en dos el Isiboro Sécure y materializarán un modelo de desarrollo depredador y sesgado por las actividades delincuenciales, en la producción de coca ilegal, el trafico de madera y la explotación de fauna en extinción, en lugar de aprovechar modelos mas sostenibles como la Agro-forestería con el manejo controlado y certificado de la madera, recolección de la castaña , el cacao criollo y miles de hierbas curativas y aromáticas de creciente valor en los mercados de la industria medica, cosmética y alimenticia.

En los Yungas, de los cuales Irupana ha sido una región privilegiada, hoy ya no se encuentra cítricos, bananas o cuyes ni para el consumo local. En estos días de fiesta casi no encontraremos un buen lojro yungueño, ni un picante de cuy, ni una sajta de gallina criolla. La comida criolla, tan típica y agradable, ha sido sustituida por los pollos llevados de la ciudad, cocinados la broaster o al spiedo. El arroz y el fideo, que no alimentan, forman ahora la parte principal de la alimentación del yungueño. El pan blanco ha sustituido al plátano y el mote de los almuerzos.

¿Cuánto durará esta borrachera de abundancia? El deterioro de las tierras es lento, pero inexorable, la escasez de agua por la destrucción de los últimos bosques ya es crítica para los años inmediatos. Pero quizá lo mas grave es que la cultura productiva de los jóvenes esta erosionada, el monocultivo de la coca, las mulitas de taquis a las ciudades, la distribución de carnéts de productores y comercializadores indiscriminada y otras actividades incluso menos licitas, esta creando unas generaciones de jairas que no aprecian su terruño sino para las fiestas fastuosas y las farras desmedidas por el dinero fácil de estas actividades.

Para nuestros cultivos tradicionales nunca fue posible financiar tecnología, pero para estos cultivos irracionales de coca los sistemas de riego a aspersión, los agroquímicos, abonos foliares, insecticidas tóxicos, etc. se desarrollaron rápida y ampliamente. La coca ya no calma el dolor sino que lo provoca, porque es el vehículo de químicos artificiales nocivos a la salud.

¿Tendremos que esperar las consecuencias en una o dos décadas, cuando la fecunda tierra yungueña ya sea un completo erial erosionado, para que nuestros pueblos recién reaccionen y den marcha atrás o será posible que algunas voces se levanten en medio de la borrachera y conquisten los lugares del liderazgo campesino y vecinal para cambiar el rumbo de nuestra historia?

Porque no fueron sola ni principalmente los gringos los culpables, sino nuestros dirigentes nacionales y nuestros pueblos los que optamos por el camino fácil. Todos los ciudadanos yungueños tenemos nuestra parte de responsabilidad por hacer o dejar hacer. Solo nos queda el suicidio colectivo o la rebelión de nuestras conciencias.

LA FOTO: ¿Estamos más cerca del anochecer o del amanecer de los Yungas de La Paz?

martes, 4 de octubre de 2011

Abraham Suárez, el de las cuerdas locuras





Abraham Suárez Arce afirma que estudió artes marciales en la escuela “El Tajlli”, además de canto y solfeo en la escuela “Mi Gallo”, ambas de Irupana. En el pueblo le decían “Loco”, aunque es uno de los tipos más racionales que se conozca. El único momento en que pierde los estribos es cuando se le habla de lo que habría que hacer por la población que le vio nacer.

¿Cómo olvidar cuando asumió la defensa del primer número de El Mancebao? Los dirigentes de la Fraternidad de Residentes de Irupana analizaban la censura de la edición porque en la foto de Don Lino –el carpintero del pueblo- parecía que su pene estaba afuera. Es cierto, el pliegue de su pantalón y la mala calidad de la impresión podían dar rienda suelta a las interpretaciones. Abraham se fue a la reunión con la foto original que no daba lugar a dudas y preguntó: “¿Dónde han visto un pene a rayas?”.

Abraham es médico de profesión. Cuando aún estudiaba en la Universidad Mayor de San Andrés llevaba junto a sus libros cualquier cantidad de papel seda y pegamento. En sus ratos libres, en el lugar donde se encontraba, se ponía a elaborar los globos que iban a ser soltados en la fiesta del 5 de agosto.

Entrar a su página en el Facebook es una verdadera diversión. Uno no puede aguantar la risa al revisar sus fotos o las frases que escribe. Vive desde hace varios años en Estados Unidos, pero la distancia no restó ni un centímetro su profundo amor por su tierra natal.

martes, 20 de septiembre de 2011

Del telégrafo al celular


Debía llegar a Irupana para abordar el bus que iba a trasladarlo hasta La Paz, donde residía su familia. Ensilló su caballo y comenzó a trepar la subida que separa a Pahuata de Isquircani, pero en plena cuesta escuchó: “¡Pijmo!”. Era el grito del ave más mal agüera de la región yungueña. “¡Vaya a la mierda!”, le contestó. Dicen que es la única manera de alejar el maleficio.

Coincidencia o no, el pijmo volvió a lanzar su inconfundible grito y volvió a escucharse la agresiva respuesta. No es habitual cruzarse dos veces con tan malhadada ave y viajar en Yungas siempre tiene un elevado margen de riesgo. Por esa razón decidió llegar a Irupana y, mejor, mandar un telegrama. Pero como el telégrafo cobraba por cada sílaba, decidió abreviar el mensaje a su esposa: “Ma-mi-ta no ven-go por pá-ja-ro ma-lo”. La señora, al recibir el telegrama, se lamentó: “Pobrecito, le ha debido patear el caballo”.

