jueves, 30 de septiembre de 2010

Chocolate irupaneño con sabor mosetén


¿De dónde surge la costumbre irupaneña de vender chocolate con leche? De su antigua vinculación comercial con las tierras de Alto Beni ¡Caliente, caliente!

Irupana –por lo menos en sus pisos medios y altos- no produce ni un solo grano de cacao, materia prima del chocolate. Sin embargo es la única población yungueña en la que se puede pedir chocolate con leche caliente en cualquier snack o cafetería.

Lo lógico sería que se sirva buen café. CORACA y Alimentos Naturales Irupana han mostrado de sobra las bondades del grano irupaneño, tanto dentro como fuera del país. Pero, chocolate…

Las raíces hay que buscarlas en el siglo XVIII, cuando Irupana era la única puerta de salida –y entrada- para quienes habitan lo que hoy conocemos como el Alto Beni.

El naturalista y explorador italiano Luigi Balzan da algunas claves que pueden ayudar a descifrar el origen de la Irupana chocolatera, además de su desaparecido intercambio comercial con los indígenas mosetenes que aún hoy habitan las tierras bajas.

Balzan realizó una travesía por la Amazonía boliviana entre 1891 y 1892. Era la época en que las sociedades científicas y gobiernos de Europa financiaban los viajes de los exploradores, con el objetivo de investigar regiones desconocidas. En algunos casos, los objetivos eran científicos, pero, en otros, se tenía fines estratégicos: explotación de recursos naturales o envío de emigrantes. Los informes del explorador italiano han sido traducidos y publicados por la historiadora Clara López Beltrán en el libro “A carretón y canoa”.

El naturalista llegó a Irupana el 19 de mayo de 1891 y permaneció en la población dos días, tiempo que ocupó para preparar su traslado a la zona de Miguillas. Desde el Convento de Misioneros de La Paz le habían comunicado que ese día llegarían al lugar los “neófitos” –mosetenes- desde la Misión de Covendo, al mando de un religioso.

“A las 10:30 a.m. del día 21 llegó un arriero de Cochabamba al que había contratado día antes por medio de su mujer, una vieja embustera que me obligó a aceptar un precio inusitado: tres pesos y medio por mula. Cuando por comodidad del arriero estábamos cargando las mulas eran ya las 4:00 p.m. y nos avisaron que llegaban los chunchos, como llaman a los neófitos de Covendo. Esto me alegró puesto que tardarían por lo menos un día para arribar al pueblo y yo podría llegar cómodamente a Miguilla antes que ellos”, relata el explorador.

Durante veinte días, los mosetenes navegaban río arriba por las aguas del Bopi y el La Paz hasta llegar a la confluencia con el Miguillas. A la lucha contra la cada vez más rápida corriente había que sumar el gran esfuerzo para descargar, trasladar y volver a cargar el callapo para vencer los rápidos no navegables.

¿Cuál era el objetivo de tanto esfuerzo? Luigi Balzan cuenta: “Partimos a las 4:30 p.m. Al salir del pueblo de Irupana se enfila por una subida en zigzag, y fue durante esta subida que encontramos a los neófitos. Ellos iban a Irupana a vender las pocas cosas que traían de las misiones: escobas que no son otra cosa que mazos de juncos delgados, algún mono, cueros, etc. que truecan por pan, que les gusta mucho, y por artículos de mercería”.

Es un hecho que en el “etc.” estaba el cacao, pues él mismo lo señala como el producto más importante que los mosetenes cultivaban en la época: “Los productos de tierra cultivados y cosechados por los neofitos consisten principalmente en cacao, café, coca, maíz, arroz, plátanos, yuca, algodón y variedad de legumbres”. La materia prima del chocolate es cultivada en Alto Beni e Irupana era la principal puerta de salida –sino la única- que tenían los habitantes de la zona. Es indudable que el cacao era uno de los productos de intercambio.

María Salas Vidal, una de las chocolateras más antiguas de Irupana, afirma que desde su niñez ella vio que las señoras de la población preparaban chocolate caliente para la venta. El chocolate en pastillas, como se lo conoce hoy, era un artículo de lujo que se importaba del extranjero a las ciudades bolivianas. Esos argumentos refuerzan la hipótesis de que la fuente natural del insumo era la Misión indígena de Covendo.

Como indica Balzan, una de las principales atracciones irupaneñas eran los panes de trigo amasados en Irupana. Sin embargo, un producto fundamental para la dieta de los indígenas era la sal. Irupana era el lugar en el que se abastecían.

De retorno al encuentro entre los ríos La Paz y Miguillas, los mosetenes alistaban la preciosa carga cual se tratase de un gran tesoro. “El pan, entero o partido por la mitad, lo ponen sobre hojas extendidas en el suelo para secarlo al sol, puesto que la humedad del viaje lo puede hacer enmohecer. (…) Envuelven bloques de sal en hojas parecidas a las del plátano sólo que más pequeñas”, registra el explorador.

El intercambio comercial entre Covendo e Irupana se mantuvo hasta la década de 1930, pues, resultaba la mejor ruta de conexión para el abastecimiento de los mosetenes. Una vez que se fueron abriendo nuevas rutas por la región amazónica, los indígenas encontraron mejores alternativas de comunicación con los centros de abastecimiento. La zona de Caranavi y Puerto Linares resultaba más cercana.