El chiste lo escuché en boca de Pituco Mercado, pero grafica bien a esa Irupana que tenía en el telégrafo a la vía más rápida de comunicación entre el centro poblado y el mundo.

En la oficina del telegrafista aún se preservaba el pequeño equipo que servía para enviar mensajes en código Morse, pero ya sólo como adorno. En la época que rememoramos, los mensajes eran dictados sílaba por sílaba a través de un rústico auricular. Dos cables pelados conectaban a Irupana con Chulumani y, desde ahí, los mensajes eran enviados por un equipo de banda lateral hasta la ciudad de La Paz.

La calidad de la comunicación debió ser tan mala que el telegrafista tenía que mandar los mensajes a gritos. Si uno estaba sentado en la plaza –su oficina se encontraba en el tercer piso de la Alcaldía- podía enterarse, sin mayor esfuerzo, de los mensajes que se estaban enviando a la ciudad de La Paz.

El telegrama era el medio del extremo: Te lo enviaban para felicitarte por algún acontecimiento o para comunicarte alguna noticia grave, habitualmente muy dolorosa. “Te están buscando, dice que te ha llegado telegrama”. El solo anuncio de su llegada era para espantar a cualquiera. Era tarea de todos entrerarse sobre lo qué decía ese pedazo de papel.

La comunicación normal de Irupana con el mundo era a través de las cartas. La vía más directa era por Flota Yungueña u otros medios de transporte terrestre. Las familias tenían acordados los días en los que enviarían la misiva o la encomienda, razón por la que la gente sabía cuándo debía pasar por la agencia de la empresa de transporte para averiguar si llegó algo.

Otra alternativa era el Correo Central, pero aquello servía más para recibir cartas del extranjero o institucionales. La desventaja de este medio era su tardanza. Podía, fácilmente, tardar una o dos semanas en llegar desde la ciudad de La Paz. Uno puede imaginarse lo que demoraba cuando venía desde afuera del país.

Era la época en que Irupana vivía a paso de mula. Los tiempos, sin duda, eran distintos a los actuales. Los niños y niñas pasábamos clases todo el día, ¿qué más iban a hacer los maestros en el pueblo? Los jornales comenzaban a las ocho de la mañana y al terminar la tarde la gente tenía tiempo para llevar a pastar su caballo a Churiaca y hasta para salir a sentarse a la plaza. Quien debía viajar, sabía que llegar de Irupana a La Paz o viceversa llevaba todo el día. Esa jornada no contaba para otra cosa.

Hasta que en los años 80 llegaron los teléfonos. El día en que COTEL instaló las primeras cabinas, la fiesta se desató en Irupana. La Alcaldía hasta cedió un ambiente para que funcione el nuevo servicio. Únicamente se podía llamar hasta la ciudad de La Paz, pero eso era demasiado cuando antes no pudiste conversar con quien estaba en la montaña de enfrente.

Luego llegó ENTEL y abrió los canales para hablar con otros lugares del país y del mundo. El nuevo servicio tenía cabinas telefónicas cerradas, pero la señora que lo atendía siempre estaba enterada –como por arte de magia- del contenido de las conversaciones telefónicas. Al momento de pagar la cuenta, acostumbraba continuar la conversación sostenida por el auricular: “Dice que no hay gas en La Paz, ¿no?”, “y ¿qué había pasado, pues, con tu hijo?, “¿vas a viajar?, ¿cuándo vas a volver?”.

Pero ENTEL fue más allá, irrumpió en la zona con los celulares. Sí, con señal bastante deficiente –sólo se puede hablar de fuera de la casa-, pero no hay peor comunicación que la que no existe. Luego, Tigo llegó con un mejor servicio.

De la noche a la mañana, esos pequeños aparatos se metieron hasta en el mat’u de coca. Ya no es extraño escuchar su timbre en medio de la cosecha o a una cosechadora pedir que le lleven la merienda que dejó por olvido. No es nada del otro mundo pedir un taxi para salir al pueblo o solicitar la ambulancia para sacar a un enfermo.

El viejo telégrafo quedó en el olvido, aunque siempre recuerdo el día en que llegó el telegrama desde Villamontes preguntando si Salomé Vidal seguía viva. Era su hermano Donato, a quien ella había dado por muerto. Él fue a la Guerra del Chaco y no había retornado a su pueblo de origen tras el armisticio. Al recibir respuesta afirmativa, a través del mismo telégrafo, llegó a Irupana en 1978 para dar un abrazo de décadas a su querida Saluquita.

Siempre que veo a los jóvenes mandando mensajes de celular, sentados en la plaza principal de la población, recuerdo a aquel telegrafista que quedaba afónico de tanto gritar el contenido de los telegramas. Sin duda, Irupana tiene hoy mejores medios para comunicarse, aunque no estoy seguro si nos comunicamos mejor…

lunes, 12 de septiembre de 2011

Los Flores, nacidos para jugar



Los Flores siempre recibieron de regalo de Navidad una pelota. Eran cinco varones y su papá no tenía el billete para comprar un presente para cada uno. Lo de bueno es que vivían a lado de la cancha de La Plazuela y, lo que es mejor, tenían pierna para jugar al fútbol.

Nicolás, el menor de todos, jugó por primera vez en la cancha de Churiaca con el equipo de su centro educativo, en una visita a la Escuela Agustín Aspiazu. Era el más pequeño de todos los jugadores, pero cómo se avizoraba que iba a ser un grande del fútbol yungueño. La pelota casi le llegaba a las rodillas, pero él la dominada con gran maestría.