Sin embargo, dejaron su deliciosa marca en Irupana: La costumbre de preparar el más rico chocolate con leche que se haya podido saborear. ¡Caliente, caliente!

martes, 28 de septiembre de 2010

La capital de las jawitas


Una arroba de harina de trigo producido en Cochabamba, 20 quesos cuajados en el altiplano paceño y 10 cucharadas de achiote yungueño. La mezcla de todos los ingredientes debe ser realizada en Irupana. En cualquier otro lugar le saldrán empanadas, sólo en Irupana, jawitas.

No son las llauch’as paceñas ni las universales empanadas de queso, son las jawitas irupaneñas. No tienen caldo de queso como las primeras ni tienen queso seco como las segundas, ¡en su punto! Y, lo más característico, están cubiertas de jawi.

Las jawitas son bocado fundamental del patrimonio culinario irupaneño. ¿Desde cuándo? La memoria se pierde fácilmente en el siglo XIX. María Salas Vidal, la jawitera irupaneña más conocida y reconocida de los últimos tiempos, cuenta que ella aprendió el oficio de señoras que hicieron las empanadas durante toda su existencia, las que también aprendieron de otras viejas que heredaron su habilidad de sus mayores.

“Yo aprendí a hacer jawitas viendo a doña Lucía Cano. En esa época también hacía doña Ronolfa. Ellas hacían jawitas para vender y, desde entonces, venían desde todos los lugares a comer jawitas a Irupana”, rememora.

Desde la colonia, el centro de poblado de Irupana vistió pollera corta. Hasta la Guerra del Chaco, unas 43 chicherías funcionaban en el lugar, las que competían por cuál ofrecía la mejor chicha y comida. Desde entonces, la producción de coca generaba un gran movimiento económico que había sido el imán para atraer flujos migrantes que partieron desde lo que hoy es la provincia Ayopaya, del departamento de Cochabamba. Es lógico suponer que es en ese afán que surgen las jawitas.

Los viejos cuentan que surgieron el día en que en uno de los hornos de la población estaban elaborando empanadas. Resulta que a una de las amasadoras se le ocurrió cubrir algunas de ellas con el jawi que había sobrado de los panes, dando a luz los deliciosos bocados. No hay certeza sobre lo ocurrido, pero lo cierto es que las jawitas llegaron a Irupana para quedarse.

Con las manos en la masa

Fue la necesidad la que empujó a María Salas Vidal a las latas y los balayes. Su abuela Daría, con la que vivía, había fallecido. Ella, bastante joven, tenía que hacer algo para pagar el lojro diario.

Lo lógico habría sido que se dedique a los chicharrones y enrollados. Su vieja antecesora era una experta en los platos de carne de cerdo, como buena cochabambina. “Mandaba sus enrollados hasta La Paz, eran bien buscados”, recuerda.

Pero ella quiso amasar su futuro. Comenzó haciendo panes. Agarró un contrato con los dueños del aserradero que funcionaba en Alto Santa Ana, quienes luego demandaron las jawitas que, ya para entonces, eran famosas en Irupana. María Salas Vidal sólo había visto preparar las empanadas en uno de los hornos de la población, pero se animó a atender el pedido. Luego se multiplicaron las solicitudes y no pudo sacar nunca más sus manos de la masa.

Sus hijas Nancy y Pepa fueron acunadas en el balay: “La una jusleaba, la otra arrollaba, yo hacía la jawita”. Delia jugaba con las latas: “Llevaba las latas desde la casa al horno en moto”. María y Luis tiznaron las manos: “Mi Lucho horneaba cuando no había maestro y se pintaba hasta la cara”. La familia cambió su identidad, ya eran los “Jawiteros”: “He criado a mis wawas con la jawita”.

Doña Marica es todavía sinónimo de jawitas en Irupana, pese a que hace muchos años a colgado el uslero. Mirando a ninguna parte recuerda los días de gloria: “El chofer y los pasajeros del bus que debía salir a La Paz a las 5 de la mañana esperaban hasta las 6 por desayunar con jawitas”. “Venían desde Chulumani por nada más mis jawitas”. “Hacía jawitas toda la semana y todos los días acababa”.

También queda bastante bilis: “Uno de los profesores que era de Irupana me prohibió el ingreso al colegio para vender mis jawitas. Lo citó la propia alcaldesa para exigirle que me dejara entrar”. Los chicos y chicas del único establecimiento secundario de la población compraban jawitas por debajo de la puerta, el sabor de la empanada trascendía hasta por los resquicios.

A diario, arrobas de harina resignaban su condición para transformarse en masa y dar forma y sabor al alimento. El abuelo Dámaso Carrillo era el aprovisionador del trigo molido, el azúcar y la manteca, el Bernaco traía los quesos del altiplano y Marica y familia se encargaban del sazón.

Las empanadas de queso competían con las de salsa. Ambas se mezclaban en un sabor agridulce al encontrarse en el paladar con el plátano guayaquil, el acompañante ideal del delicioso bocado. Y si no hay "maduro", el tradicional chocolate.