Florencio, el padre de la estirpe, jugaba de marcador en los equipos de La Plazuela, pero no era una figura descollante. Sin embargo, soñaba que un día sus hijos hagan con la pelota lo que él habría querido. Uno de los tantos accidentes de tránsito en las carreteras yungueñas le impidió ver los frutos de lo que él había sembrado.

Cuando ya le tocaba cursar el colegio, Javier, el mayor de los cinco, se fue a la ciudad de La Paz. Sus habilidades deportivas no pasaron desapercibidas para sus profesores del Colegio Pabón. Le llevaron a las divisiones inferiores del Obrero Royal. Pero fue entonces que ocurrió el deceso de su papá y había llegado el momento de priorizar los estudios.

Él siguió jugando en las ligas paceñas, en las minas auríferas del norte paceño y en los torneos locales del sector Irupana. Sin embargo, ya era difícil pensar siquiera en la posibilidad de buscar nuevas oportunidades en el fútbol profesional.

Su hermano Jaime tuvo mejor suerte. También comenzó en las divisiones inferiores del Obrero Royal. Los dirigentes sabían de su potencial y trataron de sacar una buena tajada el momento en que otros clubes requirieron de sus servicios. La familia Flores tuvo que hacer un esfuerzo económico para comprar el pase que le abrió las puertas de San José, de Oruro, equipo en el que jugó durante varias temporadas. Su incursión en el fútbol profesional concluyó en Always Ready, de La Paz.

Jaime tenía una gran habilidad para manejar la pelota y poseía una gran velocidad al momento de encarar el ataque. Pudo haber logrado muchísimo más de haber llegado más temprano al fútbol rentado y contado con mejores oportunidades de las que tuvo.

La historia de Jaurry es bastante particular. Hasta que prestó su servicio militar no mostraba mayores habilidades para jugar al fútbol, tanto que sus hermanos lo ponían en el puesto que faltaba. “A veces de arquero, de defensor, de lo que sea”, recuerda Javier. Era veloz y esa era su gran virtud.

Carlos Suasnabar, entonces dirigente del Club Juvenil Irupana, le invitó a jugar en el equipo. Descolló desde el primer partido. La fama creció hasta recalar en Chaco Petrolero, de la ciudad de La Paz. Javier recuerda que un día, en un entrenamiento en el estadio Lastra, llegó un señor interesado en llevar a Jaurry a Potosí. En ese momento comenzó una nueva historia para el jugador yungueño. Jugó cinco temporadas en equipos potosinos que subían y bajaban de la Liga Profesional del Fútbol.

Pero la etapa más brillante de Jaurry ocurre en Litoral, cuando ese equipo retorna al fútbol profesional. En ese plantel jugó junto a Oscar Figueroa, “Cacho” Céspedes y Sergio Oscar Luna, dirigido por el técnico Ramiro Blacutt.

Germán no pudo mostrar todo su potencial. Comenzó en Estudiantes Ayacucho, de la Asociación de Fútbol de La Paz. Chaco Petrolero quería sus servicios, pero su anterior equipo pretendía cobrar una fortuna. Al final, recaló en Mariscal Braun. Luego se le presentó la posibilidad de emigrar a Estados Unidos, donde reside hasta ahora.

La pelota fue mucho más benigna con Nicolás. Tras mostrarse en los torneos interyungueños, defendiendo la camiseta de Irupana, fue invitado al Club Municipal, de La Paz. Le dieron casa y comida, pero no cumplieron el compromiso de pagarle un emolumento y financiar sus estudios. Nuevamente sus hermanos tuvieron que hacer un esfuerzo económico para comprar el pase y abrirle las puertas de otros clubes.

Destacó en Litoral, lo que le valió su transferencia a The Strongest. Luego estuvo una temporada en Chaco, de donde pasó a Oriente Petrolero. Cerró su ciclo en Unión Central, de Tarija.

Los Flores jugaron en las selecciones de Irupana y de La Plazuela. Javier cuenta que particularmente cuando les tocó defender los colores de su pueblo lo hicieron a su propio costo. “Nos pagábamos hasta los pasajes”, rememora.

Para ellos, la recompensa era saber que su madre estaba contenta en las graderías. “Ella era la fanática número uno. No se faltaba a ningún partido que jugaban mis hermanos”, recuerda Javier. Seguramente, ella recordaba aquellos días en los que, con su Florencio, les veía desde la puerta de su casa jugando con su pelota nueva en la cancha de La Plazuela.

En la Foto 1: Los Flores eran medio equipo de La Plazuela

En la foto 2: Nicolás, Jaime y Javier vistiendo los colores de la Selección de Irupana

lunes, 5 de septiembre de 2011

El milagro de la Virgen y de Aydé


La Virgen de las Nieves apareció en medio de un cultivo de hualusa, en una comunidad de Chicaloma. Resulta que un grupo de hombres había visto que por las noches brillaba una luz intensamente en medio del hualusal. Estaban seguros que se trataba de un entierro y, por el resplandor que levantaba, creían que contenía incalculable riqueza.

Un primer grupo desistió de la intención de comenzar el desentierro por temor a lo desconocido, pero no faltaron otros que, llevados por la ambición, decidieron encarar la audaz empresa. No fue fácil ubicar el lugar exacto del que se desprendía la luz, pero lo lograron. Mientras el resto de la población dormía, comenzaron a cavar para dar con la fortuna que les tenía guardado el destino…

Aydé Muriel dice que ella se encontró un tesoro en Irupana: su esposo Nestor Castro. No fumaba ni consumía bebidas alcohólicas. Lo que es mejor, era un buen esposo y un gran padre. Recuerda que durante su juventud tuvo varios enamorados, pero los dejó a todos por su inigualable Nestor. “Las malas lenguas decían que yo lo dominaba, pero él jamás tuvo esos vicios. De lo contrario, no me casaba”.