Las jawitas son el resultado del histórico mestizaje que tuvo lugar en Irupana. Harina, quesos y achiote: Quechuas, aymaras y yungueños. Es la clásica empanada que se hizo irupaneña adquiriendo personalidad propia.

jueves, 23 de septiembre de 2010

El día en que Irupana comenzó a amar a la patria


Irupana se resistió a dejar de ser sierva de la Corona española hasta bien entrada la Guerra de la Independencia. El testimonio más importante sobre los combates independentistas, el célebre Diario del Tambor Vargas, así también lo ratifica: “Entró la Patria triunfante (a Irupana) de tantos años porque eran demasiado decididos a favor del Rey de España: desde el año de 1809 sostuvieron el partido real”. Era el 17 de noviembre de 1815. El menor de los Lanza, José Miguel, entraba al pueblo que, seis años antes, no pudo tomar su hermano Victorio.

El centro poblado era, sin duda, uno de los principales asentamientos españoles en la región. Es por ello que el Obispo de La Paz, Remigio de La Santa, organizó un verdadero ejército en el lugar, desde donde resistió el ataque de las tropas organizadas por el coroiqueño Victorio García de la Lanza.

Pero la guerra apenas comenzaba. La región era parte de la famosa Republiqueta de Ayopaya, en la que los permanentes choques entre patriotas y realistas pasarían su sangrienta factura a los habitantes de la zona. El criollo irupaneño Esteban Cárdenas comandaba la tropa pro-española que, de forma permanente, protegía Irupana. Ésta fue repuesta una vez que José Miguel Lanza abandonó la población, luego de su triunfal ingreso, aquel 17 de noviembre.

Tuvieron que pasar seis años más de duros combates para que Irupana, la realista, comience a convencerse de que la historia no tenía vuelta, que seguiría su curso, más allá de los intereses del momento de los círculos de poder asentados en el centro poblado. De acuerdo al relato del Diario del Tambor Vargas –transcrito en esta nota tal como fue escrito-, fue el 1 de julio de 1821 que los vecinos de Irupana dieron pruebas a Lanza de que se habían subido al carro independentista.

La madrugada del 28 de junio, Lanza, al mando de 82 hombres, ingresó a Irupana. “A la 1 o 2 de la mañana asómase a la puerta de la aduana, le toca la puerta en clase de comerciante pidiendo guías. Contesta con su orgullo acostumbrado el aduanero (que estaba entonces un don Lorenzo Meneses natural de la ciudad de Arequipa y vecino en el pueblo de Irupana) a que esperasen o volviesen. Vuelven a tocar y le dicen: -Escape, la Patria está ya aquí. Abrese la puerta para salir al escape, se encontró con gente armada, lo sacaron, lo arrestaron, entregó 700 pesos”

El día 30 de junio llega a Irupana una compañía española, encabezada por el capitán F. Peredo. “A las 5 de la tarde le dan al coronel Lanza muy verdadero de que los enemigos subían ya la cuesta. Este señor en el acto manda que metan todas las bestias. Mientras otros afanes ya las 6 y más, entró ya el enemigo por dos bocacalles ahí nomás estuvieron. Lanza se retiró apenas a Carapata (los estramuros del pueblo); los soldados como pudieron estaban ensillando los caballos. Luego se bajó con 18 hombres de su compañía el capitán don Pedro Arias y el sargento Mariano Garavito, se embocaron por una calle que va a la plaza, empezaron a tirotearse en la calle un buen rato pero ni uno ni otro avanzaba un palmo de terreno”.

El tiroteo en suelo irupaneño se prolongó hasta pasada la medianoche. Al día siguiente se pudo establecer que en el bando patriota murieron tres hombres y ocho estaban heridos, mientras que el contingente enemigo sufrió un muerto y cinco heridos. Lanza estaba molesto porque los vecinos de Irupana no habían cumplido con la rapidez que él exigía su orden de meter los caballos a los corrales, seguramente con el objetivo de sorprender al enemigo. No había olvidado que los irupaneños tenían una larga historia de apoyo a la causa española, pese a que había constatado el día anterior que no habían prestado ningún apoyo a la tropa defensora de la Corona.

Al amanecer del 1 de julio, el capitán Peredo formaba a su tropa en plena plaza de la población. “En esto nomás asómase un vecino de Irupana al capitán Peredo y le dice: -Señor, dispóngase a una defensa heroyca porque el coronel Lanza baja ya, tiene mucha fuerza y le ha llegado auxilio como más de 600 indios esta noche, o retirese usted será mejor, y no espóngase usted ni esponga a los soldados porque mucha es la fuerza que tiene Lanza”. El comandante español sorprendido con la noticia ordena abandonar de inmediato la población, tomando el camino que conduce a Chulumani.

Lanza, desilusionado con la actitud de los vecinos, se encontraba preparando los caballos para retirarse a la retaguardia. “Estando así cavilando se le presenta una mujer y le dice: Señor coronel, ya han corrido los enemigos, van al paso trote muy cobardes”. Los patriotas comenzaron la persecución detrás del enemigo. “Así con fuego en retirada perdiendo temporada se bajó Peredo, luego se había quedado en retaguardia para proteger a su gente con 20 hombres y a más de las 8 de la mañana lo atropellaron y con tres hombres más murió”. Al final de la jornada, el bando patriota contó 36 prisioneros, además de incautarse 63 fusiles, 46 bayonetas, 54 cartucheras, 5 muertos y 5 heridos.

“Así fue que Lanza salió triunfante, pero se debe más al capitán don Pedro Arias y a su sargento don Mariano Garavito que contuvieron toda la noche el fuego y la carga del enemigo con sólo la pérdida de muy pocos soldados”, afirma el tambor José Santos Vargas. Y con la ayuda de los vecinos de Irupana, restaría decir, quienes por primera vez –según el mismo Diario- colaboraron con la causa patriótica.

Los combates en la Republiqueta de Ayopaya continuaron durante cuatro años más y concluyeron el 6 de agosto de 1825, con la fundación de la República de Bolivia. El único guerrillero que participó de ese acto fue el coroiqueño José Miguel Lanza, el mismo que alguna vez trajinó victorioso por las calles de Irupana.

martes, 21 de septiembre de 2010

Confesiones de don Lino, desde el fondo de la botella


Yo sentí que entraba en una botella. El fuerte olor a cola y barniz me trasladó a mis 12 años, cuando, “¡Presencia! ¡Presencia!”, recorría las calles de Irupana, en busca de los escasos compradores de periódicos. Uno de ellos era precisamente el "carpintero que metía en la botella". Recuerdo que debía llegar a su taller apenas arribaba el bus de Flota Yungueña y antes de que anochezca. La oscuridad aumentaba su misterio.

“El Lino quiere hablarte”. El mensaje devolvió a mi mente las interrogantes infantiles: ¿Era cierto que metía a las personas en la botella?, ¿por qué nunca se lo veía andando por las calles?, ¿cuál era la razón de su autoexilio?, ¿por qué nunca había formado una familia? Sentí a la fuerza de la curiosidad empujarme aquella noche al taller de este hombre con tantas preguntas en contra y pocas respuestas a favor.

Él estaba solo, como siempre, completamente solo. Me alcanzó una banca a medio fabricar y desempolvó el papel en el que había apuntado sus “Propuestas para mejorar la agricultura”. El primer mito que se vino abajo fue el de su soledad: un murciélago convivía con él y se puso a sobrevolar por el viejo taller, espantado por las primeras gotas de lluvia que caían sobre las antiguas calaminas de ese techo sin tumbado.

El nuevo ataúd destinado a hacerse polvo junto a los restos de su inquilino, la vieja cuja que se mueve sola creyendo eternos los otrora calientes movimientos de sus ocupantes. Un anafe por aquí, platos por allá, entre textos y libros por todos lados. No hay límites entre la vivienda y el taller de Don Lino.

SUS PRIMEROS CLAVOS

- ¿Me puede dar su nombre completo?

- ¿Es necesario?

- Si usted cree necesario…

- Es que a mí no me gusta la publicidad.

- Bueno, háblenos entonces de su vida, ¿cuántos años tiene?

- 63 años.

- ¿Desde cuándo es carpintero?

- Bueno, yo he tomado este trabajo, casi como un entretenimiento y porque a veces se gana un poquito. Además, mi padre me ha dejado una pequeña propiedadcita de renta y casi por pasatiempo empleaba el trabajo de la carpintería.

- ¿Desde cuándo tomó en serio este oficio?

- Bueno, ahora ya hace unos 30 años, sí.

- ¿Aprendió por su cuenta?

- Mi hermano era carpintero y él me ha iniciado. Además, siempre estuve en la población por los talleres, ya sea como maestro o como ayudante.

DE CALLEJERO A CARPINTERO

- Una de las cosas que llama la atención es que usted no sale de su taller. ¿Hay algún motivo para ello?

- Bueno, eso sí que no podría decirse… Sabe, ya no me interesan los paseos. Antes sí, era muy callejero, pero hoy siempre estoy más abocado en el trabajo, es mi único entretenimiento. Ahora me he dedicado únicamente a mi arte y me gusta el trabajo de mi arte.

Algunos dicen que quizá tenga yo pena, no, no tengo ninguna pena. Eso sí que estoy muy contento en mi cuarto, leyendo o escuchando la radio y no tengo pena de nada. Estoy feliz.

- ¿Hace cuánto tiempo ha dejado de ser paseandero?

-Deben ser unos 20 años.

- ¿Desde esa época usted no sale?

- Si, muy rara vez voy al campo, donde un amigo, así.

- Es decir, ¿sale de vez en cuando?

- Sí, siempre, de vez en cuando…

- Sin embargo, nadie lo ve en el pueblo…

- Bueno, la cosa es que no cuentan, muy pocas veces me ven. Por ejemplo…, no puedo decirle los nombres ahorita, porque estas personas me mantienen rivalidad. Pero siempre los veo y me ven cuando paso por sus trabajos…

- Es decir, ¿les conviene indicar que usted no sa1e?

- Sí.

EL MITO DE LA BOTELLA

- Don Lino, la gente indica que usted puede meter a quien sea en una botella…

- Es un chiste, no hay ninguna cosa de eso, no se puede meter en la botella. Sería un arte de magia y yo no creo en el arte de magia. Porque magia de salón hay, ¿no?, pero, después, magia realmente no existe, según mi ver.