Si la felicidad se mide por el número de hijos, los Castro Muriel la tuvieron y en abundancia: procrearon 12, tres de los cuales perecieron. Lo seguro es que la responsabilidad de los padres se evalúa por la buena formación de los hijos y ellos tienen nueve pruebas vivientes.

La búsqueda del codiciado entierro tuvo sus frutos. Los hombres que estaban cavando llegaron a una inmensa caja de madera, herméticamente cerrada. Pero el hallazgo coincidió con la salida de las primeras luces del día, que sacó a la luz también la discusión de si no deberían esperar hasta la noche para abrirla. Era mejor que la gente ni se entere que –nunca mejor dicho- se habían vuelto ricos de la noche a la mañana.

Sin embargo, eran muchas horas para mantener a la curiosidad en su cauce. Se dieron a la difícil tarea de abrir un baúl que se había mantenido cerrado por no se sabía cuántas décadas. Grande fue la sorpresa al levantar la tapa del cofre: Era la imagen de la Virgen María…

Doña Aydé agradece a la Virgen de las Nieves por las hijas e hijos que le dio. Pero han sido ella y su Nestor quienes, desde el principio, han apostado y fuerte por la educación de sus descendientes. Las siete mayores son mujeres y eran épocas en que se creía que las féminas tenían como extensión de sus manos la escoba y la sartén. A pesar de ello, Nestor y Aydé la tuvieron clara desde el principio: sus hijas debían tener la mejor educación posible.

E Irupana no ofrecía demasiadas alternativas. Haciendo un gran esfuerzo económico las sacaron a la ciudad de La Paz y las internaron en uno de los mejores colegios de la época, el María Auxiliadora. Para no quebrar la línea salesiana, los dos varones estudiaron en el Don Bosco. Los Castro Muriel habían comenzado a desembolsar su mejor herencia…

Quienes encontraron el entierro pensaron que la riqueza alcanzaría hasta para dejarles una buena herencia a sus hijos. Era tan grande la caja…, pero era la imagen de la Virgen María. La frustración y la alegría se encontraban en franca disputa. Claro, si era el tapado que soñaban no habrían dicho a nadie del hallazgo, pero como no fue lo que esperaban, dieron parte a las autoridades de Chicaloma…

La felicidad completa no existe. Don Nestor Castro murió en 1979, fue el corazón el que le jugó una mala pasada. Aydé tuvo que seguir adelante con el bulto, pero junto a su compañero de vida ya habían sembrado en sus hijas e hijos el amor por los libros y la disciplina que requiere el estudio. Es más, las mayores ya habían abierto su propio camino.

Nestor fue alcalde de Irupana y fundador del Atlético Irupana, club deportivo que incluso presidió. También fue directivo de la Cooperativa Ukamau Ltda. En la población se lo recuerda en su taller de costura, junto a su inseparable Aydé. Desde entonces, ella es parte del paisaje de la plaza principal, siempre sentada en la puerta de su tienda de ropa.

La noticia del descubrimiento de la imagen de la Virgen corrió de cocal en cocal, durante semanas no se hablaba de otra cosa en las poblaciones de la región. Las autoridades de la parroquia decidieron trasladarla hasta Irupana. Lo tuvieron que hacer en andas, pues, en esa época sólo había caminos de herradura.

Los habitantes del centro poblado prepararon una gran fiesta de bienvenida, en la que participaron conjuntos de los peones de las distintas haciendas. Se instituyó la fiesta de la Candelaria para celebrar a la Virgen que salió de la tierra. Las lluvias de febrero hicieron que el festejo sea trasladado a agosto, el mes de la Pachamama.

Doña Aydé es infaltable en todas las misas de aurora que se realizan nueve días antes de la fiesta de la Virgen de las Nieves. Su devoción es profunda. Ella le agradece por haber hecho de Gladis, Olivia, Aydé, Margot, Flavia, Esperanza, Esmeralda, Jorge y Johnny buenos profesionales y mejores personas. Claro, el milagro no se habría hecho si ella y su Nestor no decidían hacer de la formación de sus hijas e hijos su más importante patrimonio.

Siempre sentada en la puerta de su tienda, ella transmite la historia del milagro de la aparición de la Virgen a quien se lo solicite. Del otro milagro -el hecho por ella y su amado Nestor-, no necesita decir palabra… Por sus frutos los conoceréis, sentencia el texto bíblico, y los de Aydé se caen de maduros…

EN LA FOTO: Doña Aydé, en la puerta de su tienda, en su sitio de siempre…

lunes, 29 de agosto de 2011

Un poco chupacos y nada más…



Chivisivis es la marca de toda una generación en Irupana. La letra de la canción que los identifica los muestra de cuerpo entero: “Los Chivisivis son buenos muchachos, un poco chupacos y nada más…”. En definitiva, la vida del poblado no habría sido la misma sin ellos: Los domingos de fútbol habrían sido muertos sin su barra bullanguera y el silencio de la noche irupaneña habría sido eterno.

La mayoría de ellos nació en la segunda mitad de los años ’50. Aprendieron a caminar descalzos por las calles del poblado y caminaron juntos hasta llegar a la adolescencia. César Zambrana Salas recuerda que antes de consolidarse como Chivisivis, organizaron un equipo de fútbol con el nombre de Atlanta Juniors. Samuel Rojas –papá de Raúl- donó las camisetas, con las que viajaron a Chulumani para disputar un partido con el Junín.