Yo he leído muchos libros de magia y con distintos nombres. Hay, por ejemplo, en la Argentina la Editorial Kier, que publica cientos de libros en cuestión de magia, el espiritismo y demás cosas. Pero es pura literatura, no hay nada de verdad.

- ¿De donde salió el mito de la botella?

- Resulta que una vez el Alberto Bustillos había hecho una apuesta con un chofer. El chofer vino y me dijo: "¿Cierto metes a la botella?” Yo le dije que sí. Luego me respondió: "Eso si que no creo". Fue entonces que me he dado cuenta que él comenzaba a dudar y con más convicción le he dicho: "¿No quieres hacer la prueba?". Y él no se animó.

SE CASÓ CON LA POLÍTICA

- Y usted don Lino, ¿nunca pensó en tener una esposa e hijos?

- No, jamás, porque cuando era jovencito no quería tener porque me gustaba la política, siempre, no se por qué. Mi afecto era molestar políticamente y que me molesten también. Yo decía si es que me molestan, me toman preso, entonces mi familia sufriría, Dije entonces: prefiero estar solo.

- ¿Y ha tenido algún problema?

- Sí, muchas veces.

- ¿Qué tipo de problema?

- Bueno, siempre me buscaban para tomarme preso y yo a veces evadía. Porque siempre la autoridad venía a preguntar y mis vecinos negaban que estuve por acá. Hasta que una vez me han tomado preso, me han conducido hacia la capital, Chulumani. Pero yo me hice la defensa de acuerdo a la verdad y me largaron. Tenían que llevarme más adelante.

- ¿Pero, por qué lo tomaron preso?

- Sencillamente porque estuve haciendo una pequeña reunión, no era casi reunión política, sino era una reunión sindical. Porque yo trataba de orientar siempre a los campesinos de la cuestión de tierras. Aquella vez estaba en auge la aplicación de la Reforma Agraria y en esto había entre los campesinos unos que siempre apoyaban al patrón y querían que el patrón reciba su pago de las tierras, yo me oponía a eso. En eso, en una reunión me han tomado preso y me han conducido.

- ¿Pertenecía a algún partido político?

- Yo pertenecía al Partido Comunista de Bolivia, hace muchos años.

- ¿El Partido Comunista tenía militantes en Irupana?

- Si había, ahora ya han muerto.

- ¿Nos puede dar algunos nombres?

- Bueno, como activo era por ejemplo Juan Donaire, otro activo era Humberto

Valdez, que ha muerto en un accidente de camión.

- ¿Ha leído las obras de Carios Marx?

- Sí, he leído marxismo.

- ¿Y la Perestroika?

- La Perestroika, de Gorbachov, sí, estoy leyendo ahora.

- ¿Qué opina de los cambios en la Unión Soviética?

- Me parece un giro a la derecha.

CARPINTERO SIEMPRE, COCINERO A VECES

- Viviendo solo, ¿quién le prepara la comida?

- Yo me preparo, aunque casi no me interesa la alimentación. Sólo me preparo cuando siento hambre.

- ¿Hay días en que usted no come?

- Sí, hay días no como. Pero dice que es saludable, según los libros que he leído. Una vez estuve 15 días sin comer y trabajando. Tenía cólico y me parecía que si comía yo podía fracasar, morir, ¿no? Mejor que no coma porque así también he leído en los libros. Hay un sistema de curarse mediante el ayuno. Así que, durante 15 días, solamente consumía agua.

- ¿Usted sabe algo de medicina?

- Bueno, he tenido libros.

- ¿Ha cursado la escuela, el colegio?

-Antes no había Colegio, pero he logrado muchos cursos de Secundaria mediante cuadernos que me han regalado algunos amigos que han egresado de colegios, así que tengo avanzados por lo menos hasta casi ya Cuarto, Cuarto Medio.

Una botella se había destapado. Sí, esa botella que todos –incluido él- habíamos construido alrededor de este hombre que ha limitado su mundo a los 30 metros cuadrados de su taller. Nuestros miedos, mitos, chismes y chistes reforzaron las paredes de este frasco en el que dice vivir feliz, dedicado a su arte y sus lecturas. Nunca pensé que una pequeña grabadora podía servir también de sacacorchos...

Irupana, invierno de 1990.

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viernes, 17 de septiembre de 2010

La vida llega a las manos de doña Yola


Su madre murió al darle a luz. No pudo expulsar la placenta y en la población de Ocobaya no había los recursos necesarios para vencer el imprevisto. Pero no fue por eso que Yola Quispe se hizo partera. No, en absoluto. Fue la casualidad la que la convirtió en operadora de la siempre complicada pista de aterrizaje por la que llega la vida.

¿Cuántos partos atendió durante su vida? Yola Quispe se calla, sólo sonríe. “Quizá hasta el tuyo”, parecen decir sus ojos. Los nacimientos en aumento nunca dieron tiempo para las estadísticas. “Yo atiendo, no pregunto ni su nombre de la persona que atiendo”.

No es exagerado decir que por lo menos medio Irupana nació en sus manos. Y es que decir Doña Yola en Irupana es igual que decir vida, parto, nacimiento... Hasta el día de hoy, no hay SUMI que la aguante. La gente la sigue buscando para resolver la difícil posición en la que está el bebé o incluso para atender el parto.