Marcelino Apaza estima que debió ser el año 1974 cuando bautizaron al grupo. Cansados de no tener una identidad, decidieron elegir un nombre para el grupo: Surgieron diversas propuestas, pero ninguna generaba consenso. Raúl Rojas propuso ponerle el nombre de la botella y resulta que era un aguardiente destilado en la Hacienda Chivisivi, de la provincia Loayza.

Por sólo citar algunos nombres de sus integrantes: Raúl Rojas, Guido Butrón, Juan Vera, Marcelino Apaza, Freddy Siñani, Mario Morales, César Zambrana Salas, Enrique Martines, Hugo Maldonado, Alberto Reguerín, Teófilo Flores, Pastor Perez, Emilio Orihuela, “Chicharrón”, Octavio Quisberth, Guimer Díaz, César Zambrana Roldán, Abel Jiménez, José Miranda, Rubén Varas y Pedro Chura, entre muchísimos otros.

Eran tiempos en que los jóvenes tenían que producir su propia música. No existían los reproductores musicales que hoy conocemos. Pero a los Chivisivis nunca les faltó habilidad para interpretar instrumentos musicales ni creatividad incluso para hacer arreglos y componer sus propias canciones.

Su habilidad no pasó desapercibida para la Hermana Muriel, entonces la responsable de Pastoral Juvenil de la Parroquia de Irupana. Los invitó a ser parte del coro de la Iglesia, era una buena manera de ayudarlos a retomar el camino de la fe, en lugar de desviarse por el del vicio.

Los Chivisivis se prestaban los instrumentos para ensayar los coros para la misa del domingo próximo. Y ensayaban, pero en media plaza, hasta altas horas de la noche, con dos velas sobre la banca de cemento y sus respectivas botellas de trago. “Jamás le hemos mentido a la hermana”, sonríe Marcelino.

Pero Muriel tuvo gran influencia en ellos. Los indujo a trabajar en labores sociales que necesita la población. Por ejemplo, en varias ocasiones ayudaron a reunir, cargar y descargar piedras para obras que encaraba el municipio o campañas de solidaridad para gente necesitada.

Pero no es lo que más se recuerde en Irupana. Lo que más se rememora son sus ocurrencias. En una ocasión, uno de los integrantes llevó la farra a su casa. Raúl Rojas encontró la ropa de la mamá del anfitrión y no se le ocurrió mejor idea que vestirse con esas prendas. Justo cuando comenzaba a hacer el “streep tees” apareció la dueña de casa. Salieron volando. El único problema es que Raúl dejó su ropa en el lugar y no encontró la forma de rescatarla.

Fueron continuos animadores de los torneos oficiales de fútbol en Irupana. Es cierto, nunca salieron campeones, pero su mérito es que, a pesar de ello, nunca dejaron de participar y convertir los partidos en una verdadera fiesta. Marcelino Apaza cuenta que, atraídos por la buena organización del club, muchos jugadores rogaban por integrar el equipo. “Recuerdo que traían una gallina, plátanos. Ahora hay que pagar a los jugadores”.

La vida se encargó de separarlos físicamente. Varios de ellos salieron a La Paz para continuar estudios, pero ni esa circunstancia terminó con su amistad. Crearon CHILPAZ: Chivisivis La Paz. Organizaron cuadrangulares durante los Todos Santos y torneos infantiles en Irupana, en coordinación con quienes se quedaron a residir en el poblado. También hubo una filial en La Chojlla. Es que el “chivi” –como se dicen a sí mismos- es “chivi” a donde va.

Pero los años pasan. Hoy, gran parte de los integrantes del grupo son abuelos. Marcelino cuenta que trataron que sus hijos sigan con la antigua amistad, lo mismo quisieran para sus nietos, pero saben que no es tarea fácil. Los viejos “chivis” pertenecen a una Irupana que morirá con ellos…

PIE DE FOTO: Una combinación que funcionaba con los Chivisivis, el deporte y la diversión.

viernes, 26 de agosto de 2011

Un CD inspirado en los cafetales


Israel Gutiérrez confiesa que las canciones de su primer CD tienen sus orígenes en los días en que recogía café y cosechaba coca en la comunidad de Pola. “La idea ha ido madurando poco a poco”, relata. Como el grano y la hoja, pues...

Lo cierto es que nadie esperaba que “Isico” –como le dicen los amigos- presentará un producto de esta naturaleza. En la población no era conocido por sus aptitudes musicales. Es cierto, alguna vez tuvo presentaciones con su grupo de siempre, “Los Valever”, pero nadie podía imaginar que estaba metido en una aventura fonográfica.

Y no es casualidad. Comenta que en 1987, cuando migró a la ciudad de Buenos Aires, Argentina, tomó clases de composición musical. “Mi profesora decía que tenía la creatividad necesaria para hacerlo”.

De la mañana a la noche, el tema “Valever” comenzó a sonar en los bares de la población. De a poco se fue metiendo en las emisoras de radio de la localidad y hoy hasta son solicitadas las canciones “Martha”, “Navidad sin ti”, “En mis sueños te encontré” y “Garzón”.

“Yo tenía esos planes para hacer algo, quería tener un disco, grabar, mostrarme a las personas como algo más en serio, me encontré con Carlos Monserrat, me empujó y ayudó mucho”, relata.

Israel es egresado de la Carrera de Derecho, de la Universidad Mayor de San Andrés y ahora también cantor. Definitivamente, a estos “valever” no todo les vale.

Si quiere escuchar un pequeño corte del tema ValeVer ir a: http://poderato.com/elmancebao/guimer-marcelino-zambrana-salas/vale-ver-israel-gutirrez

lunes, 22 de agosto de 2011

Irupaneños de Checoslovaquia


El de los Soukup es uno de los más curiosos injertos que recibió el árbol irupaneño durante su historia. Ese tronco que creció con aportes aimaras, quechuas, criollos y españoles, recibió su incrustación eslava a mediados del pasado siglo, con la llegada de esta familia oriunda de la desaparecida Checoslovaquia.

Cuando Francisco Soukup empacaba las maletas para abandonar su natal Křemže, en 1938, no imaginaba que llegaría a Irupana. Le habían dado para elegir entre tres países: Argentina, Ecuador y Bolivia. No dudó mucho, tenía un cuñado que trabajaba en La Paz y aquello era demasiada certeza para una incertidumbre del tamaño continental.

Él era oficial en reserva del Ejército Checoslovaco y había hecho público su desacuerdo con la decisión de las autoridades de entregarse al ejército alemán de Hitler. Había una sola salida: abandonar el país. Tenía tres días para vender todas sus pertenencias y alejarse lo más posible de la convulsionada Europa.

Días después, en Génova, Italia, Francisco, junto a su esposa Libusa, su padre y sus cuatro hijos abordaban el barco transatlántico “Horacio”, en el que dejarían a sus espaldas lo vivido hasta ese momento. Lo que tenían enfrente era un enigma. La travesía duró un mes, encalló en el puerto de Arica, lugar en el que tomaron el tren que los trasladó a La Paz.

Su nombre se escribe Zdeñek, pero todos lo conocen en Irupana por su pronunciación castellanizada: Yeno. Lo propio ocurrió con los nombres de sus hermanos: Yarko, Jorge y Francisco, a este último incluso se lo conocía por su diminutivo: Pancho.

Yeno todavía se ve conociendo las calles de La Paz, mientras sus padres y su abuelo se instalaban en la ciudad. Habitaron una casa en la calle Ingavi y abrieron el Restaurant Checoslovaco en el mismo lugar. Mascullaban aún el castellano, pero no quedaba otra que comenzar a vivir.

Un compañero de curso del colegio Bolívar invitó a Yeno a visitar Tajma, durante la vacación invernal. El tercero de los Soukup ponía el pie sobre la región que los acogería para siempre. Cuenta que también fue el primero de la familia en llegar a Irupana. Una compañía checoslovaca fue contratada para instalar la planta generadora de energía eléctrica en el Río Puri y el ingeniero que dirigió el trabajo lo contrató como secretario personal.

Se hospedaron en el Hotel América, de Julio Rocabado. Al ver que se aburría mientras el ingeniero realizaba su trabajo en la instalación de la planta, don Julio le sugirió subir a Lavi Grande, para visitar a la familia de un húngaro y una checoslovaca, que vivían en el lugar junto a sus dos hijas.

La visita a Irupana y a Lavi habría quedado en el olvido de no ser por que, a su retorno a La Paz, se enteró de que el médico recomendó a su abuelo y a su padre descolgarse de la altura paceña por razones de salud. Santa Cruz era la primera alternativa, pero estaba a días de viaje. Fue entonces que Yeno sugirió la posibilidad de asentarse en suelo irupaneño.

Los Soukup quedaron encantados con el lugar. El párroco de Irupana, el padre Emilio, les sugirió hablar con el Arzobispo de La Paz, Abel Antezana. La autoridad religiosa les explicó que no era posible venderles Lavi porque esa propiedad fue donada a la Virgen de las Nieves por una familia española. Aceptó alquilarles por 25 años.

Fueron trasladados en el camión de Gabriel Estrugo (padre). Los dejó en el cruce de Lavi. Desde ahí a lomo de bestia. La llegada no fue fácil, lo primero que hicieron es armar una carpa para poder guardar las pertenencias y dormir. Luego levantaron una casa con las paredes de carrizo y barro. Con el apoyo de Casimiro Lizón aprendieron a fabricar adobes, todos los días hacían 100, después de cada jornada laboral. Levantaron la casa una vez reunidos los suficientes. Los siete Soukup comenzaban a edificar su futuro en Irupana.

Luego compraron las vacas para producir leche y queso, primero para su consumo y después para vender en Irupana. Los cultivos comenzaron a dar su fruto. La situación fue mejorando día a día. El mayor, Yarko, que desde que partió de Europa tocaba el saxofón consideró que era el momento de retornar a La Paz para trabajar en alguna orquesta. Tocó varios años con el célebre Jorge “Ch’api” Luna. El mismo camino tomó Jorge, un experto en el campo de la relojería. Terminó contratado por Casa Kavlin.

Los cuatro hermanos tuvieron una fallida incursión en la estepa beniana. La inundación terminó con todo lo que estaban construyendo. Retornaron a Irupana sin mirar atrás. Sus padres, Francisco y Libusa, los esperaban con los brazos abiertos.

Luego la vida se encargaría de terminar de consolidar el injerto de los Soukup con Irupana. Tres de ellos se casaron con hijas del lugar, con quienes mezclaron el apellido eslavo que habían traído desde su tierra natal. Las obligaciones familiares presionaron para tomar distintos caminos. Yeno trabajó durante años en la importadora checoslovaca Skobol. Francisco también vivió entre Irupana y La Paz, ciudad en la que residía su familia.