Ella les pide ir al hospital –“es gratis ¿nove?”-, pero no la escuchan. Confían en ella, en su experiencia de décadas, en los frutos que están a la vista, caminando: los cientos de irupaneños e irupaneñas que llegaron a sus manos.

Con las manos en la placenta

Antes de venir a Irupana, Yola Quispe vivió en La Paz. Tras la muerte de su madre, su padre la entregó a una señora que habitaba en esa ciudad. Sabía que tenía hermanos, pero no los conocía. Uno de ellos murió en la Guerra del Chaco y el otro vivía en el campamento de Uquina. Era la época en que los prisioneros paraguayos construían el camino carretero a Irupana. Doña Yola recuerda que ingresó a pie, durante varios días de caminata, para conocer a su pariente.

No imaginaba entonces que su viaje no tendría retorno, que se quedaría en Irupana para siempre. La partera que había en la población estaba embarazada y a punto de dar a luz. Le pidió a la joven Yola que se quede con ella para atenderla. Le dio las instrucciones que debía seguir una vez que le lleguen los dolores de parto y le dijo que el resto le iría indicando durante el proceso. Así fue, tuvo su primera clase práctica y, de inmediato, se graduó en el nuevo oficio.

Más tarde le pidieron atender a una segunda parturienta, luego una tercera , una cuarta… El resto lo hizo la publicidad más efectiva, aquella que va de boca en boca. Su fama creció tanto que hoy no es extraño que la busquen de lugares como Ocobaya, Chulumani o La Asunta. Aprendió parto a parto, vientre a vientre, bebé a bebé.

“Antes venían con mula y me llevaban, ahora vienen con auto”, sonríe. No importa el día, la hora, la gente sabe que ella está siempre disponible para socorrer a una mujer que tiene dificultades con su embarazo o está a punto de dar a luz. Y al momento de pagar la factura, doña Yola tiene una verdadera cantidad de posibilidades: “No cobro. A su voluntad me regala la gente. La gente es bien agradecida, algunos me regalan plata y también alimentos, esas cosas. Otros me dicen ‘te pagaré en trabajo’ y así lo hacen”.

La intuición y la experiencia son las dos principales herramientas de Doña Yola. Cree mucho en sus sueños, incluso para atender sus propios problemas de salud. “Yo tenía cáncer y en la noche el Señor me decía ponte esta yerba o ponte esta obra. Rezando nomás me he curado”.

Una de sus virtudes reconocidas en Irupana es su capacidad para predecir el sexo del bebé que se encuentra en camino. Les toma el pulso y les dice si va a ser varón o mujer. ¿Cómo lo hace? “Les tomo el pulso y me viene nomás a mi cabeza lo que les voy a decir. Y se cumple”. Con pena, recuerda que –también tomándoles el pulso- ha descubierto que el bebé estaba muerto.

En los últimos años, las autoridades del Ministerio de Salud han intentado controlar el trabajo de las parteras, además de capacitarlas para garantizar ciertos niveles de higiene. Doña Yola recuerda que la invitaron una vez al Hospital de Irupana para darle cursos de capacitación, aunque asegura que todo lo que le dijeron ella ya lo sabía.

Ha sacado de sus prácticas el uso de yerbas durante el proceso de embarazo, pese a que ella les tiene una gran fe. Es más, en el último tiempo hasta evita atender partos y se limita a dar masajes para corregir la posición del bebé. Lo que no entiende es cómo muchos de los médicos no atienden un parto porque lo consideran difícil. Recuerda las veces en la que los familiares de una embarazada la llevaron al hospital en calidad de visita para resolver algunos problemas de posición del feto. “Me salía corriendo porque el bebé ya estaba naciendo”.

Doña Yola tuvo a sus hijos en el hospital de Chulumani, debido a que en Irupana sólo había un hombre partero. Ella relata que, por cuenta propia, acomodó con sus manos la posición del bebé y facilitó la tarea del médico que la atendió.

Es cierto, hoy las mujeres tienen una serie de incentivos para acompañar su proceso de parto en el Centro de Salud. La gratuidad de la atención y el bono Juana Azurduy son atractivos muy grandes. Pero para muchas mujeres nunca está demás una visita a Doña Yola, quien no se hace problema alguno si sus clientas dan luego a luz en el hospital.

Ella dice que pasó los 100 años de vida, hay quienes lo dudan, pero es seguro que Doña Yola gastó décadas escuchando el primer grito de los recién llegados. Al ver sus manos viejas, marcadas por el trabajo del campo, uno no puede imaginar toda la vida que han recibido.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

El último excombatiente


Cayetano Pérez se resiste a perder su última batalla. Postrado en una silla de ruedas, el viejo combatiente de la Guerra del Chaco aún desfila sus medallas de honor cada 6 de agosto, por las calles de Irupana, y hasta se burla de la muerte: “Creo que San Pedro ha hecho perder sus llaves”.

La contienda bélica contra el Paraguay mató su adolescencia. Tuvo que empuñar las armas con apenas 16 años y hacerse rápidamente adulto a fuerza de las balas que se le cruzaban.