Por si hubiese sido insuficiente, Yeno volvió a casarse con una irupaneña, tras el deceso de su primera esposa. Comparte el final de su vida con Lidia Arce. Él quiere ser enterrado en el cementerio de Irupana, en el mismo lugar donde yacen los restos de los otros seis Soukup que abordaron el barco Horacio. “Me han preguntado si Irupana es mi segundo pueblo, yo les digo que es el primero”, afirma. Por supuesto, los árboles son del lugar donde dan frutos, no de donde han sido almacigados.

EN LA FOTO: Yeno Soukup hablando sobre su amor por Irupana

miércoles, 17 de agosto de 2011

Mañazos eran los de antes


Hasta hace algunos años, ser carnicero en Irupana era sinónimo de esforzada caminata. “Taca era cerca para ir por vacas, apenas un día de ida y otro de vuelta”, afirmaba Lucho Salas. Y no lo decía por presumir. Había épocas en las que caminaba hasta Arcopongo, en la provincia Inquisivi, en el límite con Cochabamba: Cuatro días de ida y cinco de retorno.

Carlos Mercado recuerda que en reiteradas ocasiones fue por ganado hasta Caracato, en la provincia Loayza. Durante varios días había que caminar por la playa del Río La Paz, vadeando “una y mil veces” el caudaloso afluyente. Por supuesto, no lo hacían por amor al deporte, sino para encontrar buen ganado y a precios que aseguren un aceptable margen de ganancias.

Mercado y Salas pertenecen a una generación de irupaneños que encontraron en el comercio de ganado en pie y carne vacuna su principal fuente de sustento. Ellos se conocieron en Vila Vila, lugar tradicional para la crianza de hatos ganaderos. Carlos es descendiente de la familia Uzquiano, dueña del lugar, y Lucho trabajó como vaquero desde su adolescencia.

Los pobladores de Irupana –tanto los del centro urbano como los de las comunidades- consumen más carne fresca que seca. Es por eso que en el antiguo mercado había siete puestos de matarifes y sólo dos o tres de los conocidos “ch’arquinis”.

Quizá fueron las largas y esforzadas caminatas de los carniceros las que permitieron comercializar carne fresca a precios más competitivos que la chalona y el charque que eran trasladados desde el altiplano. Lo cierto es que los viejos matarifes tuvieron desde siempre la cultura de la caminata.

Yeno Soukup recuerda que ellos traían ganado vacuno desde el Alto Beni, de las misiones religiosas que existían en la zona. La travesía duraba alrededor de 20 días, los cuales los recorrían montados a caballo. Era ganado de carne de una calidad extraordinaria y a precios bien bajos. Su padre, Francisco, vendía el producto en el mercado de la población.

Era la época en que el principal centro de abasto de Irupana estaba ubicado en lo que hoy es la Cooperativa de Ahorro y Crédito Ukamau Ltda., la Federación de Campesinos y la sede de los Transportistas. Entre los carniceros de esos años, son recordados Max Reguerín, Ángel Manriques, Teófilo Mercado, Juan Pommier, Francisco Soukup, Luis Pabón, Hugo Cárdenas, Hugo Pacheco, Guillermo Siles, Víctor Suárez, Pablo Ballón y Francisco Suárez, entre otros.

Carlos Mercado abrió su primer puesto de venta en sociedad con Humberto Meneses. Era alrededor del año ’59. La tienda estaba ubicada en lo que hoy es la oficina de la Policía, en la llamada Casa de la Cultura. Ese edificio originalmente fue de la Sociedad de Propietarios de Yungas y luego fue ocupado por el Colegio 5 de Mayo. Él recuerda que le sorprendió la cantidad que vendió aquella primera vez, gracias a las técnicas de mercadeo de su socio.

Luis Salas, en cambio, comenzó a comercializar carne en el nuevo mercado, el que fue construido por el alcalde Juan Pommier, en el lugar donde se lo conoce ahora. Hasta entonces, él se había dedicado a traer ganado para pasarlo a los matarifes de la población. Aprendió los cortes de carne de sus viejos colegas. Por supuesto, ir por ganado al valle y vender la carne en gancho generaba mejores ingresos.

Y caminar semejantes distancias no era una tarea fácil. Primero, el gran esfuerzo físico; luego, el peligro que significa transitar con dinero en el morral; y finalmente, arriar a decenas de vacas que lo único que querían era retornar a su hábitat natural. “Teníamos que dormir en pleno camino, detrás de las vacas, para que no se vuelvan”.

Y era una práctica cotidiana. Luis Salas recordaba que iba al valle por lo menos una vez al mes. Las cabezas traídas de esa zona no duraban mucho en la región yungueña. “Había que carnearlas rápido, les entraba enfermedad”.

Por supuesto que los matarifes de Irupana tenían también un pequeño hato ganadero, pero no lo suficientemente grande como para abastecer la demanda semanal de carne de la población. Unos tenían vacas en Vila Vila, otros en Nogalani y algunos en Yalica. Ese patrimonio era más bien una especie de ahorro para atender las urgencias.

En definitiva, gran parte de las vacas que se carneaban eran las traídas del valle, esas que llegaban con sus propios pies hasta el camal del poblado irupaneño. Mario Copana fue el ayudante del matadero desde muy joven, luego se hizo matarife. Hoy es el último en actividad de los carniceros que quedan de esa ya lejana época.

Eran tiempos en los que Irupana les llamaba “mañazos”. La palabra no existe en el Diccionario de la Real Academia, pero era utilizada en la región andina para identificar el oficio de los matarifes desde la época de la colonia. Claro, desde entonces estos hombres debían caminar leguas para encontrar el ganado que precisaban. Y para arriar vacas por tan largas distancias debían estar dotados de una gran maña para manejar el lazo. ¿Quién sabe? Quizá “maña” y “lazo” hayan estructurado el termino “mañazo”. Los de Irupana lo habrían justificado con creces.

EN LA FOTO: Jaime Cuevas, Luis Salas y Carlos Mercado junto al toro "Mago", los tres siempre al lado del ganado… (Foto: René Cuevas)

miércoles, 10 de agosto de 2011

El parto número 9


La edición número 9, ahí está, con el mismo cariño de la primera edición...

Los salvadores del 5 de agosto



La fiesta de Irupana agonizaba. 1979. Era el año en que ni un remedo de comparsa se había asomado por la población. La orquesta se había ido con su música a otra parte. Alguno que otro tímido petardo resonaba a lo lejos. Habría parecido un día cualquiera si no era la misa de las 11. Cinco irupaneños se tomaban unas cervezas en el balcón del Aspiazu, observando la plaza vacía. Había que hacer algo para que el 5 de agosto no sea una fecha más del calendario…

Con vasos de cerveza en mano, Chichi Millán, Nancy Mercado, Ramiro Antezana, Moisés Bustillos y Enrique Reguerín juraron que el año próximo crearían una comparsa para que nunca más la Virgen de las Nieves celebre su cumpleaños agobiada por el silencio. No cumplieron.

En 1980 se volvieron a ver las caras. La festividad de Irupana se iba a pique y ellos se sentían co-responsables: Habían incumplido el compromiso. No existía otra alternativa que ratificarlo y armar la comparsa para el año siguiente. Así nació la Fraternidad Caporales “Virgen de las Nieves”, que puede jactarse de haber mantenido con vida la fiesta patronal durante las últimas tres décadas.

Chichi Millán recuerda que barajaron entre la posibilidad de nombrar un preste o elegir un directorio para que se haga el responsable de la comparsa. Él prefirió la segunda opción, porque considera que de esa manera todos los integrantes del grupo se sienten co-responsables.

Nancy Mercado sugirió que se baile la danza de los Caporales. En esa época se trataba de una danza nueva, hace menos de una década había sido estrenada en la entrada del Gran Poder, en La Paz. Claro, los integrantes del grupo tenían 30 años menos que hoy y la agilidad necesaria para poner en escena la coreografía.

Chichi Millán fue elegido presidente del directorio. Comenzaron los ensayos y las actividades para recaudar los fondos destinados a la contratación de la banda. Los residentes de Irupana en la ciudad de La Paz tenían un nuevo motivo para encontrarse y no perder el cordón umbilical con la tierra que les vio nacer.

El 4 de agosto de 1981 los caporales tomaban las calles de la población. Nadie podía imaginar entonces que entraban para no salir nunca más, por lo menos no durante las próximas tres décadas.

“Algunos dicen que somos una comparsa de elite, nosotros siempre hemos estado abiertos a la participación de todos”, dice Millán, al asegurar que han bailado quienes se les han acercado. Durante varios años, danzó un grupo de siete franceses, que pidieron participar y quedaron encantados con Irupana. “No sé, quizá por ello dicen que somos de elite”.

El problema parece ser el encanto de Irupana. El actual presidente, Ángel León, vino a bailar una vez y desde entonces no dejó de hacerlo, siempre con la Fraternidad. No es irupaneño, pero como si lo fuera. Además de viajar para el 5, durante todo el año dirige las actividades del grupo.

En la actualidad, Mario Rocabado es vicepresidente de la directiva. Él reside en Irupana. La intención del grupo es que la Fraternidad se potencie más en el centro poblado. Para este año, se prepara un pequeño bloque local, organizado por Vladimir Soukup. “Nos gustaría que la mayor parte del grupo sea de quienes viven en Irupana”, afirma.

De mucha importancia es también el aporte de los residentes irupaneños en Estados Unidos. Muchos de ellos han sido parte y hoy hacen llegar su cuota para que continúe con vida. Habitualmente, los integrantes pagan su disfraz, además de un monto destinado a financiar la banda.

Han sido también tres décadas de mucha diversión. Chichi no olvida la ocasión en la que la familia de don Max Arce les invitó a su casa, para compartir con la comparsa. Estaban bailando alrededor de la piscina, cuando a uno se le ocurrió empujar al otro al estanque. No terminó de caer el primero cuando toda la comparsa estaba en el pozo. Salieron con los disfraces remojados y los sombreros desechos. Eran de cartón.

En otra ocasión, un accidente estuvo a punto de impedirle participar de la comparsa. Chichi sufrió la rotura de una de sus extremidades en la segunda quincena de julio, pero igual se fue a Irupana. Claro, no pudo bailar, pero sus amigos lo trasladaban por donde iba el grupo. Hasta que se pasaron de copas. Entonces se olvidaron de él, se fueron bailando.

Para la celebración de sus tres décadas, han invitado a las cientos de personas que han pasado por la comparsa para que se unan y bailen con ellos. Muchos les han respondido que van a hacerlo y otros que ya no pueden bailar. Chichi Millán dice que él va a continuar bailando mientras tenga la posibilidad de caminar. Él y Nancy Mercado cumplen también tres décadas de bailar para la Virgen de las Nieves.

EN LA FOTO 1: Ramiro, Chichi y Moisés, tres de los fundadores.

EN LA FOTO 2: Uno de los tantos grupos que pasó por la Fraternidad