Y no estuvo en el Chaco para mirar desde la retaguardia. Su hoja de servicio certifica que estuvo en las batallas de Cañada Strongest, Capirenda, Cañada Carmen y Camatindi. Lo refrenda la condecoración Cruz de Hierro en el grado de Caballero, que le fue otorgada tras el armisticio de 1935.

Pese a que la fuerza física amenaza con dejarlo solo en su batalla, Cayetano Pérez aún conserva una gran lucidez y recuerda con bastante detalle los sufrimientos del campo de batalla: la sed que rajaba hasta la garganta, el hambre que hacía crujir el estómago y las cuchilladas de calor que mataban igual o peor que las balas.

Cuna de combatientes

Irupana envió a cientos de sus hijos a las arenas del Chaco. Según el coronel Jaime Cuevas, fue una de las poblaciones rurales del país de las que más personas se reclutó, en relación a su cantidad de habitantes.

Rafael Pabón y Elías Belmonte son apenas dos de los nombres destacados de las cantidades de jóvenes que decidieron salir en defensa del territorio nacional, cuando éste se vio amenazado por la intervención paraguaya.

Por supuesto que hubo miedos. El desaparecido Cancio Pacheco recordaba que hubo personas que se escondían cuando se leían los bandos en la plaza de la población y hasta quienes huían disfrazados de mujer. No era fácil dejar a la madre abnegada, a la mujer amada o a Churiaca sola.

A pesar de ello, la tropa irupaneña en el Chaco era una de las más numerosas. Muchos dejaron sus huesos en el campo de batalla, aunque un importante grupo retornó a una vida que nunca más iba a ser igual a la anterior. Habían visto de cerca a la muerte y ese rostro no se olvida jamás.

Retorno al futuro

Al volver a Irupana, los excombatientes se toparon con el desafío de ser ellos quienes debían administrar la población que les vio nacer. Habían partido adolescentes y retornaban hombres.

Ellos tomaron las riendas del poblado hasta los años 80. En muchos momentos, el torbellino de la historia política del país los puso frente a sus compañeros de batalla en el Chaco: Unos eran falangistas y los otros emenerristas.

Al llegar los 90, decidieron retirarse a sus cuarteles familiares. Desde ahí observaban lo que ocurría en su pueblo, contando sus historias de amores y desamores, de esperanzas y frustraciones, pero, sobretodo, de victorias reales e irreales en las candentes arenas del Chaco.

Muchos de los pobladores del lugar renegaban con sus historias, contadas una y otra vez, hasta el cansancio. Otros las valoraban, porque sabían que el sólo hecho de que se hayan puesto frente al paredón de la guerra los hacía distintos.

Cada 14 de junio se les veía desfilar junto a sus futuras viudas, recordando el único día de alegría de su permanencia en el Chaco, el día en que los gobernantes de Paraguay y Bolivia recuperaron el raciocinio y decidieron ponerle un alto a la locura.

Murieron uno a uno, cual cuñuris de Churiaca. El velorio era el escenario para recordar las glorias, reales y ficticias, de su participación en la aventura bélica. El discurso de homenaje antes de depositar los huesos a la madre tierra yungueña: Ahí yacía un hombre que se libró de yacer en el infierno verde. Y luego, a esperar el turno.

Cayetano Pérez vio también cómo pasaban sus compañeros rumbo al cementerio de Churiaca, uno a uno. Él también creía que sería el próximo, pero sigue ahí sentado, con la mirada perdida: Hace mucho que no pasa ninguno.

“El año pasado, la Alcaldía le ha hecho un homenaje pensando que no va a aguantar hasta este año y, mira, va a desfilar de nuevo”, dice admirada su esposa Faustina.

Y Cayetano Pérez no es un hombre nonagenario porque haya tenido una vida fácil. Fue un hombre de trabajo y del trabajo duro. No había día de la semana en la que no acinche sus mulas en horas de la madrugada y se dirija a sus cultivos de coca, café y naranja en la parte baja de Irupana.

Cayetano Pérez todavía vive y lo hace para recordarnos a esa generación de hombres y mujeres que tuvieron que probar su amor por la patria poniendo en riesgo el bien más preciado: la vida.

martes, 14 de septiembre de 2010

Otra era la Irupana que vivía a pie


La llegada del bus de Flota Yungueña era el acontecimiento del día. Se abría esa puerta de metal y las noticias no paraban de brotar: Llegó el hermano de la tal. Al fulanito le llegó carta (¡quién nomás le mandaría!). No llegó tu tío ¿qué pasaría? ¿Qué dice el periódico? Su no llegada también era noticia: Dice que hay derrumbe en Yerbani. La flota se había arruinando en Tres Marías. Y cuándo no, el dolor: Parece que se ha embarrancado en el Puente del Diablo.

¡Claro! Si había jornadas en las que el único ruido de motor que rompía la monótona paz de la jornada irupaneña era el del antiguo vehículo de transporte de pasajeros que arribaba a Irupana entre las cuatro y cinco de la tarde. El resto del día, las aceras quedaban sobrando: era más seguro caminar por media calle. ¿Qué sentido tenía andar por esos estrechos pasos habiendo tanto campo? Cómo no recordar a doña Modesta, sacando de su paso, con su bastón, las cáscaras de plátano dejadas en las aceras. Sí, era una de las pocas que las usaba.

Los motores tenían licencia para rugir los martes y viernes por la tarde, momento en que llegaban los camiones de carga de todos los cantones del municipio. Unos pasaban a La Banda, otros a La Plazuela, no faltaban los que se dirigían a Miguillas y Circuata. Las noches y madrugadas desandaban el camino recorrido y volvían a salir a la ciudad. Pasaban por Irupana trascendiendo a mango, naranjas, mandarinas y algunos a coca.

Los caballos de fuerza de los vehículos que hoy tomaron las calles fueron antecedidos por los caballos y mulas de cuatro patas que tenían licencia para circular hasta por la plaza de la población. Decenas de acémilas se descolgaban y trepaban diariamente para arribar al centro poblado. No había productor que se precie que no tenga un buen animal que le ayude en las faenas diarias. Y en la tarde, a estacionarlos en Churiaca…

El transporte de cuatro patas no precisaba de llanterías sino de herrajerías. Don Tumba era el herrajero más famoso de la población, tenía su “estación de servicio” –las comillas se deben a que ese término no existía en nuestro vocabulario- al final de la K’achería. Era también especialista en fabricar lazos. Acostumbraba secar las tiras de cuero de vaca en plena calle, de un lado a otro. Por ese tramo nunca circulaba un vehículo durante la semana y, si lo hacía, el viejo Tumba se enojaba.

Los niños y adolescentes tomábamos las calles durante el día. En la época de trompos, el centro del círculo del que había que sacar las tapacoronas estaba en pleno centro de la vía. Lo propio, cuando, en tiempo de bolas, jugábamos a “los hoyitos”. Y por las tardes, fútbol en todas las calles de la población. Churiaca era para los domingos…

Por las noches, todos a la plaza principal del poblado, a jugar “alí” y “pesca pesca”. El ancho de la plaza, de un extremo a otro, era para corretear: Los adultos debían cuidarse de nuestro raudo paso, no nosotros del paso de los vehículos. Y como si hiciera falta espacio, hasta los siempre descuidados jardines del lugar servían para eludir al que pescaba.

Sí, en definitiva, los vehículos motorizados eran los extraños invitados de nuestras calles. Si ni hacían falta señalizaciones porque era muy difícil que un camión se encuentre con otro en nuestras vías, muy rara vez existían semejantes coincidencias. La decisión de fijar la calle Sucre como vía de subida y la Bolívar de bajada es reciente. Fue tomada cuando Irupana comenzaba a ser ocupada por los automóviles y uno de ellos perdió el control matando a una persona.

Fueron las motocicletas las que comenzaron la nueva historia. “Dice que en Irupana hay servicio de motos, las contratas y te llevan a cualquier lado”. Este servicio duró poco, pero el ruido no iba a desaparecer jamás. Establecieron su parada en el inicio de la avenida Los Ceibos, lugar estratégico para dirigirse a las comunidades de las centrales La Banda y La Plazuela. No tuvo todo el éxito esperado. Sirve únicamente para el transporte de personas y no de carga. Pero ya habían abierto la senda para el ingreso de los automóviles.

La llegada al país de vehículos chutos o sin papeles facilitó el crecimiento del número de taxis en la población. De la noche a la mañana, Irupana se llenó de vehículos de transporte público, que circulan al interior del poblado, además de comunidades y poblaciones aledañas.

La aparición del nuevo servicio puso a Irupana sobre ruedas. Hoy es impensable subir a pie desde la zona Rafaél Pabón hasta Churiaca. Mejor aún, las cosechadoras de coca piden minibús para llegar hasta el cocal. Si te deja el carro de la comunidad, tienes decenas de alternativas para evitar la caminata. Hasta puedes pedir por el teléfono celular el servicio de taxi para que te recojan de la comunidad, el día y la hora que precises.

El nuevo sistema de transporte trajo consigo una serie de requerimientos. Antes, inflar una llanta era todo un desafío, peor aún cambiar sus neumáticos. Hoy existen servicios de llantería, que cuentan con compresores y las herramientas necesarias para realizar un buen trabajo. Lo propio, en el pasado era imposible conseguir un buen servicio mecánico para arreglar los desperfectos técnicos. En la actualidad, crecen los talleres, ante la también creciente demanda.

Pero también crecen los problemas. La gran demanda de combustible no termina de encontrar buenas respuestas. El servicio de Samuel Rojas –el “Peruano”- era más que suficiente para atender el parque automotor irupaneño. Hoy, no hay quién pueda saciar la permanente sed de gasolina y diesel.

Sin duda, la vida se ha hecho más fácil con la llegada de los motorizados, pero eso no nos prohíbe añorar esa Irupana de a pie, cuando éramos los seres humanos los dueños de las calles del poblado y no los motorizados. Mucho más a quienes tuvimos la suerte de enamorar con una persona de una comunidad aledaña. Estábamos obligados a caminar una o dos horas para ver al ser amado y luego -cumplido el objetivo de arrumacos y besos dados y recibidos- tomar el camino de retorno. Dicen que para el amor no hay distancias. Para el automóvil tampoco, dirán los románticos actuales.

Pero aún sigo recordando los momentos en los que, a las cuatro de la mañana, el bus de Flota Yungueña partía de la plaza de Irupana con rumbo a la ciudad de La Paz…